Grey

Grey


Miércoles, 25 de mayo de 2011

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—Por favor… Tengo que irme —insiste ella.

—¿Por qué?

—Porque me has planteado muchas cosas en las que pensar… y necesito cierta distancia. —Sus ojos me suplican que la deje marchar.

Pero hemos llegado muy lejos en la negociación. Ambos hemos hecho concesiones; podemos lograr que funcione. Tengo que hacer que esto funcione.

—Podría conseguir que te quedaras —le digo, sabedor de que podría seducirla ahora mismo, en esta sala.

—Sí, no te sería difícil, pero no quiero que lo hagas.

Esto va de mal en peor… He ido demasiado lejos. No es así como creía que acabaría la velada. Me paso los dedos por el pelo, frustrado.

—Mira, cuando viniste a entrevistarme y te caíste en mi despacho, todo eran «Sí, señor», «No, señor». Pensé que eras una sumisa nata. Pero, la verdad, Anastasia, no estoy seguro de que tengas madera de sumisa.

Avanzo los pocos pasos que nos separan y la miro a los ojos, que brillan con determinación.

—Quizá tengas razón —dice.

No. No. No quiero tener razón.

—Quiero tener la oportunidad de descubrir si la tienes. —Le acaricio la cara y el labio inferior con el pulgar—. No sé hacerlo de otra manera, Anastasia. Soy así.

—Lo sé —dice.

Inclino la cabeza para acercar mis labios a los suyos, y espero hasta que ella alza la boca hacia la mía y cierra los ojos. Quiero darle un beso breve, casto, pero en cuanto nuestros labios se tocan ella se lanza contra mí, me aferra el cabello con las manos, su boca se abre, su lengua se vuelve apremiante. Aprieto mi mano contra la parte baja de su espalda, la presiono contra mí y la beso más profundo, correspondiendo a su pasión.

Dios, cuánto la deseo.

—¿No puedo convencerte de que te quedes? —susurro en la comisura de su boca, y mi cuerpo reacciona endureciéndose.

—No.

—Pasa la noche conmigo.

—¿Sin tocarte? No.

Maldita sea. La oscuridad se despliega en mis entrañas, pero no hago caso.

—Eres imposible —murmuro; me retiro y observo su cara y su expresión tensa, inquietante.

—¿Por qué tengo la impresión de que estás despidiéndote de mí?

—Porque voy a marcharme.

—No es eso lo que quiero decir, y lo sabes.

—Christian, tengo que pensar en todo esto. No sé si puedo mantener el tipo de relación que quieres.

Cierro los ojos y apoyo la frente contra la suya; luego hundo la nariz en su pelo e inhalo su aroma dulce, otoñal, y lo grabo en mi memoria.

Basta. Suficiente.

Retrocedo un paso y la suelto.

—Como quiera, señorita Steele. La acompaño hasta el vestíbulo.

Le tiendo la mano, quizá por última vez, y me sorprende lo doloroso que me resulta este pensamiento. Ella coge mi mano, y bajamos juntos a la recepción.

—¿Tienes el tíquet del aparcacoches? —le pregunto cuando llegamos al vestíbulo. Mi tono de voz es calmado y sereno, pero por dentro soy un manojo de nervios.

Saca el tíquet del bolso, y se lo entrego al portero.

—Gracias por la cena —dice.

—Ha sido un placer como siempre, señorita Steele.

Esto no puede ser el final. Tengo que enseñarle… mostrarle lo que realmente significa todo esto, lo que podemos conseguir juntos. Debe conocer las posibilidades que nos ofrece el cuarto de juegos. Entonces se dará cuenta. Tal vez sea la única forma de salvar este trato. Me vuelvo hacia ella.

—Esta semana te mudas a Seattle. Si tomas la decisión correcta, ¿podré verte el domingo? —le pregunto.

—Ya veremos. Quizá —contesta.

Eso es un no.

Advierto que tiene la piel de gallina en los brazos.

—Ahora hace fresco. ¿No has traído chaqueta? —le pregunto.

—No.

Esta mujer necesita que alguien cuide de ella. Me quito la americana.

