Grey

Grey


Jueves, 26 de mayo de 2011

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—Es curioso que mencione eso, porque estaba pensando en prestarle uno de los coches de mi empresa. ¿Cree que lo aceptaría?

—Supongo que sí. Aunque sería decisión de Annie.

—Fantástico. Deduzco que a Ana no le gusta la pesca.

—No. Esa chica ha salido a su madre. No soportaría ver cómo sufre el pez, o los gusanos, tanto da. Es un alma sensible. —Me dirige una mirada mordaz.

Vaya. Una advertencia de Raymond Steele. Intento darle un toque cómico.

—Ahora entiendo por qué no le gustó demasiado el bacalao que cenamos el otro día.

Steele se ríe entre dientes.

—No tiene problemas a la hora de comérselos.

Ana ha acabado de hablar con los Kavanagh y se acerca a nosotros.

—Hola —dice, sonriente.

—Ana, ¿dónde está el cuarto de baño? —pregunta Steele.

Ella le indica que debe salir del pabellón e ir a la izquierda.

—Vuelvo enseguida. Divertíos, chicos —dice él.

Ella se lo queda mirando un momento, y luego me mira a mí, nerviosa. Pero antes de que podamos decir nada, un fotógrafo nos interrumpe. Hace una instantánea de los dos juntos y se escabulle a toda prisa.

—Así que también has cautivado a mi padre… —dice Ana con voz dulce y guasona.

—¿También?

¿La he cautivado a usted, señorita Steele?

Paso los dedos por el rubor rosáceo que aparece en su mejilla.

—Ojalá supiera lo que estás pensando, Anastasia.

Cuando mis dedos llegan a su barbilla, le inclino la cabeza hacia atrás con suavidad para poder ver su expresión. Ella guarda silencio y me devuelve la mirada con las pupilas cada vez más oscuras.

—Ahora mismo estoy pensando: bonita corbata.

Esperaba alguna especie de declaración, así que su respuesta me hace reír.

—Últimamente es mi favorita.

Sonríe.

—Estás muy guapa, Anastasia. Este vestido con la espalda descubierta te sienta muy bien. Me dan ganas de acariciarte la espalda y sentir tu hermosa piel.

Sus labios se separan y su respiración se acelera, y siento la fuerza de la atracción que nos une.

—Sabes que irá bien, ¿verdad, nena? —Mi voz tenue delata mi deseo de que así sea.

Ella cierra los ojos, traga saliva y respira hondo. Cuando vuelve a abrirlos, su rostro refleja una gran ansiedad.

—Pero quiero más.

—¿Más?

Mierda. ¿De qué va esto?

Ella asiente.

—Más —vuelvo a susurrar. Su labio es dúctil bajo mi pulgar—. Quieres flores y corazones.

Joder. Esto nunca funcionará con ella. ¿Cómo es posible que funcione? No me interesan las historias de amor. Mis esperanzas y mis sueños empiezan a desmoronarse.

Sus ojos, muy abiertos, son inocentes y suplicantes.

Maldita sea. Es tan cautivadora…

—Anastasia, no sé mucho de ese tema.

—Yo tampoco.

Claro. Nunca antes había tenido una relación con nadie.

—Tú no sabes mucho de nada.

—Tú sabes todo lo malo —susurra.

—¿Lo malo? Para mí no lo es. Pruébalo —le suplico.

Por favor. Pruébalo a mi manera.

Su mirada intensa escruta mi cara en busca de señales que le desvelen algo, y por un momento me pierdo en esos ojos azules que todo lo ven.

—De acuerdo —susurra.

—¿Qué? —Hasta el último vello de mi cuerpo se eriza.

—De acuerdo. Lo intentaré.

—¿Estás de acuerdo? —Me cuesta creerlo.

—Dentro de los límites tolerables, sí. Lo intentaré.

