Gloria

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La primera vez que Martin los visitó y vio su apartamento oscuro y barato, que constaba de cuatro habitaciones y una cocina, donde una Sonia extraña, con un peinado diferente, estaba sentada sobre la mesa, balanceando las piernas enfundadas en medias con zurcidos, resollando ruidosamente y pelando patatas, Martin comprendió que no podía esperar nada de Sonia como no fueran sinsabores y que aquel viaje a Berlín carecía de sentido. Todo en ella era desconocido: el jersey de color bronce, las orejas al descubierto, la voz tomada. Estaba en el punto álgido de un resfriado serio y en las ventanas de la nariz tenía la piel colorada; dejaba de pelar para sonarse la nariz, gruñía con desconsuelo y cortaba una nueva espiral de cáscara marrón con el cuchillo. A la hora de la cena comieron sémola de trigo sarraceno con margarina en lugar de mantequilla. Irina llegó a la mesa llevando en brazos un gatito del que no se separaba nunca y saludó a Martin con una sonrisa alegre y tremenda. Durante el año transcurrido las dos madres habían envejecido y habían llegado a parecerse aún más. Solo Zilanov era el mismo, y masticaba el pan con el mismo vigor de siempre.

—He oído —crunch, cric— que Gruzinov está en Lausanne. ¿Por casualidad —crunch— te has encontrado con él? Es un gran amigo mío y una persona notablemente voluntariosa y decidida.

Martin no tenía ni la más remota idea de quién era Gruzinov, pero no hizo ninguna pregunta por temor a decir un disparate. Después de cenar, Sonia lavó los platos y él los secó, rompiendo uno.

—Es una situación imposible —exclamó Sonia, y especificó—: No me refiero a nuestras finanzas sino a mi nariz; no puedo respirar. La situación económica también es terrible, dicho sea de paso.

Después lo acompañó hasta abajo para abrirle la puerta de entrada. Tras apretar un botón se oyó un grato clic y las luces de la escalera se encendieron. Martin carraspeó todo el tiempo y no pudo articular una sola de las muchas palabras que había preparado. Siguieron veladas de naturaleza totalmente distinta: multitud de invitados, bailes al compás de discos, bailes en un café cercano, la oscuridad del cine de la esquina. Por todas partes en torno a Martin cobraban cuerpo nuevas personas; la niebla dio luz a las palabras. Encontró rasgos y rótulos definitivos para la esencia rusa diseminada en Berlín, para todos aquellos elementos de expatriación que tanto lo atraían, sea por el mero escuchar al azar una conversación rutinaria entre la juventud que se apretujaba en las aceras, por alguna palabra camaleón (como aquel plural rusificado, con su variable acentuación: dóllary, dolláry, dollará), o el recitado de una pareja riñendo («Pero te digo que…», para voz femenina; «Oh, haz lo que te parezca…», para voz masculina), o, en una noche de verano, un hombre con la cabeza echada hacia atrás y batiendo palmas bajo una ventana iluminada y gritando un nombre resonante y un patronímico que hacía que toda la calle vibrara y que un taxi emitiera un nervioso chillido y respingara hacia un costado después de haber atropellado casi al vocinglero visitante, que a esa altura había retrocedido hasta el medio del asfalto, para ver mejor si la persona a quien buscaba aparecía como un títere en la ventana. A través de los Zilanov, Martin conoció a gente entre la que al principio se sintió ignorante y extraño. En cierto sentido volvió a experimentar de nuevo todo lo que lo había turbado cuando vio a los Zilanov por primera vez en Londres. Y ahora, cuando en el apartamento de Stepan Bubnov la conversación remontaba muy alto, cargada de alusiones a autores modernos, y la bien informada Sonia le lanzaba soslayadas miradas de irónica compasión, Martin enrojecía, titubeaba, estaba a punto de aportar su pequeña y frágil contribución a las olas del diálogo de las otras personas, pero temía que sus palabras zozobraran inmediatamente, y entonces se quedaba callado. En compensación, avergonzado por el retraso de su erudición, dedicó cada hora de lluvia a leer, y pronto se familiarizó con aquel olor especial, el olor a bibliotecas de prisión, que emanaba de la literatura soviética.

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