Gulag

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III - El auge y la caída del compelajo industrial de campos, 1940-1986 » 24 - La revolución de los zeks

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La revolución de los zeks

No puedo dormir, y la ventisca va aullando

en un tiempo que no ha dejado huella.

Y los pabellones coloridos de Tamerlán

se desparraman por las estepas…

centellean las fogatas, centellean…

Y tú, el mundo que yo había conquistado,

que mi feroz venganza arrasaría,

y en mi pabellón los caídos

en las bárbaras viandas de mi festín.

Y entonces, en una de las batallas

—inconcebible orgía de sangre—,

en el momento ineluctable de la derrota,

me dejaría caer sobre mi propia espada.

ANNA BARKOVA,

«En los barracones del campo de prisioneros»[1]

Al norte del Círculo Polar Ártico, los veranos son cortos y muy cálidos. Hacia finales de mayo, el hielo de los ríos comienza a resquebrajarse. Los días se vuelven más largos, hasta que la noche desaparece por completo. En algunos días de junio, y en ciertos años ya en julio, el sol comienza a brillar con auténtica ferocidad, a veces durante un mes, otras veces dos. De un día a otro, las flores silvestres del Ártico brotan repentinamente, y durante unas semanas, la tundra se llena de color. Para los seres humanos que han estado encerrados los nueve meses anteriores, el verano alienta el deseo imperioso de salir al exterior, de ser libre. Durante los escasos días de cálido verano que permanecí en Vorkutá, los moradores de la ciudad pasaban los días y las noches blancas al aire libre, paseando por la calle, sentados en los parques, conversando a la entrada de sus casas. No es casual que la primavera fuera la estación en que los prisioneros intentaran escapar, ni que las tres rebeliones más famosas, importantes y peligrosas tuvieran lugar en los campos septentrionales en primavera.

En Gorlag, el campo de destino especial del complejo de Norilsk, la atmósfera estaba especialmente cargada de furia en la primavera de 1953. El otoño anterior, un gran grupo de prisioneros, cerca de 1200 en total, había sido trasladado a Gorlag desde Karaganda, donde muchos parecían estar implicados en un intento de evasión armado y en las protestas que habían tenido lugar unos pocos meses antes. Todos habían sido recluidos por «actividades revolucionarias en la Ucrania occidental y los países bálticos». En la primavera de 1953, profundamente indignados por la amnistía que los había marginado, este grupo había creado en el campo lo que el MVD llamaba una «organización antisoviética», que probablemente significaba que habían fortalecido las organizaciones nacionales ya establecidas.

La inquietud se hacía sentir ya durante el mes de mayo. El 25, los guardias de los convoyes dispararon a un prisionero camino del trabajo. A la mañana siguiente, dos de las divisiones del campo se declararon en huelga. Unos días después, los guardias abrieron fuego contra los prisioneros que lanzaban mensajes por encima del muro que separaba los campos de hombres de los de mujeres. Algunos fueron heridos. Después, el 4 de junio, un grupo de prisioneros rompió la cerca de madera que separaba los barracones de castigo del resto de la zona, y liberaron a veinticuatro prisioneros. También capturaron a un miembro de la jefatura del campo, lo llevaron a la zona y lo retuvieron como rehén. Los guardias dispararon matando a cinco prisioneros e hiriendo a otros catorce. Cuatro divisiones más se unieron a la protesta. El 5 de junio, 16 379 prisioneros estaban en huelga. Los soldados rodearon los campos, y bloquearon todas las salidas.[2]

Casi al mismo tiempo, un proceso similar se vivía en Rechlag, el campo de destino especial en el complejo hullero de Vorkutá. Los prisioneros habían intentado organizar huelgas masivas en Rechlag ya en 1951, y la jefatura aseguraría después que había descubierto no menos de cinco «organizaciones revolucionarias» en los campos en 1951 y 1952.[3] Cuando Stalin murió, los prisioneros de Rechlag estaban especialmente bien equipados para seguir los acontecimientos mundiales. No solo estaban organizados en grupos nacionales, sino que habían designado a determinados prisioneros para seguir las transmisiones radiofónicas occidentales en aparatos de radio robados o prestados, y para escribir un boletín de noticias comentadas, que se distribuía con cautela entre los prisioneros. De ese modo, no solo se enteraron de la muerte de Stalin y del arresto de Beria, sino también de las huelgas masivas en Berlín oriental, que tuvieron lugar el 17 de junio de 1953, y que fueron sofocadas por los tanques soviéticos.[4]

Esta noticia parece haber animado a los prisioneros: si los berlineses podían ir a la huelga, ellos también. John Noble, un estadounidense arrestado en Dresde poco después de la guerra, recuerda que «su espíritu nos inspiró y no hablábamos de otra cosa durante los días siguientes».[5]

El 30 de junio, los reclusos de la mina de Kapitalnaya estaban distribuyendo volantes llamando a los prisioneros a «parar la entrega de hulla». El mismo día, alguien escribió un eslogan en las paredes de la mina n.º 40: «No más entregas de carbón hasta que haya amnistía». Los camiones estaban vacíos: los prisioneros habían dejado de extraer carbón.[6] El 17 de julio, los mandos de la mina de Kapitalnaya tenían mayores razones de alarma: ese día, un grupo de prisioneros había golpeado a uno de los capataces, presuntamente porque les dijo que «dejaran de hacer sabotaje». Cuando llegó la hora de comenzar el segundo turno, el capataz se negó a ir al pozo minero.

