Giovanni

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Primera parte: Las Vegas » Capítulo 17

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Capítulo 17

Miércoles, 30 de junio de 1999, 3:50 AM

Hotel Sardust, Habitación 2901

Las Vegas, Nevada

Una limusina blanca Lincoln Continental recogió a Chas y a Victor del vestíbulo del Caesar’s Palace. Ninguno pensaba que Milo iba a ser tan estúpido como para hacer que los llevaran a su refugio, y Chas no estaba seguro de si podrían disponer de un coche para regresar, así que le había pedido a Victor que llevara la bolsa.

La bolsa significaba que Chas pretendía vengarse, pues estaba llena de toda clase de instrumentos desagradables. Cinta adhesiva, cable de teléfono y cuerda, todos servían al mismo propósito: atar a quien fuera necesario dominar. Una gran variedad de instrumentos cortantes, desde lo más rudimentario hasta lo más exquisito, podían ser usados para hacer hablar a cualquiera de cualquier cosa, desde el martillo de orejas hasta la cachiporra y la «serpiente de fontanero», que dejaba una horrible marca donde golpeaba la carne desnuda. Normalmente la bolsa también habría contenido un mechero, pero Chas pensó que en los hoteles habría gran cantidad de cajas de cerillas a mano. Y de todas maneras, nada de aquello era muy necesario, al fin y al cabo. Cuando Chas necesitaba hacer hablar a alguien, atarlo y amenazarle con los contenidos de la bolsa solía servir a su propósito. Y tampoco era como si Chas fuera un maestro de la tortura. Normalmente dejaba que la fuerza bruta y el dolor hicieran el trabajo. No, ciertamente no era un artista, pero cuando había que hacer un trabajo, lo hacía. Todo el juego de herramientas había sido envuelto en toallas robadas de hotel, así que la bolsa parecía una bolsa de noche llena de ropa, en lugar de una cartera llena de instrumentos utilizados para hacer daño.

Cuál era el motivo por el que Chas iba a vengarse, era algo que ni siquiera él tenía claro todavía. Benito Giovanni encajaba en algún lugar, pero ni Chas ni Victor estaban seguros de cuál era su papel en todo aquello. Ambos se esforzaban por encontrar sentido a las pocas piezas del rompecabezas que tenían, pero nada encajaba. Chas permaneció en silencio, asegurándose de continuar la charada que Victor y él habían preparado con anterioridad, en caso de que el conductor tuviera conocimiento de la situación. Simulaba ser el ayudante y guardaespaldas de Victor, dejando que el otro apareciera como el jefe.

Ambos Giovanni quedaron muy sorprendidos cuando fueron conducidos hasta el hotel Casino Sardust. Se figuraban que probablemente Rothstein poseía un escondrijo en algún lugar a las afueras de la ciudad, y que los haría llevar allí para preservar su propia seguridad. Sin embargo, el hecho de que los hubieran conducido hasta un lugar público les tranquilizó.

—Habitación 2901 —les dijo el conductor mientras salían del coche. Chas comprobó rápidamente la matrícula mientras la limusina Continental se alejaba. La placa era legal (al menos a la vista) y no poseía adhesivos de ninguna compañía de alquiler. Aquello también era una buena señal.

Cogieron el ascensor hasta el piso veintinueve. Al salir, Chas efectuó un rápido reconocimiento del piso. No había invitados inesperados acechando en los vestíbulos, sólo una ruidosa máquina de Coca-Cola. El hueco de la escalera estaba vacío, el menos en ese piso, el inferior y el superior.

Chas llamó a la puerta de la habitación 2901.

Milo contestó, y Chas la abrió haciendo un gesto a Victor para que entrara. Rothstein se quedó mirando a Chas.

—¿Un poco impertinente, quizá? —pero le hizo caso omiso. La habitación no era tan distinta a la que ellos tenían en el Caesar’s. El insignificante Rothstein de la reunión anterior también estaba allí, intentando parecer relajado, sentado en una silla demasiado mullida; pero no había ni rastro del retorcido Nosferatu Montrose. En la televisión, la misma película de Bruce Willis que Chas había visto antes.

