Grey

Grey


Sábado, 21 de mayo de 2011

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Su sabor es delicioso: vino, uvas e inocencia; una potente y embriagadora mezcla de matices. La rodeo fuertemente con los brazos, más tranquilo al ver que ella me coge únicamente de los bíceps. Dejo una mano en su pelo para inmovilizarla y con la otra le recorro la columna vertebral hasta el culo y la empujo hacia mí, contra mi erección. Ella vuelve a gemir. Sigo besándola, forzando su lengua inexperta a explorar mi boca como yo exploro la suya. Mi cuerpo se tensa cuando sus manos ascienden por mis brazos… Y por un instante me pongo nervioso pensando dónde me tocará a continuación. Me acaricia la mejilla, luego el pelo. Me altero un poco, pero cuando me entrelaza las manos en el pelo y tira con suavidad…

Maldita sea, qué sensación…

Gimo en respuesta a esa caricia pero no puedo permitirle que siga. Antes de que pueda volver a tocarme, la empujo contra la cama y me pongo de rodillas. Quiero quitarle esos vaqueros, quiero desnudarla, excitarla un poco más y… que no me toque. La aferro de las caderas y le paso la lengua por el vientre, desde la cinturilla del pantalón hasta el ombligo. Ella se pone tensa y aspira de forma brusca. Joder, qué bien huele y qué bien sabe: a huerto de árboles frutales en plena primavera, y quiero saciarme.

Sus manos vuelven a aferrarme el pelo, pero eso no me importa… De hecho, me gusta. Le mordisqueo la cadera y noto que me tira del pelo con más fuerza. Tiene los ojos cerrados, la boca relajada, y está jadeando. Cuando le desabrocho el botón de los vaqueros, ella abre los ojos y nos miramos fijamente. Poco a poco, bajo la cremallera y deslizo las manos hasta su culo. Luego las introduzco por debajo de la cinturilla, rodeo con las palmas sus suaves nalgas y le bajo los pantalones.

No puedo parar. Quiero impactarla, poner a prueba sus límites este mismo instante. Sin apartar los ojos de los suyos, me lamo los labios con intención. Luego me inclino sobre ella y recorro con la punta de la nariz la parte central de sus bragas; aspiro su excitación. Cierro los ojos y disfruto de esa sensación.

Oh, Dios, es muy tentadora.

—Hueles muy bien.

Tengo la voz ronca por el deseo y mis vaqueros empiezan a molestarme. Necesito quitármelos. Con suavidad, la empujo hasta la cama y, cogiéndole el pie derecho, me apresuro a quitarle la Converse y el calcetín. Para provocarla, le recorro el empeine con la uña del pulgar y ella se retuerce de placer en la cama, con la boca abierta, observándome, fascinada. Me inclino sobre ella, ahora le recorro el empeine con la lengua y mis dientes rozan la pequeña marca que ha dejado mi uña. Ella permanece tumbada en la cama con los ojos cerrados, gimiendo. Es tan receptiva… Es sublime.

Dios.

Le quito rápidamente la otra zapatilla y el otro calcetín, y luego los vaqueros. Está prácticamente desnuda en mi cama, el pelo le enmarca la cara a la perfección, sus largas y blanquísimas piernas están abiertas ante mí, como una invitación. Tengo que hacer concesiones a causa de su inexperiencia. Pero está jadeando. Me desea. Sus ojos están fijos en mí.

Nunca me he tirado a nadie en mi cama. Otra novedad con la señorita Steele.

—Eres muy hermosa, Anastasia Steele. Me muero por estar dentro de ti.

Hablo con voz suave; quiero provocarla un poco más, descubrir lo que sabe.

—Muéstrame cómo te das placer —le pido mirándola a los ojos.

Ella frunce el ceño.

—No seas tímida, Ana. Muéstramelo.

Una parte de mí quiere zurrarla para que aprenda a no ser tan cohibida.

Ella niega con la cabeza.

—No entiendo lo que quieres decir.

¿Está jugando conmigo?

—¿Cómo te corres sola? Quiero verlo.

