Grey

Grey


Sábado, 14 de mayo de 2011

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Sábado, 14 de mayo de 2011

Anastasia Rose Steele

 

Fecha de nacimiento:

10 de septiembre de 1989, Montesano, Washington

Dirección:

1114 SW Green Street, Apartamento 7, Haven Heights, Vancouver, Washington 98888

Teléfono móvil:

360 959 4352

N.º de la Seguridad Social:

987-65-4320

Datos bancarios:

Wells Fargo Bank, Vancouver, Washington 98888

Número de cuenta: 309361

Saldo: 683,16 dólares

Profesión:

Estudiante de la Universidad Estatal de Washington, facultad de letras, campus de Vancouver

Especialidad: literatura inglesa

Nota media:

4 sobre 5

Formación anterior:

Instituto de Montesano

Nota en examen de acceso a la universidad:

2150

Actividad laboral:

Ferretería Clayton’s

NW Vancouver Drive, Portland, Oregón (a tiempo parcial)

Padre:

Franklin A. Lambert

-fecha de nacimiento: 1 de septiembre de 1969

-fallecido el 11 de septiembre de 1989

Madre:

Carla May Wilks Adams

-fecha de nacimiento: 18 de julio de 1970

-casada con Frank Lambert el 1 de marzo de 1989; enviudó el 11 de septiembre de 1989

-casada con Raymond Steele el 6 de junio de 1990; divorciada el 12 de julio de 2006

-casada con Stephen M. Morton el 16 de agosto de 2006; divorciada el 31 de enero de 2007

-casada con Robbin (Bob) Adams el 6 de abril de 2009

Afiliaciones políticas:

No se le conocen

Afiliaciones religiosas:

No se le conocen

Orientación sexual:

Desconocida

Re​la​cio​nes sen​ti​men​ta​les:

Ninguna en la actualidad

 

Estudio el escueto informe por centésima vez desde que lo recibí hace dos días, buscando alguna pista sobre la enigmática señorita Anastasia Rose Steele. No puedo sacármela de la cabeza y está empezando a irritarme de verdad. Esta pasada semana, durante unas reuniones particularmente aburridas, me he encontrado reproduciendo de nuevo la entrevista en mi cabeza. Sus dedos torpes con la grabadora, la forma en que se colocaba el pelo detrás de la oreja, cómo se mordía el labio. Sí. Eso de morderse el labio me tiene loco.

Y ahora aquí estoy, aparcado delante de la ferretería Clayton’s, un negocio familiar en las afueras de Portland donde ella trabaja.

Eres un idiota, Grey. ¿Por qué estás aquí?

Sabía que iba a acabar así. Toda la semana… Sabía que tenía que verla de nuevo. Lo supe desde que pronunció mi nombre en el ascensor. He intentado resistirme. He esperado cinco días, cinco putos días para intentar olvidarme de ella. Y yo no espero. No me gusta esperar… para nada. Nunca antes he perseguido a una mujer. Las mujeres han entendido siempre lo que quería de ellas. Ahora temo que la señorita Steele sea demasiado joven y no le interese lo que tengo que ofrecer… ¿Le interesará? ¿Podría ser una buena sumisa? Niego con la cabeza. Por eso estoy aquí como un tonto, sentado en un aparcamiento de las afueras en un barrio de Portland muy deprimente.

Su informe no me ha desvelado nada reseñable. Excepto el último dato, que no abandona mi mente. Y es la razón por la que estoy aquí. ¿Por qué no tiene novio, señorita Steele? «Orientación sexual: Desconocida». Tal vez sea lesbiana. Río entre dientes, pensando que es poco probable. Recuerdo la pregunta que me hizo durante la entrevista, su vergüenza, cómo se sonrojó con ese rubor rosa pálido… Llevo sufriendo esos pensamientos lascivos desde que la conocí.

Por eso estás aquí.

