Gloria

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Prólogo a la edición inglesa

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PRÓLOGO A LA EDICIÓN INGLESA

Este trabajo completa la serie de versiones inglesas que conforman el total de mis nueve novelas rusas (escritas en Europa occidental entre 1925 y 1937, y publicadas por sociedades emigres entre 1926 y 1902) que están a disposición de los lectores ingleses y norteamericanos. Quien observe la lista siguiente podrá apreciar el dramático vacío entre 1938 y 1959:

Mashenka, 1926 (Mary, 1970)

Korol’, Dama, Valet, 1928 (King, Queen, Knave, 1968)

Zashchita Luzhina, 1930 (The Defense, 1964)

Soglyadatay, 1930 (The Eye, 1968)

Podvig, 1932 (Glory, 1971)

Kamera obscura, 1933 (Laughter in the Dark, 1936)

Otchayanie, 1935 (Despair, 1966)

Priglashenie na Kazn’, 1936 (Invitation to a Beheading) (1959)

Dar, 1952 (The Gift, 1963)

La presente traducción al inglés es meticulosamente fiel al texto original. Trabajando a intervalos, mi hijo tardó tres años para hacer el primer borrador, después de lo cual yo pasé tres meses preparando una copia en limpio. Las grandes preocupaciones rusas por el movimiento y los gestos físicos, caminar y sentarse, sonreír y mirar por-entre-las-pestañas, son especialmente notables en Podvig y esto dificultó aún más nuestra tarea.

Comencé Podvig en mayo de 1930, inmediatamente después de escribir Soglyadatay, y la completé a fines de ese año. Sin hijos todavía, mi esposa y yo alquilábamos un recibidor y un dormitorio en Luitpoldstrasse, Berlín Oeste, en el triste y amplio piso del cojo General Von Bardeleben, un señor de edad que solo se dedicaba a resolver su árbol genealógico; su frente despejada tenía un toque nabokoviano, y, en efecto, estaba emparentado con el conocido ajedrecista Bardeleben, cuya muerte se parecía a la de mi Luzhin. Un día a principios de verano, Ilya Fondaminski, editor jefe del Sovremennye Zapiski, fue allí desde París para comprar el libro na kornyu, «en estado de raíz» (como se dice de los sembrados de grano antes de la cosecha). Era revolucionario social, judío, ferviente cristiano, instruido historicista y enteramente amable (tiempo después fue asesinado por los alemanes en uno de sus campos de exterminio), y cuán vivamente recuerdo el espléndido gesto de deleite con que se golpeó las rodillas antes de levantarse de nuestro sofá de color verde apagado después de que el trato se hubo cerrado.

El título inicial del libro (posteriormente reemplazado por el más expresivo Podvig, «proeza galante», «noble hazaña») era Romanticheskiy vek, «tiempos románticos» —verdaderamente muy atractivo—, que en parte había yo elegido porque estaba cansado de oír que los periodistas occidentales llamaban a nuestra era «materialista», «práctica», «utilitaria», etc., pero principalmente porque el propósito de mi novela es enfatizar la emoción y el encanto que mi joven expatriado encuentra tanto en los placeres más triviales como en las aventuras aparentemente sin sentido de su vida solitaria.

Para facilitar la tarea a cierto tipo de críticos (y particularmente para aquellos inocentes insulares a los que afecta mi trabajo, tan extrañamente que se podría pensar que los hipnoticé desde el aire para que hicieran gestos indecentes) señalaré las faltas de la novela. Basta decir que, antes de caer en el falso exotismo o en la comedia frívola, Podvig se eleva hasta las alturas de la pureza y la melancolía que solo he logrado en Ada, novela muy posterior.

«¿Qué relación tienen los personajes de Podvig con los de mis otras catorce novelas?», puede preguntar quien busca el interés humano.

Martin es el más amable, íntegro y conmovedor de todos mis personajes jóvenes, y la pequeña Sonia, la de los opacos y oscuros ojos, el pelo áspero y negro, debería ser aclamada por los expertos en las tentaciones y la ciencia del amor, como la más extrañamente atractiva de todas mis jóvenes, aunque, obviamente, en un coqueteo variable y despiadado.