Gracias al cielo. Tiro de ella, la estrecho contra mí, hundo la cara en su pelo e inhalo su aroma embriagador. Y no me importa que nos encontremos en un lugar atestado de gente. Solo estamos ella y yo.

—Ana, eres imprevisible. Me dejas sin aliento.

Instantes después advierto que Raymond Steele ha vuelto y se mira el reloj para ocultar su incomodidad. A mi pesar, suelto a Ana. Me siento como si estuviera en la cima del mundo.

¡Trato hecho, Grey!

—Annie, ¿vamos a comer algo? —pregunta Steele.

—Vamos —dice ella, y me sonríe con timidez.

—Christian, ¿quieres venir con nosotros?

Por un momento me siento tentado, pero la mirada ansiosa de Ana dice: «Por favor, no». Quiere pasar tiempo a solas con su padre. Lo capto.

—Gracias, señor Steele, pero tengo otros planes. Encantado de conocerlo.

Intenta controlar tu estúpida sonrisa, Grey.

—Lo mismo digo —contesta Steele… Y creo que es sincero—. Cuida a mi niña.

—Esa es mi intención —respondo mientras le estrecho la mano.

De formas que jamás imaginaría, señor Steele.

Cojo una mano de Ana y acerco los nudillos a mi boca.

—Nos vemos luego, señorita Steele —murmuro.

Me has hecho un hombre feliz, muy feliz.

Steele asiente brevemente con la cabeza, coge del brazo a su hija y la acompaña fuera de la recepción. Yo me quedo allí, aturdido pero rebosante de esperanza.

Ha accedido.

—¿Christian Grey?

Mi alegría se ve interrumpida por Eamon Kavanagh, el padre de Katherine.

—Eamon, ¿cómo estás? —Nos estrechamos la mano.

Taylor me recoge a las tres y media.

—Buenas tardes, señor —dice al abrirme la puerta del coche.

Durante el trayecto me informa de que el Audi A3 ya ha sido entregado en el Heathman. Ahora solo tengo que dárselo a Ana. Sé que eso será motivo de una discusión, y tal vez la cosa llegue a ponerse seria. Pero, bueno, ha accedido a ser mi sumisa, así que quizá acepte el regalo sin protestar demasiado.

¿A quién pretendes engañar, Grey?

Un hombre tiene derecho a soñar. Espero que podamos vernos esta noche; se lo daré como regalo de licenciatura.

Llamo a Andrea y le digo que encaje una reunión en mi agenda a primera hora de la mañana con Eamon Kavanagh y sus socios de Nueva York, vía WebEx. Kavanagh está interesado en actualizar su red de fibra óptica. Le pido a Andrea que también avise a Ros y a Fred para la reunión. Ella me informa de varios mensajes —nada importante— y me recuerda que mañana por la noche tengo que asistir a un acto benéfico en Seattle.

Esta será mi última noche en Portland, y Ana también pronto se irá de aquí… Sopeso la idea de llamarla, pero no tiene mucho sentido, ya que no lleva el móvil. Además, está disfrutando de la compañía de su padre.

Camino del Heathman, observo a través de la ventanilla del coche a la buena gente de Portland con sus actividades vespertinas. En un semáforo veo a una pareja discutir en la acera por el contenido de una bolsa de la compra que se les ha caído al suelo. Otra pareja, más joven, pasa por su lado de la mano, mirándose a los ojos y riéndose disimuladamente. La chica se pone de puntillas y susurra algo al oído de su novio tatuado. Él se ríe, se inclina y le da un beso rápido; luego abre la puerta de una cafetería y se hace a un lado para dejarla pasar.

Ana quiere «más». Dejo escapar un profundo suspiro y me paso los dedos por el pelo. Siempre quieren más. Todas. ¿Acaso puedo impedirlo? Esa pareja que pasea de la mano hasta la cafetería… Ana y yo también hemos hecho eso. Hemos comido juntos en dos restaurantes, y fue… divertido. Quizá podría probarlo. Al fin y al cabo, ella me está dando mucho. Me aflojo la corbata.

