Gulag

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Apéndice

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Apéndice

¿Cuántos?

Aunque en la Unión Soviética había miles de campos de concentración y millones de personas habían pasado por ellos, durante muchas décadas el total de víctimas se mantuvo oculto para todos excepto para un puñado de burócratas. Por consiguiente, su estimación era una cuestión azarosa mientras la URSS existió, y sigue siendo un tema de educada especulación hoy en día.

Durante la época de mera especulación, el debate occidental sobre la estadística de la represión —al igual que el debate sobre la historia soviética— estuvo teñido, desde los años cincuenta en adelante, por la política de la guerra fría. Sin archivos, los historiadores se basaban en las memorias de los prisioneros, las declaraciones de los desertores, las cifras de los censos oficiales, las estadísticas económicas o incluso en detalles menores que de alguna manera eran conocidos en el exterior, tales como el número de periódicos distribuido a los prisioneros en 1931.[1] Aquellos más inclinados a condenar a la Unión Soviética preferían las cifras más elevadas de víctimas. Los descontentos con el papel de Estados Unidos o de Occidente en la guerra fría escogían las cifras más bajas. Las cifras variaban ampliamente. En The Great Terror, una novedosa síntesis de las purgas publicada en 1968, el historiador Robert Conquest estimaba que el NKVD había arrestado a 7 000 000 de personas en 1937-1938.[2] En su estudio «revisionista» publicado en 1985, Origins of the Purges, el historiador J. Arch Getty hablaba meramente de «miles» de arrestos para aquellos mismos años.[3]

Resultó que la apertura de los archivos soviéticos no dio una satisfacción completa a ninguna escuela. Las primeras series de cifras publicadas para los prisioneros del Gulag parecían situarse en el promedio de las estimaciones altas y bajas. Según documentos del NKVD publicados, el número de prisioneros en los campos y colonias del Gulag de 1930 a 1953, registrados el 1 de enero de cada año fueron las siguientes:

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Estas cifras reflejan algunas cosas que sabemos que eran exactas por otras muchas fuentes. El número de reclusos comenzó a aumentar a finales de los años treinta, cuando arreció la represión. Bajó ligeramente durante la guerra, reflejando el gran número de amnistías. Se elevó en 1948, cuando Stalin cerró el cepo otra vez. Ante todo, la mayoría de los investigadores que han trabajado en los archivos coinciden en que las cifras se basan en auténticas compilaciones de datos proporcionados al NKVD por los campos. Son congruentes con los datos procedentes de otras secciones administrativas del gobierno soviético, por ejemplo con los datos utilizados por el Comisariado de Finanzas del Pueblo.[5] Sin embargo, no reflejan necesariamente toda la verdad.

En primer lugar, las cifras para cada año son engañosas, ya que disfrazan la notable rotación que existía en el sistema de campos. En 1943, por ejemplo, se registra que 2 421 000 prisioneros pasaron por el sistema del Gulag, aunque los totales al comienzo y al fin de año muestran un descenso de 1 500 000 a 1 200 000. Esa cifra comprende transferencias dentro del sistema, pero aún indica un enorme nivel de movimiento de prisioneros no reflejado en las cifras totales.[6] De igual modo, casi un millón de prisioneros dejaron los campos durante la guerra para incorporarse al Ejército Rojo, un hecho que apenas se refleja en las estadísticas generales, ya que muchos prisioneros ingresaron en los campos durante los años de la guerra. Otro ejemplo: en 1947, 1 490 959 ingresaron en los campos, y salieron 1 012 967, un enorme movimiento que no aparece en el cuadro.[7]

Los prisioneros salieron porque murieron, escaparon, cumplieron su sentencia, fueron enviados al Ejército Rojo o promovidos a un cargo administrativo. Como he dicho, hubo amnistías frecuentes para los ancianos, los enfermos y las mujeres embarazadas, invariablemente seguidas por nuevas oleadas de detenciones. Este movimiento masivo constante de prisioneros significaba que el número era en realidad bastante más alto de lo que parecía al comienzo: hacia 1940, 8 000 000 de prisioneros habían pasado ya por los campos.[8] Utilizando las estadísticas de ingresos y egresos disponibles, y reconciliando una variedad de fuentes, el único cálculo completo que he visto estima que 18 000 000 de ciudadanos soviéticos pasaron por los campos y colonias entre 1929 y 1953. Esta cifra coincide con otras cifras proporcionadas por los altos cargos de seguridad rusos durante los años noventa. Según cierta fuente, el propio Jruschov hablaba de que «17 000 000» pasaron por los campos de trabajo entre 1937 y 1953.[9]

