Gulag

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II - La vida y el trabajo en los campos » 14 - Los prisioneros

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todavía celebro este día

junto con mi feliz país.

Hoy tengo una nueva fe:

volveré a la vida otra vez,

¡y marcharé con mi Komsomol

hombro a hombro por la Plaza Roja!

Después, Larina llegó a pensar en este poema «como el delirio de una lunática», pero en esa época lo recitaba a las esposas prisioneras de los viejos bolcheviques, y «se conmovían hasta las lágrimas y aplaudían».[65]

Solzhenitsin dedicó un capítulo de Archipiélago Gulag a los comunistas, a quienes se refería, sin demasiada compasión, como «los bienpensantes». Le maravillaba su capacidad para explicar incluso su propio confinamiento, «el trabajo sagaz de los servicios de inteligencia extranjeros», «obstruccionismo a gran escala», «una confabulación del NKVD local», una «traición».

Algunos salieron incluso con una explicación más magistral si cabe: «Estas represiones son un necesidad histórica para el desarrollo de nuestra sociedad».[66]

El único grupo que superó a los comunistas en esa absoluta fe fueron los fieles ortodoxos, así como los miembros de las diversas sectas protestantes que también fueron sometidos a la persecución política: baptistas, testigos de Jehová, y sus derivaciones rusas. A finales de los años cuarenta, Anna Andreieva recuerda que «la mayoría de los prisioneros eran creyentes», que se organizaban de modo que «en los días festivos los católicos trabajaran por los ortodoxos, y viceversa».[67]

Como se ha observado antes, algunas de estas sectas rehusaban cooperar con el Satán soviético, y no trabajaban ni firmaban ningún documento oficial. Gagen-Torn describe a una mujer religiosa que fue liberada por razones de salud, pero se negó a dejar el campo. «No reconozco tu autoridad —le dijo al guardia que le ofreció entregarle los documentos necesarios y enviarla a casa—. Tu poder es ilegítimo, el Anticristo aparece en sus pasaportes … Si me voy, me arrestarán otra vez. No hay ninguna razón para salir.»[68]

Solzhenitsin cuenta la historia, repetida con variaciones por otros, de un grupo de sectarios religiosos que fueron llevados a Solovki en 1930. Rechazaban todo lo que provenía del «Anticristo», rehusando los pasaportes y el dinero soviético. Como castigo fueron enviados a una pequeña isla del archipiélago de Solovki, donde se les dijo que recibirían alimento si aceptaban firmar por él. Se negaron. En dos semanas todos habían muerto de hambre. El siguiente barco a la isla, recuerda un testigo ocular, «solo encontró cadáveres que habían sido devorados por las aves».[69]

Los creyentes más fanáticos solían inspirar sentimientos encontrados en otros prisioneros. Arguinskaya, una prisionera claramente laica, recordaba bromeando que «todos los odiábamos», sobre todo a aquellos que, por razones religiosas, se negaban a bañarse.[70] Pero en cierto sentido, aquellos hombres o mujeres que al llegar a un nuevo campo se unían de inmediato a un clan o a una secta religiosa eran afortunados. Las bandas de hampones, los grupos nacionales más militantes, los verdaderos comunistas y las sectas religiosas, proporcionaban comunidades instantáneas, redes de apoyo y solidaridad. La mayoría de los presos políticos, por otra parte, y la mayoría de los delincuentes «comunes» (la gran mayoría de los habitantes del Gulag) no encajaba fácilmente en ninguno de estos grupos. Era más difícil para ellos saber cómo vivir en el campo, y lidiar con la moralidad y la jerarquía existentes en él. Sin una fuerte red de contactos tendrían que aprender las reglas de ascenso por sí solos.

Vasily Zhurid; Aleksandr Petlosy; Grigori Maifet; Arnold Karro; Valentina Orlova (de arriba a abajo y de izquierda a derecha).

Presos llegando a Kem, el campo de tránsito de Solovetsky.

Mujeres recolectando turba.

Maxim Gorky (en el centro), con gorra de paño, chaqueta y corbata, visitando Solovetsky, 1929, con su hijo, su nuera y los comandantes del campo. Al fondo, la iglesia de Serkika —la celda de castigo.

El monasterio de Solvestky, como puede verse hoy.

Naftaly Frenkel.

Prisioneros picando piedra con herramientas manuales.

“Todo se hacía a mano… hemos cavado la tierra a mano, la hemos transportado en carretillas, hemos excavado las colinas a mano…”

“Los mejores trabajadores”: este cartel se colocaba en un lugar de honor.

Stalin y Yezhov, visitan el canal de Mar Blanco para celebrar su finalización.

“¡Erradicaremos a los espías y diversionistas, agentes trostkistas-bujarinistas y fascistas!”. Cartel de la NKVD, 1937.

Arresto de un enemigo en el lugar de trabajo. Pintura soviética, 1937.2

Cuatro comandantes de campo, Kolyma, 1950. La hija de un prisionero ha escrito “¡Asesinos!” en la fotografía.

Guardias armados, con perros.

Junto a la tumba de la abuela.

En Asia central.

A la entrada de una zemlyanka, un refugio de tierra.

El paisaje de Kolima.

Entrada al lagpunkt de Vorkuta (en el cartel puede leerse: “trabajar en la URSS es una cuestión de honor y gloria…”)

Serrando troncos.

El acarreo de la madera.

Excavando el canal Fergana.

Extracción de carbón.

“Si tienes tu propio cuenco, comerás antes”.

“Entregaron su bronceada piel al tatuaje y así satisficieron gradualmente sus necesidades artísticas, eróticas e incluso las morales”.

“Recibimos una tina de madera, una taza de agua caliente, un vaso de agua fría y un pedazo de jabón negro y maloliente…”

“Tras ser ingresados con signos de avanzada desnutrición, la mayoría moría en el hospital…”

Niños polacos fotografiados justo antes de la amnistía, 1941.

Maternidad del campamento: una prisionera amamanta a su recién nacido.

Guardería: decorando un árbol de Navidad.

Barracas atestadas…

… y aislados en la celda de castigo.

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