Grey

Grey


Jueves, 2 de junio de 2011

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Es la voz de Benson por la radio, pero no le presto atención mientras seguimos elevándonos más y más. El L-23 se pilota muy bien, y observo a Ana, que zarandea la cabeza a uno y otro lado para intentar captar toda la vista. Ojalá pudiera ver cómo sonríe.

Vamos en dirección oeste, con el sol recién salido a nuestra espalda, y me fijo en que cruzamos la interestatal 95. Me encanta la serenidad que reina aquí arriba, lejos de todo y de todos, solos el planeador y yo en busca de corrientes ascendentes… Y pensar que nunca había compartido esta experiencia con nadie. La luz es hermosa, tenue, todo lo que había esperado que fuera… para Ana y para mí.

Cuando compruebo el altímetro, veo que nos estamos acercando a la altitud deseada y que nos deslizamos a 105 nudos. La voz de Benson llega crepitante por la radio y me informa de que estamos a mil metros y que podemos desengancharnos.

—Afirmativo. Desengancho —contesto por la radio, y pulso el botón correspondiente.

La Piper desaparece y hago que descendamos en una lenta curva hasta que nos ponemos rumbo sudoeste y planeamos con el viento. Ana ríe con fuerza. Alentado por su reacción, sigo en espiral con la esperanza de encontrar alguna corriente de convergencia cerca de la costa o térmicas bajo las pálidas nubes rosadas. Esos cúmulos planos podrían ayudarnos a subir, aun siendo tan temprano.

De repente me siento como un niño, feliz y travieso; es una mezcla embriagadora.

—¡Agárrate fuerte! —le grito a Ana.

Y hago que el L-23 dé una vuelta completa. Ella chilla, lanza las manos hacia arriba y las apoya en la cubierta para sujetarse boca abajo. Cuando nos enderezo otra vez, está riendo. Es la reacción más gratificante que cualquier hombre desearía, y me hace reír a mí también.

—¡Menos mal que no he desayunado! —exclama.

—Sí, pensándolo bien, menos mal, porque voy a volver a hacerlo.

Esta vez se agarra al arnés y mira directamente hacia abajo, al suelo, mientras está suspendida sobre la Tierra. Suelta una risita que se entremezcla con el silbido del viento.

—¿A que es precioso? —grito.

—Sí.

Sé que no nos queda mucho rato más, porque hay pocas corrientes ascendentes ahí fuera, pero no me importa. Ana se está divirtiendo… y yo también.

—¿Ves la palanca de mando que tienes delante? Agárrala.

Intenta volver la cabeza, pero está atada y no puede.

—Vamos, Anastasia, agárrala —la animo.

La palanca se mueve entre mis manos y así sé que ella ha aferrado la suya.

—Agárrala fuerte… mantenla firme. ¿Ves el dial de en medio, delante de ti? Que la aguja no se mueva del centro.

Seguimos volando en línea recta y la lana está perpendicular a la cubierta.

—Buena chica.

Mi Ana. Nunca se acobarda ante los desafíos. Y, por algún extraño motivo, me siento inmensamente orgulloso de ella.

—Me extraña que me dejes tomar el control —exclama.

—Le extrañaría saber las cosas que le dejaría hacer, señorita Steele. Ya sigo yo.

De nuevo al mando de la palanca, nos hago girar de vuelta al campo de aviación porque empezamos a perder altitud. Creo que podré conseguir aterrizar allí. Llamo por radio para informar a Benson y a quienquiera que esté escuchando de que vamos a tomar tierra, y luego ejecuto otro círculo que nos acerca más al suelo.

—Agárrate, nena, que vienen baches.

Vuelvo a descender y alineo el L-23 con la pista mientras bajamos hacia la hierba. Tocamos tierra con una sacudida, y logro mantener las dos alas levantadas hasta que nos detenemos bruscamente y casi rechinando con los dientes cerca del final de la pista de aterrizaje. Quito el seguro de la cubierta, la abro, me desabrocho el arnés y bajo como puedo.

