Grey

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Lunes, 23 de mayo de 2011

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Lunes, 23 de mayo de 2011

Es la una y pico de la madrugada cuando me voy a dormir. Me quedo mirando el techo, cansado, relajado, pero también excitado, ansioso por lo que me deparará la semana. Espero tener un nuevo proyecto: la señorita Anastasia Steele.

Mis pies golpean la acera de Main Street mientras me dirijo hacia el río. Son las 6.35 de la mañana y la luz trémula de los primeros rayos de sol despunta por encima de los altos edificios. La primavera ha vestido los árboles de verde, se respira un aire limpio y apenas hay tráfico. He dormido bien. «O Fortuna», del Carmina Burana de Orff, suena a todo volumen en mis oídos. Hoy se abre ante mí un nuevo mundo lleno de posibilidades.

¿Responderá a mi e-mail?

Es muy temprano, demasiado temprano para recibir ninguna respuesta, pero hacía mucho tiempo que no me sentía tan ligero cuando paso corriendo junto a la estatua del ciervo en dirección al Willamette.

A las 7.45 ya estoy sentado delante del portátil, me he duchado y he pedido el desayuno. Le he enviado un correo a Andrea para informarle de que esta semana voy a trabajar desde Portland y para pedirle que reprograme todas las reuniones de modo que puedan realizarse o bien por teléfono o por videoconferencia. También le he escrito a Gail para que sepa que no volveré a casa hasta el jueves por la noche, como muy pronto. A continuación repaso la bandeja de entrada y descubro, entre otras cosas, una propuesta para formar una joint venture con un astillero de Taiwan. Reenvío el mensaje a Ros para que lo añada a la agenda de temas que debemos discutir.

Por fin puedo dedicar mi atención a la otra cuestión pendiente: Elena. Me ha enviado un par de correos durante el fin de semana y no le he contestado.

De: Christian Grey

Fecha: 23 de mayo de 2011 08:15

Para: Elena Lincoln

Asunto: Fin de semana

 

Buenos días, Elena:

Perdona que no haya contestado antes, pero he estado muy liado estos dos días y pasaré toda la semana en Portland. Tampoco sé nada sobre el próximo fin de semana, pero te digo algo si estoy libre.

Los últimos resultados del negocio de belleza parecen prometedores.

Bien hecho, Señora…

 

Saludos,

C.

 

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Le doy a «Enviar» mientras me pregunto una vez más qué pensaría Elena de Ana… y viceversa. Oigo el tono de mensaje entrante que emite el portátil.

Es de Ana.

De: Anastasia Steele

Fecha: 23 de mayo de 2011 08:20

Para: Christian Grey

Asunto: Tu nuevo ordenador (en préstamo)

 

He dormido muy bien, gracias… por alguna extraña razón… Señor.

Creí entender que el ordenador era en préstamo, es decir, no es mío.

 

Ana

«Señor» con mayúscula. Ha estado leyendo, y seguramente también informándose. Y sigue hablándome. Sonrío como un tonto delante del correo. Son buenas noticias. Aunque también sigue empeñada en rechazar el ordenador.

¡Es desesperante!

Niego con la cabeza, divertido.

De: Christian Grey

Fecha: 23 de mayo de 2011 08:22

Para: Anastasia Steele

Asunto: Tu nuevo ordenador (en préstamo)

 

El ordenador es en préstamo. Indefinidamente, señorita Steele.

Observo por su tono que ha leído la documentación que le di.

¿Tiene alguna pregunta?

 

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Pulso «Enviar». ¿Tardará mucho en contestarme? Me dispongo a leer el resto de los mensajes a modo de distracción mientras espero su respuesta. Veo un resumen ejecutivo de Fred, el jefe de departamento de telecomunicaciones, sobre el desarrollo de nuestra tableta de energía solar, uno de mis proyectos que más me ilusiona. Es ambicioso, pero pocas de mis aventuras empresariales me importan tanto como esta, y me siento realmente emocionado ante esa perspectiva. Estoy decidido a que el tercer mundo disponga de tecnología avanzada a precios asequibles.

Oigo el tono de mensaje entrante.

Otro correo de la señorita Steele.

De: Anastasia Steele

Fecha: 23 de mayo de 2011 08:25

Para: Christian Grey

Asunto: Mentes inquisitivas

 

Tengo muchas preguntas, pero no me parece adecuado hacértelas vía e-mail, y algunos tenemos que trabajar para ganarnos la vida.

 

No quiero ni necesito un ordenador indefinidamente.

 

Hasta luego. Que tenga un buen día… Señor.

 

Ana

El tono del mensaje me hace sonreír, pero tiene que ir a trabajar, así que tal vez no vuelva a enviar ninguno más en un rato. Me molesta su reticencia a aceptar el maldito ordenador. No es una cazafortunas, algo que no suele darse entre las mujeres que conozco… Aunque Leila era igual.

—Señor, no merezco este vestido tan bonito.

—Sí que lo mereces, acéptalo. Y no quiero volver a oír hablar del asunto. ¿Entendido?

—Sí, amo.

—Bien. Es de un estilo que te va muy bien.

