Grey

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Viernes, 27 de mayo de 2011

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De: Christian Grey

Fecha: 25 de mayo de 2011 00:03

Para: Anastasia Steele

Asunto: Cuidado usted

 

¿Por qué no te gusto?

 

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Me levanto y abro otra botella de agua con gas.

Y espero.

De: Anastasia Steele

Fecha: 27 de mayo de 2011 00:09

Para: Christian Grey

Asunto: Cuidado, tú

 

Porque nunca te quedas en casa.

Seis palabras.

Seis simples palabras que me producen un hormigueo en el cuero cabelludo.

Le dije que nunca dormía con nadie.

Pero hoy ha sido un gran día.

Se ha graduado en la universidad.

Ha dicho que sí.

Hemos recorrido todos esos límites franqueables de los que Ana no sabía nada. Hemos follado. Le he pegado. Hemos vuelto a follar.

Mierda.

Y, antes de que pueda arrepentirme, cojo el tíquet del aparcamiento de mi coche, elijo una americana y salgo por la puerta.

Las carreteras están desiertas y al cabo de veintitrés minutos ya he llegado a su casa.

Llamo a la puerta con suavidad y abre Kavanagh.

—¿Qué coño crees que haces aquí? —grita con los ojos centelleantes de ira.

Vaya. No es el recibimiento que esperaba.

—He venido a ver a Ana.

—¡Vale, pues no puedes!

Kavanagh me impide el paso con los brazos cruzados y las piernas firmes, como una gárgola.

Intento que entre en razón.

—Es que tengo que verla. Me ha enviado un e-mail.

¡Quítate de en medio!

—¿Qué coño le has hecho ahora?

—Por eso he venido, para averiguarlo.

Aprieto los dientes.

—Desde que te conoció, se pasa el día llorando.

—¡¿Qué?! —No soporto más la mierda que me lanza encima y la aparto de un empujón.

—¡No puedes venir aquí!

Kavanagh me sigue, chillando como una arpía, mientras irrumpo en el piso y me dirijo al dormitorio de Ana.

Abro la puerta y enciendo la luz. La veo acurrucada en la cama, arropada bajo el edredón. La luz le molesta y entorna los ojos, enrojecidos e hinchados, al igual que la nariz.

He visto a mujeres en ese estado muchas veces, sobre todo después de castigarlas. Sin embargo, me sorprende el desasosiego que me atenaza por dentro.

—Dios mío, Ana.

Apago la luz para que no le moleste y me siento en la cama, junto a ella.

—¿Qué haces aquí?

Está sollozando. Enciendo la lámpara de la mesilla de noche.

—¿Quieres que eche a este gilipollas? —ladra Kate desde la puerta.

Vete a la mierda, Kavanagh. La miro arqueando una ceja y no le hago ni caso.

Ana niega con la cabeza, pero tiene los ojos llorosos clavados en mí.

—Dame una voz si me necesitas —le dice Kate a Ana, como si fuera una niña—. Grey, estás en mi lista negra y te tengo vigilado.

Su tono es estridente y en sus ojos destella la furia, pero me importa una mierda.

Por suerte se marcha. Ajusta la puerta sin llegar a cerrarla. Busco en el bolsillo interior de la americana y de nuevo la señora Jones supera todas mis expectativas. Saco el pañuelo y se lo ofrezco a Ana.

—¿Qué pasa?

—¿A qué has venido? —Tiene la voz trémula.

No lo sé.

Has dicho que no te gusto.

—Parte de mi papel es ocuparme de tus necesidades. Me has dicho que querías que me quedara, así que he venido. —Bien esquivado, Grey—. Y te encuentro así. —Cuando me fui, estabas bien—. Seguro que es culpa mía, pero no tengo ni idea de por qué. ¿Es porque te he pegado?

Se incorpora con esfuerzo y hace una mueca de dolor.

—¿Te has tomado un ibuprofeno? ¿… como te he dicho que hicieras?

Ella niega con la cabeza.

¿Cuándo harás lo que te digo?

Salgo en busca de Kavanagh, que está en el sofá, furiosa.

—A Ana le duele la cabeza. ¿Tenéis ibuprofeno?

Ella arquea las cejas. Creo que le sorprende que me preocupe por su amiga. Con mala cara, se levanta del sofá y entra en la cocina. Tras rebuscar entre unas cuantas cajas, me tiende un par de pastillas y una taza de agua.

Entro de nuevo en el dormitorio, le doy las pastillas a Ana y me siento en la cama.

—Tómate esto.

Ella lo hace, con la visión nublada por el temor.