Estiro las piernas, me quito el paracaídas y le sonrío a la señorita Steele y sus mejillas sonrosadas.

—¿Qué tal? —pregunto mientras alargo los brazos para desengancharla del asiento y del paracaídas.

—Ha sido fantástico. Gracias —dice, y sus ojos centellean de alegría.

—¿Ha sido más? —Rezo para que no perciba la esperanza de mi voz.

—Mucho más.

Me ofrece una sonrisa radiante y yo me siento como si fuese alguien realmente especial.

—Vamos.

Le tiendo la mano y la ayudo a bajar de la cabina. Cuando salta, la estrecho entre mis brazos. Llevado por la adrenalina, mi cuerpo responde de inmediato a su suavidad. En un nanosegundo tengo los dedos hundidos en su pelo y le inclino la cabeza hacia atrás para poder besarla. Le deslizo las manos hasta la base de la espalda y la aprieto contra mi erección, cada vez mayor, mientras mi boca toma la de ella en un largo beso cadencioso y posesivo.

La deseo.

Aquí.

Ahora.

Sobre la hierba.

Ana corresponde a mi pasión, me hunde los dedos en el pelo, tira de él suplicando más y se abre a mí como una flor de la mañana.

Me aparto para tomar aire y recuperar el sentido.

¡Aquí en el campo no!

Benson y Taylor están cerca.

Los ojos de Ana brillan y suplican más.

No me mires así, Ana.

—Desayuno —murmuro antes de hacer algo que luego pueda lamentar.

Me vuelvo y le cojo la mano para regresar al coche.

—¿Y el planeador? —pregunta mientras intenta seguirme el paso.

—Ya se ocuparán de él. —Para eso pago a Taylor—. Ahora vamos a comer algo. Vamos.

Ana va saltando a mi lado, rebosante de felicidad; creo que nunca la había visto tan exultante. Su alegría es contagiosa, y no recuerdo haberme sentido también tan eufórico alguna vez. No puedo contener una amplia sonrisa mientras le sostengo la puerta del coche abierta.

Con los King of Leon saliendo a todo volumen por el sistema de sonido, saco el Mustang del campo de aviación en dirección a la interestatal 95.

Mientras circulamos por la autopista, la BlackBerry de Ana empieza a sonar.

—¿Qué es eso? —pregunto.

—Una alarma para tomarme la píldora —contesta en un murmullo.

—Bien hecho. Odio los condones.

La miro de reojo y creo ver que está poniendo los ojos en blanco, pero no estoy seguro.

—Me ha gustado que me presentaras a Mark como tu novia —dice cambiando de tema.

—¿No es eso lo que eres?

—¿Lo soy? Pensé que tú querías una sumisa.

—Quería, Anastasia, y quiero. Pero ya te lo he dicho: yo también quiero más.

—Me alegra mucho que quieras más —dice.

—Nos proponemos complacer, señorita Steele —digo para incordiarla mientras paro en un International House of Pancakes… el placer secreto de mi padre.

—Un IHOP —comenta con incredulidad.

El Mustang ruge antes de detenerse.

—Espero que tengas hambre.

—Jamás te habría imaginado en un sitio como este.

—Mi padre solía traernos a uno de estos siempre que mi madre se iba a un congreso médico. —Nos sentamos en un cubículo, el uno frente al otro—. Era nuestro secreto. —Cojo una carta y miro a Ana, que se coloca un mechón de pelo detrás de cada oreja. Se lame los labios con impaciencia, y me veo obligado a contener mis impulsos—. Yo ya sé lo que quiero —susurro, y me pregunto qué le parecería ir a los servicios conmigo.

Su mirada se cruza con la mía y se le dilatan las pupilas.

—Yo quiero lo mismo que tú —murmura.

Como siempre, la señorita Steele no se acobarda ante un desafío.

—¿Aquí?

¿Estás segura, Ana? Enseguida recorre con la mirada el tranquilo restaurante, luego me mira a mí y los ojos se le oscurecen, llenos de promesas carnales.

