Gulag

Gulag


I - Los orígenes del Gulag, 1917-1939 » 6 - El «gran terror» y sus secuelas

Página 12 de 78

6

El «gran terror» y sus secuelas

Esto sucedió cuando solo los muertos sonreían,

alegres por haber hallado al fin reposo,

y como un apéndice inútil, Leningrado colgaba

del portón de sus cárceles, mecido por el viento.

En tiempos en que, locos de dolor,

los condenados desfilaban al paso

mientras las locomotoras lanzaban al aire

su breve canción de despedida…

Estrellas de muerte planeaban en lo alto,

y la inocente Rusia se retorcía

bajo las botas ensangrentadas

y bajo las ruedas de furgones celulares.

ANNA AJMÁTOVA,

Réquiem, 1935-1940[1]

Hablando objetivamente, en la historia de los campos, el número más elevado de muertes no ocurrió durante los años del «gran terror» (1937 y 1938). Tampoco en esa época se produjo la expansión más importante de los campos: el número de prisioneros fue mucho mayor en la década siguiente, y después, en 1952, aumentó más de lo que se suele recordar. Aunque las estadísticas disponibles no son completas, es evidente que la tasa de mortalidad en los campos fue más alta durante el período álgido de la hambruna rural (1922-1923), así como en el peor momento de la Segunda Guerra Mundial (en 1942-1943), cuando el número total de personas asignadas a los campos de trabajo forzado, prisioneros y soldados rasos rondaba los cuatro millones.[2]

Después de todo, el «gran terror» fue la continuación de dos décadas previas de represión. A partir de 1918 hubo regularmente detenciones y deportaciones masivas, que a comienzos de la década de 1920 afectaron primero a los políticos de la oposición; después, a finales de dicha década, a los «saboteadores», y finalmente a los kulaks a comienzos de los años treinta. Todos estos episodios de arrestos masivos eran acompañados de periódicas redadas contra los responsables de «desorden social».

A su vez, el «gran terror» fue seguido por aún más detenciones y deportaciones: de polacos, ucranianos y bálticos de los territorios invadidos en 1939; de «traidores» al Ejército Rojo apresados por el enemigo; de ciudadanos que se encontraban en el lado equivocado de la línea del frente después de la invasión nazi de 1941. Posteriormente, en 1948, habría nuevas detenciones de antiguos reclusos de los campos, y todavía después, poco antes de la muerte de Stalin, detenciones masivas de judíos. Aunque las víctimas de 1937 y 1938 eran quizá más conocidas, y aunque después no habría algo tan espectacular como los procesos públicos de aquellos años, las detenciones del «gran terror» se definen con más exactitud, no como el apogeo de la represión, sino como una de las más extraordinarias oleadas represivas que abatiera al país durante el régimen de Stalin: afectó más a la élite (antiguos bolcheviques, miembros destacados del ejército y del partido), abarcó a una clase de personas más amplia y se tradujo en un número inusitado de ejecuciones.

En la historia del Gulag, sin embargo, 1937 marca una verdadera línea divisoria, pues fue el año en que los campos soviéticos dejaron de ser prisiones administradas temporalmente con displicencia donde la gente moría por accidente, y pasaron a convertirse en verdaderos campos de exterminio donde los prisioneros eran obligados a trabajar hasta la muerte, o eran asesinados, en un número que no tenía precedentes en el pasado.

Como el resto del país, los habitantes del Gulag percibieron las señales que anunciaban el terror inminente y que comenzaron a encenderse en 1934. A raíz del hasta hoy no aclarado asesinato de Serguéi Kírov, el popular dirigente del partido en Leningrado, en diciembre de ese año, Stalin impuso una serie de decretos que otorgaban al NKVD amplios poderes para arrestar, procesar y ejecutar a los «enemigos del pueblo». En unas semanas, dos ilustres bolcheviques, Kámenev y Zinóviev (ambos opositores de Stalin en el pasado) se convirtieron en víctimas de estos decretos, y fueron arrestados junto con sus partidarios y presuntos partidarios, muchos de Leningrado.

Lentamente, la purga se hizo más sangrienta. Durante la primavera y el verano de 1936, los agentes interrogadores de Stalin presionaron a Kámenev y Zinóviev, así como a un grupo de antiguos admiradores de Trotski, preparándolos para «confesar» en un gran proceso público, que tuvo lugar en agosto. Todos fueron ejecutados, junto con muchos de sus parientes. Otros procesos de destacados bolcheviques, entre ellos el del carismático Nikolái Bujarin, siguieron a su debido tiempo.

La obsesión de arrestar y ejecutar se difundió de arriba abajo por la jerarquía del partido y por toda la sociedad. Fue impulsada desde arriba por Stalin, que la utilizó para eliminar a sus enemigos, crear una nueva clase de líderes leales, aterrorizar a la población soviética y llenar los campos de concentración. A partir de 1937 firmó órdenes que fueron enviadas a los jefes regionales del NKVD, con listas de personas que debían ser arrestadas (sin especificar el motivo) en determinadas regiones. Algunos debían ser condenados a la pena de «primera categoría» (la muerte), y otros a la de «segunda categoría» (confinamiento en un campo de concentración por un período de ocho a diez años).