Estoy deseando volver a verla… Esos ojos azules me persiguen, incluso en sueños. No le he hablado de ella a Flynn, y me alegro de no haberlo hecho porque ahora me estoy comportando como un acosador. Tal vez debería contárselo. No, no quiero que me vuelva loco con su última mierda de terapia centrada en soluciones. Solo necesito una distracción, y ahora mismo la única distracción que quiero trabaja de cajera en una ferretería.

Ya has venido hasta aquí. Vamos a ver si la pequeña señorita Steele es tan atractiva como la recuerdas. Ha llegado la hora del espectáculo, Grey. Suena una campana con un tono electrónico cuando entro en la tienda.

Es más grande de lo que parece desde fuera, y, aunque es casi la hora de comer, el lugar está tranquilo teniendo en cuenta que es sábado. Hay pasillos y pasillos llenos de los artículos habituales de una tienda de esas características. Se me habían olvidado las posibilidades que una ferretería le ofrece a alguien como yo. Normalmente compro por internet lo que necesito, pero ya que estoy aquí voy a llevarme unas cuantas cosas: velcro, anillas… Sí. Encontraré a la deliciosa señorita Steele y me divertiré un poco.

Solo necesito tres segundos para localizarla. Está encorvada sobre el mostrador, mirando fijamente la pantalla del ordenador y comiendo un bagel distraída. Sin darse cuenta se quita un resto de la comisura de la boca con el dedo, se mete el dedo en la boca y lo chupa. Mi polla se agita en respuesta. ¿Es que acaso tengo catorce años? Mi reacción es muy irritante. Tal vez consiga detener esta respuesta si la esposo, me la follo y la azoto con el látigo… y no necesariamente en ese orden. Sí. Eso es lo que necesito.

Está muy concentrada en su tarea y eso me da la oportunidad de observarla. Al margen de mis pensamientos perversos, es atractiva, bastante atractiva. La recordaba bien.

Ella levanta la vista y se queda petrificada. Es tan inquietante como la primera vez que la vi. Se limita a mirarme, sorprendida, creo, y no sé si eso es una respuesta buena o mala.

—Señorita Steele, qué agradable sorpresa.

—Señor Grey —susurra jadeante y ruborizada. Ah… es una buena respuesta.

—Pasaba por aquí. Necesito algunas cosas. Es un placer volver a verla, señorita Steele. —Un verdadero placer. Va vestida con una camiseta ajustada y vaqueros, nada que ver con la ropa sin forma que llevaba el otro día. Ahora es toda piernas largas, cintura estrecha y tetas perfectas. Sigue mirándome con la boca abierta por la sorpresa y tengo que resistir la tentación de empujarle un poco la barbilla para cerrarle la boca. He volado desde Seattle solo para verla, y con lo que tengo delante ahora creo que ha merecido la pena el viaje.

—Ana. Me llamo Ana. ¿En qué puedo ayudarle, señor Grey? —Inspira hondo, cuadra los hombros igual que hizo durante la entrevista, y me dedica una sonrisa falsa que estoy seguro de que reserva para los clientes.

Empieza el juego, señorita Steele.

—Necesito un par de cosas. Para empezar, bridas para cables.

Mi petición la coge desprevenida, se ha quedado atónita. Vaya, esto va a ser divertido. Le sorprendería saber lo que puedo hacer con ellas, señorita Steele…

—Tenemos varias medidas. ¿Quiere que se las muestre? —contesta, recuperando la voz.

—Sí, por favor. La acompaño, señorita Steele.

Sale de detrás del mostrador y señala uno de los pasillos. Lleva unas zapatillas Converse. Sin darme cuenta me pregunto qué tal le quedarían unos tacones de vértigo. Louboutin… Nada más que Louboutin.

—Están con los artículos de electricidad, en el pasillo número ocho. —Le tiembla la voz y se sonroja…

Le afecto. La esperanza nace en mi pecho. No es lesbiana. Sonrío para mis adentros.