—No te muerdas el labio —le advierto. Por mucho que me gustaría, no me la voy a follar en los servicios de un IHOP. Se merece algo mejor y, francamente, yo también—. Aquí, no; ahora, no. Si no puedo hacértelo aquí, no me tientes.

Nos interrumpen.

—Hola, soy Leandra. ¿Qué les apetece… tomar… esta mañana…?

Ay, Dios, no. Paso de la camarera pelirroja.

—¿Anastasia? —la acucio.

—Ya te he dicho que quiero lo mismo que tú.

Mierda. Es como si le hablara directamente a mi entrepierna.

—¿Quieren que les deje unos minutos más para decidir?

—No. Sabemos lo que queremos. —No puedo apartar la mirada de los ojos de Ana—. Vamos a tomar dos tortitas normales con sirope de arce y beicon al lado, dos zumos de naranja, un café cargado con leche desnatada y té inglés, si tenéis.

Ana sonríe.

—Gracias, señor. ¿Eso es todo? —dice la camarera con voz entrecortada, muerta de vergüenza.

Consigo despegarme de los ojos de Ana, despacho a la chica con una mirada y ella sale corriendo.

—¿Sabes?, no es justo —dice Ana en tono tranquilo mientras con los dedos dibuja un número ocho en la mesa.

—¿Qué es lo que no es justo?

—El modo en que desarmas a la gente. A las mujeres. A mí.

—¿Te desarmo? —Me ha dejado de piedra.

—Constantemente.

—No es más que el físico, Anastasia.

—No, Christian, es mucho más que eso.

Sigue viéndolo desde la perspectiva errónea y, una vez más, le aseguro que la que me desarma es ella a mí.

Frunce el ceño.

—¿Por eso has cambiado de opinión?

—¿Cambiado de opinión?

—Sí… sobre… lo nuestro.

¿He cambiado de opinión? Yo creo que solo he relajado un poco los límites, nada más.

—No creo que haya cambiado de opinión. Solo tenemos que redefinir nuestros parámetros, trazar de nuevo los frentes de batalla, por así decirlo. Podemos conseguir que esto funcione, estoy seguro. Yo quiero que seas mi sumisa y tenerte en mi cuarto de juegos. Y castigarte cuando incumplas las normas. Lo demás… bueno, creo que se puede discutir. Esos son mis requisitos, señorita Steele. ¿Qué te parece?

—Entonces, ¿puedo dormir contigo? ¿En tu cama?

—¿Eso es lo que quieres?

—Sí.

—Pues acepto. Además, duermo muy bien cuando estás conmigo. No tenía ni idea.

—Me aterraba la idea de que me dejaras si no accedía a todo —dice con la tez algo pálida.

—No me voy a ir a ninguna parte, Anastasia. Además… —¿Cómo puede pensar eso? Tengo que tranquilizarla—. Estamos siguiendo tu consejo, tu definición: compromiso. Lo que me dijiste por correo. Y, de momento, a mí me funciona.

—Me encanta que quieras más.

—Lo sé —aseguro con voz cálida.

—¿Cómo lo sabes?

—Confía en mí. Lo sé. —Me lo has dicho en sueños.

La camarera regresa con el desayuno y miro a Ana mientras lo devora. Parece que esto del «más» le sienta bien.

—Está de muerte —dice.

—Me gusta que tengas hambre.

—Debe de ser por todo el ejercicio de anoche y la emoción de esta mañana.

—Ha sido emocionante, ¿verdad?

—Ha estado más que bien, señor Grey —contesta, y se mete el último trozo de tortita en la boca—. ¿Te puedo invitar? —añade.

—Invitar ¿a qué?

—Pagarte el desayuno.

Suelto un bufido.

—Me parece que no.

—Por favor. Quiero hacerlo.

—¿Quieres castrarme del todo? —Levanto las cejas a modo de advertencia.

—Este es probablemente el único sitio en el que puedo permitirme pagar.