Ah, Leila. Era una buena sumisa, pero se encariñó demasiado y yo no era el hombre adecuado. Por suerte, no duró mucho y ahora está felizmente casada. Devuelvo mi atención al e-mail de Ana y lo releo una vez más.

«Algunos tenemos que trabajar para ganarnos la vida».

La muy descarada insinúa que me paso el día rascándome la barriga.

¡A la mierda!

Veo el breve informe de Fred que tengo abierto en el escritorio y decido dejarle las cosas claras a Ana.

De: Christian Grey

Fecha: 23 de mayo de 2011 08:26

Para: Anastasia Steele

Asunto: Tu nuevo ordenador (de nuevo en préstamo)

 

Hasta luego, nena.

P.D.: Yo también trabajo para ganarme la vida.

 

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Soy incapaz de concentrarme en lo que tengo que hacer mientras espero ese tono revelador que me anuncia los mensajes entrantes. Cuando llega, voy derecho a la bandeja de entrada… pero no es de Ana, sino de Elena. Y me sorprende la desilusión que me produce.

De: Elena Lincoln

Fecha: 23 de mayo de 2011 08:33

Para: Christian Grey

Asunto: Fin de semana

 

Christian, trabajas demasiado. ¿Qué te retiene en Portland? ¿Negocios?

Ex.

 

ELENA LINCOLN

ESCLAVA

For The Beauty That Is YouTM

¿Se lo cuento? Si lo hago, me llamará al instante para hacerme preguntas, y todavía no estoy preparado para compartir las experiencias de este fin de semana. Le contesto con un breve correo en el que le digo que se trata de negocios, y retomo la lectura del informe.

Andrea me llama a las nueve y repasamos la agenda. Como estoy en Portland, le pido que concierte una reunión con el director y el subdirector adjunto de desarrollo económico de la Universidad Estatal de Washington para hablar sobre el proyecto de ciencia del suelo que hemos puesto en marcha y de su petición respecto al aumento de la financiación para el próximo año fiscal. Me confirma que cancelará el resto de los compromisos sociales de la semana y a continuación me pasa la primera videoconferencia del día.

A las tres me encuentro enfrascado en el estudio de varios diseños para tabletas que me ha enviado Barney, cuando alguien llama a la puerta y me distrae. No soporto las interrupciones, pero por un instante deseo que se trate de la señorita Steele. Es Taylor.

—Hola. —Espero que mi voz no delate mi decepción.

—Le traigo la ropa, señor Grey —dice con suma educación.

—Adelante. ¿Te importaría colgarla en el armario? Estoy pendiente de una multiconferencia.

—Por supuesto, señor.

Entra en la suite sin perder tiempo, con un par de bolsas para trajes y una de deporte, más grande.

Cuando regresa, todavía estoy esperando la llamada.

—Taylor, creo que no voy a necesitarte estos próximos dos días. ¿Por qué no aprovechas para ir a ver a tu hija?

—Es usted muy amable, señor, pero su madre y yo… —Se interrumpe, incómodo.

—Ah. De modo que así están las cosas, ¿no? —pregunto.

Asiente con la cabeza.

—Sí, señor. Tendré que hablarlo con ella.

—De acuerdo. ¿Mejor el miércoles, entonces?

—Lo preguntaré. Gracias, señor.

—¿Hay algo que pueda hacer?

—Ya hace suficiente, señor.

No quiere hablar del tema.

—De acuerdo. Creo que me hará falta una impresora, ¿puedes encargarte tú?

—Sí, señor.

Asiente de nuevo y cierra la puerta con suavidad mientras yo me quedo con el ceño fruncido. Espero que su exmujer no esté haciéndole la vida imposible. El coste de la educación de la niña corre de mi cuenta como incentivo adicional para que Taylor se quede a mi servicio. Es un buen hombre, y no quiero perderlo. El teléfono suena; se trata de la multiconferencia con Ros y el senador Blandino.

La última llamada acaba a las cinco y veinte de la tarde. Me estiro en la silla, pensando en lo productivo que ha resultado el día. Es increíble lo mucho que he adelantado sin estar en el despacho. Solo me quedan por leer un par de informes para dar la jornada por terminada. Contemplo el claro cielo crepuscular por la ventana y mis pensamientos se desvían hacia cierta sumisa potencial.

Me pregunto cómo le habrá ido en Clayton’s, poniéndoles precios a las bridas para cables y midiendo metros de cuerda. Espero poder utilizar todo eso con ella algún día, una idea que me hace evocar imágenes de Ana atada en mi cuarto de juegos. Me recreo con ellas unos momentos… y le envío un correo rápido. Toda esta espera, el trabajo y el envío de e-mails me pone nervioso. Sé muy bien de qué forma me gustaría liberar toda esta tensión acumulada, pero tengo que conformarme con salir a correr.

De: Christian Grey

Fecha: 23 de mayo de 2011 17:24

Para: Anastasia Steele

Asunto: Trabajar para ganarse la vida

 

Querida señorita Steele:

Espero que haya tenido un buen día en el trabajo.