¿Podría ofrecerle más?

De vuelta en mi habitación, me desvisto, me pongo la ropa de deporte y bajo a hacer un circuito rápido en el gimnasio. Tener que relacionarse con tanta gente ha puesto mi paciencia al límite y necesito quemar ese exceso de energía.

También necesito pensar sobre ese «más».

Cuando ya me he duchado y vestido y estoy de nuevo delante del ordenador, Ros me llama a través de WebEx y hablamos unos cuarenta minutos. Tratamos todos los puntos de su orden del día, entre ellos la propuesta de Taiwan y Darfur. El coste del suministro por paracaídas es desmedido, pero resulta más seguro para todos los implicados. Le doy mi visto bueno. Ahora tenemos que esperar a que el envío llegue a Rotterdam.

—Ya me he puesto al día con Kavanagh Media. Creo que también Barney debería estar en la reunión —dice Ros.

—Adelante, pues. Díselo a Andrea.

—De acuerdo. ¿Cómo ha ido la ceremonia? —pregunta.

—Bien. Sorprendente.

Ana ha accedido a ser mía.

—¿Sorprendentemente bien?

—Sí.

Ros me observa fijamente desde la pantalla, intrigada, pero permanezco en silencio.

—Andrea me ha dicho que vuelves a Seattle mañana.

—Sí.

Sonríe con malicia.

—Me alegra saberlo. Tengo otra reunión, así que, si no hay nada más, me despido por el momento.

—Adiós.

Salgo de WebEx y entro en el programa de correo electrónico, centrando mi atención en esta noche.

De: Christian Grey

Fecha: 26 de mayo de 2011 17:22

Para: Anastasia Steele

Asunto: Límites tolerables

 

¿Qué puedo decir que no haya dicho ya?

Encantado de comentarlo contigo cuando quieras.

Hoy estabas muy guapa.

 

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Y pensar que esta mañana estaba convencido de que todo había terminado entre nosotros…

Dios, Grey, necesitas centrarte un poco. Flynn tendría un montón de material para trabajar contigo hoy.

Claro que ella no llevaba el móvil encima. Tal vez necesite una manera de comunicarse más fiable.

De: Christian Grey

Fecha: 26 de mayo de 2011 17:36

Para: J. B. Taylor

Cc: Andrea Ashton

Asunto: BlackBerry

 

Taylor:

Por favor, consigue una BlackBerry nueva para Anastasia Steele con su e-mail preinstalado. Andrea puede pedirle todos los datos a Barney y pasártelos después.

Por favor, entrégalo mañana en su casa o en Clayton’s.

 

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

En cuanto lo envío, cojo el último número del Forbes y empiezo a leer.

A las seis y media aún no tengo respuesta de Ana, de modo que deduzco que sigue entreteniendo al discreto y sencillo Ray Steele. Teniendo en cuenta que no comparten lazos de sangre, su parecido es asombroso.

Pido un

risotto de marisco al servicio de habitaciones y, mientras espero, sigo leyendo.

La llamada de Grace me sorprende en plena lectura.

—Cristian, cariño…

—Hola, mamá.

—¿Mia se ha puesto en contacto contigo?

—Sí. Tengo los datos del vuelo. Iré a recogerla.

—Fantástico. Espero que te quedes a cenar el sábado.

—Sí, claro.

—Y el domingo Elliot traerá a cenar a su amiga Kate. ¿Te gustaría venir? Podrías invitar a Anastasia.

A esto se refería Kavanagh esta mañana.

Intento ganar tiempo.

—Le preguntaré qué planes tiene.

—Dime algo. Sería maravilloso volver a tener a toda la familia reunida.

Pongo los ojos en blanco.

—Si tú lo dices, mamá…

—Sí, eso digo, cariño. ¡Hasta el sábado!

Cuelga.