Leer estas órdenes se parece mucho a leer las órdenes de un burócrata que ha ideado la última versión del plan quinquenal. He aquí, por ejemplo, una fechada el 30 de julio de 1937:

[3]

Sin duda, la purga no fue espontánea: nuevos campos para nuevos presos eran preparados incluso con antelación. Por otra parte, la purga no encontró demasiada resistencia. La dirección del NKVD en Moscú esperaba que sus subordinados provinciales mostraran entusiasmo, y estos obedecieron con fervor. «Pedimos permiso para fusilar 700 personas más de las bandas de Dashnak y otros elementos antisoviéticos», solicitaba a Moscú el NKVD armenio en septiembre de 1937.

En el Gulag, la purga primero dejó su impronta en las filas de los jefes de campo eliminando a muchos de ellos. Si 1937 sería recordado en todo el país como el año en que la revolución devoró a sus hijos, en el sistema de campos sería recordado como el año en que el Gulag aniquiló a sus fundadores comenzando por el mando superior: Yágoda, el jefe de la policía secreta que tenía la mayor responsabilidad por la expansión del sistema de campos, fue procesado y fusilado en 1938 después de suplicar que le perdonaran la vida en una carta al Soviet Supremo: «Es duro morir —escribió el hombre que había enviado a tantos a la muerte—. Me arrodillo ante el pueblo y el partido y les pido que me perdonen y me salven la vida».[4]

Muchos de los jefes y directores de campos, preparados y ascendidos por Yágoda compartieron su destino. Junto con cientos de miles de ciudadanos soviéticos, fueron implicados en vastas conspiraciones, arrestados e interrogados en complejos casos que podían involucrar a cientos de personas. Uno de los casos más notorios se organizó en torno a Matvei Berman, director del Gulag de 1932 a 1937. Los años de servicios prestados al partido no le sirvieron de nada. En diciembre de 1938, el NKVD acusó a Berman de haber dirigido una «organización trotskista derechista saboteadora y terrorista» que había creado «condiciones privilegiadas» para los prisioneros en los campos, había debilitado deliberadamente la «preparación física y militar» de los guardias de los campos (de ahí el gran número de fugas) y, además, había saboteado los proyectos de construcción del Gulag (de ahí su lento avance).

Berman no cayó solo. En toda la Unión Soviética, los jefes de campos del Gulag y los principales directores fueron acusados de pertenecer a la misma «organización trotskista derechista» y fueron sentenciados de un plumazo. Aleksandr Izrailev, por ejemplo, jefe suplente de Ujtpechlag, fue condenado por «obstaculizar el crecimiento de la extracción de hulla». Aleksandr Polisonov, un coronel que trabajaba en la división de la guardia militarizada del Gulag, fue acusado de haber creado «condiciones imposibles» para ella. Mijaíl Goskin, jefe de la sección de construcción del ferrocarril del Gulag, fue señalado por haber «creado planes irreales» para el ramal de ferrocarril Volochaevka-Konsomolets. Isaak Guinzburg, jefe de la división sanitaria del Gulag, fue hecho responsable de la alta tasa de mortalidad entre los prisioneros, y acusado de haber creado condiciones especiales para otros presos contrarrevolucionarios, facilitándoles la puesta en libertad anticipada por enfermedad. La mayoría de estos hombres fueron condenados a muerte, aunque a varios se les conmutó esta sentencia por la de reclusión en una prisión o en un campo, y unos cuantos incluso sobrevivieron y fueron rehabilitados en 1955.[5]

Un número asombroso de los primeros directores del Gulag tuvo el mismo destino. Fiódor Eichmanns, antiguo jefe de SLON y posteriormente jefe del Departamento Especial de la OGPU, fue fusilado en 1938. Lazar Kogan, el segundo jefe del Gulag, fue fusilado en 1939. El sucesor de Berman como jefe del Gulag, Izrail Pliner, duró un año en el cargo y fue fusilado en 1939. Era como si el sistema necesitase una explicación de por qué funcionaba tan mal, como si necesitara personas a las cuales culpar. O quizá «sistema» es un término equívoco: quizá era el propio Stalin el que necesitaba explicar por qué sus proyectos con trabajo esclavo perfectamente planificados avanzaban con lentitud y con resultados tan variados.

Quizá la más dramática de las historias de los jefes de campos en 1937 fue la que ocurrió a finales de ese año en Magadán, y comenzó con el arresto de Eduard Berzin, director de Dalstrói. Como subordinado directo de Yágoda, Berzin debería haber sospechado que su carrera pronto sería truncada. Debería haberlo sospechado cuando en diciembre recibió a un nuevo grupo de «suplentes» del NKVD, entre ellos al mayor Pávlov, un funcionario del NKVD de más alto rango que el suyo. Aunque Stalin solía presentar de esta manera ante los funcionarios que caerían en desgracia a sus sucesores, Berzin no dio signos de sospechar nada. Cuando el barco ominosamente llamado Nikolái Yezhov atracó en la bahía de Nagaevo trayendo al nuevo «personal», Berzin organizó una banda de música para darles la bienvenida. Después de pasar varios días mostrándoles cómo funcionaba todo, aunque ellos virtualmente lo desdeñaron, Berzin mismo embarcó en el Nikolái Yezhov.