Ella permanece muda. Es evidente que he vuelto a asustarla.

—No me corro sola —murmura al fin, casi sin aliento.

La miro sin dar crédito. Incluso yo me masturbaba antes de que Elena me pusiera las garras encima.

Probablemente no ha tenido nunca un orgasmo… aunque me cuesta creerlo. Uau. Soy yo quien va a follársela por primera vez y con quien va a tener su primer orgasmo. Más me vale hacerlo bien.

—Bueno, veamos qué podemos hacer al respecto.

Vas a tener un orgasmo como un tren, nena.

Mierda. Seguro que tampoco ha visto nunca a un hombre desnudo. Sin apartar la vista de sus ojos, me desabrocho el primer botón de los vaqueros y los dejo caer al suelo, pero no puedo quitarme la camisa porque corro el riesgo de que me toque.

Aunque si lo hiciera… no estaría tan mal… ¿verdad? No estaría mal que me tocara.

Ahuyento esa idea antes de que aflore la oscuridad en mi interior, y la cojo por los tobillos para abrirla de piernas. Ella pone los ojos como platos y se aferra a mis sábanas.

Eso, mantén las manos ahí, nena.

Trepo poco a poco por la cama, entre sus piernas. Ella se remueve debajo de mí.

—No te muevas —le digo, y me inclino para besar la delicada parte interior de su muslo. Le recorro a besos los muslos, sigo por encima de las bragas, por el vientre, y mientras la mordisqueo y succiono su piel ella se retuerce debajo de mí—. Vamos a tener que trabajar para que aprendas a quedarte quieta, nena.

Si me dejas.

Le enseñaré a aceptar el placer sin moverse, intensificando cada caricia, cada beso, cada pellizco. Pensar en eso hace que desee hundirme en ella, pero antes quiero saber hasta qué punto se muestra receptiva. De momento no se ha echado atrás. Me está dando rienda suelta para que le recorra todo el cuerpo. No vacila ni un momento. Desea que esto ocurra, lo desea de verdad. Introduzco mi lengua en su ombligo y prosigo mi viaje de placer hacia arriba, deleitándome con su sabor. Cambio de postura y me tumbo a su lado con una pierna aún entre las suyas. Mi mano recorre su cuerpo casi sin tocarlo: la cadera, la cintura, un pecho. Lo cubro con mi mano, tratando de anticipar su reacción. Ella no se pone tensa. No me detiene… Se siente segura. ¿Conseguiré que confíe plenamente en mí para que me permita dominar por completo su cuerpo? ¿Y a toda ella? La idea es muy estimulante.

—Encajan perfectamente en mi mano, Anastasia.

Introduzco el dedo en la copa del sujetador y tiro de él para dejar su pecho al descubierto. El pezón es pequeño, rosado, y ya está duro. Retiro la prenda de modo que la tela y la varilla descansen bajo el pecho y lo empujen hacia arriba. Repito el proceso con la otra copa y observo, fascinado, cómo sus pezones se dilatan bajo mi atenta mirada. Vaya… Si ni siquiera la he tocado todavía.

—Muy bonitos —suspiro con admiración, y chupo suavemente el pezón que tengo más cerca mientras observo maravillado cómo aumenta su dureza y su tamaño.

Anastasia cierra los ojos y arquea la espalda.

Quédate quieta, nena, limítate a aceptar el placer; llegará a ser mucho más intenso.

Chupo un pezón mientras rodeo el otro con el índice y el pulgar. Ella se aferra a las sábanas mientras yo me inclino sobre ella y succiono, con fuerza. Su cuerpo vuelve a arquearse y Ana grita.

—Vamos a ver si conseguimos que te corras así —susurro, y no me detengo.

Ella empieza a gemir.

Sí, nena, sí… Siéntelo. Sus pezones se dilatan más y ella empieza a mover la cadera en círculos. Quédate quieta, nena. Te enseñaré a que te estés quieta.

—Oh… por favor —me suplica.

Sus piernas se ponen tensas. Lo estoy consiguiendo. Está a punto de correrse. Continúo con mi sesión de placer. Me concentro en cada uno de los pezones, observo cómo responde, noto su lujuria y siento que estoy loco por ella. Dios, cuánto la deseo.

