Goldfinger

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Tercera parte: Acción hostil » Capítulo 18 - El crimen de los crímenes

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CAPÍTULO 18

El crimen de los crímenes

La sirena de un remolcador sonó en el río. Otra respondió. El frenesí de ruidos de motores disminuyó.

Jed Midnight, a la derecha de Bond, se aclaró la garganta.

—Señor Gold, o como se llame —dijo con énfasis—, no se preocupe por las definiciones. Un billón de dólares es un montón de dinero de cualquier forma que lo diga. Continúe.

Solo levantó lentamente unos ojos negros y miró a través de la mesa a Goldfinger.

—Es mucho dinero, sí. ¿Pero cuánto su tajada, signore?

—Cinco billones.

Jack Strap, de Las Vegas, soltó una carcajada, breve y fuerte.

—Oíd, tíos, ¿qué son unos cuántos billones más o menos entre amigos? Si el señor Como-se-llame es capaz de llevarme hasta un billón de dólares, estaré encantado de pasarle una comisión, o quizás incluso una megacomisión, por sus desvelos. No seamos estrechos ni mezquinos en esto, ¿vale?

Helmut Springer dio unos golpecitos con su monóculo en el ladrillo de oro que tenía delante. Todo el mundo lo miró.

—Señor, hum, Gold. —Era la voz grave del abogado de la familia—. Son cantidades grandes las que menciona. Según entiendo, hay implicados un total de once billones de dólares.

—La cantidad exacta estará más próxima a los quince billones —repuso Goldfinger—. Por razones de conveniencia me he referido sólo a la cantidad que he considerado factible que podremos llevarnos.

Billy Ring soltó una seca risita de excitación.

—De acuerdo, de acuerdo, señor Gold. —Springer volvió a ajustarse el monóculo en el ojo para observar las reacciones de Goldfinger—. Pero cantidades de metales preciosos o de dinero de este orden sólo se encuentran juntas en tres depósitos de Estados Unidos: la Casa Federal de la Moneda, en Washington, el Banco de la Reserva Federal, en Nueva York, y Fort Knox, en Kentucky. ¿Pretende que nosotros, ejem, «limpiemos» uno de ellos? Y si es así, ¿cuál?

—Fort Knox.

Entre el coro de gemidos que se alzó, Midnight dijo resignadamente:

—Señor, nunca me he encontrado a nadie que no fuera de Hollywood que tuviera lo que usted tiene. Allí se llama «visión». Y la visión, señor, es la capacidad de confundir manchas en los ojos con proyectos fabulosos. Tendría que tener unas palabras con su comecocos o tomar meprobamato. —Midnight sacudió la cabeza con tristeza—. Qué pena. Aquel billón se sentía bien conmigo.

Pussy Galore dijo en un tono grave y aburrido:

—Lo siento, señor, ninguna de mis pequeñas tortilleras podría coger esa clase de hucha. —Empezó a levantarse.

—Permítanme terminar, señores y, hum, señora —pidió Goldfinger, con afabilidad—. Su reacción no es inesperada. Déjenme decirlo de esta forma: Fort Knox es un banco como cualquier otro. Pero es un banco mucho mayor y sus dispositivos de seguridad también son más fuertes e ingeniosos. Salvarlos exigirá una fuerza y un ingenio equivalentes. Ésa es la única novedad de mi proyecto, que es grande. Nada más. Fort Knox no es más inexpugnable que otras fortalezas. Sin duda, todos pensábamos que la organización Brink era invencible hasta que media docena de hombres decididos atracaron un coche blindado de Brink llevándose un millón de dólares en 1950. Se supone que es imposible fugarse de Sing Sing, y no obstante ha habido hombres que han encontrado la forma de hacerlo. No, señores, no. Fort Knox es un mito como otros. ¿Me permiten pasar a explicarles el plan?

