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Capítulo séptimo

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Todo esto pensé escondido bajo las hojas del ficus. Cuando salí de estos paliques con mis adentros, Enrique y Lucía ya no estaban en el portal. Recuerdo que grité. Intenté subir las escaleras, pero mis patas me flaqueaban. Entonces regresé a la acera y, desde el mismo lugar en el que había caído poco antes, empecé a chillar con todas mis fuerzas. De repente me vi rodeado de nuevos personajes, que sonrieron a mis quejas y se apiadaron de mí. «¡Pobre monito!», decían entre caricias y melindres; «¡pobre monito!» y «¡qué triste está!».

Pronto llegó Enrique. Me acogió en sus brazos y en ellos me dormí.

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