—La sigo —murmuro y extiendo la mano para señalarle que vaya delante. Si ella va delante tengo tiempo y espacio para admirar ese culo fantástico. La larga y gruesa coleta marca el compás del suave contoneo de sus caderas como si se tratara de un metrónomo. La verdad es que lo tiene todo: es dulce, educada y bonita, con todos los atributos físicos que yo valoro en una sumisa. Pero la pregunta del millón es: ¿podría ser una sumisa? Seguro que no sabe nada de ese estilo de vida (mi estilo de vida), pero me encantaría introducirla en ese mundo. Te estás adelantando mucho, Grey.

—¿Ha venido a Portland por negocios? —pregunta interrumpiendo mis pensamientos. Habla en voz alta, intentando fingir desinterés. Me entran ganas de reír. Las mujeres no suelen hacerme reír.

—He ido a visitar el departamento de agricultura de la universidad, que está en Vancouver —miento. De hecho he venido a verla a usted, señorita Steele.

Ella se sonroja y yo me siento fatal.

—En estos momentos financio una investigación sobre rotación de cultivos y ciencia del suelo. —Eso es cierto, por lo menos.

—¿Forma parte de su plan para alimentar al mundo? —Enarca una ceja, divertida.

—Algo así —murmuro. ¿Se está riendo de mí? Oh, me encantaría quitarle eso de la cabeza si es lo que pretende. Pero ¿cómo empezar? Tal vez con una cena en vez de la entrevista habitual. Eso sí que sería una novedad: llevar a cenar a un proyecto de sumisa…

Llegamos a donde están las bridas, que están clasificadas por tamaños y colores. Mis dedos recorren los paquetes distraídamente. Podría pedirle que saliéramos a cenar. ¿Como si fuera una cita? ¿Aceptaría? Cuando la miro, ella se está observando los dedos entrelazados. No puede mirarme… Prometedor. Escojo las bridas más largas. Son las que más posibilidades tienen: pueden sujetar dos muñecas y dos tobillos a la vez.

—Estas me irán bien.

—¿Algo más? —pregunta apresuradamente. O está siendo muy eficiente o está deseando que me vaya de la tienda, una de dos, no sabría decirlo.

—Quisiera cinta adhesiva.

—¿Está decorando su casa?

—No, no estoy decorándola.

Si tú supieras…

—Por aquí —dice—. La cinta está en el pasillo de la decoración.

Vamos, Grey. No tienes mucho tiempo. Entabla una conversación.

—¿Lleva mucho tiempo trabajando aquí? —Ya sé la respuesta, claro. A diferencia del resto de la gente, yo investigo de antemano. Vuelve a ruborizarse… Dios, qué tímida es esta chica. No tengo ninguna oportunidad de conseguir lo que quiero. Se gira rápidamente y camina por el pasillo hacia la sección de decoración. Yo la sigo encantado, como un perrito faldero.

—Cuatro años —murmura cuando llegamos a donde está la cinta. Se agacha y coge dos rollos, cada uno de un ancho diferente.

—Me llevaré esta —decido. La más ancha es mucho mejor como mordaza. Al pasármela, las puntas de nuestros dedos se rozan brevemente. Ese contacto tiene un efecto en mi entrepierna. ¡Joder!

Ella palidece.

—¿Algo más? —Su voz es ronca y entrecortada.

Dios, yo le causo el mismo efecto que el que ella tiene sobre mí. Tal vez sí…

—Un poco de cuerda.

—Por aquí. —Cruza el pasillo, lo que me da otra oportunidad de apreciar su bonito culo—. ¿Qué tipo de cuerda busca? Tenemos de fibra sintética, de fibra natural, de cáñamo, de cable…

Mierda… para. Gruño en mi interior intentando apartar la imagen de ella atada y suspendida del techo del cuarto de juegos.

—Cinco metros de la de fibra natural, por favor. —Es más gruesa y deja peores marcas si tiras de ella… es mi cuerda preferida.

Veo que sus dedos tiemblan, pero mide los cinco metros con eficacia, saca un cúter del bolsillo derecho, corta la cuerda con un gesto rápido, la enrolla y la anuda con un nudo corredizo. Impresionante.

—¿Iba usted a las scouts?

—Las actividades en grupo no son lo mío, señor Grey.