Billy Ring siseaba por los dientes al hablar, como los japoneses. Dijo con aspereza:

—Escuche usted, tal vez no lo sepa, pero la Tercera División Blindada tiene su base en Fort Knox. Si eso es un mito, ¿por qué no vienen los russkis y toman Estados Unidos la próxima vez que tengan por aquí un equipo de hockey sobre hielo?

Goldfinger esbozó una ligera sonrisa.

—Si me permite corregirle sin quitar fuerza a su argumento, señor Ring, el orden de batalla de las unidades militares actualmente acuarteladas en Fort Knox es el siguiente: de la Tercera División Blindada sólo está la Brigada de choque, pero también se encuentran allí el 6.º Regimiento Blindado de Caballería, el 15.º Grupo Blindado, el 160.º Grupo de Ingenieros y aproximadamente media división de entre todas las unidades del Ejército de Estados Unidos que en la actualidad pasan por el Centro de Entrenamiento de Repuestos Blindados y la Unidad de Investigación de Medios Humanos Militares n.º 1. También hay un considerable conjunto de hombres asociados al Comité de Mando Blindado Continental n.º 2, al Comité de Mantenimiento del Ejército y a diversas actividades relacionadas con el Centro Blindado. Además, hay una fuerza de policía consistente en veinte oficiales y unos cuatrocientos números. En resumen, de una población total de unas sesenta mil personas, casi veinte mil son tropas de combate de uno u otro tipo.

—¿Y quién va a hacerles «uuuh»? —se burló Jack Strap a través de su puro. Sin esperar una respuesta, se quitó con expresión de disgusto los fragmentos hechos jirones de la boca y los aplastó en el cenicero.

A su lado, Pussy Galore se chupaba los labios con la mordacidad de un loro escupiendo.

—Lárgate a comprar tabaco mejor, Jacko —dijo—. Esto apesta como si quemaras el taparrabos de un luchador.

—Guárdate la lengua, Pussy —repuso Jack Strap con poca elegancia.

La señorita Galore estaba decidida a decir la última palabra.

—¿Sabes, Jacko? —preguntó con dulzura—. Podría volverme loca por un machote como tú. Precisamente escribí una canción sobre ti el otro día. ¿Quieres saber el título? Era Si tuviese que hacerlo todo otra vez, lo haría encima tuyo.

Midnight soltó una carcajada y Ring una risita aguda. Goldfinger dio unos golpecitos para poner orden.

—Por favor —dijo, paciente—, ahora escúchenme hasta el final.

Se levantó, fue hasta la pizarra y desenrolló un mapa que estaba encima de la misma. Era un plano urbano detallado de Fort Knox que incluía el aeropuerto militar de Godman y las carreteras y vías férreas que iban a la ciudad. Los asistentes a la reunión de la derecha de la mesa hicieron girar sus sillones. Goldfinger señaló el Depósito de Oro. Estaba en la esquina izquierda, dentro de un triángulo formado por la autovía Dixie, el bulevar Bullion y la carretera de Vine Grove.

—Les enseñaré un plano detallado del depósito dentro de un momento. —Hizo una pausa—. Ahora, señores, permítanme señalarles los principales rasgos de este municipio bastante simple. Por aquí —deslizó el dedo que fue bajando desde la parte superior central del plano a través de la ciudad y hasta más allá del Depósito de Oro— discurre el Ferrocarril Central de Illinois desde Louisville (cincuenta y seis kilómetros más al norte), cruza la ciudad y sigue hacia Elizabethtown, veintinueve kilómetros al sur. No nos interesa la estación Brandenburg, en el centro de la ciudad, sino este complejo de vías muertas contiguas a la cámara acorazada del oro. Es una de las naves de carga y descarga del oro de la Casa de la Moneda de Washington.