—Cuéntame. Me habías dicho que estabas bien. De haber sabido que estabas así, jamás te habría dejado. —Distraída, juguetea con un hilo suelto de la colcha—. Deduzco que, cuando me has dicho que estabas bien, no lo estabas.

—Pensaba que estaba bien.

—Anastasia, no puedes decirme lo que crees que quiero oír. Eso no es muy sincero. ¿Cómo voy a confiar en nada de lo que me has dicho?

Si no es sincera conmigo, esto no funcionará.

La idea me parece deprimente.

Háblame, Ana.

—¿Cómo te has sentido cuando te estaba pegando y después?

—No me ha gustado. Preferiría que no volvieras a hacerlo.

—No tenía que gustarte.

—¿Por qué te gusta a ti? —me pregunta, y su tono es más decidido.

Mierda. No puedo explicárselo.

—¿De verdad quieres saberlo?

—Ah, créeme, me muero de ganas.

Ahora se ha puesto sarcástica.

—Cuidado —le advierto.

Ella palidece al ver mi expresión.

—¿Me vas a pegar otra vez?

—No, esta noche no.

Creo que ya has tenido bastante por hoy.

—¿Y bien?

Insiste en que le dé una respuesta.

—Me gusta el control que me proporciona, Anastasia. Quiero que te comportes de una forma concreta y, si no lo haces, te castigaré, y así aprenderás a comportarte como quiero. Disfruto castigándote. He querido darte unos azotes desde que me preguntaste si era gay.

Y no quiero que pongas los ojos en blanco ni que me hables con sarcasmo.

—Así que no te gusta como soy —dice con un hilo de voz.

—Me pareces encantadora tal como eres.

—Entonces, ¿por qué intentas cambiarme?

—No quiero cambiarte. —No, por Dios. Me tienes hechizado—. Me gustaría que fueras respetuosa y que siguieras las normas que te he impuesto y no me desafiaras. Es muy sencillo.

Quiero que estés a salvo.

—Pero ¿quieres castigarme?

—Sí, quiero.

—Eso es lo que no entiendo.

Exhalo un suspiro.

—Así soy yo, Anastasia. Necesito controlarte. Quiero que te comportes de una forma concreta, y si no lo haces… —Dejo volar la imaginación. Me excita, Ana. Y a ti también te ha excitado. ¿No puedes aceptarlo? Postrarte sobre mis rodillas… Notar tu trasero bajo la palma de la mano—. Me encanta ver cómo se sonroja y se calienta tu hermosa piel blanca bajo mis manos. Me excita.

Solo con pensarlo, noto un cosquilleo en el cuerpo.

—Entonces, ¿no es el dolor que me provocas?

Mierda.

—Un poco, el ver si lo aguantas. —En gran medida, sí que es el dolor, pero ahora no quiero hablar de eso. Si se lo digo, me rechazará—. Pero no es la razón principal. Es el hecho de que seas mía y pueda hacer contigo lo que quiera: control absoluto de otra persona. Y eso me pone. Muchísimo.

Tendré que prestarle un par de libros sobre el comportamiento de un sumiso.

—Mira, no me estoy explicando muy bien. Nunca he tenido que hacerlo. No he meditado mucho todo esto. Siempre he estado con gente de mi estilo. —Hago una pausa para comprobar que me sigue—. Y aún no has respondido a mi pregunta: ¿cómo te has sentido después?

Pestañea.

—Confundida.

—Te ha excitado, Anastasia.

Tienes un lado oscuro, Ana. Lo sé.

Cierro los ojos y la recuerdo húmeda y anhelante entre mis dedos después de haberle pegado. Cuando los abro, ella me está mirando con las pupilas dilatadas y los labios entreabiertos… Se humedece el labio superior con la lengua. Lo desea, igual que yo.

Mierda. Otra vez no, Grey. Tal como está no.

—No me mires así —le advierto con la voz áspera.

Ella levanta las cejas, sorprendida.

Ya sabes lo que quiero decir, Ana.

—No llevo condones, y sabes que estás disgustada. En contra de lo que piensa tu compañera de piso, no soy ningún degenerado. Entonces, ¿te has sentido confundida?

Ella permanece muda.

Dios.

—No te cuesta nada sincerarte conmigo por escrito. Por e-mail siempre me dices exactamente lo que sientes. ¿Por qué no puedes hacer eso cara a cara? ¿Tanto te intimido?

Juguetea con la colcha entre los dedos.

—Me cautivas, Christian. Me abrumas. Me siento como Ícaro volando demasiado cerca del sol. —Habla en voz baja pero rebosante de emoción.