—¿Qué es lo suyo, Anastasia? —Sus iris se dilatan mientras la miro fijamente. ¡Sí!

—Los libros —susurra.

—¿Qué tipo de libros?

—Bueno, lo normal. Los clásicos. Sobre todo literatura inglesa.

¿Literatura inglesa? Las Brontë y Austen, seguro. Esas novelas románticas llenas de flores y corazones. Joder. Eso no es bueno.

—¿Necesita algo más?

—No lo sé. ¿Qué me recomendaría? —Quiero ver su reacción.

—¿De bricolaje? —me pregunta, sorprendida.

Estoy a punto de soltar una carcajada. Oh, nena, el bricolaje no es lo mío. Asiento aguantándome la risa. Sus ojos me recorren el cuerpo y yo me pongo tenso. ¡Me está dando un repaso!

—Un mono de trabajo —suelta de pronto.

Es lo más inesperado que le he oído decir a su dulce boca viperina desde la pregunta sobre si era gay.

—No querrá que se le estropee la ropa… —dice señalando mis vaqueros.

No puedo resistirme.

—Siempre puedo quitármela.

—Ya. —Ella se pone escarlata y mira al suelo.

—Me llevaré un mono de trabajo. No vaya a ser que se me estropee la ropa —murmuro para sacarla de su apuro.

Sin decir nada se gira y cruza el pasillo. Yo sigo su seductora estela una vez más.

—¿Necesita algo más? —me pregunta sin aliento mientras me pasa un mono azul. Está cohibida y sigue mirando al suelo. Dios, las cosas que me provoca…

—¿Cómo va el artículo? —le pregunto deseando que se relaje un poco.

Levanta la vista y me dedica una breve sonrisa relajada. Por fin.

—No estoy escribiéndolo yo, sino Katherine. La señorita Kavanagh, mi compañera de piso. Está muy contenta. Es la editora de la revista y se quedó destrozada por no haber podido hacerle la entrevista personalmente.

Es la frase más larga que me ha dicho desde que nos conocimos y está hablando de otra persona, no de sí misma. Interesante.

Antes de que pueda decir nada, ella añade:

—Lo único que le preocupa es que no tiene ninguna foto suya original.

La tenaz señorita Kavanagh quiere fotografías. Publicidad, ¿eh? Puedo hacerlo. Y eso me permitirá pasar más tiempo con la deliciosa señorita Steele.

—¿Qué tipo de fotografías quiere?

Ella me mira un momento y después niega con la cabeza, confusa, sin saber qué decir.

—Bueno, voy a estar por aquí. Quizá mañana… —Puedo quedarme en Portland. Trabajar desde un hotel. Una habitación en el Heathman quizá. Necesitaré que venga Taylor y me traiga el ordenador y ropa. También puede venir Elliot… A menos que esté por ahí tirándose a alguien, que es lo que suele hacer los fines de semana.

—¿Estaría dispuesto a hacer una sesión de fotos? —No puede ocultar su sorpresa.

Asiento brevemente. Sí, quiero pasar más tiempo contigo… Tranquilo, Grey.

—Kate estará encantada… si encontramos a un fotógrafo. —Sonríe y su cara se ilumina como un atardecer de verano. Dios, es impresionante.

—Dígame algo mañana. —Saco la cartera de los vaqueros—. Mi tarjeta. Está mi número de móvil. Tendría que llamarme antes de las diez de la mañana. —Si no me llama, volveré a Seattle y me olvidaré de esta aventura estúpida. Pensar eso me deprime.

—Muy bien. —Sigue sonriendo.

—¡Ana! —Ambos nos volvemos cuando un hombre joven, vestido de forma cara pero informal, aparece en un extremo del pasillo. No le quita los ojos de encima a la señorita Anastasia Steele. ¿Quién coño es ese gilipollas?

—Discúlpeme un momento, señor Grey. —Se acerca a él y el cabrón la envuelve en un abrazo de oso. Se me hiela la sangre. Es una respuesta primitiva. Quita tus putas zarpas de ella. Mis manos se convierten en puños y solo me aplaco un poco al ver que ella no hace nada para devolverle el abrazo.