Cuando los prisioneros de Rechlag estaban asimilando las noticias de estos acontecimientos, llegó un gran contingente de prisioneros (también de Karaganda). A todos se les habían prometido mejores condiciones de vida y la revisión de sus casos. Cuando llegaron a trabajar en la mina n.º 7 de Vorkutá, no encontraron esas mejoras, sino condiciones más duras en el sistema del campo. Al día siguiente, el 19 de julio, fueron a la huelga.[7]

Se sucedieron nuevas huelgas, a causa, en parte, de la propia geografía de Vorkutá. Vorkutlag está situado en el centro de una vasta cuenca hullera, una de las más grandes del mundo. Para extraer la hulla, se abrieron una serie de minas formando un amplio círculo en torno de la cuenca. Entre las minas había otras empresas (centrales eléctricas, fábricas de ladrillos y fábricas de cemento), cada una vinculada al campo, así como a la ciudad de Vorkutá, y al asentamiento más pequeño de Yur-Shor. Una línea de ferrocarril une todos estos lugares. Los trenes, como todo en Vorkutá, eran conducidos por prisioneros. Así se propagó la rebelión: junto con el carbón y otros suministros que llevaban de un lagpunkt a otro, los prisioneros que tenían a su cargo las locomotoras transmitieron las noticias de la huelga en el campo n.º 7. Mientras los trenes viajaban a través del gran círculo, miles de prisioneros escuchaban los rumores, miles veían las consignas pintadas en los trenes: «Al diablo con vuestro carbón, queremos libertad».[8] Un campo tras otro se unió a la huelga hasta que, el 29 de julio de 1953, seis de las diecisiete divisiones de Rechlag (15 604 personas) estaban en huelga.[9]

En la mayoría de los lagpunkts inactivos de Vorkutá y Norilsk, los comités de huelga se hicieron cargo de la que era claramente una situación peligrosa. Aterrorizados, los mandos abandonaron los campos, que quedaron expuestos a la anarquía. En algunos casos, estos comités se vieron en la necesidad de organizar la alimentación de los prisioneros. En otros, trataron de convencer a los reclusos de que no descargaran su cólera en los delatores ahora indefensos. En el caso de Rechlag y Gorlag, las memorias y los archivos coinciden en que los responsables (en la medida en que puede decirse que alguien lo era) eran casi siempre ucranianos occidentales, polacos y bálticos.

Años después, los nacionalistas ucranianos asegurarían que las principales huelgas del Gulag habían sido planeadas y ejecutadas por sus organizaciones secretas, que se ocultaban bajo comités de huelga multinacionales: «El prisionero medio, y nos referimos en particular a los prisioneros de Occidente y a los rusos, no era capaz de participar en las decisiones ni comprender los mecanismos del movimiento». Como prueba, citan los «étaps de Karaganda», los dos contingentes de ucranianos que llegaron a ambos campos, poco antes de las huelgas.[10]

Este hecho ha llevado a otros a concluir que las huelgas fueron provocadas por elementos del propio MVD. Quizá miembros de la seguridad del Estado que temían que Jruschov estuviera a punto de clausurar los campos, y de despedir a todos sus funcionarios. Por consiguiente, habrían fomentado las rebeliones para sofocarlas y con ello probar cuán necesarios eran todavía. Simeón Vilenski, un antiguo zek y editor, que después organizó dos conferencias sobre el tema de la oposición en los campos, lo expresa mejor: «¿Quiénes controlaban los campos? Miles de personas que no tenían una profesión en el mundo civil, gente que estaba habituada a la total falta de leyes, acostumbrados a ser dueños de los prisioneros, de hacer lo que querían con ellos. Era gente que, comparada con cualquier trabajador, estaba bien pagada».