 

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Me cambio y me pongo la ropa de salir a correr. Taylor me ha traído dos pares más de pantalones de chándal, aunque estoy seguro de que ha sido cosa de Gail. Compruebo el correo electrónico de camino a la puerta. Ha contestado.

De: Anastasia Steele

Fecha: 23 de mayo de 2011 17:48

Para: Christian Grey

Asunto: Trabajar para ganarse la vida

 

Señor… He tenido un día excelente en el trabajo.

Gracias.

 

Ana

Pero no ha hecho los deberes. Le respondo con otro e-mail.

De: Christian Grey

Fecha: 23 de mayo de 2011 17:50

Para: Anastasia Steele

Asunto: ¡A trabajar!

 

Señorita Steele:

Me alegro mucho de que haya tenido un día excelente.

Mientras escribe e-mails no está investigando.

 

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Y en lugar de salir de la habitación, aguardo su respuesta. No me hace esperar demasiado.

De: Anastasia Steele

Fecha: 23 de mayo de 2011 17:53

Para: Christian Grey

Asunto: Pesado

 

Señor Grey: deje de mandarme e-mails y podré empezar a hacer los deberes. Me gustaría sacar otro sobresaliente.

 

Ana

Suelto una carcajada. ¡Sí! Ese sobresaliente podría haber sido una matrícula de honor. Cierro los ojos y vuelvo a ver y a sentir sus labios alrededor de mi polla.

Joder…

Hago entrar en vereda a mi cuerpo descarriado, le doy a la tecla de «Enviar» de mi mensaje de respuesta y espero.

De: Christian Grey

Fecha: 23 de mayo de 2011 17:55

Para: Anastasia Steele

Asunto: Impaciente

 

Señorita Steele:

Deje de escribirme e-mails… y haga los deberes.

Me gustaría ponerle otro sobresaliente.

El primero fue muy merecido. ;)

 

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Esta vez no me responde inmediatamente, por lo que me doy la vuelta y decido irme a correr, con cierta sensación de abatimiento. Sin embargo, estoy abriendo la puerta cuando el tono de mensaje entrante me arrastra junto al ordenador.

De: Anastasia Steele

Fecha: 23 de mayo de 2011 17:59

Para: Christian Grey

Asunto: Investigación en internet

 

Señor Grey:

¿Qué me sugiere que ponga en el buscador?

 

Ana

¡Mierda! ¿Por qué no habré pensado en ello? Podría haberle dado algunos libros. Me vienen muchas páginas web a la mente, pero no quiero asustarla.

Tal vez lo mejor será empezar con las más vainilla…

De: Christian Grey

Fecha: 23 de mayo de 2011 18:02

Para: Anastasia Steele

Asunto: Investigación en internet

 

Señorita Steele:

Empiece siempre con la Wikipedia.

No quiero más e-mails a menos que tenga preguntas.

¿Entendido?

 

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Me levanto de la silla, pensando que no contestará, pero, como es habitual en ella, me sorprende y lo hace. Soy incapaz de resistirme.

De: Anastasia Steele

Fecha: 23 de mayo de 2011 18:04

Para: Christian Grey

Asunto: ¡Autoritario!

 

Sí… Señor.

Es muy autoritario.

 

Ana

No lo sabes tú bien, nena.

De: Christian Grey

Fecha: 23 de mayo de 2011 18:06

Para: Anastasia Steele

Asunto: Controlando

 

Anastasia, no te imaginas cuánto.

Bueno, quizá ahora te haces una ligera idea.

Haz los deberes.

 

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Contente un poco, Grey. He salido por la puerta antes de que Ana tenga oportunidad de volver a distraerme. Corro en dirección al río con los Foo Fighters sonando a todo volumen en mis oídos. He visto el Willamette al amanecer y ahora me apetece disfrutar de sus vistas con la puesta del sol. Hace una tarde preciosa y algunas parejas han salido a pasear junto a la orilla, otras descansan en el césped, y unos cuantos turistas pedalean con sus bicicletas por la explanada. Los evito con la música atronando en mis oídos.

La señorita Steele tiene preguntas. No ha abandonado el juego, todavía no ha dicho que no, y el intercambio de e-mails ha alimentado mis esperanzas. Cruzo por debajo de Hawthorne Bridge mientras voy pensando en lo cómoda que se siente cuando escribe; bastante más que cuando habla. Tal vez sea su medio de expresión preferido. Bueno, ha estudiado literatura inglesa. Espero que al volver a la habitación haya otro correo suyo, tal vez con preguntas, o con más bromitas insolentes.

Sí, esto último es bastante probable.

Atravieso Main Street a la carrera mientras pienso en la posibilidad de que acepte mi propuesta. La idea me resulta excitante, incluso estimulante, y fuerzo un sprint de vuelta al Heathman.

Son las 8.15 cuando ocupo de nuevo la silla del salón. He tomado el salmón salvaje de Oregón para cenar, otra vez cortesía de la señorita Ojos Oscurísimos, y todavía me queda media copa de Sancerre. Tengo el portátil abierto y encendido, por si llega algún correo importante, y cojo el informe que he impreso y que habla de las zonas industriales en plena recalificación de Detroit.