Se enfrascan en una conversación en susurros. Tal vez la información de Welch no era correcta. Tal vez ese tío sea su novio. Tiene la edad apropiada y no puede apartar los ojos de ella. La mantiene agarrada pero se separa un poco para mirarla, examinándola, y después le apoya el brazo con confianza sobre los hombros. Parece un gesto casual, pero sé que está reivindicando su lugar y transmitiéndome que me retire. Ella parece avergonzada y cambia el peso de un pie al otro.

Mierda. Debería marcharme. He ido demasiado lejos, es evidente que está con este tío. Entonces ella le dice algo y él se aparta, tocándole el brazo, no la mano, y se lo quita de encima. Está claro que no están unidos. Bien.

—Paul, te presento a Christian Grey. Señor Grey, este es Paul Clayton, el hermano del dueño de la tienda. —Me dedica una mirada extraña que no comprendo y continúa—: Conozco a Paul desde que trabajo aquí, aunque no nos vemos muy a menudo. Ha vuelto de Princeton, donde estudia administración de empresas.

Habla atropelladamente, está ofreciéndome una larga explicación para decirme que no están juntos. O eso creo. Es el hermano del jefe, no su novio. Siento un alivio inmenso que no esperaba y que hace que frunza el ceño. Esta chica me ha calado hondo…

—Señor Clayton —saludo en un tono deliberadamente cortante.

—Señor Grey. —Me tiende una mano lánguida, tan lánguida como su pelo—. Espera… ¿No será el famoso Christian Grey? ¿El de Grey Enterprises Holdings? —En un segundo veo cómo pasa de territorial a solícito.

Sí, ese soy yo, imbécil.

—Uau… ¿Puedo ayudarle en algo?

—Se ha ocupado Anastasia, señor Clayton. Ha sido muy atenta. —Ahora lárgate.

—Estupendo —dice obsequioso, todo sonrisas—. Nos vemos luego, Ana.

—Claro, Paul —dice y él se va, por fin. Le veo desaparecer en dirección al almacén.

—¿Algo más, señor Grey?

—Nada más —murmuro. Mierda, me quedo sin tiempo y sigo sin saber si voy a volver a verla. Tengo que saber si hay alguna posibilidad de que llegue a considerar lo que tengo en mente. ¿Cómo podría preguntárselo? ¿Estoy listo para aceptar a una nueva sumisa, una que no sepa nada? Va a necesitar mucho adiestramiento. Cierro los ojos e imagino todas las interesantes posibilidades que eso presenta… Joder, adiestrarla va a constituir la mitad de la diversión. ¿Le interesará? ¿O lo estoy interpretando todo mal?

Ella se dirige al mostrador y marca el precio de los artículos que quiero sin apartar la vista de la caja en ningún momento. ¡Mírame, maldita sea! Quiero volver a verle la cara para saber qué está pensando.

Por fin levanta la cabeza.

—Serán cuarenta y tres dólares, por favor.

¿Eso es todo?

—¿Quiere una bolsa? —me pregunta, cuando le tiendo mi American Express.

—Sí, gracias, Anastasia. —Su nombre, un bonito nombre para una chica bonita, me acaricia la lengua.

Mete los objetos con eficiencia en la bolsa. Ya está. Tengo que irme.

—Ya me llamará si quiere que haga la sesión de fotos.

Asiente y me devuelve la tarjeta.

—Bien. Hasta mañana, quizá. —No puedo irme así. Tengo que hacerle saber que me interesa—. Ah, una cosa, Anastasia… Me alegro de que la señorita Kavanagh no pudiera hacerme la entrevista. —Parece sorprendida y halagada. Eso está bien. Me cuelgo la bolsa del hombro y salgo de la tienda.