»Otros métodos de transporte a la cámara acorazada, que varían sin seguir ningún turno regular por razones de seguridad, son llevando un convoy de camiones por la autovía Dixie, o por medio de un avión de carga hasta el aeropuerto Godman. Como pueden ver, la cámara acorazada se halla aislada de todas estas rutas y está sola, sin ninguna clase de abrigo natural, en el centro de unos doscientos mil metros cuadrados de pradera. Sólo una carretera va a la cámara acorazada, una avenida de cincuenta metros que cruza unas puertas fuertemente armadas en el bulevar Bullion. Una vez dentro del recinto acorazado, los camiones van por esta carretera circular que rodea la cámara acorazada hasta su entrada trasera, donde el oro en barras es descargado. Esta carretera circular, señores, está hecha de planchas de acero móviles. Dichas planchas van insertadas en goznes de modo que, en caso de emergencia, toda la superficie de acero de la carretera puede levantarse por medios hidráulicos para crear un segundo parapeto interno de acero. Aunque no se observa nada, yo sé que un túnel subterráneo de descarga corre por debajo del llano, entre el bulevar Bullion y la carretera de Vine Grove. Sirve de acceso adicional a la cámara acorazada a través de puertas de acero que conducen de la pared del túnel al primer nivel subterráneo del depósito.

Goldfinger hizo una pausa y se apartó del plano. Miró alrededor de la mesa.

—Muy bien, señores. Eso es la cámara acorazada y sus principales vías de acceso, con excepción de la puerta delantera, que es la mera entrada al vestíbulo de recepción y a las oficinas. ¿Hay preguntas?

No las había. Todas las miradas estaban fijas en él, expectantes. La autoridad de sus palabras había captado de nuevo su atención. Aquel hombre parecía conocer más sobre los secretos de Fort Knox que cuanto se sabía en el mundo exterior al mismo.

Goldfinger volvió a la pizarra y desplegó un segundo plano sobre el primero. Era el plano detallado de la cámara del oro.

—Bien, señores —prosiguió—, como pueden ver, se trata de un edificio de dos plantas extremadamente sólido, algo así como un pastel cuadrado de dos capas. Observarán que el techo se ha escalonado como protección contra las bombas, y que hay sendos fortines a nivel del suelo en las cuatro esquinas. Son de acero y están conectados con el interior del edificio. Las dimensiones exteriores de la cámara acorazada son de tres mil doscientos por tres mil seiscientos noventa metros. La construcción es de granito de Tennessee revestido de acero. Los componentes exactos son: cuatrocientos cincuenta metros cúbicos de granito, tres mil metros cúbicos de hormigón, setecientas sesenta toneladas de acero reforzado y setecientas setenta toneladas de acero estructural. ¿De acuerdo? Bien.

»En el interior del edificio hay una cámara acorazada de acero y hormigón de dos pisos dividida en compartimientos. Su puerta pesa más de veinte toneladas y el revestimiento de la cámara es de planchas de acero, vigas de acero en I y cilindros, también de acero, unidos con abrazaderas y todo ello revestido de hormigón. El techo es de construcción similar y es independiente del techo del edificio. Un pasillo rodea la cámara en ambos niveles y da acceso tanto a la cámara como a las oficinas y los almacenes albergados por la pared exterior del edificio. No hay ni una sola persona a quien le haya sido confiada la combinación de la puerta de la cámara. Distintos miembros superiores del personal del depósito tienen que formar por separado combinaciones que sólo conoce cada uno de ellos. Por supuesto, el edificio está equipado con los últimos y mejores dispositivos de seguridad. Hay un fuerte puesto de guardia dentro del edificio, y en todo momento están disponibles refuerzos de enorme potencia en el Centro Blindado, a poco más de un kilómetro de distancia. ¿Me siguen?

»Respecto al contenido real de la cámara, consiste, como ya he dicho antes, en el equivalente a quince billones de dólares en lingotes de acuñación estándar de mil milésimas de pureza. Cada lingote tiene un tamaño doble del que hay frente a ustedes y contiene cuatrocientas onzas troy, equivalentes a doce kilos y medio. Están almacenados sin envolturas en los compartimientos de la cámara. —Goldfinger paseó la mirada por la mesa—. Y esto, señores y señora —concluyó terminante—, es cuanto puedo decirles, y creo que todo lo que necesitamos saber, sobre la naturaleza y contenido del depósito de Fort Knox. A menos que haya preguntas sobre ello, pasaré a explicarles brevemente cómo penetraremos en ese depósito y nos apoderaremos de su contenido.