—Anastasia, te agradezco la intención. De verdad. Pero no.

Frunce los labios, molesta, y yo le pido la cuenta a la pelirroja.

—No te enfurruñes —la regaño.

Consulto la hora: son las ocho y media. Tengo una reunión a las once y cuarto con la Autoridad para la Remodelación de las Zonas Industriales de Savannah, así que por desgracia tenemos que regresar a la ciudad. Sopeso la idea de cancelar la reunión porque me gustaría pasar el día con Ana, pero no, sería excesivo. No puedo pasarme el día persiguiendo a esta chica cuando debería centrarme en mis negocios.

Prioridades, Grey.

Regresamos al coche cogidos de la mano como cualquier otra pareja. Ella va envuelta en mi sudadera y se la ve informal, relajada, guapa… y sí, está conmigo. Tres tipos que entran en el IHOP le dan un repaso; ella no se da cuenta, ni siquiera cuando le pongo un brazo sobre los hombros para que quede claro que es de mi propiedad. Lo cierto es que no tiene ni idea de lo encantadora que es. Le abro la puerta del coche y ella me mira con una sonrisa luminosa.

Podría acostumbrarme a esto.

Introduzco la dirección de su madre en el GPS y nos dirigimos al norte por la interestatal 95 escuchando a los Foo Fighters. Los pies de Ana siguen el ritmo. Es la clase de música que le gusta: rock genuinamente americano. La autopista está ahora más cargada de tráfico por toda la gente de las afueras que va a trabajar a la ciudad. Pero no me importa: me gusta estar aquí con ella pasando el rato.

Le doy la mano, le toco la rodilla, la veo sonreír. Ella me habla de anteriores visitas a Savannah; tampoco le entusiasma el calor, pero sus ojos se iluminan cuando me habla de su madre. Será interesante ver qué tipo de relación tiene con ella y con su padrastro esta noche.

Aparco frente a la casa de su madre con cierto pesar. Ojalá pudiéramos pasarnos el día saltándonos la agenda; las últimas doce horas han sido… bonitas.

Más que bonitas, Grey. Sublimes.

—¿Quieres entrar? —pregunta.

—Tengo que trabajar, Anastasia, pero esta noche vengo. ¿A qué hora?

Me sugiere que sobre las siete, después se mira las manos y luego me mira a mí con los ojos brillantes y felices.

—Gracias… por el más.

—Un placer, Anastasia.

Me inclino y, al besarla, inhalo su aroma dulce, tan dulce…

—Te veo luego.

—Intenta impedírmelo —susurro.

Baja del coche, todavía con mi sudadera puesta, y se despide con la mano. Yo regreso al hotel, con una sensación de vacío ahora que no está conmigo.

Desde mi habitación llamo a Taylor.

—¿Señor, Grey?

—Sí… Gracias por organizar lo de esta mañana.

—No hay de qué, señor. —Parece sorprendido.

—Estaré listo para salir hacia la reunión a las diez cuarenta y cinco.

—Tendré el Suburban esperando fuera.

—Gracias.

Me quito los vaqueros y me pongo el traje, pero dejo mi corbata favorita junto al portátil mientras pido un café al servicio de habitaciones.

Reviso unos e-mails de trabajo, me bebo el café y me planteo si llamar a Ros; sin embargo, para ella es demasiado temprano. Leo todo el papeleo que me ha enviado Bill: Savannah ha presentado argumentos poderosos para emplazar aquí la planta. Compruebo la bandeja de entrada y me encuentro con un mensaje nuevo de Ana.

De: Anastasia Steele

Fecha: 2 de junio de 2011 10:20

Para: Christian Grey

Asunto: Planear mejor que apalear

 

A veces sabes cómo hacer pasar un buen rato a una chica.

Gracias.

 

Ana x

El «Asunto» me hace reír y el beso hace que me sienta muy feliz. Tecleo una respuesta.

De: Christian Grey

Fecha: 2 de junio de 2011 10:24

Para: Anastasia Steele

Asunto: Planear mejor que apalear

 

Prefiero cualquiera de las dos cosas a tus ronquidos. Yo también lo he pasado bien.