Estaba a punto de comenzar una conversación frívola para que todo el mundo se relajara un poco, pero entonces recordó que él sólo era «el hombre de refuerzo», al menos por el momento.

—Confío en que esta habitación sea adecuada —dijo Milo. Aquello debía significar que Rothstein planeaba dejar que Victor se instalara allí, probablemente como un favor, ya que pensaba que Victor se había vuelto contra Frankie Gee. Es decir que, con un poco de suerte, Milo creía que Victor había cambiado de bando. Dentro de la Estirpe, era imposible decir quién sabía exactamente cuánto, incluso cuando te lo decían.

—Está bien, gracias —contestó Victor. Dejó la bolsa al lado de la cama y se sentó sobre ésta.

—Oh, no haga eso. Estas colchas están asquerosas —dijo Milo, quitando la colcha de la cama y metiéndola en el armario—. Nunca lavan estas cosas, y estoy seguro de que saben la clase de inmundicia y exceso que ocurre en estas habitaciones.

Milo sonrió. ¿Lo sabía? A la mierda.

—Bueno, si se refiere a lo que suele pasar en todas las habitaciones de hotel del mundo, supongo que tiene usted razón —dijo Victor.

Bien. Sigue charlando. Aquí somos todos buenos amigos, malditos embusteros, pensó Chas. Espera un momento. ¿Cómo que embusteros? Cálmate vaquero. No hay necesidad de volver a joderlo todo.

—Eso es muy cierto. Sin embargo, me temo que tengo que preguntarle algo. ¿A qué se debe este repentino cambio de lealtad? Su hombre —Milo señaló a Chas (o Earl, como esperaba que le conociera)— dijo que había tenido usted una conversación telefónica desagradable.

—Más o menos —dijo Victor, encogiéndose de hombros. El Rothstein sin nombre apagó el televisor y se levantó de la silla—. Disculpe, no creo que nos presentaran en la reunión anterior.

—Benjamín. O mejor Ben. Ben Rothstein.

—Un placer conocerle, Ben, aunque debo decir que preferiría que fuera en otras circunstancias —Victor miró a Milo—. Parece que mis planes se han ido a pique, pero espero poder corresponder a su generosa y apresurada hospitalidad. Si me disculpa la expresión, hace una hora estaba seguro de que todo se había ido a tomar por culo.

Milo se rió. Una vez que fue obvio que era lo adecuado, Ben siguió su ejemplo y soltó una risita nerviosa. Cómo aquel pequeño monstruito había entrado en el clan por medio del Abrazo (si es que realmente era un vampiro) era algo que Chas no podía comprender.

—Bueno, yo siempre digo que nunca es demasiado tarde para jugar al juego —bromeó Milo.

Apuesto a que sí, pensó Chas.

—Pero volviendo al tema que nos ocupa, aún tengo curiosidad por saber por qué. No necesito que me cuente la historia completa, puede contarme el resto de los detalles mañana por la noche. Bueno, supongo que ya es esta noche, pero ya sabe lo que quiero decir. —Milo paseaba ausente a los pies de la cama.

—Resumiendo, Frankie quería que os presionara con el asunto del tal Benito. Le dije que era obvio que no lo habíais visto en unas cuantas semanas, y que ya sabíais quiénes éramos y por qué estábamos aquí. Que cualquier mala pasada que os jugáramos iba a cabrearos… de nuevo, perdóneme por ser tan brusco, pero estoy algo cansado… y que básicamente estábamos en su terreno. Sé que los Rothstein y Frankie han tenido problemas en el pasado, pero eso no tiene nada que ver conmigo, y no es mi trabajo solucionarlo. Creo que lo mejor sería que os dierais la mano e hicierais las paces, pero lo que fuera que pasara, fue antes de que yo llegara, y soy consciente de que este negocio hace que la gente se guarde rencor. Pero Frankie es muy insistente, así que le dije que de ningún modo iba a ser yo el tipo que empezara la guerra. Benito va a terminar apareciendo antes o después, e incluso aunque no sea así, alguien lo encontrará, y no merece la pena abrir viejas heridas por eso, ¿verdad? Entonces Frankie se cabrea, y ahí es cuando yo empiezo a pensar que sería buena idea mantener abiertas todas mis opciones. No es que esté dejando a Frankie plantado, las cosas no funcionan así en nuestro negocio, pero tampoco voy a quemar todas mis naves si no es necesario, ¿no?