—Al final tendrá que ser Detroit —rezongo en voz alta, y empiezo a leer.

Pocos minutos después oigo el tono de mensaje entrante.

Se trata de un correo cuyo asunto reza: «Universitaria escandalizada». El encabezamiento hace que me incorpore en la silla.

De: Anastasia Steele

Fecha: 23 de mayo de 2011 20:33

Para: Christian Grey

Asunto: Universitaria escandalizada

 

Bien, ya he visto bastante.

Ha sido agradable conocerte.

 

Ana

¡Mierda!

Lo releo.

Joder.

Es un no. Me quedo mirando la pantalla sin poder creérmelo.

¿Y ya está?

¿Sin discutirlo?

Nada.

¿Un simple «Ha sido agradable conocerte» y listos?

Pero ¡qué cojones…!

Vuelvo a arrellanarme en la silla, boquiabierto.

¿Agradable?

Agradable.

AGRADABLE.

Yo diría que le resultó más que agradable cuando echó la cabeza hacia atrás mientras se corría.

No te precipites, Grey.

¿Y si es una broma?

¡Menuda broma!

Me acerco el portátil para responderle.

De: Christian Grey

Fecha: 23 de mayo de 2011

Para: Anastasia Steele

Asunto: ¿AGRADABLE?

Sin embargo, me quedo mirando la pantalla con los dedos sobre las teclas y sin saber qué decir.

¿Cómo ha podido rechazarme con tanta facilidad?

Su primer polvo.

Manos a la obra, Grey. ¿Qué opciones tienes? ¿Y si voy a verla para asegurarme de que es un no? Tal vez pueda hacerle cambiar de opinión. Lo cierto es que no sé qué contestar a este correo. Quizá se ha metido en alguna página especialmente hardcore. ¿Por qué no le he pasado unos cuantos libros? No me lo creo. No me lo creeré hasta que no me lo diga mirándome a los ojos.

Eso es. Me froto la barbilla mientras pienso en un plan y momentos después me encuentro frente al armario, en busca de la corbata.

Esa corbata.

El trato todavía puede cerrarse. Saco varios preservativos de la bolsa de piel y me los meto en el bolsillo trasero de los pantalones, después cojo la chaqueta y una botella de vino blanco del minibar. Mierda, es un chardonnay… pero tendrá que servir. Recupero al vuelo la llave de la habitación, cierro la puerta y me dirijo hacia el ascensor para ir a buscar el coche al parking del hotel.

Aparco el R8 frente al apartamento que Ana comparte con Kavanagh, mientras me pregunto si no estaré cometiendo un disparate. Hasta ahora, nunca había ido a visitar a su casa a ninguna de mis sumisas; ellas siempre venían a verme a mí. Estoy traspasando todos los límites que me había impuesto, y no me gusta la sensación que tengo cuando abro la puerta del coche y salgo. Es imprudente y muy presuntuoso por mi parte venir hasta aquí. Aunque también es cierto que no es la primera vez… pero en las dos ocasiones anteriores solo me he quedado unos minutos. En caso de que acepte, tendré que hacer algo con sus expectativas. Esto no volverá a suceder.

Te estás precipitando de nuevo, Grey.

Estás aquí porque crees que es un no.

Kavanagh sale a abrir cuando llamo a la puerta. Le sorprende verme allí.

—Hola, Christian. Ana no me ha dicho que venías. —Se hace a un lado para dejarme entrar—. Está en su habitación. Voy a avisarla.

—No, me gustaría darle una sorpresa. —Le dedico mi mirada más encantadora y formal, ante la que reacciona con un par de parpadeos. ¡Uau!, sí que ha sido fácil. ¿Quién lo habría dicho? Así da gusto—. ¿Cuál es su habitación?

—Por esa primera puerta.

Me indica una que da al salón, desierto en esos momentos.

—Gracias.

Dejo la chaqueta y el vino frío encima de una de las cajas de la mudanza, abro la puerta y me encuentro en un pequeño distribuidor con un par de habitaciones. Supongo que una debe de ser un cuarto de baño, así que llamo a la otra. Espero un segundo, abro y allí está Ana, sentada frente a un pequeño escritorio, leyendo algo que parece el contrato. Lleva puestos los auriculares mientras tamborilea con los dedos de manera ausente, al compás de un ritmo que solo oye ella. La observo unos instantes, sin moverme del sitio. Su expresión concentrada le forma arrugas en la cara, se ha hecho trenzas y lleva puestos unos pantalones de chándal. Tal vez ha salido a correr por la tarde… Quizá también necesita desfogarse. La idea me complace. El dormitorio es pequeño, está muy ordenado y tiene un aire femenino e infantil: todo es blanco, de color crema o azul celeste, y está bañado por la luz suave de la lamparita de noche. También parece un poco vacío, aunque veo una caja cerrada, con las palabras «Habitación de Ana» escritas en la parte superior. Al menos tiene una cama de matrimonio… de hierro forjado blanco. Vaya, vaya. Esto tiene posibilidades.

De pronto Ana da un respingo, sorprendida ante mi presencia.