Vilenski está convencido de que presenció una provocación en el campo de destino especial de Kolimá en 1953. Dice que de pronto llegó un nuevo grupo al campo, uno de cuyos miembros comenzó a organizar abiertamente a los más jóvenes en un grupo rebelde. Hablaban de huelgas, escribían panfletos, captaban a otros prisioneros. Incluso utilizaban la herrería del campo para hacer cuchillos. Su conducta era tan notoria y tan provocativa que Vilenski la encontró sospechosa: los mandos del campo no podían estar tolerando esta actividad por casualidad.[11]

En principio, estas dos tesis son compatibles. Es posible que elementos procedentes del MVD trajeran a los rebeldes ucranianos a los campos para causar problemas de algún tipo. Y también es posible que los jefes huelguistas ucranianos creyeran estar actuando por su propia voluntad.

Pese a su lenguaje burocrático, los informes del MVD, escritos unas semanas después de los hechos, reflejan muy bien el terror que la huelga inspiró en muchos trabajadores prisioneros y libres por igual. Uno de los contables del Gulag juró ante el MVD que «si los huelguistas salen de la zona, los combatiremos como si se tratara de enemigos». Un trabajador libre contó al MVD un encuentro incidental con los huelguistas: «Me había quedado hasta después de mi turno, para terminar de sacar la veta de carbón. Un grupo de prisioneros se me acercó. Se apoderaron de mi taladro eléctrico, me ordenaron parar, amenazando con castigarme. Me asusté y dejé de trabajar…». Por suerte para él, los prisioneros le alumbraron la cara con una linterna, lo reconocieron como trabajador libre y lo dejaron en paz.[12] Solo, en la oscuridad de la mina, rodeado de huelguistas hostiles y enfurecidos, debió de sentirse muy asustado.

Los jefes de los campos locales también estaban intimidados. Sabiéndolo, los huelguistas de Gorlag y Rechlag exigieron reuniones con los representantes del gobierno soviético y del Partido Comunista de Moscú. Sostenían que los jefes locales no podían decidir nada sin el permiso de Moscú, lo cual era cierto.

Y Moscú intervino. Esto es, en varias ocasiones, representantes de «comisiones de Moscú» se encontraron con los comités de prisioneros en Gorlag y Rechlag, para escuchar y debatir sus demandas. Decir que estas reuniones eran una ruptura con los precedentes difícilmente refleja el grado de su novedad. Nunca antes las reivindicaciones de los prisioneros habían sido abordadas con otros medios que el de la fuerza bruta. En esta nueva era postestalinista, sin embargo, Jruschov parecía deseoso de tratar de ganar de nuevo a los prisioneros con verdaderas concesiones.

No lo consiguió (o mejor, no lo consiguieron sus representantes). A los cuatro días de la huelga de Vorkutá, una comisión de Moscú, encabezada por un oficial de alta graduación, el general I. I. Maslennikov, presentó a los prisioneros una nueva relación de privilegios: jornada de nueve horas, uniformes sin números, permiso para visitas de familiares, para recibir cartas y dinero de casa. No obstante, como se dice en el informe oficial, muchos de los líderes de la huelga recibieron las noticias con «hostilidad» y siguieron en huelga. La misma reacción había seguido a un ofrecimiento similar en Gorlag. Parece que los prisioneros deseaban una amnistía, no solo la mejora de sus condiciones de vida.

Sin embargo, aunque no estábamos en 1938, tampoco estábamos en 1989. Stalin había muerto, pero su legado seguía en pie. El primer paso podía ser la negociación, pero el segundo paso era la fuerza bruta.

En Norilsk, las autoridades primero prometieron que «estudiarían las demandas de los prisioneros». En cambio, como explica el informe del MVD, «la comisión del MVD de la URSS decidió acabar con las huelgas». Los soldados rodearon los campos en huelga. En algunos casos, esta «liquidación» fue relativamente fácil. Al llegar a la primera división del campo, las tropas sorprendieron a los prisioneros. Por los altavoces del campo, el fiscal jefe de Norilsk, Babilov, dijo a los prisioneros que abandonaran la zona, asegurándoles que quienes salieran pacíficamente no serían castigados por participar en el «sabotaje». Según el informe oficial, la mayoría de los prisioneros salió. Al ver que estaban aislados, los cabecillas también salieron. Fuera en la taiga, los soldados y los jefes del campo separaron a los prisioneros en grupos. Había camiones esperando a los sospechosos de instigar la huelga; a los «inocentes» se les permitió volver al campo.