—Todo esto suena muy razonable, señor Sforza. Admiro su lealtad. Me temo que es algo cada vez más escaso hoy en día.

Chas sonrió interiormente. Una historia lo bastante buena, asumiendo que Milo no fuera uno de esos tipos absolutamente paranoicos bajo la superficie. Y si lo era, entonces de verdad que se merecía un puto Óscar por su actuación, porque no tenía ni uno solo de los tics, nada que descubriera, siquiera sutilmente, una mentira dicha o representada. Victor podía ser muy bueno cuando no estaba colgado y follando con putas.

—¿Puedo confiar entonces en que nos llamará cuando se levante, señor Sforza? Se está haciendo tarde así que por esta noche no deseamos robarle más su tiempo. Benjamín, ¿podrías adelantarte y encargarte de que traigan el coche?

Bang. Así de sencillo. La vanidad de Milo Rothstein le había hecho firmar su propia sentencia de muerte. Estaba tan ocupado tratando de parecer un pez gordo delante de los hombres de su rival, que ni siquiera se había preocupado de que Ben permaneciera en la habitación para mantener el marcador empatado.

Ben fue a ordenar al chofer que trajera el coche. Chas se quitó la chaqueta mientras la puerta se cerraba detrás del Rothstein, al escuchar el mecánico zumbido de la cerradura eléctrica haciendo su trabajo. Colgó la chaqueta, se desabrochó los puños y comenzó a remangarse la camisa. Milo lo vio y su rostro mostró una leve muestra de aprensión.

Eso es, capullo. Llegó tu hora.

—Ahora debo irme, señor Sforza. Es usted libre de disfrutar del casino el resto de la noche… he preparado un pequeño pagaré de juego para hacer su estancia lo más cómoda posible…

—Ni hablar, hijo de puta —dijo Chas con desdén—. Antes de irte a tu puta casa tendrás que contestar a unas cuantas preguntas. —Victor se movió como un profesional. Antes de que Milo pudiera volverse, ya había abierto la bolsa y había sacado el cable de teléfono. Chas prefería el cable del teléfono, se lo había dicho a Victor durante el vuelo. Es tremendamente difícil de romper, e incluso si alguien logra romper la fuerte cobertura de plástico, está lleno de alambre de cobre que destroza la carne si se intenta partir. El único modo de no cortarse con ello es que el metal también se rompa en el mismo momento en que se consigue partir la cobertura de plástico.

Chas le dio un puñetazo a Milo en la barbilla, golpeando la boca abierta de éste y haciéndole caer hacia atrás. Victor aprovechó el momento para pasar el cable por encima de la cabeza de Milo y alrededor de sus brazos, sujetándolos a los costados. Luego tiró fuerte y volvió a pasar el cable dos veces más alrededor de Milo. Victor sabía que debía ser muy cuidadoso… después de todo, los Rothstein seguían siendo Giovanni, y los Giovanni de la Estirpe poseían una fuerza sobrehumana. No es que él lo hubiera visto antes, pero si Milo era más fuerte de lo que parecía, podía ser capaz de partir el cable y romperle el cuello a Victor antes de que Chas pudiera reducirlo.

Pero aquel no era el caso. Victor rodeó a Milo cinco veces más con el cable mientras Chas arrastraba una silla desde el escritorio hasta donde Milo permanecía atado y de pie.

—Victor, átalo a la silla. Milo, cuéntame lo que quiero saber para que no tenga que romperte nada que no sea estrictamente necesario. —Chas admiró su trabajo. El puñetazo, aumentado por su propia fuerza Giovanni, había roto la mandíbula de Milo y un puntiagudo trozo de hueso sobresalía a través de la piel de la barbilla. Sin embargo, ante sus ojos, el hueso se hundió bajo la piel y la herida abierta comenzó a cerrarse; Milo se curaba con actitud desafiante.