Sí, he venido por tu e-mail.

Se quita los auriculares de un tirón y el ruido amortiguado de la música llena el silencio que se ha instalado entre nosotros.

—Buenas noches, Anastasia.

Me mira boquiabierta y con los ojos como platos.

—He pensado que tu e-mail merecía una respuesta en persona.

Intento adoptar un tono neutro. Ana mueve la mandíbula arriba y abajo, pero permanece muda.

La señorita Steele se ha quedado sin palabras. Vaya, eso me gusta.

—¿Puedo sentarme?

Asiente con la cabeza y sigue mirándome completamente atónita mientras me acomodo en el borde de la cama.

—Me preguntaba cómo sería tu habitación —digo para intentar romper el hielo, aunque la charla insustancial no es uno de mis fuertes.

Ana pasea la mirada por el dormitorio, como si lo viera por primera vez.

—Es muy serena y tranquila —añado, aunque ahora mismo estoy muy lejos de sentirme sereno y tranquilo.

Quiero saber por qué ha rechazado mi propuesta sin opción a discutirla.

—¿Cómo…? —empieza a preguntar con un hilo de voz, pero se queda a medias.

Habla en susurros; es evidente que sigue sorprendida.

—Todavía estoy en el Heathman.

Eso ya lo sabe.

—¿Quieres tomar algo? —dice en un tono estridente.

—No, gracias, Anastasia.

Bien, no ha olvidado los buenos modales, pero deseo resolver cuanto antes lo que me ha traído hasta aquí: su inquietante e-mail.

—Así que ha sido agradable conocerme… —comento haciendo hincapié en la palabra que más me ofende de toda la frase.

¿Agradable? ¿En serio?

Se mira las manos, que descansan sobre su regazo, mientras tamborilea nerviosa con los dedos sobre los muslos.

—Pensaba que me contestarías por e-mail —responde con una voz tan desangelada como su cuarto.

—¿Estás mordiéndote el labio a propósito? —pregunto en un tono más duro de lo que pretendía.

—No era consciente de que me lo estaba mordiendo —murmura, muy pálida.

Nos miramos a los ojos.

Y el aire prácticamente desprende chispas entre los dos.

¡Joder!

¿Acaso tú no lo sientes, Ana? La tensión. La atracción. Mi respiración se acelera cuando veo que se le dilatan las pupilas. Despacio, sin prisas, alargo la mano hacia su pelo y le quito una de las gomas con cuidado para deshacerle la trenza. Ella me observa, hipnotizada, sin apartar sus ojos de los míos. Le deshago la otra.

—Veo que has decidido hacer un poco de ejercicio.

Recorro la delicada línea de su oreja con los dedos y masajeo el carnoso lóbulo con suaves tirones. No lleva pendientes, aunque tiene agujeros. Me gustaría saber cómo le quedarían unos diamantes. Le pregunto, sin alzar la voz, por qué ha estado haciendo ejercicio. Su respiración se acelera también.

—Necesitaba tiempo para pensar —contesta.

—¿Pensar en qué, Anastasia?

—En ti.

—¿Y has decidido que ha sido agradable conocerme? ¿Te refieres a conocerme en sentido bíblico?

Se ruboriza.

—No pensaba que fueras un experto en la Biblia.

—Iba a catequesis los domingos, Anastasia. Aprendí mucho.

Catequismo. Culpa. Y que Dios me abandonó hace mucho tiempo.

—No recuerdo haber leído nada sobre pinzas para pezones en la Biblia. Quizá te dieron la catequesis con una traducción moderna —dice para provocarme, con un brillo incitante en la mirada.

Ay, esa lengua viperina…

—Bueno, he pensado que debía venir para recordarte lo agradable que ha sido conocerme. —Mi tono desafiante impregna el ambiente. Me mira con la boca abierta, pero deslizo los dedos hasta la barbilla y se la cierro—. ¿Qué le parece, señorita Steele? —susurro con mis ojos clavados en los suyos.

De pronto, se abalanza sobre mí.

Mierda.

Consigo cogerla por los brazos antes de que llegue a tocarme y me giro de manera que cae en la cama, debajo de mí y con los brazos extendidos por encima de la cabeza. Le vuelvo la cara para que me mire, la beso con dureza; mi lengua explora su boca y la reclama. Ella arquea el cuerpo en respuesta y me devuelve el beso con la misma pasión.

Por Dios, Ana, qué me estás haciendo…

En cuanto la siento retorcerse en busca de más, me detengo y la miro fijamente. Ha llegado el momento de poner en marcha el plan B.

—¿Confías en mí? —pregunto cuando abre los ojos con un parpadeo.

Asiente con vehemencia. Saco la corbata del bolsillo trasero de los pantalones para que la vea, luego me pongo a horcajadas sobre ella y le ato las muñecas a uno de los barrotes de hierro del cabezal.

Se mueve y se contonea debajo de mí, y le da tirones para comprobar si está bien atada, pero la corbata resiste sin problemas. No se escapará.

—Mejor así.

Sonrío aliviado porque la tengo donde quería. Ahora toca desnudarla.