Se produjo un silencio. Las miradas alrededor de la mesa estaban ensimismadas, absortas. Con gestos nerviosos, Jack Strap sacó un puro mediano del bolsillo de su chaleco y lo hundió en un ángulo de su boca.

—Si le pegas fuego a eso —dijo Pussy Galore con severidad—, te juro que te dejo KO con mi ladrillo de oro. —Y, amenazadora, cogió el lingote.

—Calma, muñeca —dijo Strap con el ángulo de la boca.

Jed Midnight comentó con resolución:

—Señor, si usted puede mangar ese garito, le doy un sobresaliente cum laude. Continúe y explíquese. Eso será un pinchazo o el Crimen de los Crímenes.

—Muy bien, señores —prosiguió Goldfinger con indiferencia—. Vamos a oír el plan. —Hizo una pausa y miró atentamente cada par de ojos por turno—. Pero espero que comprenderán que ahora debe prevalecer una total seguridad. Si lo que les he comentado hasta ahora sale de aquí, sería considerado como las divagaciones de un lunático. Lo que voy a decir nos incluirá a todos nosotros en una de las mayores conspiraciones de tiempo de paz de la historia de Estados Unidos. ¿Puedo dar por sentado que estamos todos ligados por un juramento de secreto absoluto?

Algo instintivo hizo que Bond mirara a los ojos de Helmut Springer, de Detroit. Mientras se oían las voces afirmativas en varios tonos de los demás, sus ojos se cubrieron con un velo.

—Tiene mi solemne palabra —dijo con voz estentórea, tan hueca que, para Bond, su franqueza fue tan falsa como la de un vendedor de coches de segunda mano. Con disimulo, trazó el corto signo del menos al lado del nombre de Springer en el orden del día.

—En ese caso, prosigamos. —Goldfinger volvió a su sitio en la mesa. Se sentó y, cogiendo el lápiz, empezó a hablar como si se dirigiera al mismo en un tono pensativo y familiar—. En primer lugar, y en algunos aspectos que también suponen una dificultad, está el problema del traslado. Un billón de dólares en lingotes de oro pesa unas mil toneladas. Para transportar dicha cantidad se necesitarían cien camiones de diez toneladas, o unos veinte vehículos industriales pesados de seis ruedas. Recomiendo estos últimos. Tengo una lista de las compañías que alquilan ese tipo de vehículos y recomiendo que, si acabamos asociándonos, procedan inmediatamente después de esta reunión a contratar las compañías disponibles en su territorio. Por razones obvias, tendrán ustedes que contar con sus propios conductores y esto tengo que dejarlo en sus manos.

Goldfinger se permitió el espectro de una sonrisa.

—Sin duda —prosiguió—, la Unión de Camioneros resultará un fructífero suministro de hombres de confianza, y tal vez quieran considerar el reclutamiento de antiguos conductores del Expreso Negro de la Bola Roja, que sirvieron en las fuerzas norteamericanas durante la guerra. Sin embargo, éstos son detalles que exigen una planificación y una coordinación precisas.

»También habrá un problema con el control de tráfico, y sin duda podrán tomar las disposiciones oportunas entre ustedes para compartir las carreteras existentes. Los aviones de transporte serán una fuente secundaria de movilidad y se tomarán las medidas oportunas para mantener abierta la pista norte-sur del aeropuerto Godman. Su traslado posterior del oro será, por supuesto, asunto suyo. —Goldfinger miró fríamente alrededor de la mesa—. Por mi parte —continuó— utilizaré, en principio, la vía férrea y, puesto que tengo un problema de transporte de mayor envergadura, confío en que me permitirán reservarme para mí esta salida.