Sin embargo, en un sentido más profundo, esta cifra también es equívoca. Tal como ahora saben los lectores, no todas las personas condenadas a trabajos forzados en la Unión Soviética cumplieron realmente su condena en un campo de concentración bajo la dirección del Gulag. Las cifras arriba citadas excluyen a muchos cientos de miles de personas que fueron sentenciadas a «trabajos forzados sin encarcelamiento» por infracciones en el centro de trabajo. Lo más importante es que hubo al menos tres otras categorías significativas de trabajadores forzados: prisioneros de guerra, habitantes de los campos de control y filtrado de la posguerra, y sobre todo los «desterrados especiales», que incluían a los kulaks deportados durante la colectivización, los polacos, bálticos y otros deportados a partir de 1939 y los caucasianos, tártaros, alemanes del Volga y otros deportados durante la guerra.

Los dos grupos primeros son relativamente fáciles de calcular: a partir de varias fuentes fiables, sabemos que el número de prisioneros de guerra excedió los cuatro millones.[10] También sabemos que entre el 27 de diciembre de 1941 y el 1 de octubre de 1944, el NKVD investigó a 421 199 detenidos en campos de control y filtrado, y que el 10 de mayo de 1945, más de 160 000 detenidos vivían todavía allí, realizando trabajos forzados. En enero de 1946, el NKVD abolió los campos y repatrió 228 000 más a la URSS para efectuar una nueva investigación de sus casos.[11] Un total de unos 700 000 parece por tanto un cálculo justo.

Los desterrados de destino especial son más difíciles de calcular, aunque solo sea porque había muchos grupos de desterrados, enviados a muchas zonas diferentes, por muy distintas razones y en momentos muy diversos. En los años veinte, muchos de los primeros opositores a los bolcheviques (mencheviques, eseristas y otros) fueron deportados por decreto administrativo, lo que significaba que no eran técnicamente parte del Gulag, aunque realmente se los estaba castigando. A comienzos de los años treinta, 2 100 000 kulaks fueron deportados, aunque un número desconocido, con seguridad cientos de miles, no fueron enviados a Kazajstán o Siberia, sino a otras zonas de sus provincias nativas o a las tierras deficientes al lado de las granjas colectivas: como muchos parecen haber escapado, es difícil saber si se incluyen o no. Mucho más clara es la situación de los grupos nacionales deportados durante y después de la guerra a las aldeas de «desterrados especiales». Igualmente clara, aunque mucho más fácil de olvidar, es la situación de grupos como los 17 000 «antiguos pobladores» expulsados de Leningrado después del asesinato de Kírov. Están también los alemanes soviéticos que no fueron deportados físicamente, pero cuyas aldeas en Siberia y Asia central se convirtieron en «asentamientos especiales» (como si el Gulag hubiera venido a ellos), así como los hijos de los deportados, que seguramente se cuentan como tales.

En suma, aquellos que han tratado de sumar las muchas estadísticas que se han publicado sobre cada uno de estos grupos han presentado cifras ligeramente distintas. En Ne po svoei vole, publicada por la Sociedad Memoria en 2001, el historiador Pavel Polian ha sumado las cifras de desterrados especiales y llegado a la cifra de 6 015 000.[12] En un resumen de publicaciones archivísticas, Otto Pohl, por otra parte, contabiliza más de 7 000 000 de desterrados especiales entre 1930 y 1948.[13] Proporciona las siguientes cifras de personas que en la posguerra vivían en «asentamientos especiales»:

[14]

No obstante, siguiendo el principio de que la estimación inferior satisfará al más exigente, he decidido escoger la cifra de Polian: 6 000 000 de desterrados. Sumando todas las cifras, el número total asciende a 28 700 000 trabajadores forzados en la URSS.

Me doy cuenta, por supuesto, de que esta cifra no satisfará a todos. Algunos objetarán que no todos los arrestados o deportados cuentan como «víctimas», ya que algunos eran delincuentes e incluso criminales de guerra. Sin embargo, aunque es cierto que millones de estos prisioneros tenían condenas penales, no creo que la mayoría fueran ni remotamente verdaderos «delincuentes» en sentido normal de la palabra. No era una delincuente una mujer que hubiera recogido unos cuantos granos de un campo ya cosechado, ni un hombre que hubiera llegado tarde tres veces al trabajo, como fue el caso del padre del general ruso Aleksandr Lebed, sentenciado a los campos precisamente por esto. Un prisionero de guerra que había sido confinado en un campo de trabajos forzados muchos años después del final de la guerra, no era un prisionero. De todos modos, el número de delincuentes profesionales genuinos en cualquier campo era mínimo, por lo cual prefiero dejar las cifras como están.