Al llegar a Vladivostok, con toda normalidad, procedió a tomar el Expreso Transiberiano a Moscú. Pero aunque Berzin dejó Vladivostok como pasajero de primera clase, llegó como prisionero. A 70 kilómetros de Moscú, en el pueblo de Alexandrov, el tren hizo una parada. En la noche del 19 de diciembre de 1937, Berzin fue arrestado en la plataforma de la estación en las afueras de la capital, de modo que no causara un alboroto en el centro de Moscú y fue llevado a la Lubianka, la prisión central de Moscú para ser interrogado. Fue rápidamente acusado de «actividades contrarrevolucionarias minadoras y saboteadoras». El NKVD lo acusó de organizar una «organización espía diversionista trotskista en Kolimá», que enviaba oro al gobierno japonés y preparaba un ataque japonés en el extremo norte de Rusia. También lo acusaron de espiar para Inglaterra y Alemania. Evidentemente, el director de Dalstrói había sido un hombre muy ocupado. Fue fusilado en agosto de 1938 en el sótano de la Lubianka.

La absurdidad de los cargos no redujo los plazos previstos para el caso. A finales de diciembre, Pávlov, trabajando a toda prisa, había arrestado a la mayoría de los subordinados de Berzin. Situando esta experiencia en perspectiva, la élite de Kolimá no fue la única red poderosa que fue eliminada en 1937-1938. A finales de ese año, Stalin había depurado el Ejército Rojo de un gran número de altos mandos, incluido el mariscal Tujachevski, adjunto al comisario del pueblo para la Defensa, junto con sus esposas e hijos, la mayor parte de los cuales fueron fusilados, aunque algunos acabaron en los campos.[6] El Partido Comunista sufrió un destino similar. La purga alcanzó no solo a los potenciales enemigos de Stalin en la cúpula del partido, sino también a la élite provincial, a los secretarios titulares, a los jefes de los consejos locales y regionales, a los directores de fábricas e instituciones importantes pertenecientes al Gulag.

Tan rigurosa fue la oleada de detenciones en determinados lugares y en el seno de una determinada clase social (escribiría Yelena Sidorkina, asimismo arrestada en noviembre de 1937) que: «Nadie sabía lo que depararía el mañana. La gente estaba temerosa de hablar con otros o de reunirse, especialmente las familias donde el padre o la madre ya habían sido “aislados”. Los pocos individuos lo bastante imprudentes para defender a los arrestados eran automáticamente candidatos al “aislamiento”».[7]

Mas no todos murieron, ni todos los campos fueron depurados. Lo cierto es que los directores de campo menos conocidos salieron mejor parados que el funcionario medio del NKVD, como muestra el caso de V. A. Barabanov, un protegido de Yágoda. En 1935, cuando era jefe suplente de Dmitlag, Barabanov fue arrestado junto con un colega por haber llegado al campo «en estado de ebriedad». Por consiguiente, perdió su puesto, recibió una sentencia de prisión menor, y estaba trabajando en un campo remoto en el extremo norte en 1938 cuando tuvo lugar el arresto masivo de los esbirros de Yágoda. En el caos, olvidaron su existencia. Hacia 1954, perdonada su afición al alcohol, fue ascendido en la jerarquía una vez más para convertirse en el jefe suplente de todo el sistema del Gulag.[8]

En la memoria colectiva surgida en los campos, 1937 no solo fue recordado como el año del «gran terror», también fue el año en que cesó finalmente la propaganda sobre las excelencias de la reeducación del criminal, junto con toda referencia nominal al ideal. En parte, esto pudo haberse debido a los fusilamientos y arrestos de quienes estaban más vinculados a esta campaña. Máximo Gorki había muerto súbitamente en junio de 1936. I. L. Aberbaj, colaborador de Gorki en Kanal Imeni Stalina y autor de Del crimen al trabajo, un tomo subsiguiente dedicado al canal Moscú-Volga, fue denunciado por trotskista y arrestado en abril de 1937. Así ocurrió con muchos otros escritores que habían tomado parte en el colectivo de Gorki sobre el canal del mar Blanco.[9]

Pero el cambio tenía orígenes más profundos. A medida que la retórica política se hacía más radical, que la cacería de los infractores políticos se intensificaba, el estatus de los campos donde estaban recluidos estos políticos peligrosos cambió igualmente. En un país atrapado por la paranoia y la obsesión del espionaje, la existencia de los campos para «enemigos» y «minadores» se convirtió, si no exactamente en un secreto (los presos que trabajaban construyendo carreteras y bloques de apartamentos debieron de ser figuras habituales en muchas grandes ciudades en la década de 1940), al menos en un tema nunca examinado en público. Kanal Imeni Stalina de Gorki fue puesto entre los libros prohibidos por razones que no se han aclarado. Quizá los nuevos jefes del NKVD no podían soportar la enfática alabanza del defenestrado Yágoda. O quizá su brillante descripción del éxito de la reeducación de los «enemigos» no tenía ya sentido en una época en que afloraban nuevos enemigos, y centenares de miles de ellos se ejecutaban en vez de reformarlos.