Pero siempre lo paso bien cuando estoy contigo.

 

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Me contesta casi inmediatamente.

De: Anastasia Steele

Fecha: 2 de junio de 2011 10:26

Para: Christian Grey

Asunto: RONQUIDOS

 

YO NO RONCO. Y si lo hiciera, no es muy galante por tu parte comentarlo.

¡Qué poco caballeroso, señor Grey! Además, que sepas que estás en el Profundo Sur.

 

Ana

Me río entre dientes.

De: Christian Grey

Fecha: 2 de junio de 2011 10:28

Para: Anastasia Steele

Asunto: Somniloquia

 

Yo nunca he dicho que fuera un caballero, Anastasia, y creo que te lo he demostrado en numerosas ocasiones. No me intimidan tus mayúsculas CHILLONAS. Pero reconozco que era una mentirijilla piadosa: no, no roncas, pero sí hablas dormida. Y es fascinante.

¿Qué hay de mi beso?

Christian Grey

Sinvergüenza y presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Esto la va a poner a mil.

De: Anastasia Steele

Fecha: 2 de junio de 2011 10:32

Para: Christian Grey

Asunto: Desembucha

 

Eres un sinvergüenza y un canalla; de caballero, nada, desde luego.

A ver, ¿qué he dicho? ¡No hay besos hasta que me lo cuentes!

Ay, madre, esto podría seguir y seguir…

De: Christian Grey

Fecha: 2 de junio de 2011 10:35

Para: Anastasia Steele

Asunto: Bella durmiente parlante

 

Sería una descortesía por mi parte contártelo; además, ya he recibido mi castigo.

Pero, si te portas bien, a lo mejor te lo cuento esta noche. Tengo que irme a una reunión.

Hasta luego, nena.

 

Christian Grey

Sinvergüenza, canalla y presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Me pongo la corbata con una sonrisa enorme en la cara, cojo la americana y bajo en busca de Taylor.

Poco más de una hora después ya estoy acabando con la reunión con la Autoridad para la Remodelación de las Zonas Industriales de Savannah. Georgia tiene muchísimo que ofrecer, y el equipo le ha prometido a Grey Enterprises Holdings unos incentivos fiscales importantes. Oigo que llaman a la puerta y Taylor entra en la pequeña sala de reuniones. Su expresión es adusta, pero lo que resulta aún más preocupante es que nunca, jamás, me ha interrumpido durante una reunión. Noto un hormigueo en la cabeza.

¿Ana? ¿Le ha pasado algo?

—Disculpen, señoras, señores —nos dice a todos.

—¿Sí, Taylor? —pregunto, y él se me acerca y me habla discretamente al oído.

—Tenemos una situación complicada en casa relacionada con la señorita Leila Williams.

¿Leila? ¿Qué narices…? Y una parte de mí se siente aliviada porque no se trata de Ana.

—Si me disculpan, por favor —me excuso con los dos hombres y las dos mujeres de la Autoridad.

En el pasillo, Taylor habla en tono grave mientras se disculpa una vez más por haber interrumpido la reunión.

—No te preocupes. Cuéntame qué ha ocurrido.

—La señorita Williams está en una ambulancia de camino a Urgencias del Free Hope de Seattle.

—¿En ambulancia?

—Sí, señor. Se ha colado en el apartamento y ha intentado suicidarse delante de la señora Jones.

Joder.

—¿Suicidarse? —¿Leila? ¿En mi apartamento?

—Se ha cortado una muñeca. Gail va con ella en la ambulancia. Me ha informado de que el médico de emergencias ha llegado a tiempo y que la señorita Williams está fuera de peligro.

—¿Por qué en el Escala? ¿Por qué delante de Gail? —Estoy conmocionado.

Taylor sacude la cabeza.

—No lo sé, señor. Y Gail tampoco. No ha conseguido sacar nada en claro de la señorita Williams. Por lo visto solo quiere hablar con usted.