Algunas de las ulteriores «liquidaciones» fueron menos condescendientes. Cuando al día siguiente las autoridades siguieron el mismo procedimiento en otro lagpunkt, los líderes de la huelga primero amenazaron a quienes querían salir y después se encerraron en uno de los barracones, del que fueron sacados a la fuerza. En el lagpunkt n.º 5, hasta 1400 prisioneros, la mayoría ucranianos y bálticos, se negaron a abandonar la zona. Cuando los guardias del campo, ayudados por cuarenta soldados, intentaron acordonar los barracones y proteger el suministro de alimentos del campo, unos 500 prisioneros se lanzaron al ataque. Lanzando insultos, dando vivas, arrojando piedras, golpearon a los soldados con porras y picos, tratando de arrebatarles las armas de las manos. El informe oficial describe lo que pasó después: «En el momento decisivo del ataque contra los guardas, los soldados abrieron fuego contra los prisioneros».[13]

De un lagpunkt a otro, los soldados y la policía obligaron a los prisioneros a dejar los campos. Para que los prisioneros salieran de manera pacífica, la comisión de Moscú prometió enfáticamente a todos los prisioneros que sus casos serían revisados, y que los jefes de la huelga no serían ejecutados. El ardid funcionó, gracias a la actitud «paternal» del general Maslennikov («le creímos», explicaba después uno de los participantes).[14]

Sin embargo, en el lagpunkt cercano a la mina n.º 29, los prisioneros no le creyeron, y cuando Maslennikov les dijo que volvieran a trabajar, se negaron. Llegaron los soldados. Llevaban una bomba de incendios, con la intención de utilizar mangueras de agua para dispersar a la multitud:

Pero antes de que desenrollaran la manguera y la apuntaran contra nosotros, Ripetsky hizo señas para que los prisioneros avanzaran y así lo hicieron en bloque, empujando el vehículo fuera de la entrada como si hubiera sido un juguete… Hubo una salva de disparos de los guardias, directamente contra la masa de prisioneros. Pero cogidos del brazo no nos movimos, y al principio nadie cayó, aunque muchos estaban muertos o heridos. Solo Ihnatowicz, un poco adelantado, estaba solo de pie. Pareció quedarse asombrado por un momento, después volvió el rostro hacia nosotros y movió los labios, pero no salió ninguna palabra. Extendió un brazo y cayó.

Cuando cayó, hubo una segunda salva, una tercera y una cuarta. Después abrieron fuego con las ametralladoras.

La estimación de los muertos en la mina n.º 29 varía mucho. Los documentos oficiales hablan de 42 muertos y 135 heridos. Los testigos hablan de «cientos» de bajas.[15]

A medida que los prisioneros se hicieron más audaces, prácticamente todos los campos se vieron afectados. En noviembre de 1955, por ejemplo, 530 prisioneros se negaron a trabajar en Viatlag. Exigieron una mejor paga, y el fin de las «irregularidades» en la distribución de ropa y en las condiciones de vida. Los mandos del campo aceptaron sus demandas, pero al día siguiente los prisioneros volvieron a la huelga. Esta vez exigían ser incluidos en la amnistía de Beria. La huelga terminó cuando los organizadores fueron arrestados y apresados.[16] En marzo de 1954, un grupo de «bandidos» tomó un lagpunkt de Kargopollag, amenazando con una revuelta a menos que se les diera mejor alimento y vodka.[17] En julio de 1954, 900 prisioneros de Minlag organizaron una huelga de hambre de una semana, en protesta por la muerte de un prisionero que pereció quemado al incendiarse el pabellón de castigo. Los prisioneros distribuyeron hojas volantes por el campo y el pueblo vecino, explicando las razones de su huelga. Solo se suspendió cuando llegó una comisión de Moscú y satisfizo sus demandas de un mejor tratamiento.[18]

Como las autoridades sabían, se estaban organizando nuevos disturbios. El levantamiento más amenazador no había ocurrido todavía.

Como sus dos predecesores, el levantamiento que Solzhenitsin bautizó como «los cuarenta días de Kengir» no se produjo de modo repentino ni inesperado.[19] Se fue gestando lentamente en la primavera de 1954, debido a una serie de incidentes en el campo de destino especial de Steplag, que estaba ubicado cerca de la aldea de Kengir, en Kazajstán.

Como sus homólogos, en Rechlag y Gorlag, tras la muerte de Stalin, los mandos de Steplag se vieron incapaces de lidiar con los prisioneros. En la huelga, los jefes de Steplag enviaban periódicamente informes a Moscú describiendo las organizaciones clandestinas del campo, los incidentes de agitación, y la «crisis» que sufría el sistema de delatores, ahora casi por completo inservible. Moscú replicaba ordenando al campo que aislara a los ucranianos y bálticos de los demás prisioneros. Pero los mandos o no querían o no podían hacerlo. En ese momento, casi la mitad de los 20 000 prisioneros del campo eran ucranianos y una cuarta parte eran bálticos y polacos; quizá no existían instalaciones para separarlos. Por consiguiente, los prisioneros seguían desobedeciendo las normas, y organizando huelgas y protestas intermitentes.[20]

Incapaces de doblegar a los prisioneros con amenazas de castigo, los guardias recurrieron a la violencia. Algunos (incluido Solzhenitsin) creen que estos incidentes eran provocaciones, dirigidas a encender la revuelta que siguió. Sea o no verdad, y no hay hasta ahora documentos que prueben una u otra cosa, los guardias del campo abrieron fuego contra los prisioneros díscolos durante el invierno de 1953 y la primavera de 1954, matando a varios.