Su confesión me tumba, como si de repente me hubieran dado un golpe en la cabeza.

—Pues me parece que eso lo has entendido al revés —susurro.

—¿El qué?

—Ay, Anastasia, eres tú la que me has hechizado. ¿Es que no es obvio?

Por eso estoy aquí.

No se la ve muy convencida.

Ana, créeme.

—Todavía no has respondido a mi pregunta. Mándame un correo, por favor. Pero ahora mismo. Me gustaría dormir un poco. ¿Me puedo quedar?

—¿Quieres quedarte?

—Querías que viniera.

—No has respondido a mi pregunta —insiste.

Qué mujer más incorregible… He conducido como un loco para venir hasta aquí después de leer tu mensaje, joder. Ahí tienes la respuesta.

Le digo entre dientes que le responderé por e-mail. No pienso hablar de esto. Se acabó la conversación.

Antes de que me dé tiempo a cambiar de idea y volver al Heathman, me pongo de pie, me vacío los bolsillos, me quito los zapatos, los calcetines y los pantalones. Dejo la americana encima de la silla y me meto en la cama de Ana.

—Túmbate —gruño.

Ella me obedece, y yo me incorporo sobre un codo para contemplarla.

—Si vas a llorar, llora delante de mí. Necesito saberlo.

—¿Quieres que llore?

—No en particular. Solo quiero saber cómo te sientes. No quiero que te me escapes entre los dedos. Apaga la luz. Es tarde y los dos tenemos que trabajar mañana.

Lo hace.

—Quédate en tu lado y date la vuelta.

No quiero que me toques.

La cama se hunde cuando ella se mueve, y yo la rodeo con un brazo y la estrecho suavemente contra mí.

—Duerme, nena —susurro, e inhalo el olor de su pelo.

Maldita sea, qué bien huele.

Lelliot corre sobre la hierba.

Se ríe. Fuerte.

Yo lo persigo. Tengo la cara sonriente.

Voy a pillarlo.

Estamos rodeados de pequeños árboles.

Árboles bajitos llenos de manzanas.

Mamá me deja que coja las manzanas.

Mamá me deja que me coma las manzanas.

Me guardo las manzanas en los bolsillos. En todos los bolsillos.

Las escondo dentro del jersey.

Las manzanas están muy ricas.

Las manzanas huelen muy bien.

Mamá prepara pastel de manzana.

Pastel de manzana con helado.

Mi tripita sonríe.

Escondo las manzanas en los zapatos. Las escondo debajo de la almohada.

Hay un hombre. El abuelo Trev-Trev-yan.

Tiene un nombre difícil. Suena difícil cuando lo digo en mi cabeza.

Tiene otro nombre. Thee-o-door.

Theodore es un nombre divertido.

Los árboles bajitos son suyos.

Están en su casa. Donde él vive.

Es el papá de mamá.

Tiene una risa muy fuerte. Y unos hombros anchos.

Y unos ojos alegres.

Corre para pillarnos a Lelliot y a mí.

No me pillas.

Lelliot corre. Ríe.

Yo corro. Lo pillo.

Y caemos sobre la hierba.

Él se ríe.

Las manzanas brillan bajo el sol.

Y están muy ricas.

Mmm…

Y huelen muy bien.

Muy, muy bien.

Las manzanas caen.

Caen encima de mí.

Me doy la vuelta y me golpean la cabeza. Me hacen daño.

¡Ay!

Pero el olor persiste, dulce y fresco.

Ana.

Cuando abro los ojos, estoy abrazado a ella, envolviéndola con mi cuerpo; tenemos las piernas y los brazos entrelazados. Me sonríe con ternura. Ya no tiene la cara hinchada ni enrojecida; se la ve radiante. Mi polla está de acuerdo y se pone dura a modo de saludo.

—Buenos días. —Estoy desorientado—. Dios, hasta mientras duermo me siento atraído por ti. —Me desperezo, me separo de ella y miro alrededor. Claro, estamos en su dormitorio. Los ojos le brillan con una curiosidad expectante cuando nota la presión de mi erección—. Mmm, esto promete, pero creo que deberíamos esperar al domingo.

La acaricio con la nariz justo debajo de la oreja y me incorporo sobre un codo.

Está ruborizada. Cálida.

—Estás ardiendo —me regaña.

—Tú tampoco te quedas corta.

Sonrío y arqueo las caderas para provocarla con mi parte del cuerpo favorita. Ella intenta obsequiarme con una mirada reprobatoria pero fracasa estrepitosamente. Parece muy divertida. Me inclino y la beso.