—Deberías pensar en reservar tu preciosa vitae, capullo. Si sigues portándote así vas a necesitarlo.

—Si me permites mi opinión, Earl, éste es un modo detestable de comportarse en los dominios de alguien. —De pronto, Milo no parecía el tipo de persona que se rinde con facilidad. Pensar mientras seguía hablando solía ser el mejor curso de acción para Chas. Si dejaba que Milo lo confundiera, todo aquello sería una auténtica pérdida de tiempo.

—De acuerdo, Milo. Éstas son las reglas. Regla número uno: a no ser que te pregunte algo, cierra la puta boca. Si rompes la regla número uno, obtienes uno de estos. —Una vez más, Chas golpeó a Milo con el puño. Esta vez, le dio en el ojo izquierdo, rompiéndole el hueso y reventándole la pupila. Milo prefirió no curarse inmediatamente e hizo un gesto de dolor, mientras la pupila se le hinchaba rápidamente; en sus ojos se reflejaba su ira—. Regla número dos: cuando yo hable, no me interrumpas. Si rompes la regla número dos, obtienes uno de estos. —Chas le dio a Milo un golpe similar, sólo que en el otro lado de la cabeza. Sin embargo, esta vez el hueso no se rompió, pero el otro ojo de Milo reaccionó de la misma manera—. La regla número tres es que yo soy el puto jefe aquí, ¿entendido? Rompe la regla número tres y obtendrás uno de estos. —De nuevo, Chas aporreó al maniatado Milo con el puño, pero esta vez en plena cara, rompiéndole la nariz y haciendo salir un río de sangre que le manchó la camisa y la chaqueta—. Ésas son las reglas. ¿Lo has cogido? —Milo no se movió—. Voy a tomar eso como un sí. Bien. Eso me gusta. —Chas se inclinó y lamió un poco de la sangre que corría por la destrozada cara de Milo. Vitae de la Estirpe, mucho más fuerte que la débil sangre de los mortales. Pero Chas tuvo que refrenarse. Necesitaba oír lo que Milo tenía que decir, y si perdía el control jodería todo el plan.

En algún lugar de su subconsciente, Chas se dijo que últimamente se repetía esto último demasiado a menudo. Tenía que esforzarse para controlarlo, igual que debía hacer que Milo estuviera callado hasta que fuera necesario que hablara. O eso pensaba.

—Bueno, vayamos al grano. ¿Dónde está Benito?

—No lo sé —contestó Milo con aires de suficiencia, intentando a la vez enfocar la figura borrosa de Chas.

—Respuesta incorrecta. —Esta vez Chas le abofeteó, esparciendo la sangre que manaba de la nariz de Milo por toda la habitación—. Toma dos. ¿Dónde está Benito?

—Ya te lo he dicho, no lo sé. —Milo miró hacia Chas, confuso. Casi parecía como si estuviera retándole, o quizá apremiándole a que le preguntara algo más. Pero Chas no tenía ningún interés en seguirle el juego. Aquella era su propia fiesta infernal. Él estaba al mando; él tenía la última palabra.

—Eso no es lo que quería oír, Milo. —Otra bofetada hizo salir coágulos de sangre de la nariz de Milo, que fueron a parar a la alfombra, como si fueran babosas en descomposición.

—Me parece, Earl, que si quieres una respuesta específica, deberías hacer la pregunta adecuada. Uno no encuentra las Siete Ciudades de Oro preguntando cómo se va a Detroit. —¿Detroit? ¿Qué coño tenía que ver Detroit con nada de aquello? Probablemente nada. Aún así, reforzaba la idea de que Milo no iba a rendirse sin hacer que Chas se lo trabajara. Atado como estaba, era todo lo que a aquel miembro de la Estirpe le quedaba.

Chas miró su reloj. Habían pasado ocho minutos. Se figuró que le quedaban unos veinte minutos antes de que a Ben le entrara curiosidad y reuniera el valor suficiente para volver a la habitación.