Le cojo un pie y empiezo a desatarle la zapatilla de deporte.

—No —protesta, azorada, e intenta retirarlo.

Sé que es porque ha salido a correr y no quiere que le quite la zapatilla. ¿Cree que el sudor va a echarme atrás?

¡Cariño…!

—Si forcejeas, te ataré también los pies, Anastasia. Si haces el menor ruido, te amordazaré. No abras la boca. Seguramente ahora mismo Katherine está ahí fuera escuchando.

Se queda quieta, y sé que mi corazonada era cierta: le preocupan los pies. ¿Cuándo entenderá que esas cosas no me importan?

Sin perder tiempo, le quito las zapatillas, los calcetines y el pantalón de chándal. Luego la desplazo para que quede bien estirada y tumbada sobre las sábanas, no sobre esa delicada colcha hecha a mano. Vamos a dejarlo todo hecho un asco.

Deja de morderte el puto labio.

Paso un dedo sobre su boca a modo de tórrida advertencia. Ella frunce los labios como si quisiera besarlo, y eso me arranca una sonrisa. Es una criatura bella y sensual.

Ahora que por fin la tengo como yo quiero, me quito los zapatos y los calcetines, me desabrocho los pantalones y me despojo de la camisa. Ella me sigue atentamente con la mirada.

—Creo que has visto demasiado.

Quiero tenerla en vilo, que no sepa qué voy a hacerle. Será un festín carnal. Nunca le he vendado los ojos, de modo que esto contará como parte del entrenamiento. Eso en caso de que acepte…

Vuelvo a sentarme a horcajadas sobre ella, cojo el borde de la camiseta y se la subo, pero, en lugar de quitársela, se la dejo enrollada sobre los ojos; una venda muy práctica.

Me ofrece una visión fantástica, expuesta y atada como está.

—Mmm, esto va cada vez mejor. Voy a tomar una copa —susurro, y la beso.

Ella ahoga un grito cuando nota que bajo de la cama. Una vez en el distribuidor, dejo la puerta entornada y me dirijo al salón para recuperar la botella de vino.

Kavanagh, que lee sentada en el sofá, alza la vista y enarca las cejas, sorprendida. Vamos, Kavanagh, no irás a decirme que nunca has visto a un hombre descamisado porque eso no te lo crees ni tú.

—Kate, ¿dónde puedo encontrar vasos, hielo y un sacacorchos? —pregunto, sin prestar atención a la cara de escandalizada que pone.

—Mmm… En la cocina. Ya voy yo. ¿Dónde está Ana?

Ah, se preocupa por su amiga. Bien.

—Ahora mismo anda un poco liada, pero le apetece beber algo.

Cojo la botella de chardonnay.

—Sí, ya veo —dice Kavanagh, y la sigo hasta la cocina, donde me señala unos vasos que hay sobre la encimera. Están todos fuera, supongo que a la espera de que los empaqueten para la mudanza. Me tiende un sacacorchos y saca de la nevera una bandeja de hielo, de la que extrae los cubitos.

—Todavía quedan muchas cosas que embalar. Ya sabes que Elliot nos está echando una mano, ¿no? —comenta con retintín.

—¿Ah, sí? —murmuro, distraído, mientras abro el vino—. Pon el hielo en los vasos. —Le indico dos con la barbilla—. Es un chardonnay. Con hielo pasará mejor.

—Te hacía más de vino tinto —observa cuando sirvo la bebida—. ¿Vendrás a echarle una mano a Ana con la mudanza?

Le brillan los ojos. Está desafiándome.

Tú ni caso, Grey.

—No, no puedo —contesto, cortante, porque me cabrea que intente que me sienta culpable.

Aprieta los labios y me doy la vuelta para salir de la cocina, aunque no lo bastante rápido para librarme de su expresión desaprobadora.

Que te den, Kavanagh.

No pienso colaborar de ninguna de las maneras. Ana y yo no tenemos ese tipo de relación. Además, no me sobra el tiempo.

Regreso al dormitorio, cierro la puerta y dejo atrás a Kavanagh y su desdén. La visión de la cautivadora Ana Steele tumbada en la cama, jadeante y a la expectativa, tiene un efecto apaciguador inmediato. Pongo el vino sobre la mesilla de noche, me saco el paquetito plateado del pantalón y lo coloco junto a la botella antes de dejar caer al suelo el pantalón y los calzoncillos, que liberan mi miembro erecto.

Doy un sorbo de vino, sorprendido al ver que no está nada mal, y observo a Ana. No ha dicho ni una palabra. Tiene el rostro vuelto hacia mí, con los labios ligeramente separados, anhelantes. Cojo el vaso y vuelvo a sentarme a horcajadas sobre ella.

—¿Tienes sed, Anastasia?

—Sí —jadea.

Doy otro sorbo, me inclino y, al besarla, derramo el vino en su boca. Se relame y su garganta emite un débil murmullo agradecido.

—¿Más? —pregunto.

Asiente, sonriendo, y la complazco.

—Pero no nos excedamos. Ya sabemos que tu tolerancia al alcohol es limitada, Anastasia —bromeo, y sus labios se separan para formar una amplia sonrisa.