¿Llevar a Ana a conocer a mis padres? ¿Cómo coño voy a salir de esta?

Mientras le doy vueltas al asunto, llega un correo.

De: Anastasia Steele

Fecha: 26 de mayo de 2011 19:23

Para: Christian Grey

Asunto: Límites tolerables

 

Si quieres, puedo ir a verte esta noche y lo comentamos.

 

Ana

No, ni hablar, nena. En ese coche no. Y entonces mis planes acaban de encajar.

De: Christian Grey

Fecha: 26 de mayo de 2011 19:27

Para: Anastasia Steele

Asunto: Límites tolerables

 

Voy yo a tu casa. Cuando te dije que no me gustaba que condujeras ese coche, lo decía en serio.

Nos vemos enseguida.

 

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Imprimo de nuevo el apartado «Límites tolerables» del contrato y del correo con sus objeciones porque me he dejado la otra copia en la americana, que sigue en su poder. Luego llamo a la puerta de Taylor.

—Voy a llevarle el coche a Anastasia. ¿Podrías recogerme en su casa sobre las… nueve y media?

—Por supuesto, señor.

Antes de salir me guardo dos condones en el bolsillo de los vaqueros.

Tal vez tenga suerte.

El A3 es divertido de conducir, aunque tiene menos motor de lo que estoy acostumbrado a llevar. Aparco frente a una licorería de las afueras de Portland; quiero comprar champán para celebrarlo. Renuncio al Cristal y al Dom Pérignon y me decanto por un Bollinger, sobre todo porque la añada es de 1999 y está helado, pero también porque es rosa… Simbólico, pienso con una sonrisa pícara, y le tiendo la American Express a la cajera.

Ana abre la puerta; sigue llevando ese sensacional vestido gris. Estoy impaciente por que llegue el momento de quitárselo.

—Hola —dice.

Sus ojos se ven grandes y luminosos en su pálido rostro.

—Hola.

—Pasa.

Parece tímida e incómoda. ¿Por qué? ¿Qué ha ocurrido?

—Si me lo permites. —Levanto la botella de champán—. He pensado que podríamos celebrar tu graduación. No hay nada como un buen Bollinger.

—Interesante elección. —Su tono es sarcástico.

—Me encanta la chispa que tienes, Anastasia. —Esa es mi chica.

—No tenemos más que tazas. Ya hemos empaquetado todos los vasos y copas.

—¿Tazas? Por mí, bien.

La veo dirigirse a la cocina. Está nerviosa y algo asustada. Tal vez porque ha tenido un día intenso, o porque ha accedido a mis condiciones, o porque está sola en el apartamento (sé que esta noche Kavanagh pasa la velada con su familia; su padre me lo dijo). Confío en que el champán la ayude a relajarse… y a hablar.

El salón está vacío, a excepción de las cajas de embalaje, el sofá y la mesa. Sobre ella hay un paquete marrón con una nota manuscrita adherida:

Acepto las condiciones, Angel, porque tú sabes mejor cuál tiene que ser mi castigo. Lo único que te pido es… que no sea más duro de lo que pueda soportar.

—¿Quieres platito también? —me pregunta desde la cocina.

—Con la taza me vale, Anastasia —contesto, distraído.

Ha empaquetado los libros… las primeras ediciones que le envié. Va a devolvérmelas. No las quiere. Por eso está nerviosa.

¿Cómo diablos reaccionará cuando vea el coche?

Alzo la vista y la encuentro frente a mí, mirándome. Deja las tazas sobre la mesa con cuidado.

—Eso es para ti. —Su voz es débil y forzada.

—Mmm, me lo figuro —murmuro—. Una cita muy oportuna. —Trazo las palabras con un dedo. Su letra es pequeña y pulcra, y me pregunto qué concluiría un grafólogo de ella—. Pensé que era d’Urberville, no Angel. Has elegido la corrupción. —Por supuesto que es la cita perfecta. Mi sonrisa es irónica—. Solo tú podías encontrar algo de resonancias tan acertadas.