Goldfinger no esperó los comentarios y prosiguió en un tono uniforme:

—En comparación con este problema de transporte, las demás disposiciones serán bastante sencillas. Para empezar, el día «D −1» me propongo inactivar temporalmente a toda la población de Fort Knox, tanto militar como civil. Se han tomado disposiciones precisas que sólo esperan mi orden. En pocas palabras: todos los suministros de agua potable y para otros usos de la ciudad proceden de dos manantiales y de dos estaciones depuradoras que proporcionan unos treinta millones de litros al día. Están bajo el control del ingeniero encargado. Este caballero se ha mostrado muy complacido de recibir la visita del superintendente y del vicesuperintendente de la Compañía Municipal de Aguas de Tokio, a quienes gustaría estudiar el funcionamiento de una central depuradora de ese tamaño para instalarla en un barrio nuevo planeado para las cercanías de Tokio. El ingeniero encargado se ha sentido muy halagado por esta petición y proporcionará a los visitantes japoneses todas las facilidades. Esos dos caballeros, que son, por supuesto, miembros de mi personal, llevarán consigo pequeñas cantidades de un narcótico altamente concentrado, puesto a punto por especialistas alemanes en guerra química para ese mismo propósito durante la última guerra.

»Dicha sustancia se difunde con rapidez en un volumen de agua de esa magnitud y, en su forma diluida resultante, tiene como efecto una narcosis instantánea, pero temporal, en toda persona que beba medio vaso del agua contaminada. Los síntomas son un sueño profundo e instantáneo del que la víctima se despierta muy descansada al cabo de unos tres días.

Goldfinger levantó una mano con la palma hacia arriba.

—Señores, en el mes de junio, en Kentucky, considero incuestionable que ni un solo habitante puede pasarse veinticuatro horas sin beber ni medio vaso de agua. Quizás un puñado de alcohólicos recalcitrantes quede en pie el día «D», pero preveo que entraremos en una ciudad en que casi toda la población habrá caído en un sueño profundo allí donde estuvieran.

—¿Cuál era aquel cuento de hadas? —Los ojos de la señorita Galore resplandecían imaginándolo.

—El gato con botas —dijo Jack Strap en tono hosco—. Continúe, señor. Eso está muy bien, pero ¿cómo iremos nosotros a la ciudad?

—Iremos —prosiguió Goldfinger— en un tren especial que habrá salido de Nueva York la noche del día «D −1». Seremos unos cien e iremos vestidos de trabajadores de la Cruz Roja. La señorita Galore proporcionará, espero, el contingente de enfermeras necesario. Para que lleve a cabo este pequeño, pero importante, papel ha sido invitada a esta reunión.

—¡Entendido, procedo, corto y cierro! —exclamó ella con entusiasmo—. Mis chicas estarán preciosas almidonadas. ¿Qué dices, Jacko? —Se inclinó a un lado y dio un codazo a Strap en las costillas.

—Digo que estarían mejor con abrigos de cemento —replicó él con impaciencia—. ¿Por qué tienes que continuar interrumpiendo? No se detenga, señor.

—En Louisville, a cincuenta y seis kilómetros de Fort Knox, yo y un ayudante pediremos que nos dejen ir en la locomotora diésel. Llevaremos instrumentos delicados. Diremos que necesitamos tomar muestras del aire a medida que nos vayamos acercando a Fort Knox; para entonces, la noticia del mal que se habrá abatido sobre sus habitantes habrá llegado al mundo exterior, y es probable que haya algo de pánico en los alrededores y, por supuesto, en el conjunto de toda la región.

»Es de esperar que se acerquen aviones de salvamento poco después de nuestra llegada al alba, y una de nuestras primeras tareas será controlar la torre de control del aeropuerto Godman, declarar cerrada la base y redirigir todos los vuelos a Louisville. Pero, volviendo atrás por un momento, poco después de dejar Louisville, mi ayudante y yo nos encargaremos del maquinista y del fogonero por los métodos más humanos que nos sea posible.

«¡Y tanto!», pensó Bond.