—¿Has dormido bien? —le pregunto.

Asiente con la cabeza.

—Yo también.

Estoy sorprendido. He dormido realmente bien, y así se lo digo. Ni una pesadilla. Solo sueños…

—¿Qué hora es? —quiero saber.

—Son las siete y media.

—Las siete y media… ¡mierda!

Salto de la cama y empiezo a ponerme los vaqueros. Ella me observa mientras me visto intentando contener la risa.

—Eres muy mala influencia para mí —me quejo—. Tengo una reunión. Tengo que irme. Debo estar en Portland a las ocho. ¿Te estás riendo de mí?

—Sí —reconoce.

—Llego tarde. Yo nunca llego tarde. También esto es una novedad, señorita Steele.

Me pongo la americana, me agacho y rodeo su cabeza con ambas manos.

—El domingo —susurro, y la beso.

Me acerco a la mesilla de noche a por el reloj, la cartera y el dinero, cojo los zapatos y salgo por la puerta.

—Taylor vendrá a encargarse de tu Escarabajo. Lo dije en serio. No lo cojas. Te veo en mi casa el domingo. Te diré la hora por correo.

Salgo del piso dejándola un poco confusa y me dirijo al coche a toda prisa.

Me pongo los zapatos mientras conduzco. Luego piso a fondo el acelerador y voy esquivando el tráfico de entrada a Portland. Tengo una reunión con los socios de Eamon Kavanagh y llevo vaqueros. Por suerte, la reunión es vía WebEx.

Irrumpo en mi habitación del Heathman y enciendo el portátil. Las 8.02. Mierda. No me he afeitado, pero me atuso el pelo y me aliso la americana con la esperanza de que no noten que debajo solo llevo una camiseta.

De todas formas, ¿a quién narices le importa?

Entro en WebEx y veo que Andrea ya está conectada, esperándome.

—Buenos días, señor Grey. El señor Kavanagh va con retraso, pero en Nueva York están preparados y aquí, en Seattle, también.

—¿Fred y Barney?

—Sí, señor, y Ros también.

—Genial. Gracias. —Estoy sin aliento. Capto la fugaz mirada de perplejidad de Andrea pero decido pasar de ella—. ¿Me pides un bocadillo de queso cremoso y salmón ahumado a la plancha y un café solo? Que me lo suban a la suite lo antes posible.

—Sí, señor Grey.

Me pega el vínculo de la videoconferencia en la ventana.

—Ahí va, señor —dice.

Yo hago clic en el vínculo y entro.

—Buenos días.

Hay dos ejecutivos sentados a una mesa de reuniones de Nueva York, ambos mirando con expectación a la cámara. Ros, Barney y Fred aparecen en sendas ventanas, por separado.

A trabajar. Kavanagh dice que quiere cambiar su red de comunicaciones e instalar una conexión de fibra óptica de alta velocidad. Grey Enterprises Holdings puede encargarse de instalarla, pero ¿van en serio con la compra? De entrada supone una inversión importante, aunque a la larga obtendrán grandes beneficios.

Mientras hablamos, en la esquina superior derecha de mi pantalla aparece la notificación de que he recibido un correo de Ana con un nombre de asunto fascinante. Lo abro con la máxima discreción.

De: Anastasia Steele

Fecha: 27 de mayo de 2011 08:05

Para: Christian Grey

Asunto: Asalto y agresión: efectos secundarios

 

Querido señor Grey:

Quería saber por qué me sentí confundida después de que me… ¿qué eufemismo utilizo: me diera unos azotes, me castigara, me pegara, me agrediera?

Un poco melodramática, señorita Steele. Podría haber dicho que no.

 

Pues bien, durante todo el inquietante episodio, me sentí humillada, degradada y ultrajada.

Si te sentiste así, ¿por qué no me interrumpiste? Dispones de palabras de seguridad.

 

Y para mayor vergüenza, tiene razón, estaba excitada, y eso era algo que no esperaba.

Ya lo sé. Bien. Por fin lo reconoces.

 

Como bien sabe, todo lo sexual es nuevo para mí. Ojalá tuviera más experiencia y, en consecuencia, estuviera más preparada. Me extrañó que me excitara.

Lo que realmente me preocupó fue cómo me sentí después. Y eso es más difícil de explicar con palabras. Me hizo feliz que usted lo fuera. Me alivió que no fuera tan doloroso como había pensado que sería. Y mientras estuve tumbada entre sus brazos, me sentí… plena.

Yo también, Ana, yo también.