No deseando parecer relajados en la tarea de aislar a los enemigos del régimen, los directores del Gulag en Moscú emitieron también nuevas regulaciones internas para mantener el secreto, lo cual implicaba costes enormes. Toda la correspondencia tenía que ser enviada por correo especial. Solo en 1940, los mensajeros del NKVD tuvieron que enviar 25 millones de paquetes secretos. Aquellos que escribían cartas a los campos ahora escribían exclusivamente a los apartados postales, pues la ubicación de los campos se había vuelto secreta. Los mismos campos desaparecieron de los mapas. Incluso la correspondencia interna del NKVD se refería a ellos con eufemismos como «objetos especiales» (spetsobekty) o «subsecciones» (podrazdeleniya) con el fin de ocultar su verdadera actividad.[10]

El lenguaje utilizado en el interior de los campos también cambió. Hasta el otoño de 1937, los documentos y cartas oficiales solían referirse a los reclusos del campo por su profesión, por ejemplo, llamándolos simplemente «leñadores». En 1940, un preso ya no era un leñador, era solo un preso: un zaklyuchennyi o zlk en la mayoría de los documentos (se pronuncia zek).[11] Un grupo de prisioneros era un kontingent («contingente» o «cuota»), un término despersonalizado y burocrático. Tampoco los presos podían obtener el codiciado título de estajanovista: un director de campo envió una airada carta a sus subordinados ordenándoles que se refirieran a los presos laboriosos como «prisioneros que trabajan como trabajadores de choque» o «prisioneros que trabajan según los métodos de trabajo estajanovistas».

El término «político» sufrió también una transformación radical. Se aplicaba a cualquier persona que hubiera sido sentenciada según el infausto artículo 58 del código penal, que comprendía todos los delitos «contrarrevolucionarios» y tenía connotaciones completamente negativas. A los políticos —a veces llamados «krs» (contrarrevolucionarios), kontras o kontriks— se los llamaba cada vez más vragi naroda: «enemigos del pueblo».[12]

Este término, un epíteto jacobino, fue utilizado por Lenin por primera vez en 1917. En 1927 fue tomado por Stalin para referirse a Trotski y a sus seguidores. En 1936 comenzó a adquirir un significado más amplio a partir de una carta secreta (cuyo autor era Stalin, en opinión de Dmitri Volkogonov, su biógrafo ruso) que el comité central envió a las organizaciones del partido en las regiones y las repúblicas. La carta explicaba que aunque un enemigo del pueblo parecía «dócil e inofensivo», hacía todo lo posible para «deslizarse furtivamente en el socialismo», aunque «secretamente no lo acepta». En otras palabras, los enemigos no podían ser identificados por sus opiniones en público. Un jefe posterior del NKVD, Laurenti Beria, también citaría con frecuencia a Stalin, señalando que «el enemigo del pueblo no es solo quien comete sabotaje, sino quien duda de la línea del partido».

En los campos, «enemigo del pueblo» se convirtió en una expresión oficial utilizada en los documentos oficiales. Las mujeres fueron arrestadas por ser «esposas de enemigos del pueblo» después de que un decreto del NKVD de 1937 hizo posibles tales arrestos, y el mismo criterio se aplicó a los niños. La sentencia oficial que debían recitar cuando los funcionarios de la prisión se lo ordenasen era «ChSVR»: «miembro de la familia de un enemigo de la revolución».[13] La propaganda describió a los «enemigos» como seres que estaban por debajo de los animales. A partir de finales de los años treinta, Stalin también comenzó a referirse a los «enemigos del pueblo» como «gusanos», «escoria», «carroña», o a veces simplemente como «malas hierbas» que debían ser extirpadas.[14]

El mensaje era claro: los zeks no eran ya considerados ciudadanos plenos de la Unión Soviética, si es que eran considerados personas en algún sentido. Un prisionero observaba que estaban sometidos a «una especie de excomunión de la vida política, y no se les permitía tomar parte en sus liturgias y ritos compartidos».[15] A partir de 1937, ningún guardia utilizaba la palabra tovarich o camarada para dirigirse a los presos, y los presos podían ser golpeados por usarla dirigiéndose a los guardias, a los que debían llamar grazhdanin («ciudadano»). Las fotografías de Stalin y otros líderes nunca aparecían en los muros de los campos o prisiones. Una imagen relativamente común a mediados de los años treinta: un tren de prisioneros, con sus vagones cubiertos de retratos de Stalin y banderolas anunciando que sus ocupantes eran estajanovistas, se volvió impensable a partir de 1937.[16]

Con la deshumanización de los presos políticos se produjo un cambio muy pronunciado, y en algunos lugares drástico, de las condiciones de vida. En los campos, los políticos fueron destituidos de los trabajos que ocupaban en planificación o ingeniería, y obligados a volver a los «trabajos comunes», es decir, el trabajo físico no calificado en minas y bosques: a los «enemigos» ya no se les podía permitir ostentar ningún cargo de importancia, por temor a que se dedicaran al sabotaje. En un informe realizado en febrero de 1939, el jefe de Belbaltlag aseguraba que había «expulsado a todos los trabajadores que no merecían confianza política», y en particular, «a todos los antiguos presos, sentenciados por delitos contrarrevolucionarios». De ahora en adelante, prometía, los trabajos administrativos y técnicos se reservarían «a los comunistas, a los miembros del Komsomol [miembros de la Unión de Jóvenes Comunistas] y a los especialistas leales». Evidentemente, la productividad económica no era ya la prioridad suprema de los campos.[17]

