Grey

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Lunes, 23 de mayo de 2011

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—Anastasia, no… No quería ofenderte.

—No estoy ofendida. Estoy consternada.

—¿Consternada?

—No quiero hablar con ninguna exnovia tuya… o esclava… o sumisa… como las llames.

Oh.

—Anastasia Steele, ¿estás celosa?

Si parezco desconcertado es porque realmente lo estoy. Se pone colorada como un tomate y entonces sé que he dado en el clavo. ¿Por qué coño está celosa?

Cariño, tenía una vida propia antes de conocerte.

Una vida muy activa.

—¿Vas a quedarte? —quiere saber.

¿Qué? Por supuesto que no.

—Mañana a primera hora tengo una reunión en el Heathman. Además, ya te dije que no duermo con mis novias, o esclavas, o sumisas, ni con nadie. El viernes y el sábado fueron una excepción. No volverá a pasar.

Aprieta los labios y adopta ese gesto terco característico.

—Bueno, estoy cansada —dice.

Mierda.

—¿Estás echándome?

No es así como se supone que va la cosa.

—Sí.

Pero ¿qué narices…?

La señorita Steele ha vuelto a desarmarme.

—Bueno, otra novedad —murmuro.

Me están echando. No puedo creerlo.

—¿No quieres que comentemos nada? Sobre el contrato —pregunto buscando cualquier excusa para prolongar la visita.

—No —contesta con un gruñido.

Su malhumor me resulta irritante, y, si de verdad fuera mía, no se lo toleraría.

—Ay, cuánto me gustaría darte una buena tunda. Te sentirías mucho mejor, y yo también —le aseguro.

—No puedes decir esas cosas… Todavía no he firmado nada.

Me lanza una mirada desafiante.

Ay, nena, ya lo creo que puedo decirlo, lo que no puedo es hacerlo. Al menos hasta que me dejes.

—Pero soñar es humano, Anastasia. ¿Hasta el miércoles?

El trato sigue interesándome, aunque ignoro por qué. Me he topado con una chica difícil. La beso fugazmente en los labios.

—Hasta el miércoles —accede.

Vuelvo a sentir un gran alivio.

—Espera, salgo contigo —añade, ya en un tono más suave—. Dame un minuto. —Me empuja para que me levante de la cama, y se pone la camiseta—. Pásame los pantalones de chándal, por favor —me ordena, señalándolos.

Uau. La señorita Steele también sabe mandar.

—Sí, señora —bromeo, consciente de que no captará la alusión.

Sin embargo, entorna los ojos. Sabe que estoy burlándome de ella, pero no dice nada y se pone los pantalones.

Divertido en parte ante la perspectiva de que estén a punto de ponerme de patitas en la calle, la sigo por el salón hasta la puerta de la entrada.

¿Cuándo fue la última vez que me ocurrió algo así?

Nunca.

Abre la puerta, pero no deja de mirarse las manos.

¿Qué ocurre aquí?

—¿Estás bien? —le pregunto acariciándole la barbilla con el pulgar.

Tal vez no quiere que me vaya… o quizá no ve el momento de perderme de vista.

—Sí —contesta con voz apagada.

No sé si creerla.

—Nos vemos el miércoles —le recuerdo.

Habrá que esperar hasta entonces. Me inclino y cierra los ojos cuando la beso. Y no quiero irme. No con tantas dudas sobre ella. Le sujeto la cabeza y la beso más profundamente, y ella responde y me entrega su boca.

Ay, nena, no tires la toalla conmigo. Dale una oportunidad a esto.

Se cuelga de mis brazos, me besa, y no quiero parar. Ana es embriagadora y la oscuridad permanece callada, silenciada por la mujer que tengo delante. Muy a mi pesar, me contengo y descanso mi frente sobre la suya.

Le falta el aire, igual que a mí.

—Anastasia, ¿qué estás haciendo conmigo?

—Lo mismo podría decirte yo —susurra.

Sé que debería irme; es mi perdición, aunque no sé por qué. La beso en la frente y enfilo el camino de entrada en dirección al R8. Ella se queda en la puerta, desde donde me sigue con la mirada. No ha entrado en casa. Sonrío, feliz, porque continúa mirándome mientras subo al coche.

Sin embargo, cuando vuelvo la vista ya no está.

Mierda. ¿Qué ha pasado? ¿No va a decirme adiós con la mano?

Enciendo el motor y emprendo el camino de vuelta a Portland mientras analizo lo que ha ocurrido entre nosotros.

Ella me ha enviado un correo.

Yo he ido a verla.

Hemos follado.

Me ha echado antes de que yo decidiera irme.

Por primera vez, bueno, tal vez no sea la primera, me siento un poco utilizado, sexualmente utilizado. Es una sensación perturbadora que me recuerda la época que estuve con Elena.

¡Mierda! La señorita Steele está escalando posiciones a marchas forzadas, aunque ella ni siquiera lo sabe. Y encima yo se lo permito, como un imbécil.

Tengo que darle la vuelta a esta situación. Tener tantas dudas me está volviendo loco.

Pero la deseo. Necesito que firme.

¿Es solo por el hecho de conquistarla? ¿Es eso lo que me excita? ¿O es ella?

Joder, no lo sé, pero espero averiguarlo el miércoles. Por otro lado, no puede negarse que ha sido una manera bastante agradable de pasar la velada. Sonrío satisfecho mientras miro el espejo retrovisor y aparco en el parking del hotel.

Ya de vuelta en mi habitación, me siento delante del portátil.

Concéntrate en aquello que deseas, en el lugar en el que quieres estar. ¿No es eso lo que Flynn no deja de repetirme en esa mierda de terapia centrada en soluciones?

De: Christian Grey

Fecha: 23 de mayo de 2011 23:16

Para: Anastasia Steele

Asunto: Esta noche

 

Señorita Steele:

Espero impaciente sus notas sobre el contrato.

Entretanto, que duermas bien, nena.

 

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Me siento tentado de añadir: «Gracias por otra velada entretenida», pero me parece excesivo. Dejo el portátil a un lado porque Ana seguramente ya estará durmiendo, saco el informe sobre Detroit y sigo leyendo.

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