—Yo conduciré personalmente el tren (debo decir que tengo los conocimientos necesarios sobre estas locomotoras) y cruzaré Fort Knox hasta las vías muertas situadas juntó al depósito. —Goldfinger hizo una pausa para observar con mirada lenta y grave a sus oyentes. Satisfecho al parecer con lo visto, continuó en el mismo tono uniforme—. En ese momento, señores y señora, deberán estar llegando los convoyes de sus medios de transporte. El controlador de tráfico los distribuirá por las cercanías del depósito según un plan preestablecido, el personal del aeropuerto irá en camión al aeropuerto Godman y lo tomará, y entraremos en el depósito, haciendo caso omiso de los cuerpos dormidos que…, hum, decorarán el paisaje. ¿De acuerdo?

Los oscuros ojos de Solo llameaban a través de la mesa.

—De acuerdo —dijo con suavidad—, seguro, hasta aquí. Entonces quizás usted —se interrumpió e hinchó las mejillas y soltó un fuerte soplido en dirección a Goldfinger— hará así y la puerta de veinte toneladas caerá, ¿sí?

—Sí —respondió Goldfinger, afable—. Casi exactamente así. —Se levantó y fue hasta la mesa situada bajo la pizarra, levantó la gran caja tosca de cartón, la llevó con cuidado y la colocó sobre la mesa, delante de él. Parecía muy pesada.

Se sentó y prosiguió:

—Mientras diez de mis ayudantes entrenados están preparando la apertura de la cámara acorazada, equipos de camilleros entrarán en el depósito y llevarán a lugar seguro a tantos ocupantes como puedan localizar.

Bond creyó notar un susurro subyacente traicionero en las siguientes palabras de Goldfinger.

—Estoy seguro que todos ustedes, señores y señora, convendrán conmigo en que debemos evitar toda pérdida de vidas innecesaria. Espero que se hayan dado cuenta de que hasta ese momento no ha habido víctimas, con la excepción de dos empleados del Ferrocarril Central de Illinois a los cuales hemos dado dolor de cabeza. —Goldfinger siguió adelante sin esperar comentarios—. Ahora bien —alargó la mano y la puso sobre la caja—, señores, cuando ustedes y sus socios han necesitado otras armas que no fueran las armas portátiles convencionales, ¿dónde las han encontrado? En los establecimientos militares, caballeros. De los oficiales de intendencia de bases militares próximas han adquirido metralletas y equipo pesado, por medio de la fuerza, el chantaje o el dinero. Yo he hecho lo mismo. Sólo hay un arma lo bastante potente como para reventar la cámara del oro de Fort Knox y yo la conseguí, tras mucho buscar, en cierta base militar aliada en Alemania. Me costó un millón de dólares, ni más ni menos. Esto, caballeros, es una ojiva[30] atómica diseñada para ser montada en un misil de alcance medio teledirigido.

—¡Me cago en la puta! —Las manos de Jed Midnight se agarraron al borde de la mesa, junto a Bond.

Todos los rostros habían palidecido. Bond sintió la piel tirante en su propia mandíbula apretada. Para aliviar su tensión sacó un Chesterfield del bolsillo de su chaqueta y lo encendió. Apagó lentamente la llama de un soplido y volvió a guardarse el encendedor en el bolsillo. ¡Dios Todopoderoso!, ¿dónde se había metido? Bond repasó todo el panorama de sus conocimientos sobre Goldfinger. El primer encuentro con el desnudo cuerpo bronceado en el club Cabana del Floridiana. La forma despreocupada en que le había echado un rapapolvo. La entrevista con M. La cita en el banco, en la cual se habló de seguir las huellas de un contrabandista de oro —uno grande, de acuerdo, y que trabajaba para los rusos, pero al fin y al cabo sólo un criminal de estatura humana—, alguien a quien Bond se esforzó en batir al golf y al que después persiguió de una manera fría y eficaz, pero siempre pensando en él como en una presa más, como tantas otras. ¡Y surgía aquello! Ya no era un conejo en su madriguera, ni siquiera un zorro, era una cobra real, ¡el mayor y más mortífero habitante del mundo! Bond lanzó un suspiro de fatiga. ¡Otra vez en la brecha, amigos! Esa vez se trataba realmente de San Jorge y el dragón. Y valía más que san Jorge se moviera y pensara en algo antes de que el dragón rompiera la cáscara del pequeño huevo que estaba incubando con tanta confianza. Bond sonrió con tirantez. Hacer ¿qué? ¿Qué demonios podía él hacer?