Los regímenes del campo se volvieron más severos para los delincuentes comunes y para los políticos. La ración de pan por «trabajo común» al comienzo de los años treinta podía ser hasta de un kilo diario, incluso para aquellos que no cumplían al cien por cien con la cuota fijada por la norma, y hasta de dos kilos para los estajanovistas.[18] A finales de la década, la ración garantizada había disminuido a menos de la mitad, cayendo hasta los 400-450 gramos de pan, mientras que aquellos que lograban cumplir el cien por cien de la tarea obtenían un extra de 200 gramos. La ración de castigo era de 300 gramos.[19]

Asimismo, las condiciones empeoraron porque el número de prisioneros aumentó en algunos lugares con asombrosa rapidez. Es cierto que el Politburó había tratado de preparar con antelación esta afluencia, dando instrucciones al Gulag en 1937 para que comenzara la construcción de cinco nuevos campos madereros en la región de Komi, y otros más «en las áreas remotas de Kazajstán». Con el fin de acelerar la construcción, el Gulag había recibido «un adelanto de un millón de rublos» para organizar estos nuevos campos. Además se ordenó a los comisariados del pueblo para la Defensa, Sanidad y Explotación Forestal que encontraran 240 oficiales de comando y trabajadores políticos, 150 médicos, 400 auxiliares médicos, 10 eminentes especialistas en silvicultura y «50 graduados de la Academia de Tecnología Forestal de Leningrado» para que trabajaran en el Gulag de inmediato.[20]

Sin embargo, en los campos existentes, otra vez colmados de nuevos reclusos, se repitió el hacinamiento de comienzos de los años treinta. En un lagpunkt edificado para 250-300 personas en Siblag, el campo forestal siberiano, un superviviente calculaba que el número real de presos en 1937 superaba los 17 000. Aunque el número real hubiera ascendido solo a la cuarta parte de esa cifra, lo excesivo de la estimación indica que se percibía una extrema aglomeración en el lugar. Desprovistos de barracones, los prisioneros excavaron zemlyanki (refugios subterráneos); pero incluso estos estaban tan atestados que era «imposible moverse, sin pisar la mano de alguien». Los presos rehusaban salir por miedo a perder su sitio en el suelo. No había escudillas, ni cucharas, y había largas colas para la comida. Se desató una epidemia de disentería y los presos murieron rápidamente.

En una reunión posterior del partido, la dirección del campo de Siblag recordó solemnemente las «terribles lecciones de 1938», en particular por el «número de jornadas perdidas» durante la crisis.[21] En todo el sistema de campos, el número de muertes se duplicó oficialmente de 1937 a 1938.

No hay estadísticas disponibles para todos los campos, pero se presume que las tasas de mortalidad fueron mucho más elevadas en los campos boreales: Kolimá, Vorkutá, Norilsk, donde fueron enviados presos políticos en gran número.[22]

Mas los prisioneros no solo murieron de inanición y exceso de trabajo. En la nueva atmósfera, la reclusión de enemigos pronto comenzó a parecer insuficiente: era mejor que dejaran de existir por completo. De modo que en agosto de 1937, Yezhov firmó un decreto ordenando la ejecución de prisioneros recluidos en las prisiones políticas de máxima seguridad. El NKVD, dijo, debe «terminar en dos meses la operación de represión de los elementos contrarrevolucionarios más activos … aquellos condenados por espionaje, diversionismo, terrorismo, actividades revolucionarias y bandolerismo, así como aquellos sentenciados por ser militantes de partidos antisoviéticos».[23]

A los presos políticos se sumaron los «bandidos y elementos criminales» que estaban en Solovki, que en esa época se había convertido en una prisión política de máxima seguridad. Se estableció la cuota para Solovki: 1200 reclusos confinados allí debían ser fusilados. Un testigo recordaba el día en que algunos tuvieron que salir:

Inesperadamente sacaron a todos de las celdas abiertas del Kremlin para un recuento general. En el recuento, leyeron una enorme lista —varios centenares de nombres— de los que debían ser trasladados. Se les dio dos horas para prepararse, y después debían volver a reunirse en la misma plaza central. Siguió una terrible confusión. Algunos corrieron a recoger sus cosas, otros a decir adiós a sus amigos. En dos horas, la mayoría de los que debían ser trasladados estaban en su lugar … los presos salieron desfilando con sus maletas y mochilas…[24]

Al parecer algunos también llevaron cuchillos, con los que malhirieron a los encargados de fusilarlos cerca del pueblo de Sandormoj, en el norte de Carelia. A raíz de este incidente, el NKVD hacía desnudar a todos los presos antes de fusilarlos. Posteriormente, el jefe de esta operación fue premiado con un objeto que los archivos describen como un «valioso presente» por su valentía para realizar esta tarea. Unos meses después, también él fue fusilado.[25]

En Solovki, la selección de presos que debían ser ejecutados parece haber sido casual. En algunos campos, no obstante, la dirección aprovechó la ocasión para librarse de presos particularmente difíciles. Fue posiblemente el caso de Vorkutá, donde un gran número de los presos elegidos eran en verdad antiguos trotskistas (es decir, genuinos seguidores de Trotski, algunos de los cuales habían participado en huelgas y otras rebeliones en los campos). Un testigo presencial calculaba que al inicio del invierno de 1937-1938, la dirección de Vorkutá había confinado a 1200 presos, trotskistas en su mayoría, así como a otros políticos y a unos cuantos delincuentes comunes, en una fábrica de ladrillos abandonada y en una serie de tiendas grandes, abarrotadas («desbordadas»). No se les daba ni una comida caliente: «La ración diaria consistía solo en 400 gramos de pan medio seco».[26] Allí permanecieron hasta finales de marzo, cuando llegó de Moscú un nuevo grupo de funcionarios del NKVD. La «comisión especial» ordenó a los prisioneros formar en grupos de cuarenta. Se les dijo que serían trasladados. A cada uno se le dio un trozo de pan. Los prisioneros en la tienda escucharon cómo se los llevaban, «y después el sonido de los tiros».