—Toma. No quiero que cojas frío.

Se la pongo sobre los hombros y ella se la ciñe, cierra los ojos e inspira profundamente.

¿Le atrae mi aroma? ¿Como a mí me atrae el suyo?

Tal vez no todo está perdido…

El aparcacoches aparece con un Volkswagen Escarabajo.

¿Qué coño es eso?

—¿Ese es tu coche? —Debe de ser más viejo que el abuelo Theodore. ¡No puedo creérmelo!

El mozo le tiende las llaves y yo le doy una generosa propina. Merece un plus de peligrosidad.

—¿Está en condiciones de circular? —La fulmino con la mirada. ¿Cómo va a estar segura en esa cafetera oxidada?

—Sí.

—¿Llegará hasta Seattle?

—Claro que sí.

—¿Es seguro?

—Sí. —Intenta tranquilizarme—. Vale, es viejo, pero es mío y funciona. Me lo compró mi padrastro.

Cuando sugiero que podríamos solucionarlo, enseguida entiende lo que estoy ofreciéndole y su expresión cambia al instante.

Se ha puesto furiosa.

—Ni se te ocurra comprarme un coche —dice en tono imperativo.

—Ya veremos —murmuro tratando de mantener la calma.

Abro la puerta del conductor, y mientras ella sube me pregunto si debería pedirle a Taylor que la lleve a casa. Maldita sea. Acabo de recordar que esta noche libra.

Cierro la puerta y ella baja la ventanilla… con una lentitud desesperante.

¡Por el amor de Dios!

—Conduce con prudencia —rezongo.

—Adiós, Christian —dice, y le flaquea la voz, como si estuviera conteniendo las lágrimas.

Mierda. Mi estado de ánimo pasa de la irritación y la inquietud por su integridad física a la impotencia mientras su coche se aleja por la calle.

No sé si volveré a verla.

Me quedo de pie en la acera como un pelele hasta que los faros traseros desaparecen en la noche.

Joder. ¿Por qué ha ido tan mal?

Vuelvo al hotel, me dirijo al bar y pido una botella de Sancerre. La cojo y me la llevo a la habitación. El portátil está sobre la mesa de escritorio, y, antes de descorchar el vino, me siento y empiezo a escribir un correo.

De: Christian Grey

Fecha: 25 de mayo de 2011 22:01

Para: Anastasia Steele

Asunto: Esta noche

 

No entiendo por qué has salido corriendo esta noche. Espero sinceramente haber contestado a todas tus preguntas de forma satisfactoria. Sé que tienes que plantearte muchas cosas y espero fervientemente que consideres en serio mi propuesta. Quiero de verdad que esto funcione. Nos lo tomaremos con calma. Confía en mí.

 

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Miro el reloj. Tardará al menos veinte minutos en llegar a casa, quizá más en esa trampa mortal. Escribo a Taylor.

De: Christian Grey

Fecha: 25 de mayo de 2011 22:04

Para: J. B. Taylor

Asunto: Audi A3

 

Necesito que entreguen ese Audi aquí mañana.

Gracias.

 

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Abro el Sancerre, me sirvo una copa, cojo el libro y me siento a leer, esforzándome por concentrarme. No dejo de mirar la pantalla del portátil. ¿Cuándo responderá?

La ansiedad aumenta con cada minuto que pasa; ¿por qué no ha contestado a mi correo?

A las once le envío un mensaje de texto.

*¿Has llegado bien?*

Pero no recibo respuesta. Tal vez se ha ido directamente a la cama. Antes de las doce le envío otro correo.

De: Christian Grey

Fecha: 25 de mayo de 2011 23:58

Para: Anastasia Steele

Asunto: Esta noche

 

Espero que hayas llegado bien a casa en ese coche tuyo.

Dime si estás bien.

 

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

La veré mañana en la ceremonia de la entrega de títulos; entonces sabré si ya no quiere saber nada del trato. Con ese deprimente pensamiento me desvisto, me acuesto y clavo la mirada en el techo.

La has jodido, Grey, bien jodido.

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