—Tienes razón, Milo. Pero hablar fuera de tu turno es romper la primera regla. Hora de cobrar. —Una vez más, Chas golpeó con fuerza la cabeza de Milo, impactando ahora en pleno cráneo. Pero nada se rompió; Chas aún necesitaba oír lo que Milo tenía que decir, así que no le golpeó con mucha fuerza.

—¡Me cago en Dios! ¡Eres un estúpido! ¿Es que no es evidente que no lo sé? ¿Por qué no le preguntas a Montrose?

—No pronuncies el nombre del Señor en vano —Chas sonrió maliciosamente, acariciando los nudillos de su mano derecha con la palma de la mano izquierda—. Es un pecado, creo. De hecho, estoy seguro de que si lo hace un judío sí que es pecado. Y ya sé lo de Montrose, pero no sabemos cómo localizarlo. Teníamos tu teléfono. Qué suerte la tuya. Oh, y deja de romper la regla número uno para que yo pueda dejar de golpearte.

Otro tremendo golpe en plena cara aplastó el lado izquierdo de la cabeza de Milo como si fuera una calabaza de Halloween. Sus ojos se hundieron, su cabeza se hinchó de manera alarmante, presagiando un trauma masivo, y un manantial de sangre negra comenzó a brotar de su cara en el lugar donde los nudillos de Chas habían abierto la piel. Intentándolo con todas sus fuerzas, Milo se mordió el labio para permanecer en silencio.

—¡Vaya! ¡Eso está bien! Estás aprendiendo. De acuerdo. Ahora vamos a probar un enfoque diferente. Nos has dado el nombre de Montrose, pero eso ya lo sabíamos, así que necesitamos algo más. ¿Dónde está Montrose?

—Que te jodan.

Zas.

—¿Para quien trabaja Montrose?

—Que te jodan.

Zas.

—¿Cómo se hace un Manhattan?

—Tres partes de bourbon, una parte de vermú dulce, cereza al marrasquino.

No está mal, pero demasiado vermú. Zas.

—No lo entiendes, Milo. No voy a parar hasta que estés muerto o me des algo que pueda llevarme a casa, ¿sabes?

¿Para quién coño trabajas? ¿Cuál es ese puto secreto tan sagrado por el que vas a dejar que te dé la paliza del siglo hasta que termine matándote con mis propias manos? ¿Me vas a decir de una puta vez qué cojones pasa? —Chas se inclinó para acercar su cara a la de Milo, empujando con la frente la cabeza del prisionero—. ¿Cuál es la respuesta a la pregunta del millón de dólares?

—¿De verdad quieres saberlo?

—No, gilipollas, sólo te estoy jodiendo porque me lo paso de puta madre.

—No, quiero decir que de verdad tienes que querer saberlo.

—Qué cojones, Milo, acabo de decirte que me estoy muriendo de ganas de sacudirte hasta matarte, ¿no? ¿No entiendes que un cabrón como yo tiene que hablar bastante en serio para darte una paliza de muerte? ¿Sabes qué cansado voy a estar mañana por la noche cuando me levante si me obligas a pegarte durante tres horas? En este momento soy tan serio como el puto cáncer.

—Vale, entonces ven aquí.

—¿Qué?

—Ya me has oído. Ven aquí. Acércate para que pueda decírtelo al oído.

—Estás como una puta cabra si crees que voy a agacharme para que me arranques la puta oreja de un mordisco.

—No te voy a morder. Si lo hago seguirías pegándome incluso después de que esté muerto.

Tienes razón, pensó Chas para sus adentros.

—Acércate un poco más para que pueda decírtelo.

—Milo, te juro por Dios que si me muerdes…

—No voy a morderte. No, más cerca.

Chas puso la oreja a la altura de la boca de Milo, casi deseando que el imbécil se atreviera a darle un mordisco, para tener así una excusa para darle a aquel Rothstein la paliza del siglo. Desde tan cerca, Milo ya no parecía un miembro de la Estirpe sino un maloliente, suntuoso y húmedo charco de sangre carnosa. Habla rápido, hijo de puta, antes de que sea yo quien te muerda.