La atmósfera en el interior de las tiendas se volvió infernal. Un campesino, apresado por el delito de «especulación» (había vendido un lechón en un mercado), estaba tendido en su camastro, con los ojos abiertos, sin reaccionar ante nada: «¿Qué tengo yo que ver con vosotros, políticos? —se quejaba de vez en cuando—. Vosotros peleabais por el poder, por la jerarquía, y yo solo necesito vivir». Según un testigo presencial, otro hombre se suicidó; dos enloquecieron. Finalmente, cuando quedaban alrededor de 100 personas, los fusilamientos cesaron, tan abrupta e inexplicablemente como habían comenzado. Los jefes del NKVD regresaron a Moscú. Los prisioneros restantes fueron devueltos a las minas. En todo el campo habían sido fusilados cerca de 2000 presos.

Stalin y Yezhov no siempre enviaban delegados de Moscú para realizar esa tarea. Con el fin de acelerar el proceso en todo el país, el NKVD organizó «troikas», que operaban tanto dentro como fuera de los campos. Una troika era exactamente eso: tres hombres, por lo común, el jefe del NKVD regional, el secretario general del partido en la provincia y un representante de la fiscalía o del gobierno local. Juntos tenían el derecho de condenar a un reo in absentia, sin necesidad de juez ni jurado, de abogado ni juicio.[27]

La histeria no duró. En noviembre de 1938, los fusilamientos masivos se interrumpieron, tanto en los campos como en el resto del país. Quizá la purga había ido demasiado lejos, incluso para el gusto de Stalin; quizá simplemente había logrado lo que se proponía lograr; o quizá estaba causando demasiado daño a una economía todavía frágil. Fuera cual fuese el motivo, Stalin dijo en el Congreso del Partido Comunista de 1939 que la purga había estado acompañada de «más errores de los esperados».[28]

Nadie pidió perdón ni se arrepintió, ni nadie fue castigado. Solo unos meses antes, Stalin había enviado una circular a todos los jefes del NKVD, felicitándolos por «infligir una aplastante derrota a los agentes subversivos del espionaje de los servicios de inteligencia extranjeros» y por «limpiar el país de cuadros subversivos e insurreccionales y de espías». Solo entonces señaló algunas «deficiencias» de la operación, tales como los «procedimientos simplificados de investigación», la falta de testigos y de pruebas.[29]

Tampoco la purga del propio NKVD se interrumpió por completo. En noviembre de 1938, Stalin destituyó al presunto autor de todos los «errores», Nikolái Yezhov, y lo sentenció a muerte. La ejecución se cumplió en 1940, después de que Yezhov suplicara el perdón, al igual que hiciera Yágoda antes que él: «Decid a Stalin que moriré con su nombre en los labios».[30]

La productividad del campo continuó en una espiral descendente durante un tiempo. En Ujtpechlag, los fusilamientos masivos, el mayor número de presos enfermos y débiles, y la pérdida de los especialistas presos habían impuesto una pronunciada caída de la producción del campo de 1936 a 1937. En julio de 1938, una comisión especial del Gulag fue convocada a Moscú para examinar el gran déficit de Ujtpechlag.[31] La productividad de las minas de oro de Kolimá también bajó. Ni siquiera el gran flujo de prisioneros logró hacer subir la cantidad de oro extraído a niveles comparables con los del pasado.[32]

Entretanto, el jefe de Bellbaltlag, que había alardeado orgullosamente de su éxito en limpiar de presos políticos el personal administrativo del campo, se quejó de la presente «necesidad urgente de personal administrativo y técnico». La purga había hecho sin duda al personal técnico políticamente «más sano», escribió con prudencia, pero había «aumentado sus deficiencias». La 14.ª división del campo, por ejemplo, tenía 12 500 prisioneros, de los cuales solo 657 eran presos comunes. De estos, la mayoría tenía condenas muy duras por delitos graves, lo cual los descalificaba para trabajar como especialistas y administradores, mientras que 184 eran analfabetos, de modo que solo 70 podían ser empleados como oficinistas o ingenieros.[33]

En general, la facturación de los campos del NKVD, según las estadísticas oficiales, descendió de 3500 millones de rublos a 2000 millones de rublos en 1937. El valor de la producción industrial bruta de los campos también cayó de 1100 millones de rublos a 945 millones de rublos.[34]

La escasa rentabilidad y la inmensa desorganización de la mayoría de los campos, así como el creciente número de presos enfermos y agónicos, no pasaron desapercibidos en Moscú, donde tuvo lugar un debate sumamente franco durante las reuniones de la célula del Partido Comunista encargada de la dirección central del Gulag. En una reunión de 1938, un burócrata se quejó del «caos y el desorden» de los campos de Komi. También acusó a los jefes del campo de Norilsk de construir una fábrica de níquel «mal planeada», y de desperdiciar en consecuencia una gran suma de dinero.