Me agacho de nuevo y vuelvo a darle de beber de mi boca mientras ella se retuerce debajo de mí.

—¿Te parece esto agradable? —pregunto mientras me tumbo a su lado.

Se queda inmóvil, muy seria, pero abre los labios a causa de su respiración agitada.

Doy otro trago de vino, aunque esta vez también cojo dos cubitos. Cuando la beso, empujo un trocito de hielo entre sus labios y luego voy trazando un sendero de besos helados por su piel fragante, desde la garganta hasta el ombligo, donde deposito el otro fragmento y un poco de vino.

Aspira sobresaltada.

—Ahora tienes que quedarte quieta. Si te mueves, llenarás la cama de vino, Anastasia. —Le hablo en un susurro y, cuando vuelvo a besarla justo por encima del ombligo, ella mueve las caderas—. Oh, no. Si derrama el vino, la castigaré, señorita Steele.

Gime en respuesta y tira de la corbata.

Lo mejor para ti, Ana…

Le saco los pechos del sujetador, primero uno y luego el otro, de manera que quedan apoyados en los aros. Son turgentes y están expuestos, justo como me gustan. Despacio, paseo mi lengua por ellos.

—¿Te gusta esto? —murmuro, y soplo suavemente sobre un pezón.

Ella abre la boca en una exclamación muda. Me coloco otro trozo de hielo entre los labios y recorro su piel despacio desde el cuello hasta el pezón, dibujando un par de círculos con el cubito. La oigo gemir. Cojo el hielo con los dedos y continúo atormentando sus pezones con mis labios helados y lo que queda del cubito, que se derrite entre mis yemas.

Entre jadeos y suspiros, noto que va tensándose debajo de mí, pero consigue estarse quieta.

—Si derramas el vino, no dejaré que te corras —advierto.

—Oh… por favor… Christian… señor… por favor… —suplica.

Qué placer oírle pronunciar esas palabras…

Todavía hay esperanza.

No es una negativa.

Deslizo los dedos por su cuerpo en dirección a las bragas, acariciando su piel suave. De pronto, mueve las caderas y el vino y el hielo derretido del ombligo se derraman. Me acerco rápidamente para bebérmelo, besándolo y chupándolo de su cuerpo.

—Querida Anastasia, te has movido. ¿Qué voy a hacer contigo?

Meto los dedos por dentro de las bragas y, al hacerlo, rozo el clítoris.

—¡Ah! —gimotea.

—Oh, nena —murmuro, admirado.

Está húmeda. Muy húmeda.

¿Lo ves? ¿Ves lo agradable que es esto?

Le introduzco dos dedos y se estremece.

—Estás lista para mí tan pronto… —le susurro, y los muevo despacio dentro y fuera de ella, con una cadencia que le arranca un largo y dulce gemido. Sus caderas empiezan a levantarse para ir al encuentro de mis dedos.

Vaya, le encanta.

—Eres una glotona.

Continúo hablando en voz baja, y ella se acomoda al ritmo que impongo cuando empiezo a trazar círculos alrededor de su clítoris con el pulgar, acariciándola y atormentándola.

Grita, su cuerpo se arquea debajo de mí. Necesito ver su expresión, por lo que alargo la otra mano y le paso la camiseta por encima de la cabeza. Abre los ojos y la débil luz la hace parpadear.

—Quiero tocarte —dice con voz ronca y cargada de deseo.

—Lo sé —susurro sobre sus labios y la beso, manteniendo el ritmo implacable de los dedos.

Sabe a vino, a deseo y a Ana. Y me corresponde con una avidez que desconocía en ella. Le sujeto la cabeza por detrás, para que no la mueva, y continúo besándola y masturbándola hasta que empiezo a notar que tensa las piernas, y justo entonces ralentizo el ritmo de mis dedos.

Ah, no, nena, no vas a correrte aún.

Hago lo mismo tres veces más sin dejar de besarle la dulce y cálida boca. A la quinta, detengo los dedos en su interior y me acerco a su oreja.

—Este es tu castigo, tan cerca y de pronto tan lejos. ¿Te parece esto agradable?

—Por favor —gimotea.

Dios, cómo me gusta oírla suplicar.

—¿Cómo quieres que te folle, Anastasia?

Mis dedos se mueven de nuevo y sus piernas empiezan a estremecerse, por lo que vuelvo a ralentizar el ritmo de la mano.

—Por favor —repite en un suspiro tan leve que apenas la oigo.

—¿Qué quieres, Anastasia?

—A ti… ahora —implora.

—Dime cómo quieres que te folle. Hay una variedad infinita de maneras —le susurro.

Aparto la mano, cojo el preservativo que había dejado sobre la mesita de noche y me arrodillo entre sus piernas. Con la mirada clavada en la suya, le quito las bragas y las dejo caer al suelo. Tiene las pupilas dilatadas, unos ojos sugerentes y anhelantes que abre mucho mientras me coloco el condón poco a poco.

—¿Te parece esto agradable? —pregunto mientras rodeo mi miembro erecto con la mano.

—Era una broma —gimotea.

¿Una broma?