Entonces, quizá en un intento desesperado por reafirmar su control, los mandos del campo enviaron a un grupo de delincuentes al campo, y les dieron instrucciones expresas de provocar peleas con los presos políticos en el lagpunkt n.º 3, el más rebelde de los lagpunkts de Steplag. El plan fracasó. En vez de pelearse, los dos grupos se pusieron de acuerdo para cooperar.

Como en los demás campos, los prisioneros de Steplag estaban organizados de acuerdo con su nacionalidad. Sin embargo, los ucranianos de Steplag parecen haber dado a su organización un carácter más conspirativo. En vez de elegir abiertamente a sus jefes, los ucranianos formaron un «Centro» conspirador, un grupo secreto cuyos miembros permanecían en el anonimato, y que probablemente contaba con representantes de todas las nacionalidades del campo. Para el momento en que llegaron los ladrones al campo, el Centro había ya comenzado a producir armas (cuchillos, porras y uñetas) en los talleres del campo, y estaba en contacto con los prisioneros de los lagpunkts colindantes, el n.º 1 (una zona para mujeres) y el n.º 2. Quizá los presos políticos impresionaron a los ladrones con su trabajo, o quizá los amedrentaron. En cualquier caso, en una reunión celebrada a medianoche acordaron que los representantes de ambos grupos se darían un apretón de manos sellando la alianza.

El 16 de mayo, esta cooperación dio su primer fruto. Esa tarde un numeroso grupo de prisioneros comenzó a destruir el muro de piedra que separaba su campo de los dos campos adyacentes y del patio de servicio, donde estaban los talleres y los almacenes del campo.

La destrucción del muro prosiguió durante la noche. En respuesta, los guardias del campo dispararon, matando a trece prisioneros e hiriendo a cuarenta y tres, y golpearon a otros, incluidas las prisioneras. Al día siguiente, indignados por las muertes, los prisioneros del lagpunkt n.º 3 organizaron una protesta masiva, y escribieron consignas antisoviéticas en las paredes del comedor. Esa noche, bandas de prisioneros irrumpieron en el pabellón de castigo —destruyéndolo con sus manos— y liberaron a 252 prisioneros que estaban encerrados allí. Se hicieron con el control total de los almacenes, la cocina y la panadería, y de los talleres del campo, donde inmediatamente se pusieron a producir cuchillos y porras. La mañana del 19 de mayo, la mayoría de los presos estaban en huelga.

Ni Moscú ni los jefes de campo locales parecían saber qué hacer ahora. El jefe del campo informó de inmediato a Kruglov, el jefe del MVD, de lo que ocurría. Llegó una comisión de Moscú. Se iniciaron las negociaciones, y la comisión, jugando con el tiempo, prometió a los prisioneros que se investigarían los disparos ilegales, que no habría muros entre los campos e incluso que se aceleraría el proceso de revisión de los casos de los prisioneros.

Los prisioneros lo creyeron. El 23 de mayo volvieron al trabajo. Pero cuando el turno diurno volvía a los barracones, comprobaron que al menos una de las promesas había sido rota: los muros entre los lagpunkts se habían vuelto a levantar. El 25 de mayo, el jefe de Kengir, V. M. Bochkov, estaba otra vez telegrafiando frenéticamente pidiendo autorización para imponer un régimen estricto a los prisioneros: sin cartas, ni reuniones, ni giros, ni revisión de los casos. Además, sacó cerca de 420 prisioneros delincuentes del campo, y los envió a otro lagpunkt, donde fueron a la huelga.

El resultado: en cuarenta y ocho horas, los prisioneros habían expelido a todos los mandos del campo de la zona, amenazándolos con las armas recién fabricadas. Aunque los mandos disponían de pistolas, estaban en inferioridad numérica. Más de 5000 prisioneros vivían en las tres divisiones del campo, y la mayoría de ellos se había unido al alzamiento.

Primero, los mandos del campo parecen haber esperado que la huelga se desintegrara por sí misma. Tarde o temprano, calculaban, los ladrones y los presos políticos se enfrentarían. Los prisioneros se sumirían en la anarquía y el libertinaje, violarían a las mujeres, robarían la comida. Pero aunque la conducta de los prisioneros durante la huelga no debe ser idealizada, lo cierto es que casi ocurrió lo opuesto: el campo comenzó a funcionar con un sorprendente grado de armonía.