Sí, aunque eso vaya en contra de mi buen juicio, la deseo. Ahora tengo que esperar… joder, esperar… otra vez. Haciendo gala de una fuerza de voluntad que enorgullecería a Elena, mantengo la mirada al frente mientras saco el móvil del bolsillo y subo al coche de alquiler. Me he propuesto no volver la vista. No voy a hacerlo. Ni hablar. Los ojos se me van al espejo retrovisor, en el que queda enmarcada la puerta de la tienda, pero lo único que veo es la fachada anticuada. Ana no se ha acercado al escaparate para mirar por la cristalera.

Qué decepción.

Marco el 1 y Taylor contesta antes de que suene el primer tono.

—Señor Grey —dice.

—Reserva una habitación en el Heathman, pasaré el fin de semana en Portland. Y tráete el SUV, el ordenador y el informe que está junto a él. Ah, y también un par de mudas.

—Sí, señor. ¿Y el Charlie Tango?

—Que Joe lo lleve al aeropuerto de Portland.

—De acuerdo, señor. Estaré ahí en unas tres horas y media.

Cuelgo y pongo el coche en marcha. Bueno, tendré que matar el tiempo de alguna manera mientras estoy en Portland, hasta que esa chica decida si le intereso o no. ¿Qué hago? Creo que iré a dar un paseo. Igual así consigo burlar esta extraña hambre que me devora.

Han pasado cinco horas y todavía no he recibido ni una sola llamada de la cautivadora señorita Steele. ¿En qué narices estaba pensando? Contemplo la calle desde la ventana de mi suite del Heathman. Odio esperar. Desde siempre. Aunque ahora el cielo está nublado, ha permanecido despejado el tiempo suficiente para que pudiera dar una caminata por Forest Park, aunque el paseo no ha conseguido calmar mi agitación. Estoy molesto con ella porque no me ha llamado, pero con quien estoy enfadado de verdad es conmigo mismo. Me estoy comportando como un imbécil. Ir detrás de esa mujer está resultando una pérdida de tiempo. ¿Cuándo he ido yo detrás de ninguna mujer?

Grey, contrólate.

Vuelvo a echar un vistazo al móvil mientras suspiro, con la esperanza de que su llamada se me haya pasado por alto, pero no hay nada. Al menos ha llegado Taylor y tengo todas mis cosas. Debo leerme el informe de Barney sobre las pruebas del grafeno de su departamento y aquí puedo trabajar tranquilo.

¿Tranquilo? No sé qué es la tranquilidad desde que la señorita Steele aterrizó en el suelo de mi despacho.

Alzo la vista y me doy cuenta de que el crepúsculo ha sumido mi suite en la penumbra. La perspectiva de volver a pasar una noche solo es deprimente, y estoy planteándome qué hacer cuando el móvil vibra sobre la madera pulida del escritorio y un número desconocido, aunque vagamente familiar y con el prefijo de Washington, aparece en la pantalla. De pronto, el corazón se me acelera como si hubiera corrido quince kilómetros.

¿Es ella?

Contesto.

—¿Se… Señor Grey? Soy Anastasia Steele.

Una sonrisa idiota asoma en mi cara. Bien, bien. La jadeante, nerviosa y dulce Steele. La noche empieza a mejorar.

—Señorita Steele. Un placer tener noticias suyas.

Oigo su respiración entrecortada, lo que provoca una reacción inmediata en mi entrepierna.

Genial. Es evidente que ejerzo un efecto sobre ella. Del mismo modo que ella lo hace sobre a mí.

—Bueno… Nos gustaría hacer la sesión fotográfica para el artículo. Mañana, si no tiene problema. ¿Dónde le iría bien?

En mi habitación. Solo tú, yo y las bridas.

—Me alojo en el hotel Heathman de Portland. ¿Le parece bien a las nueve y media de la mañana?

—Muy bien, nos vemos allí —responde, entusiasmada, incapaz de ocultar el alivio y la alegría que revela su voz.

—Lo estoy deseando, señorita Steele.

Cuelgo antes de que note mi excitación y lo contento que estoy. Me arrellano en la silla mientras contemplo el horizonte anochecido. Me paso las manos por el pelo.

¿Cómo demonios voy a cerrar este trato?

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