Hacia abril de 1939, las quejas aumentaron. En los campos septentrionales había una «situación particularmente difícil con respecto al suministro de alimentos», que generó «un porcentaje enorme de trabajadores débiles, de presos que no podían trabajar en absoluto, y una alta tasa de mortalidad y de morbilidad».[35] Ese mismo año, los comisarios del Consejo del Pueblo reconocieron que hasta un 60% de los presos del campo padecían de pelagra y otras enfermedades causadas por la desnutrición.[36]

La gran purga no era responsable de todos estos problemas, por supuesto. Se ha advertido que incluso los campos forestales de Frenkel, tan admirados por Stalin, nunca consiguieron beneficios.[37] El trabajo penitenciario siempre ha sido (y siempre será) mucho menos productivo que el trabajo libre. Pero esta lección aún no había sido aprendida. Cuando Yezhov fue depuesto en noviembre de 1938, su sustituto al frente del NKVD, Laurenti Beria, se dispuso casi enseguida a reformar el régimen de los campos, cambiando las normas y los procedimientos, con el fin de colocar los campos donde Stalin deseaba que estuvieran: en el núcleo de la economía soviética.

Hay que dejar constancia de que Beria no puso en libertad al gran número de presos injustamente acusados (aunque el NKVD liberó a algunos de las cárceles). Ni entonces ni después, los campos se hicieron más humanitarios. La deshumanización de los «enemigos» continuó impregnando el lenguaje de los guardias y directores del campo hasta la muerte de Stalin. Beria solo cambió un aspecto del sistema: ordenó a los directores de los campos que mantuvieran con vida a más prisioneros para utilizarlos mejor.

Aunque la política nunca fue clara, en la práctica Beria también suspendió la prohibición de «contratar» a presos políticos con conocimientos científicos, técnicos o de ingeniería para trabajar en los puestos técnicos de los campos. Si bien nunca resolvió completamente el dilema, Beria estaba demasiado interesado en convertir el NKVD en un factor productivo de la economía soviética como para permitir que los científicos e ingenieros más importantes perdieran las extremidades por congelamiento en el extremo norte. En septiembre de 1938 comenzó a organizar las sharashki, establecimientos especiales para los científicos presos. Solzhenitsin trabajó en una sharashka dedicada a la investigación secreta, a la que oficialmente se hacía referencia con un código numérico, y la describió en El primer círculo:

Al viejo edificio de propietarios rústicos de los alrededores de Moscú, previamente rodeado de alambre de púas, habían sido trasladados unos ciento cincuenta zek reclamados de los lager … En aquellos tiempos, la scharaschka no sabía aún sobre qué tendrían ellos que efectuar sus investigaciones, y Nershin se dedicaba a abrir las numerosas cajas transportadas allí por dos convoyes ferroviarios; se hacía cargo de sillas y de mesas cómodas, seleccionaba el diverso material…[38]

Inicialmente, las sharashki fueron bautizadas con el nombre de «oficinas especiales de construcción». Después fueron llamadas colectivamente «4.º departamento especial» del NKVD. Y allí trabajarían cerca de 1000 científicos. En algunos casos Beria personalmente seguía el rastro de los científicos de talento y ordenaba que fueran llevados de regreso a Moscú. Los agentes del NKVD los hacían bañarse, cortarse el cabello y rasurarse, así como tomar un buen descanso, y los enviaban a trabajar en los laboratorios de la prisión. Entre los «hallazgos» más importantes de Beria estuvo el ingeniero aeronáutico Tupolev, que llegó a su sharashka llevando una bolsa con una hogaza de pan y varios terrones de azúcar (rehusó dejarlas, incluso después que le dijeron que la comida mejoraría).

Tupolev, a su vez, le dio una lista de personas a quienes llamar, entre ellos Valentin Glushko, uno de los padres de la bomba atómica soviética, y Serguéi Korolev, que sería el padre del Sputnik, el primer satélite soviético; en realidad, el padre de todo el programa espacial soviético. En un informe preparado en agosto de 1944, Beria enumeraría veinte nuevas piezas importantes de tecnología militar inventadas en su sharashka, y detallaba los diversos modos en los que habían sido usadas en la industria de defensa durante la Segunda Guerra Mundial.[39]

En cierto modo, el reinado de Beria parecería haber traído una mejora para los zeks comunes también. Beria solicitó que se fijaran nuevas cuotas de alimentación, de modo que las «capacidades físicas de la fuerza de trabajo del campo puedan ser de máxima utilidad a cualquier industria».[40] Pero, aunque se elevó la cuota de alimentos, la transformación de los prisioneros de seres humanos a unidades de trabajo había avanzado varios grados más. Los prisioneros todavía podían ser condenados a morir en los campos, pero no por meras inclinaciones contrarrevolucionarias. En cambio, aquellos que rehusaban trabajar o activamente desorganizaran el trabajo debían ser sometidos a «un régimen de campo más estricto, celdas de castigo, peor comida y peores condiciones de vida, y otras medidas disciplinarias». Los «haraganes» también recibirían nuevas sentencias, incluso la pena de muerte.[41]