 

Pero esa sensación me incomoda mucho, incluso hace que me sienta culpable. No me encaja y, en consecuencia, me confunde. ¿Responde eso a su pregunta?

Espero que el mundo de las fusiones y adquisiciones esté siendo tan estimulante como siempre, y que no haya llegado demasiado tarde.

Gracias por quedarse conmigo.

 

Ana

Kavanagh se une a la conversación y se disculpa por la demora. Mientras se hacen las presentaciones y Fred habla de lo que puede ofrecer la compañía, tecleo mi respuesta para Ana. Espero que a los del otro lado de la pantalla les parezca que estoy tomando notas.

De: Christian Grey

Fecha: 27 de mayo de 2011 08:24

Para: Anastasia Steele

Asunto: Libere su mente

 

Interesante, aunque el asunto del mensaje sea algo exagerado, señorita Steele.

Respondiendo a su pregunta: yo diría «azotes», y eso es lo que fueron.

• ¿Así que se sintió humillada, degradada, injuriada y agredida? ¡Es tan Tess Durbeyfield…! Si no recuerdo mal, fue usted la que optó por la corrupción. ¿De verdad se siente así o cree que debería sentirse así? Son dos cosas muy distintas. Si es así como se siente, ¿cree que podría intentar abrazar esas sensaciones y digerirlas, por mí? Eso es lo que haría una sumisa.

• Agradezco su inexperiencia. La valoro, y estoy empezando a entender lo que significa. En pocas palabras: significa que es mía en todos los sentidos.

• Sí, estaba excitada, lo que a su vez me excitó a mí; no hay nada malo en eso.

• «Feliz» es un adjetivo que apenas alcanza a expresar lo que sentí. «Extasiado» se aproxima más.

• Los azotes de castigo duelen bastante más que los sensuales, así que nunca le dolerá más de eso, salvo, claro, que cometa alguna infracción, en cuyo caso me serviré de algún instrumento para castigarla. Luego me dolía mucho la mano. Pero me gusta.

• También yo me sentí pleno, más de lo que usted jamás podría imaginar.

• No malgaste sus energías con sentimientos de culpa y pecado. Somos mayores de edad y lo que hagamos a puerta cerrada es cosa nuestra. Debe liberar su mente y escuchar a su cuerpo.

• El mundo de las fusiones y adquisiciones no es ni mucho menos tan estimulante como usted, señorita Steele.

 

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Su respuesta es casi inmediata.

De: Anastasia Steele

Fecha: 27 de mayo de 2011 08:26

Para: Christian Grey

Asunto: ¡Mayores de edad!

 

¿No estás en una reunión?

Me alegro mucho de que te doliera la mano.

Y, si escuchara a mi cuerpo, ahora mismo estaría en Alaska.

 

Ana

 

P.D.: Me pensaré lo de abrazar esas sensaciones.

¡Alaska! Francamente, señorita Steele. Río para mis adentros y procuro dar la impresión de estar enfrascado en la conversación de negocios. Llaman a la puerta y me disculpo por interrumpir la reunión mientras doy permiso para que el servicio de habitaciones entre con mi desayuno. La señorita Ojos Oscurísimos me obsequia con una sonrisa pícara mientras firmo la cuenta.

Vuelvo a WebEx y descubro que Fred está poniendo a Kavanagh y a sus socios al corriente de lo bien que le ha funcionado esa tecnología a otra empresa del mercado de futuros que es cliente nuestra.

—¿Será útil esta tecnología para los futuros? —pregunta Kavanagh con una sonrisita burlona.

Cuando le explico que Barney se está esforzando de lo lindo para inventar una bola de cristal capaz de predecir los precios, todos tienen el detalle de reírse.

Mientras Fred propone una fecha para la implementación e integración de la tecnología, yo le escribo un correo a Ana.

De: Christian Grey

Fecha: 27 de mayo de 2011 08:35

Para: Anastasia Steele

Asunto: No ha llamado a la poli

 

Señorita Steele:

Ya que lo pregunta, estoy en una reunión hablando del mercado de futuros.

Por si no lo recuerda, se acercó a mí sabiendo muy bien lo que iba a hacer.

En ningún momento me pidió que parara; no utilizó ninguna palabra de seguridad.

Es adulta; toma sus propias decisiones.

Sinceramente, espero con ilusión la próxima vez que se me caliente la mano.

Es evidente que no está escuchando a la parte correcta de su cuerpo.

En Alaska hace mucho frío y no es un buen escondite. La encontraría.

Puedo rastrear su móvil, ¿recuerda?

Váyase a trabajar.

 

Christian Grey

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