—Déjate ir, nena —murmuro, y tiro de su pezón con los dientes.

Ella grita al alcanzar el clímax.

¡Sí! Me apresuro a besarla para absorber sus gritos en mi boca. Está sin aliento y jadea, perdida en su placer… Y en el mío. Su primer orgasmo me pertenece, y esa idea me produce una alegría ridícula.

—Eres muy receptiva. Tendrás que aprender a controlarlo, y será muy divertido enseñarte.

No veo la hora… Pero en este momento la deseo. La deseo a toda ella. La beso una vez más y dejo que mi mano viaje hacia abajo por su cuerpo, hasta su sexo. Lo aprieto y noto su calor. Deslizo el dedo índice por debajo del encaje de sus bragas y trazo un pequeño círculo… ¡Joder! ¡Está empapada!

—Estás muy húmeda. No sabes cuánto te deseo.

Introduzco un dedo en su interior, y ella grita. Está caliente, y tensa, y húmeda, y quiero poseerla. Vuelvo a meter el dedo en ella y absorbo sus gritos en mi boca. Apoyo la palma de la mano en el clítoris… Hago presión hacia abajo… Y en círculos. Ella grita y se retuerce debajo de mí. Joder. La quiero para mí ahora mismo. Está a punto. Me incorporo, le quito las bragas, me quito yo también los calzoncillos y alcanzo un condón. Me arrodillo entre sus piernas y se las separo más. Anastasia me mira con… ¿qué? ¿Temor? Probablemente no ha visto nunca una erección.

—No te preocupes. Tú también te dilatas —murmuro.

Me tumbo encima de ella, coloco las manos a ambos lados de su cabeza y me apoyo sobre los codos. Dios, cuánto la deseo… Pero tengo que saber si está dispuesta a seguir.

—¿De verdad quieres hacerlo? —le pregunto.

Por Dios, no digas que no, joder.

—Por favor —me suplica.

—Levanta las rodillas —le ordeno.

Así será más fácil. ¿He estado alguna vez tan excitado? Apenas puedo contenerme. No lo entiendo… Debe de ser por ella.

¿Por qué?

¡Céntrate, Grey!

—Ahora voy a follarla, señorita Steele. Duro.

Me meto en ella con una embestida.

Joder. ¡Joder!

Está muy tensa. Grita.

¡Mierda! Le he hecho daño. Quiero moverme, vaciarme en su interior, y tengo que hacer acopio de toda mi voluntad para parar.

—Estás muy cerrada. ¿Te encuentras bien? —pregunto, y mi voz es un susurro ronco y ansioso.

Ella asiente con los ojos muy abiertos. Esto es la gloria, la noto tensa a mi alrededor. Y aunque tiene las manos sobre mis brazos, me da igual. La oscuridad está dormida, tal vez porque llevo mucho tiempo deseándola. Nunca antes había sentido este anhelo, esta… voracidad. Es una sensación nueva, nueva y muy agradable. Deseo muchas cosas de ella: su confianza, su obediencia, su sumisión. Quiero que sea mía. Pero de momento… yo soy suyo.

—Voy a moverme, nena. —Siento la voz forzada.

Entonces, lentamente, me retiro un poco. Es una sensación extraordinaria y maravillosa: su cuerpo acoge mi polla. La penetro otra vez y la hago mía sabiendo que no ha sido de nadie más. Ella gime.

Me detengo.

—¿Más?

—Sí —susurra ella al cabo de un momento.

Esta vez la embisto y llego más adentro.

—¿Otra vez? —le pregunto en tono suplicante mientras las gotas de sudor me perlan el cuerpo.

—Sí.

Su confianza en mí… de repente me abruma, y empiezo a moverme, a moverme de verdad. Quiero que se corra. No pararé hasta que se corra. Quiero poseer a esta mujer, su cuerpo y su alma. Quiero que se aferre a mí.