Sin embargo, otros no estarán satisfechos con esta cifra por diversas razones. En efecto, en el curso de la redacción de este libro, se me ha preguntado muchas veces: de estos 28 700 000 prisioneros, ¿cuántos murieron?

Esta respuesta también es complicada. Hasta la fecha no han aparecido estadísticas satisfactorias de la mortalidad en el sistema del Gulag ni entre los desterrados.[15] En los años venideros, algunas cifras más confiables pueden aparecer: al menos un antiguo funcionario del MVD ha asumido personalmente la tarea de rastrear metódicamente los archivos, campo por campo y año tras año, tratando de compilar cifras auténticas. Por motivos quizá algo distintos, la Sociedad Memoria, que ha publicado la primera guía fiable del número de campos, ha asumido la tarea de calcular la cifra de víctimas de la represión.

Hasta que aparezcan estas compilaciones, sin embargo, tenemos que basarnos en lo que tenemos: un recuento anual de la tasa de mortalidad del Gulag, basado en los archivos del Departamento de Registro de Prisioneros. Este recuento parece excluir las muertes en la prisión y durante el transporte. Ha sido recopilada a partir de los informes generales del NKVD, no de los documentos de los campos individuales. No incluye para nada a los desterrados especiales. Sin embargo, con reluctancia, la presento aquí:

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Como las estadísticas oficiales de prisioneros, el cuadro muestra algunas pautas que pueden conciliarse con otros datos. El súbito pico de 1933, por ejemplo, representa de hecho el impacto de la hambruna que mató de 6 000 000 a 7 000 000 de ciudadanos soviéticos «libres». El aumento más ligero de 1938 refleja las ejecuciones masivas que tuvieron lugar en algunos campos ese año. La importante alza de la tasa de mortalidad durante la guerra (casi una cuarta parte de los prisioneros en 1942), también coincide con las memorias y recuerdos de personas que vivieron en los campos ese año, y refleja la escasez de alimento en toda la URSS.

Pero aunque estas cifras sean ajustadas, la pregunta «¿cuántos murieron?» todavía resulta difícil de responder. En realidad, ninguna cifra de mortalidad recopilada por las autoridades del Gulag puede ser considerada del todo fiable. La política de la inspección de campos y las amonestaciones, entre otras cosas, hacían que los jefes de campo tuvieran interés en falsificar el número de sus prisioneros que habían muerto: en muchos campos, se ponía en libertad a los prisioneros que estaban al borde de la muerte, con lo cual se rebajaba la estadística de mortalidad del campo.[17] Aunque los deportados se trasladaban con más frecuencia y no eran liberados cuando estaban a punto de morir, la naturaleza del sistema de destierro (los prisioneros vivían en aldeas remotas, lejos de las autoridades regionales) evidencia que las estadísticas de mortalidad para los desterrados tampoco serán nunca del todo fiables.

Sin embargo, lo más importante es que la pregunta tiene que ser planteada con más cuidado: «¿Cuántos murieron?», es en realidad una pregunta imprecisa en el caso de la Unión Soviética, y quienes la plantean deben primero considerar qué quieren saber en realidad. Por ejemplo, si desean saber simplemente cuántos murieron en los campos del Gulag y en las aldeas de desterrados en la época estalinista, de 1929 a 1955, disponemos de una cifra proveniente de las fuentes de archivo, aunque incluso el historiador que la recogió señala que es incompleta, pues no comprende todas las categorías de prisioneros en cada año. Otra vez la cito con reluctancia: 2 749 163.[18]

Aunque fuera exacta, sin embargo, esta cifra no reflejaría el total de las víctimas del sistema judicial estalinista. Como he dicho en la introducción de este libro, la seguridad del Estado soviética no utilizó sus campos para exterminar personas. Cuando deseaban matarlas, realizaban ejecuciones masivas en los bosques: también son víctimas de la justicia soviética, y hubo muchas de ellas. Basándose en los archivos, varios investigadores citan una cifra de 786 098 ejecuciones políticas entre 1934 y 1953.[19] La mayoría de los historiadores consideran esta cifra más o menos verosímil, pero la precipitación y el caos que acompañaron las ejecuciones en masa pueden también significar que nunca lo sepamos. Incluso esta cifra que, en mi opinión, es realmente demasiado precisa para ser fiable, todavía no incluye a los que murieron en los trenes rumbo a los campos, a los que murieron durante la instrucción, a aquellos cuyas ejecuciones no fueron técnicamente «políticas», pero que fueron realizadas con fundamentos ilegítimos; tampoco a los 20 000 oficiales polacos que murieron en la masacre de Katín, y, sobre todo, a los que murieron a los pocos días de ser puestos en libertad. Si este es el número que realmente queremos, entonces será más alto (probablemente mucho más alto), aunque las estimaciones variaran otra vez de manera considerable.