—También es una súplica —susurra.

—¿Una súplica? ¿Para que no me pase contigo?

Asiente.

Estos libros supusieron una inversión para mí, pero creía que significarían algo más para ella.

—Compré esto para ti. —Es una mentira inofensiva… ya que los he reemplazado—. No me pasaré contigo si lo aceptas. —Mantengo la voz serena y suave, ocultando la desilusión que siento.

—Christian, no puedo aceptarlo, es demasiado.

Ya estamos, otro duelo de voluntades.

Plus ça change, plus c’est la même chose.

—¿Ves?, a esto me refería, me desafías. Quiero que te lo quedes, y se acabó la discusión. Es muy sencillo. No tienes que pensar en nada de esto. Como sumisa mía, tendrías que agradecérmelo. Limítate a aceptar lo que te compre, porque me complace que lo hagas.

—Aún no era tu sumisa cuando lo compraste —dice en un tono calmado.

Como siempre, tiene respuesta para todo.

—No… pero has accedido, Anastasia.

¿Está incumpliendo nuestro trato? Dios, esta chica me tiene en una montaña rusa.

—Entonces, ¿es mío y puedo hacer lo que quiera con ello?

—Sí.

Creía que te encantaba Hardy.

—En ese caso, me gustaría donarlo a una ONG, a una que trabaja en Darfur y a la que parece que le tienes cariño. Que lo subasten.

—Si eso es lo que quieres hacer…

No voy a detenerte.

Por mí, como si los quemas.

Su tez pálida cobra color.

—Me lo pensaré —murmura.

—No pienses, Anastasia. En esto, no.

Quédatelos, por favor. Son para ti; tu pasión son los libros. Me lo has dicho más de una vez. Disfrútalos.

Dejo el champán sobre la mesa, me pongo de pie delante de ella, la cojo de la barbilla y le echo suavemente la cabeza hacia atrás para mirarla a los ojos.

—Te voy a comprar muchas cosas, Anastasia. Acostúmbrate. Me lo puedo permitir. Soy un hombre muy rico. —Le doy un beso rápido—. Por favor —añado, y la suelto.

—Eso hace que me sienta ruin —dice.

—No debería. Le estás dando demasiadas vueltas, Anastasia. No te juzgues por lo que puedan pensar los demás. No malgastes energía. Esto es porque nuestro contrato te produce cierto reparo; es algo de lo más normal. No sabes en qué te estás metiendo.

Su encantador rostro rebosa consternación.

—Eh, para de hacer eso. No hay nada ruin en ti, Anastasia. No quiero que pienses eso. No he hecho más que comprarte unos libros antiguos que pensé que te gustarían, nada más.

Parpadea un par de veces y mira fijamente el paquete de libros; es evidente que no sabe qué decisión tomar.

Quédatelos, Ana. Son para ti.

—Bebamos un poco de champán —susurro, y ella me regala una breve sonrisa—. Eso está mejor.

Abro el champán y sirvo las sofisticadas tazas que me ha dejado delante.

—Es rosado. —Parece sorprendida, y no soy capaz de decirle por qué he escogido el rosado.

—Bollinger La Grande Année Rosé 1999, una añada excelente.

—En taza.

Sonríe. Y me contagia su sonrisa.

—En taza. Felicidades por tu graduación, Anastasia.

Brindamos y bebo. Es bueno, como ya sabía.

—Gracias. —Se lleva la taza a los labios y toma un sorbo rápido—. ¿Repasamos los límites tolerables?

—Siempre tan impaciente.

La cojo de la mano, la llevo al sofá (uno de los únicos muebles que quedan en el salón) y nos sentamos, rodeados de cajas.

—Tu padrastro es un hombre muy taciturno.

—Lo tienes comiendo de tu mano.

Me río brevemente.

—Solo porque sé pescar.

—¿Cómo sabías que le gusta pescar?