Joder. Empieza a acoger todos mis movimientos, a acoplarse a mi ritmo. ¿Ves lo mucho que nos compenetramos, Ana? Le sujeto la cabeza y la inmovilizo mientras la hago mía y la beso con fuerza, haciendo también mía su boca. Ella se pone rígida debajo de mí… Joder, sí. Está cerca del orgasmo.

—Córrete para mí, Ana —le pido.

Y ella grita a la vez que la pasión la devora; la cabeza hacia atrás, la boca abierta, los ojos cerrados… Y la visión de su éxtasis me basta. Exploto en su interior, se me nublan la razón y los sentidos y grito su nombre mientras me corro dentro de ella.

Cuando abro los ojos estoy jadeando, intentando recobrar el aliento. Su frente está apoyada en mi frente y me mira.

Joder. Estoy hecho polvo.

Le doy un breve beso en la frente y salgo de ella. Luego me tumbo a su lado.

Ella se estremece cuando me aparto de su cuerpo, pero por lo demás se la ve bien.

—¿Te he hecho daño? —le pregunto, y le coloco un mechón de pelo detrás de la oreja porque no quiero dejar de tocarla.

Ana sonríe con incredulidad.

—¿Estás de verdad preguntándome si me has hecho daño?

Y por un momento no sé por qué sonríe.

Ah, el cuarto de juegos.

—No me vengas con ironías —musito. Incluso ahora me desconcierta—. En serio, ¿estás bien?

Ella se tumba a mi lado mientras se pasa la mano por el cuerpo y me tienta con una expresión divertida que también denota su satisfacción.

—No me has contestado —gruño.

Necesito saber si ha disfrutado. Por su expresión se diría que sí, pero necesito oírlo de su boca. Mientras espero su respuesta, me quito el condón. Dios, odio estas cosas. Lo dejo caer discretamente al suelo.

Ella me mira.

—Me gustaría volver a hacerlo —dice con una risita tímida.

¿Cómo?

¿Otra vez?

¿Ya?

—¿Ahora mismo, señorita Steele? —La beso en la comisura de la boca—. ¿No eres un poquito exigente? Date la vuelta.

Así me aseguro de que no me toques.

Ella me obsequia con una breve y dulce sonrisa y se pone boca abajo. Mi polla se estremece, encantada. Le desabrocho el sujetador y le deslizo la mano por la espalda hasta las nalgas.

—Tienes una piel realmente preciosa —digo mientras le retiro el pelo de la cara y le abro las piernas.

Con delicadeza, le cubro el hombro de suaves besos.

—¿Por qué no te has quitado la camisa? —me pregunta.

Es muy preguntona. Mientras esté boca abajo sé que no podrá tocarme, así que me incorporo, me quito la camisa sin desabrochármela y la dejo caer al suelo. Del todo desnudo, me tumbo sobre ella. Tiene la piel cálida, se derrite contra la mía.

Mmm… Sería fácil acostumbrarme a esto.

—Así que quieres que vuelva a follarte… —le susurro al oído, besándola.

Ella se retuerce de forma muy excitante debajo de mí.

Oh, esto no va a funcionar. Quédate quieta, nena.

Deslizo la mano por su cuerpo hasta la parte trasera de sus rodillas, le levanto las piernas y se las separo para que quede bien abierta debajo de mí. Ella contiene la respiración, expectante, espero. No se mueve.

¡Por fin!

Le acaricio el culo y dejo que mi peso repose sobre ella.

—Voy a follarte desde atrás, Anastasia.

Con la otra mano, le agarro el pelo a la altura de la nuca y tiro suavemente para colocarla bien. No puede moverse. Tiene las manos lejos, extendidas sobre la sábana; no suponen ningún peligro.

—Eres mía —susurro—. Solo mía. No lo olvides.

Desplazo la mano que me queda libre hasta su clítoris y empiezo a trazar lentos círculos.

Sus músculos se flexionan debajo de mí cuando intenta moverse, pero mi peso la mantiene en su sitio. Le recorro la línea del mentón con los dientes. Su suave aroma se impone sobre el olor a sexo.

—Hueles de maravilla —susurro mientras le froto la nariz detrás de la oreja.