Gracias a Dios.

No todo está perdido.

—¿Una broma? —repito mientras mi mano recorre mi polla arriba y abajo.

—Sí. Por favor, Christian —me ruega.

—¿Y ahora te ríes?

—No.

Apenas la oigo, pero el modo en que sacude ligeramente la cabeza me dice todo lo que necesito saber.

Viendo cómo me desea… podría correrme en la mano solo con mirarla. La agarro y le doy la vuelta para alzar su precioso, su hermoso culo. Es demasiado tentador… Le doy un azote en el trasero, con fuerza, y la penetro.

¡Joder! Está a punto.

Las paredes de su vagina aprisionan mi polla y se corre.

Mierda, ha ido demasiado rápido.

La sujeto por las caderas y me la follo, duro, embisto contra su trasero en medio de su clímax. Aprieto los dientes y empujo una y otra vez, hasta que empieza a excitarse de nuevo.

Vamos, Ana. Una vez más, le ordeno mentalmente sin dejar de embestirla.

Gime y jadea debajo de mí mientras una película de sudor le cubre la espalda.

Le tiemblan las piernas.

Está a punto.

—Vamos, Anastasia, otra vez —gruño.

Y por medio de una especie de milagro, su orgasmo traspasa su cuerpo y penetra en el mío.

Joder, menos mal. Me corro en silencio y me derramo en su interior.

Santo Dios. Me desplomo sobre ella. Ha sido agotador.

—¿Te ha gustado? —le susurro al oído intentando recuperar el aliento.

Salgo de ella y me quito el maldito condón mientras ella sigue tumbada en la cama, jadeando. Me levanto y me visto deprisa, y cuando he terminado me agacho para desatar la corbata y dejarla libre. Ana se da la vuelta, flexiona las manos y los dedos y vuelve a colocarse el sujetador. Después de taparla con la colcha me tumbo a su lado, incorporado sobre un codo.

—Ha sido realmente agradable —dice con una sonrisa traviesa.

—Ya estamos otra vez con la palabrita.

Yo también sonrío, satisfecho.

—¿No te gusta que lo diga?

—No, no tiene nada que ver conmigo.

—Vaya… No sé… parece tener un efecto beneficioso sobre ti.

—¿Soy un efecto beneficioso? ¿Eso es lo que soy ahora? ¿Podría herir más mi amor propio, señorita Steele?

—No creo que tengas ningún problema de amor propio.

Frunce el ceño un breve instante.

—¿Tú crees?

El doctor Flynn tendría mucho que decir al respecto.

—¿Por qué no te gusta que te toquen? —pregunta con voz dulce y suave.

—Porque no. —La beso en la frente para distraerla y desviar la conversación—. Así que ese e-mail era lo que tú llamas una broma.

Sonríe a modo de disculpa y se encoge de hombros.

—Ya veo. Entonces todavía estás planteándote mi proposición…

—Tu proposición indecente… Sí, me la estoy planteando.

Joder, pues menos mal.

El trato todavía está en juego. Mi alivio es tan palpable que casi puedo tocarlo.

—Pero tengo cosas que comentar —añade.

—Me decepcionarías si no tuvieras cosas que comentar.

—Iba a mandártelas por correo, pero me has interrumpido.

Coitus interruptus.

—¿Lo ves?, sabía que tenías algo de sentido del humor escondido por ahí.

Sus ojos se iluminan de alegría.

—No es tan divertido, Anastasia. He pensado que estabas diciéndome que no, que ni siquiera querías comentarlo.

—Todavía no lo sé. No he decidido nada. ¿Vas a ponerme un collar?

Su pregunta me sorprende.

—Has estado investigando. No lo sé, Anastasia. Nunca le he puesto un collar a nadie.

—¿A ti te han puesto un collar? —pregunta.

—Sí.

—¿La señora Robinson?

—¡La señora Robinson! —Se me escapa una carcajada. Anne Bancroft en El graduado—. Le diré cómo la llamas. Le encantará.

—¿Sigues en contacto con ella? —Su voz aguda delata su sorpresa e indignación.

—Sí.

¿Por qué se lo toma de esa manera?

—Ya veo —contesta, cortante. ¿Está enfadada? ¿Por qué? No lo entiendo—. Así que tienes a alguien con quien comentar tu alternativo estilo de vida, pero yo no puedo.

Está cabreada, y sin embargo, una vez más, consigue ponerme en evidencia.

—Creo que nunca había pensado en ello desde ese punto de vista. La señora Robinson formaba parte de este estilo de vida. Te dije que ahora es una buena amiga. Si quieres, puedo presentarte a una de mis exsumisas. Podrías hablar con ella.

—¿Esto es lo que tú llamas una broma? —exige saber.

—No, Anastasia.

Me sorprende su tono vehemente, y niego con la cabeza para reafirmarme en mi respuesta. Es habitual que una sumisa consulte con las sumisas anteriores para asegurarse de que su nuevo amo sabe lo que se hace.

—No… me las arreglaré yo sola, muchas gracias —asegura, y alarga la mano para tirar de la colcha y el edredón y subírselos hasta la barbilla.

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