Goldfinger levantó la mano.

—Señores y señora, créanme, este objeto es una masa de maquinaria inofensiva. No está armada. Si lo golpease con un martillo, no explotaría. Nada puede hacerlo explotar hasta que esté armada, y eso no sucederá hasta El Gran Día.

El pálido rostro de Billy Ring brillaba de sudor. Sus palabras temblaron ligeramente al salir siseando de su falsa sonrisa.

—Señor, ¿qué… qué hay de eso que llaman…, hum, lluvia radiactiva?

—La lluvia radiactiva será mínima, señor Ring, y por demás localizada. Este es el último modelo, la llamada bomba atómica «limpia». Pero se suministrarán trajes de protección al pelotón que entre primero en las ruinas del edificio. Formarán el primer eslabón de la cadena humana que sacará los lingotes de oro y los trasladará a los camiones que estarán esperando.

—¿Y los escombros que vuelen, señor? ¿Trozos de hormigón y acero y todo eso? —La voz de Midnight salía de algún lugar de su estómago.

—Nos refugiaremos tras el parapeto exterior del depósito, señor Midnight. Todo el personal llevará tapones para los oídos. Tal vez algún camión sufra algún daño, pero hay que aceptar este riesgo.

—¿Los tipos dormidos? —Los ojos de Solo brillaban codiciosos—. ¿Quizás sólo duerman un poco más? —Evidentemente, a Solo no le preocupaban mucho los tipos dormidos.

—Trasladaremos a todos los que podamos a lugar seguro. Tenemos, me temo, que aceptar pequeños daños en la ciudad. Calculo que el número de víctimas entre la población equivaldrá al de las que se producen en tres días en las carreteras de Fort Knox. Nuestra operación servirá sólo para mantener en un nivel constante las estadísticas de accidentes de tráfico.

—¡Qué condenadamente buenos somos! —exclamó Midnight, que había recuperado los nervios.

—¿Hay más preguntas? —La voz de Goldfinger fue suave. Había expuesto las cifras y calculado las perspectivas del negocio. Era hora de hacer votar a la reunión—. Quedan detalles para ser puestos a punto con exactitud. En eso, mi personal aquí presente —se volvió primero hacia Bond y luego hacia Tilly— me ayudará. Esta sala será nuestro centro de operaciones, al cual todos ustedes tendrán acceso día y noche. La palabra en clave del proyecto es «Operación Gran Slam», que se utilizará siempre que se haga referencia al mismo. Yo sugeriría que aquellos de ustedes que deseen participar informen a uno, y nada más que a uno, de sus lugartenientes de máxima confianza. El resto del personal puede ser entrenado para realizar sus funciones como si se tratara del atraco a un banco corriente y moliente. El día «D −1» será preciso informar con algo más de detalle al personal.

»Sé que puedo confiar en que ustedes, señores y señora, si deciden participar, tratarán todo este proyecto como si de una operación bélica se tratara. Por supuesto, hay que cortar la ineficacia o la inseguridad con decisión. Y ahora, señores y señora, voy a pedirles que respondan en nombre de sus respectivas organizaciones. ¿Quiénes de ustedes quieren participar en esta carrera? El premio es gigantesco. Los riesgos, mínimos. ¿Señor Midnight? —Goldfinger volvió la cabeza un par de centímetros a su derecha. Bond vio como la abierta mirada de rayos X devoraba a su vecino—. ¿Sí? —hubo una pausa—, ¿o no?

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