—Joder.

—Exacto, señor.

Taylor lo dice sin juzgar. Me paso las manos por el pelo intentando comprender la magnitud de lo que ha hecho Leila. ¿Qué narices se supone que debo hacer? ¿Por qué ha acudido a mí? ¿Esperaba verme? ¿Dónde está su marido? ¿Qué ha pasado con él?

—¿Cómo está Gail?

—Bastante afectada.

—No me extraña.

—He pensado que debía saberlo, señor.

—Sí, claro. Gracias —mascullo, distraído.

No me lo puedo creer; Leila parecía feliz la última vez que me envió un e-mail. ¿Cuánto hará de eso?, ¿seis o siete meses? Pero aquí, en Georgia, no encontraré ninguna respuesta… Tengo que regresar y hablar con ella. Descubrir por qué lo ha hecho.

—Dile a Stephan que prepare el jet. Tengo que volver a casa.

—Lo haré.

—Nos iremos en cuanto podamos.

—Estaré en el coche.

—Gracias.

Taylor se dirige a la salida llevándose ya el móvil al oído.

Todo me da vueltas.

Leila, pero ¿qué narices…?

Hace un par de años que salió de mi vida. Habíamos intercambiado algún que otro correo de vez en cuando. Se casó, y parecía feliz. ¿Qué puede haberle ocurrido?

Vuelvo a entrar en la sala de reuniones para disculparme antes de salir al calor sofocante del exterior, donde Taylor me espera con el Suburban.

—El avión estará listo dentro de cuarenta y cinco minutos. Podemos regresar al hotel, hacer las maletas e irnos —me informa.

—Bien —contesto, y agradezco el aire acondicionado del coche—. Debería llamar a Gail.

—Ya lo he intentado, pero salta el buzón de voz. Creo que aún sigue en el hospital.

—De acuerdo, la llamaré después. —Esto no es lo que Gail necesitaba un jueves por la mañana—. ¿Cómo ha entrado Leila en el apartamento?

—No lo sé, señor. —Taylor cruza una mirada conmigo por el espejo retrovisor y veo su rostro adusto y contrito a partes iguales—. Me pondré como prioridad averiguarlo.

Las maletas están hechas y ya estamos de camino al aeropuerto internacional Savannah/Hilton Head cuando llamo a Ana. No contesta, lo cual me resulta bastante frustrante, y no hago más que pensar en lo ocurrido mientras nos dirigimos al aeropuerto, con la mirada fija en la ventanilla. Poco después, me devuelve la llamada.

—Anastasia.

—Hola —dice con voz entrecortada. Es un placer oírla.

—Tengo que volver a Seattle. Ha surgido algo. Voy camino del aeropuerto. Pídele disculpas a tu madre de mi parte, por favor; no puedo ir a cenar.

—Nada serio, espero.

—Ha surgido un problema del que debo ocuparme. Te veo mañana. Mandaré a Taylor a recogerte al Seattle/Tacoma si no puedo ir yo.

—Vale. Espero que puedas resolver el problema. Que tengas un buen vuelo.

Ojalá no tuviera que irme.

—Tú también, nena —susurro, y cuelgo antes de que cambie de opinión y decida quedarme.

Llamo a Ros mientras rodamos hacia la pista de despegue.

—Christian, ¿qué tal por Savannah?

—Estoy en el avión de vuelta a casa. Ha surgido un problema que debo solucionar.

—¿Algo relacionado con la empresa? —pregunta Ros, preocupada.

—No, es personal.

—¿Puedo ayudarte en algo?

—No, nos vemos mañana.

—¿Cómo ha ido la reunión?

—Tengo una buena sensación, aunque he tenido que interrumpirla. Veamos qué envían por escrito. Puede que me decante por Detroit solo porque es más fresco.

—¿Tanto calor hace?

—Es asfixiante. Tengo que dejarte. Te llamaré luego para ver si hay noticias al respecto.

—Que tengas buen viaje, Christian.

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