Si bien hasta cierto punto Martin podría ser considerado como mi primo lejano (más simpático que yo, pero también mucho más ingenuo de lo que yo siempre he sido), con quien comparto ciertos recuerdos infantiles, ciertas preferencias y aversiones, sus desvaídos padres, per contra, no se parecen a los míos en ningún sentido racional. Respecto a los amigos de Cambridge, Darwin es una invención total, al igual que Moon; pero «Vadim» y «Teddy» existieron en la realidad de mi propio pasado en Cambridge: los mencionó en Speak, Memory, 1966, capítulo XIII, penúltimo párrafo, bajo sus iniciales N. R. y R. C, respectivamente. Los tres leales patriotas, dedicados a las actividades antibolcheviques, Zilanov, Iogolevich y Gruzinov, pertenecen a ese grupo de gente, políticamente situados algo a la derecha de los viejos terroristas y algo a la izquierda de los demócratas constitucionales, y tan lejos de los monárquicos por un lado como de los marxistas por el otro, que conocí muy bien en el ambiente de la revista que publicaba Podvig por entregas, pero ninguno es retrato exacto de un individuo en especial. Me siento obligado a establecer la justa determinación de este tipo político (reconocido de inmediato, con la precisión inconsciente del conocimiento diario, por el inteligente ruso, principal lector de mis obras), ya que todavía no puedo aceptar el hecho —que merece ser conmemorado con un despliegue pirotécnico anual de sarcasmo y desprecio— de que, mientras tanto, los intelectuales norteamericanos fueron condicionados por la propaganda bolchevique de modo que menospreciaran profundamente la vigorosa existencia de pensamiento liberal entre los expatriados rusos. («¿Es usted trotskista, entonces?», sugirió sagazmente en 1940 un escritor izquierdista en extremo limitado, en Nueva York, cuando dije que no estaba ni con los soviets ni con ningún zar).

El héroe de Podvig, sin embargo, no necesariamente se interesa por la política: ese es el primero de dos trucos geniales realizados por el sabio que creó a Martin. La realización personal es un tema fugal de su destino; él es así de raro: una persona cuyos «sueños se convierten en realidad». Pero la satisfacción personal está invariablemente impregnada de una conmovedora nostalgia. El recuerdo de las fantasías infantiles se mezcla con la espera de la muerte. El peligroso sendero que finalmente escoge Martin para entrar en la vedada Zoorlandia (¡sin conexión alguna con la Zembla de Nabokov!), solo continúa el final ilógico del camino de cuento de hadas que serpentea a través de los coloridos bosques de un cuadro en la pared del dormitorio de Martin. Es la gloria de una gran aventura y una proeza desinteresada, la gloria de esta tierra y su abigarrado paraíso, la gloria del valor individual, la gloria del mártir radiante.

En nuestros días, cuando se desacreditan las teorías de Freud, el autor recuerda con asombro que no mucho tiempo atrás, se suponía que la personalidad infantil se dividía automáticamente como consecuencia de la identificación con los padres al divorciarse. La separación de los padres de Martin no produce tal efecto en su mente, y solo a un tonto desesperado, bajo el sufrimiento de un análisis angustioso, puede perdonársele que relacione la carrera de Martin hacia la tierra paterna con la separación de sus padres. No sería menos osado señalar, con uterina incertidumbre, que la madre de Martin y la muchacha a quien ama llevan el mismo nombre.

Mi segundo toque mágico es este: tuve mucho cuidado de no incluir el talento entre los numerosos dones que conferí a Martin. Hubiera sido muy fácil convertirlo en un artista, en escritor. Fue muy difícil no hacerlo mientras le otorgaba la extraña sensibilidad que generalmente se asocia con la criatura creadora. ¡Qué cruel fue evitar que encontrara en el arte no un «escape» (qué solo es una celda más limpia en un piso más tranquilo), sino un alivio del dolor de ser! Prevaleció la tentación de realizar mi pequeña proeza propia dentro del nimbo colectivo. El resultado me hace recordar un problema de ajedrez que planteé hace tiempo. Su belleza radicaba en un primer movimiento paradójico: la reina blanca tenía cuatro posiciones probables a su disposición, pero en cualquiera de ellas se interponía en el camino (una pieza tan poderosa y «¡se interpone en el camino!») de uno de los caballos blancos en cuatro variantes de mate. En otras palabras, no pudiendo realizar ningún papel en el juego siguiente, tenía que exilarse a una esquina neutral tras un peón inerte y permanecer allí enclavada en la ociosa oscuridad. La construcción del problema fue diabólicamente difícil. Como también fue Podvig.

El autor confía en que los lectores prudentes no se zambullan ávidamente en su autobiográfica Speak, Memory en búsqueda de los mismos temas o similares escenarios. La diversión de Podvig está en todas partes. Debe buscarse en el eco y la unión de los hechos menores, en los cambios pasado-y-presente, que producen una ilusión de ímpetu: en una vieja fantasía que se convierte en la bendición de una pelota abrazada contra el pecho, o en la visión casual de la madre de Martin penando más allá del marco temporal de la novela en una abstracción del futuro que el lector solo puede adivinar incluso después de haberse precipitado a través de los siete últimos capítulos, donde la regular locura de dobleces estructurales y un baile de máscaras entre todos los personajes culmina en un final furioso, aunque en el final mismo no sucede nada: solo un pájaro posado en una portezuela en la penumbra de un día de lluvia.

V. N.

8 de diciembre de 1970. Montreux.

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