Muy rápidamente, los prisioneros escogieron un comité de huelga, encargado de la tarea de la negociación, así como de la vida diaria en el campo. La relación de este comité con la «verdadera» dirección de la revuelta no está clara, como probablemente lo era en ese momento. Aunque no la habían planeado paso a paso, el «Centro» dirigido por los ucranianos era claramente la fuerza impulsora de la huelga, y desempeñó un papel decisivo en la elección «democrática» del comité de huelga. Los ucranianos parecen haber insistido en un comité multinacional: no deseaban que la huelga pareciera antirrusa o antisoviética, y querían que tuviera un jefe ruso.

Ese ruso fue el coronel Kapiton Kuznetsov. Al parecer los ucranianos lo eligieron con la esperanza de que daría un rostro «soviético» al levantamiento, privando a las autoridades de una excusa para reducir a los prisioneros. En efecto, él desempeñó este papel, quizá hasta llegar al límite. Inducidos por Kuznetsov, los huelguistas colgaron banderolas en torno al campo que decían: «¡Viva la Constitución soviética!», «¡Viva el régimen soviético!». Se dirigió a los prisioneros diciendo que debían dejar de escribir octavillas, que la agitación «contrarrevolucionaria» solo perjudicaría su causa.

Y aunque los ucranianos habían ayudado a elegirlo, Kuznetsov realmente no correspondió a su lealtad. En la confesión larga y detallada que escribió después de que la huelga hubiera tenido su inevitable final sangriento, Kuznetsov aseguraba que siempre había considerado al «Centro» ilegítimo, y que había luchado contra sus edictos secretos durante la huelga.

Kuznetsov también afirmaría que al menos tres de los miembros del comité —«Gleb» Sluchenkov, Gersh Keller y Yuri Knopmus— eran en realidad representantes del «Centro» secreto. Después también los mandos del campo señalaron a uno de ellos, Gersh Keller, como un representante de la secreta conspiración ucraniana y, en efecto, su biografía parece respaldar esta descripción. Keller se hizo cargo de la división «militar» de la huelga, organizando a los prisioneros para resistir en caso de que los guardas atacaran el campo. Fue él quien comenzó la producción masiva de armas (cuchillos, uñetas, porras) en los talleres del campo y el que había montado un «laboratorio» para improvisar granadas, cócteles molotov, y otras armas «calientes». Keller también supervisó la construcción de barricadas, y ordenó que cada barracón tuviera un barril de vidrio molido en la puerta para lanzarlo a los ojos de los soldados, en el caso de que llegaran.

Si Keller representaba a los ucranianos, Gleb Sluchenkov estaba vinculado más bien a los delincuentes del campo. Kuznetsov mismo lo señala como «representante del hampa», y las fuentes nacionalistas ucranianas también dicen que Sluchenkov era el jefe de los ladrones. Durante la revuelta, Sluchenkov dirigió la operación de «contraespionaje» del comité. Tenía su «policía» que patrullaba el campo, mantenía la paz, y encerraba a los potenciales chaqueteros y delatores. Sluchenkov organizó todo el campo en divisiones, y puso un «comandante» a cargo de cada uno. Después, Kuznetsov se quejaría de que los nombres de estos comandantes eran mantenidos en secreto, y que solo los conocían Sluchenkov y Keller.

Kuznetsov era menos virulento con respecto a Knopmus, un ciudadano de San Petersburgo de origen alemán, que estaba a cargo de la división de «propaganda». Pero, en retrospectiva, las actividades de Knopmus fueron las más revolucionarias y antisoviéticas de todas. La «propaganda» de Knopmus comprendía la producción de octavillas —distribuidas a la población local fuera del campo—, la publicación de un periódico mural del campo para los prisioneros en huelga, y lo más extraordinario, la construcción de una emisora de radio provisional.

En unos días, el campo tenía nuevos locutores y programas regulares de noticias, ideados para los prisioneros, así como para la población local fuera del campo, incluidos los guardias y los soldados. Los taquígrafos del campo escribieron el texto de uno de los discursos de radio, realizado al mes del alzamiento, cuando los alimentos comenzaban a escasear. Dirigido a los soldados que estaban en guardia fuera del campo, el texto taquigrafiado llegó a los archivos del MVD:

¡Camaradas soldados! No os tememos y os pedimos que no vengáis a nuestra zona. No nos disparéis, no os dobleguéis al antojo de los secuaces de Beria. No os tememos, y no tememos a la muerte. Moriremos de hambre en este campo antes que ceder ante la banda de Beria. No ensuciéis vuestras manos con la misma sangre que vuestros oficiales tienen en las suyas…[21]

Kuznetsov, entretanto, organizó la distribución de la comida, que era preparada y cocinada por las mujeres del campo. Cada prisionero recibía la misma ración (no había porciones extras para los pridurki), la cual poco a poco se redujo, a medida que pasaban las semanas y las reservas disminuían. Cuadrillas de voluntarios limpiaban los barracones, lavaban la ropa y hacían guardia. Un recluso recuerda que el «orden y la limpieza» reinaban en el comedor, que con frecuencia había estado sucio y desordenado en el pasado. Los baños del campo funcionaban como siempre, al igual que el hospital, aunque los mandos del campo se negaron a entregar las medicinas y los suministros necesarios.