Los años del «gran terror» dejaron asimismo su huella en otro aspecto. Nunca más el Gulag volvería a tratar a los presos como seres susceptibles de ser redimidos completamente. El sistema de «liberación anticipada» por buena conducta fue abolido. En su única intervención pública sobre el funcionamiento cotidiano de los campos, el propio Stalin había abolido este sistema, fundándose en que dañaba su funcionamiento económico. Dirigiéndose al congreso del Presidium del Soviet Supremo en 1938, preguntaba: «¿No podríamos pensar en otra forma de premiar su trabajo como medallas o condecoraciones? Estamos actuando incorrectamente, perturbando el trabajo del campo».[42] Se promulgó un decreto con este propósito en junio de 1939. Unos meses después, otro decreto eliminó la «libertad condicional» para los inválidos. El número de presos enfermos se elevaría en consecuencia.[43]

Varias de estas iniciativas iban contra las leyes de la época y efectivamente encontraron resistencia. El fiscal general Vishinski y el comisario de Justicia del Pueblo, Richkov, se opusieron al unísono a la liquidación de la puesta en libertad anticipada, así como a la imposición de la pena de muerte a los reos acusados de «desorganizar la vida del campo». Pero obviamente Beria, como Yágoda antes que él, contaba con el apoyo de Stalin, y ganó todas las batallas. A partir de enero de 1940 se concedió al NKVD el derecho a recuperar unos 130 000 reclusos que había «prestado» a otros ministerios. Beria estaba decidido a hacer el Gulag real y verdaderamente rentable.[44]

Con sorprendente celeridad se acusó el impacto de los cambios de Beria. En los meses previos a la Segunda Guerra Mundial, la actividad económica del NKVD comenzó otra vez a aumentar. En 1939, la facturación era de 4200 millones de rublos; en 1940, era de 4500 millones. Cuando los prisioneros comenzaron a afluir a los campos durante los años de la contienda, aquellas cifras crecerían aún más rápidamente.[45] Según las estadísticas oficiales, el número de muertos en los campos también se redujo de 1938 a 1939, del 5% al 3%, aunque el número de presos continuaba aumentando.[46]

Había muchos más campos que antes, y eran mucho más grandes que a comienzos de la década. Entre el 1 de enero de 1935 y el 1 de enero de 1938, el número de prisioneros casi se había duplicado: de 950 000 a 1 800 000, más cerca de otro millón de personas condenadas al destierro.[47] Campos que habían tenido unas cuantas cabañas y algunas alambradas se habían convertido en gigantes industriales. En Sevotslag, el principal campo de Dalstrói, había casi 200 000 presos en 1940.[48] En Vorkutlag, el campamento minero que se había desarrollado a partir de Rudnik n.º 1 de Ujtpechlag había 15 000 presos en 1938; hacia 1951, su número era más de 70 000.

Pero ahora también había nuevos campos. Quizá el más lúgubre de esta nueva generación era Norillag, llamado comúnmente Norilsk. Ubicado al norte del Círculo Polar Ártico, como Vorkutá y Kolimá, Norilsk se extendía sobre un inmenso yacimiento de níquel, probablemente el más grande del mundo. Los prisioneros de Norilsk no solo lo extraían, sino que también construyeron la planta de procesamiento de níquel y las centrales eléctricas junto a las minas. Después edificaron la ciudad de Norilsk para dar albergue a los hombres del NKVD responsables de las minas y las fábricas. Como sus antecesores, Norilsk creció rápidamente. El campo tenía 1200 prisioneros en 1935; hacia 1940 tenía 19 500. En el momento de su mayor expansión, en 1942, había allí 68 849 reclusos.[49]

Había otros campos que abrían, cerraban y se reorganizaban con tanta frecuencia que es difícil dar cifras exactas para cada año en particular. Algunos eran pequeños, construidos para satisfacer las necesidades de una determinada fábrica o industria o un determinado proyecto de construcción. Otros eran temporales, construidos a efectos de abrir una carretera o tender una vía férrea, y eran abandonados después. Para gestionar este gran número de campos y sus complejos problemas, la dirección del Gulag estableció finalmente subsecciones: la Dirección General de Campos Industriales, la Dirección General de Construcción de Caminos, la Dirección General del Patrimonio Forestal, y así sucesivamente.

Lo más importante es que los campos habían evolucionado. No eran ya centros de trabajo gestionados de modo idiosincrásico, sino «complejos industriales de campos», con sus normas internas y sus prácticas habituales, sus sistemas especiales de distribución y sus jerarquías.[50] Una vasta burocracia, también con su propia cultura particular, regía desde Moscú el remoto imperio del Gulag. El centro enviaba regularmente órdenes a los campos locales, tutelando la política general hasta los menores detalles. Aunque los campos locales no siempre siguieron (no pudieron seguir) la letra de la ley, el carácter ad hoc de los primeros días del Gulag no se repetiría jamás.

El Gulag en su apogeo, 1939-1953.

La suerte de los prisioneros todavía fluctuaría al ritmo de la política y la economía soviéticas, y sobre todo en el curso de la Segunda Guerra Mundial. Pero la época de los ensayos y los experimentos había terminado. Ahora el sistema estaba constituido. Al iniciarse los años cuarenta, el conjunto de procedimientos que los prisioneros llamaban la «trituradora de carne» (los métodos de arresto, instrucción de sumario, transporte, alimentación y trabajo) estaba esculpido en piedra y, en lo esencial, cambiaría muy poco hasta la muerte de Stalin.

Ir a la siguiente página

Report Page