Pero estas cifras, a mi juicio, no siempre proporcionan la respuesta a lo que la gente quiere saber realmente. La mayor parte del tiempo, cuando se me pregunta: «¿cuántos murieron?» lo que se quiere saber realmente es: ¿cuántas personas murieron innecesariamente como resultado de la revolución bolchevique? Esto es, cuántos murieron durante el «terror rojo» y la guerra civil, las hambrunas que siguieron a la brutal política de la colectivización, las deportaciones y las ejecuciones en masa, los campos de los años veinte, los de los años sesenta y ochenta, en los campos y asesinatos masivos bajo el reinado de Stalin. En ese caso, las cifras no solo son mayores, son en realidad una mera conjetura. Los autores franceses de The Black Book of Communism citan una cifra de 20 000 000 de muertos. Otros citan cifras en torno a 10 000 000 o 12 000 000.[20]

Un número redondo de víctimas sería muy satisfactorio, ya que nos permitiría comparar de forma directa a Stalin con Hitler o con Mao. Pero aunque pudiéramos encontrarla, no estoy segura de que expresara toda la historia del sufrimiento. Ninguna cifra oficial puede reflejar, por ejemplo, la mortalidad de las esposas e hijos ni de los padres ancianos que se quedaron, ya que sus muertes no fueron registradas de modo separado. Durante la guerra, los ancianos morían de hambre sin libreta de racionamiento: si sus hijos condenados no hubieran estado extrayendo carbón en Vorkutá, podrían haber vivido. Los niños pequeños sucumbían fácilmente con las epidemias de tifus y paperas en los orfanatos fríos y mal equipados: si sus madres no hubieran estado cosiendo uniformes en Kengir, podrían haber continuado con vida.

Al final, las estadísticas nunca reflejan enteramente lo ocurrido. Tampoco los documentos de archivo sobre los que se basa buena parte de este libro. Todos los que han escrito con mayor elocuencia sobre el tema del Gulag saben que esto es cierto; así pues, me gustaría que uno de ellos dijera la última palabra sobre el tema de las «estadísticas», los «archivos» y los «documentos».

En 1990, al escritor Lev Razgon se le permitió ver su expediente en el archivo, una escueta colección de documentos relatando su arresto y el arresto de su primera esposa, Oksana, así como de varios miembros de su familia. Lo leyó y después escribió un ensayo sobre su contenido. Reflexionaba con elocuencia sobre el contenido del expediente, la parquedad de las pruebas, la ridícula naturaleza de los cargos, la tragedia que persiguió a la madre de su mujer, los oscuros motivos de su suegro, el chequista Gleb Boky, la extraña falta de arrepentimiento de aquellos que los habían arruinado a todos. Pero lo que más me impresionó de su experiencia al trabajar en los archivos fue la ambivalencia que sentía cuando terminó de leer:

Hace rato que he cesado de pasar las páginas del expediente y hace más de una hora o dos que las he dejado enfriándose con sus propios pensamientos. Mi guardián [el archivero del KGB] ya ha comenzado a toser insinuantemente y a mirar su reloj. Es hora de cerrar. No tengo nada más que hacer allí. Le entrego los documentos y con negligencia los deja caer en el carrito. Bajo por los vacíos corredores, paso junto a los centinelas que ni siquiera piden ver mis papeles y llego a la plaza de la Lubianka.

Son solo las cinco de la tarde, pero ya está casi oscuro, una lluvia fina y silenciosa cae ininterrumpidamente. Me quedo en la acera, junto al edificio, preguntándome qué hacer ahora. Qué terrible que yo no crea en Dios y no pueda entrar a alguna iglesia silenciosa, entre la tibieza de las velas, mirar los ojos de Cristo en la cruz y decir y hacer esas cosas que hacen llevadera la vida al creyente…

Me quito el gorro de piel y gotas de lluvia o lágrimas se deslizan por mi rostro. Tengo ochenta y dos años y aquí estoy, viviendo otra vez todo … Oigo las voces de Oksana y de mi madre … Puedo recordarlas y pensar en ellas, en cada una. Y si he permanecido con vida, entonces es mi deber hacerlo…[21]

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