—Me lo dijiste tú. Cuando fuimos a tomar un café.

—¿Ah, sí? —Bebe otro sorbo y cierra los ojos paladeando el sabor. Luego los abre y pregunta—: ¿Probaste el vino de la recepción?

—Sí. Estaba asqueroso. —Hago una mueca.

—Pensé en ti cuando lo probé. ¿Cómo es que sabes tanto de vinos?

—No sé tanto, Anastasia, solo sé lo que me gusta. —Y tú me gustas—. ¿Más? —Señalo la botella con la cabeza.

—Por favor.

Cojo el champán y sirvo su copa. Ella me mira recelosa. Sabe que pretendo emborracharla.

—Esto está muy vacío. ¿Te mudas ya? —le pregunto para distraerla.

—Más o menos.

—¿Trabajas mañana?

—Sí, es mi último día en Clayton’s.

—Te ayudaría con la mudanza, pero le he prometido a mi hermana que iría a buscarla al aeropuerto. Mia llega de París el sábado a primera hora. Mañana me vuelvo a Seattle, pero tengo entendido que Elliot os va a echar una mano.

—Sí, Kate está muy entusiasmada al respecto.

Me sorprende que Elliot siga interesado en la amiga de Ana; no es propio de él.

—Sí, Kate y Elliot, ¿quién lo iba a decir?

Su relación complica las cosas. La voz de mi madre resuena en mi cabeza: «Podrías invitar a Anastasia».

—¿Y qué vas a hacer con lo del trabajo de Seattle? —pregunto.

—Tengo un par de entrevistas para puestos de becaria.

—¿Y cuándo pensabas decírmelo?

—Eh… te lo estoy diciendo ahora —contesta.

—¿Dónde? —Intento ocultar mi frustración.

—En un par de editoriales.

—¿Es eso lo que quieres hacer, trabajar en el mundo editorial?

Asiente, pero no añade más.

—¿Y bien? —digo para animarla a seguir.

—Y bien ¿qué?

—No seas retorcida, Anastasia, ¿en qué editoriales?

Repaso mentalmente todas las editoriales que conozco en Seattle. Hay cuatro… creo.

—Unas pequeñas —contesta, evasiva.

—¿Por qué no quieres que lo sepa?

—Tráfico de influencias —dice.

¿Qué significa eso? Frunzo el ceño.

—Pues sí que eres retorcida —insisto.

—¿Retorcida? ¿Yo? —Se ríe, regocijada—. Dios mío, qué morro tienes. Bebe, y hablemos de esos límites.

Pestañea e inspira profundamente, temblorosa, y luego apura la taza. Está realmente muy nerviosa. Le ofrezco más coraje líquido.

—Por favor —dice.

Con la botella en la mano, hago una pausa.

—¿Has comido algo?

—Sí. Me he dado un banquete con Ray —responde, exasperada, y pone los ojos en blanco.

Oh, Ana. Por fin puedo hacer algo con esa costumbre tuya tan irreverente.

Me inclino hacia delante, la cojo de la barbilla y la fulmino con la mirada.

—La próxima vez que me pongas los ojos en blanco te voy a dar unos azotes.

—Ah. —Parece sorprendida, pero también intrigada.

—Ah. Así se empieza, Anastasia.

Esbozo una sonrisa voraz, sirvo su taza y ella bebe un buen sorbo.

—Me sigues ahora, ¿no?

Asiente con la cabeza.

—Respóndeme.

—Sí… te sigo —contesta con una sonrisa contrita.

—Bien. —Saco de la chaqueta su correo y el Apéndice 3 de mi contrato—. De los actos sexuales… lo hemos hecho casi todo.

Se acerca a mí y leemos la lista.

APÉNDICE 3

Límites tolerables

A discutir y acordar por ambas partes:

 

¿Acepta la Sumisa lo siguiente?

 

M

a

s

t

u

r

b

a

c

i

ó

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