Los prisioneros también organizaban sus propias «diversiones». Según unas memorias, un aristócrata polaco llamado conde Bobrinski abrió un «café» en el campo, donde se servía «café»: «Ponía algo en el agua, lo hervía, y los prisioneros en medio de un día caluroso tomaban esta bebida con satisfacción, riendo». El conde se sentaba en un rincón del café, tocaba su guitarra y cantaba viejas canciones románticas.[22] Una de las sectas religiosas, cuyos adeptos de ambos sexos se habían reunido tras la destrucción del muro, afirmaba que su profeta había vaticinado que todos serían guiados al cielo. Durante varios días estuvieron sentados en sus colchones en la plaza principal, en el centro de la zona, esperando que se cumpliera la predicción. Lamentablemente, la predicción no se cumplió.

Apareció también un gran número de recién casados, unidos por los muchos sacerdotes prisioneros que habían sido arrestados junto con sus feligreses bálticos o ucranianos. Entre ellos había algunos que se habían casado mientras estaban separados a ambos lados del muro, y que ahora se encontraban frente a frente por primera vez. Pero aunque los hombres y las mujeres convivían libremente, todas las narraciones sobre la huelga coinciden en que las mujeres no fueron molestadas ni, por supuesto, atacadas ni violadas como ocurría tantas veces en los campos ordinarios.

Se escribieron canciones. Alguien compuso un himno ucraniano que a veces los 13 500 prisioneros cantaban al unísono. El estribillo era más o menos así:

No seremos, no seremos esclavos.

Ya no llevaremos el yugo…

«Fue una época maravillosa —recordaba Irena Arguinskaya, cuarenta y cinco años después—. No había sentido antes, ni he sentido después, un sentimiento de libertad como el que tuve entonces». Otros sentían más aprensión. Liubov Bershadskaya recuerda que «hacíamos todo sin ninguna conciencia: ninguno de nosotros sabía o pensaba en lo que nos aguardaba».

Las negociaciones con las autoridades continuaron. El 27 de mayo, la comisión delegada por el MVD para negociar con los huelguistas tuvo su primera reunión con ellos. Entre los que Solzhenitsin llama «personajes de doradas charreteras» de la comisión estaba Serguéi Yegorov, el director adjunto del MVD; Iván Dolgij, entonces director del sistema del Gulag, y Vavilov, el fiscal suplente del Estado responsable de supervisar el Gulag. Fueron recibidos por una multitud de 2000 prisioneros dirigidos por Kuznetsov, que les presentó un pliego de reivindicaciones.

En el momento en que la huelga estaba en pleno auge, estas demandas comprendían tanto la depuración de responsabilidades para los guardias que habían disparado a los prisioneros (que habían exigido desde el comienzo), como las peticiones de carácter político. Entre estas figuraban la reducción de todas las condenas a veinticinco años; la revisión de todos los casos de los presos políticos; la liquidación de los pabellones y barracones de castigo; más libertad de los prisioneros para comunicarse con sus familiares; la anulación del requisito de destierro forzado para los prisioneros liberados; condiciones de vida más llevaderas para las prisioneras, y la reunificación permanente de los campos de hombres y mujeres.

Sabiendo que muchos prisioneros habían muerto, y en espera de dar un fin rápido y pacífico al episodio, casi de inmediato Dolgij comenzó a conceder algunas de las demandas menores de los prisioneros, aceptó que se eliminaran los barrotes de las ventanas de los barracones, que se estableciera una jornada de ocho horas, incluso que se trasladara a los guardias de campo particularmente detestados fuera de Kengir. Bajo las órdenes directas de Moscú, Dolgij primero se abstuvo de utilizar la fuerza, aunque trató de quebrar la resistencia de los prisioneros, instándolos a dejar el campo, y prohibiendo cualquier nuevo envío de comida o medicina.

No obstante, a medida que pasaba el tiempo, Moscú iba perdiendo la paciencia. En un telegrama enviado el 15 de junio, Kruglov arremetió contra su delegado, Yegorov, por llenar sus informes con estadísticas sin sentido (tales como cuántas palomas habían salido de los campos llevando octavillas), y le informó que un destacamento de tropas, acompañado de tanques T-34, iba en camino.

Los últimos diez días de la huelga fueron en verdad muy tensos. La comisión del MVD hizo una severa advertencia mediante los altavoces del campo. En respuesta, los prisioneros emitieron mensajes desde su emisora de radio, diciendo al mundo que los estaban dejando morir de hambre.