Ella empieza a mover sus caderas en círculo siguiendo las caricias de mi mano.

—No te muevas —le advierto.

Si no, pararé.

Poco a poco, le introduzco el pulgar y lo hago girar una y otra vez, y me centro en acariciarle la pared anterior de la vagina.

—¿Te gusta? —digo para provocarla, y le mordisqueo la oreja.

Mientras mis dedos siguen atormentándole el clítoris, empiezo a mover el pulgar dentro y fuera. Ella se pone rígida, pero no puede moverse.

Gime mucho, y cierra los ojos con fuerza.

—Estás muy húmeda y eres muy rápida. Muy receptiva. Oh, Anastasia, me gusta, me gusta mucho.

De acuerdo. A ver hasta dónde llegas.

Retiro el pulgar de su vagina.

—Abre la boca —le ordeno, y cuando lo hace le meto el dedo entre los dientes—. Mira cómo sabes. Chúpame, nena.

Me chupa el pulgar… con fuerza.

Joder.

Y por un momento imagino mi polla dentro de su boca.

—Quiero follarte la boca, Anastasia, y pronto lo haré.

Me tiene sin aliento.

Cierra los dientes alrededor de mi dedo y me muerde con fuerza.

¡Ay! ¡Joder!

—Mi niña traviesa.

Se me ocurren varios castigos dignos de semejante atrevimiento; si fuera mi sumisa, podría infligírselos. Esa idea hace que mi polla crezca hasta tal extremo que parece a punto de explotar. La suelto y me siento sobre las rodillas.

—Quieta, no te muevas.

Saco otro condón de la mesilla de noche, rasgo el envoltorio y desenrollo el látex sobre mi erección.

La observo y veo que sigue sin moverse excepto por el subir y bajar de su espalda a causa de la anticipación.

Es maravillosa.

Vuelvo a tumbarme sobre ella, la agarro del pelo y la sujeto para que no pueda mover la cabeza.

—Esta vez vamos a ir muy despacio, Anastasia.

Ella ahoga un grito y la penetro hasta que no puedo más.

Joder. Qué sensación…

Al retirarme un poco muevo las caderas en círculo, y luego vuelvo a deslizarme hasta su interior. Ella gime y sus extremidades se tensan debajo de mí cuando intenta moverse.

Oh, no, nena.

Quiero que te estés quieta.

Quiero que sientas esto.

Acepta todo este placer.

—Se está tan bien dentro de ti —le digo, y repito los movimientos trazando a la vez círculos con las caderas.

Despacio. Dentro. Fuera. Dentro. Fuera. Ella empieza a estremecerse desde el interior.

—No, nena, todavía no.

No pienso dejar que te corras.

Al menos mientras me lo esté pasando así de bien.

—Por favor —grita.

—Te quiero dolorida, nena.

Salgo de su cuerpo y me hundo otra vez en ella.

—Quiero que, cada vez que te muevas mañana, recuerdes que he estado dentro de ti. Solo yo. Eres mía.

—Christian, por favor —me suplica.

—¿Qué quieres, Anastasia? Dímelo. —Sigo con mi lenta tortura—. Dímelo.

—A ti, por favor.

Está desesperada.

Me quiere a mí.

Buena chica.

Aumento el ritmo y su cuerpo empieza a estremecerse, receptivo de inmediato.

Entre embestida y embestida pronuncio una palabra.

—Eres… tan… dulce… Te… deseo… tanto… Eres… mía…

Sus extremidades tiemblan por la tensión que le supone estarse quieta. Está a punto de llegar.

—Córrete para mí, nena —gruño.

Y ella, obediente, se convulsiona alrededor de mi sexo mientras el orgasmo la rasga por dentro y grita mi nombre contra el colchón.

Oír mi nombre en sus labios desata mi placer, y alcanzo el clímax y me desplomo sobre ella.

—Joder, Ana —musito, agotado pero eufórico.

Me retiro casi de inmediato y ruedo por la cama hasta quedar boca arriba. Ella se acurruca a mi lado mientras me quito el condón, cierra los ojos y se queda dormida.

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