Poco antes del amanecer, a las 3.30 del 26 de junio, el MVD actuó. La noche anterior, Kruglov había enviado un telegrama a Yegorov, aconsejándole utilizar todos «los recursos posibles», y este obedeció: no menos de 1700 soldados, noventa y ocho perros y cinco tanques rodearon el campo. Primero, los soldados lanzaron bengalas sobre los barracones y dispararon al aire. Por los altavoces del campo comenzaron a oírse exhortaciones: «Los soldados están entrando al campo. Se pide a los prisioneros que deseen cooperar que dejen el campo pacíficamente. Se disparará contra los que opongan resistencia…».

Mientras los desorientados prisioneros se agrupaban, los tanques franquearon los portones, seguidos por los soldados armados y pertrechados para la batalla. Los conductores de tanque no tuvieron reparos en atropellar a los prisioneros que avanzaban a su encuentro. «Me quedé en medio —recordaba Liubov Bershadskaya—, y a mi alrededor los tanques aplastaban a las personas vivas». Fueron directamente contra un grupo de mujeres que cogidas del brazo bloqueaban su avance, sin creer que los tanques se atreverían a matarlas. Destruyeron barracones con personas durmiendo en su interior. Las granadas improvisadas, las piedras, las uñetas y otros objetos de metal que los prisioneros les lanzaban no les hacían mella. Con asombrosa rapidez (una hora y media según el informe escrito), los soldados pacificaron el campo, sacaron a los prisioneros que habían aceptado marcharse y esposaron a los demás.

Según los documentos oficiales, 37 prisioneros murieron en el acto; nueve murieron después a causa de las heridas. Otros 106 fueron heridos, junto con cuarenta soldados. Estas cifras son mucho más bajas que las registradas por los prisioneros. Bershadskaya, que ayudó al médico del campo, Julian Fuster, a cuidar a los heridos, habla de quinientos muertos:

Fuster me dijo que me pusiera el gorro y la mascarilla de cirujano (que guardo hasta el día de hoy) y me pidió que estuviera cerca de la mesa de operaciones y anotara el nombre de los que todavía podían pronunciarlo. Por desgracia, casi nadie podía. La mayoría de los heridos murieron allí en la mesa, y, mirándonos con ojos de despedida, decían «Escriba a mi madre … a mi esposo, a mis hijos…», y así sucesivamente.

Cuando el aire se volvió demasiado caliente y viciado, me quité el gorro y me miré en el espejo. Tenía la cabeza completamente blanca. Primero pensé que debía haber habido polvo dentro del campo por alguna razón. No me di cuenta de que mientras estaba en medio de esa increíble carnicería, observando lo que ocurría, todo mi cabello había encanecido en quince minutos.[23]

Después de la batalla, todos los supervivientes que no estaban en el hospital fueron llevados fuera del campo, y dejados en la taiga. A punta de ametralladora, los soldados los hicieron tumbarse boca abajo, con los brazos abiertos en cruz durante muchas horas. Trabajando a partir de las fotografías que habían tomado en las reuniones públicas y de los informes de los pocos delatores que tenían, los mandos del campo hicieron una criba entre los prisioneros y arrestaron a 436 personas, incluidos todos los miembros del comité de huelga. Seis fueron ejecutados, entre ellos Keller, Sluchenkov y Knopmus. Kuznetsov, que presentó a las autoridades una confesión escrita larga y elaborada a las cuarenta y ocho horas de ser arrestado, fue condenado a muerte y después perdonado. Fue trasladado a Karlag y liberado en 1960. Otros mil prisioneros, 500 hombres y 500 mujeres, fueron acusados de apoyar la rebelión y fueron enviados a otros campos, a Ozerlag y Kolimá. Parece que fueron puestos en libertad al terminar la década.

Durante el levantamiento, las autoridades parecen no haber tenido idea de que hubiera otra fuerza organizadora en el campo fuera del comité de huelga. Después comenzaron a unir las piezas de la historia, probablemente gracias al elaborado relato de Kuznetsov. Identificaron a cinco representantes del centro: el lituano Kondratas, los ucranianos Keller, Sunichuk y Vajaev, y el ladrón llamado por su apodo «Mostacho». Incluso hicieron un croquis mostrando el orden de mandos que iba del «Centro» al comité de huelga y de ahí a los departamentos de propaganda, defensa y contraespionaje. Supieron de las brigadas organizadas para defender cada barracón, de la emisora de radio y del generador provisional.

Pero nunca identificaron a todos los miembros del Centro, los verdaderos organizadores del levantamiento. Según un relato, muchos de los «verdaderos activistas» permanecieron en el campo, cumpliendo calladamente sus sentencias, esperando la amnistía. Sus nombres son desconocidos, y probablemente lo seguirán siendo.

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