—El secreto es…

—Vamos, escúpelo.

—El secreto es… que te den por culo.

¡Maldito cabrón! Milo le había… tomado el pelo.

—De acuerdo, saco de mierda, acabas de firmar tu sentencia de muerte. ¡Me cago en la puta! ¡Joder! ¡Victor, no pierdas de vista a este hijo de puta! —Como si pudiera levantarse y largarse a algún sitio—. Que no se mueva de donde está. —Chas recorría furioso la habitación, caminaba enfadado y cada vez que se daba la vuelta sacudía la cabeza con violencia durante unos segundos. Encendió la televisión. La misma película de Bruce Willis, cada vez más violenta. Disparos y helicópteros explotando, o algo así. A las cucarachas les encantaba esa mierda. Subió el volumen hasta que fue más o menos el doble del volumen de una conversación normal. Después de eso, Chas entró en el baño y se lavó las manos y la frente con determinación, se miró la ropa y se aseguró de que no tenía sangre esparcida por toda la camisa.

—Tú espera aquí, Milo —dijo Chas, y abrió bruscamente la puerta.

Milo miró a Victor. Victor miró a Milo y se encogió de hombros, como si no tuviera nada de que preocuparse. Luego oyeron un sordo chirrido entrecortado. Y después otro. Entonces un rápido bang. Y luego el sonido de algo inmenso siendo arrastrado por el suelo enmoquetado.

—Señor Sforza, ¿qué es lo que está haciendo su…?

Chas abrió la puerta de una patada, un brillo de sangre y sudor empañando su frente; algo enorme impedía que la luz del pasillo entrara en la habitación.

—Vale, está bien, Milo Tipo-Duro. Eres un cabrón tan… tan duro, te vas a enterar de qué va todo esto. Ahora estás en primera división.

Mientras hablaba, Chas arrastraba la máquina expendedora de Coca-Cola del recibidor hacia la habitación. La máquina no entraba, y se encajó en el marco metálico de la puerta… así que Chas siguió empujando hasta que consiguió arrancar el marco de la placa de yeso, salpicándose, él y la máquina, con gran cantidad de polvo blanco.

Victor aspiró con fuerza.

—Vamos hombre, esto no es serio —tartamudeó Milo, boquiabierto y con los ojos como platos.

—Puedes apostar a que sí, capullo. Soy el hijo de puta más serio que has conocido en tu puñetera vida. —El marco de la puerta se retorció y Chas consiguió meter toda la máquina en la habitación. Siguió empujando, deteniéndose brevemente para apartar la cama a un lado con el muslo, antes de continuar empujando la máquina con el hombro hacia la ventana.

—Earl, esto es realmente absurdo.

—Me cago en todo, ¿es que no puedes cerrar la puta boca? Estoy intentando trabajar. Cuanto antes pueda poner esto donde… tiene… que… estar… ¡Eso es!… antes podremos zanjar este asunto. Victor, dame la cinta.

Victor rebuscó en la bolsa al tiempo que Chas, con una sola mano, levantaba a Milo y a la silla y los colgaba a ambos sin más ceremonias del lado menos iluminado de la máquina.

Victor encontró un rollo de cinta de embalar sin usar, aún con la envoltura de plástico, y se lo alcanzó a Chas.

—Chas, ¿estás seguro de que esto es una buena idea?

—Cierra la boca, Victor. Soy Earl. Sé lo que me hago. Earl es tu ángel de la muerte particular, Milo.

Milo no sabía qué decir ante esta situación, y se limitaba a mirar de un lado a otro con los ojos desorbitados. Tras siete vueltas de cinta de embalaje, Milo se encontró atado a la máquina, al parecer inseparablemente.

—De acuerdo, Milo. Una última vez. Montrose. Benito. Desaparecido. Ayúdame a que le encuentre algo de sentido, ¿vale? Joder, al menos dame el número de teléfono de Montrose.

—Mira, Earl, ya te lo he dicho…

—Vale, se acabó. Victor, préndele fuego a este gilipollas.

Victor rebuscó en sus bolsillos hasta encontrar un mechero de plata. Fue hasta el minibar, al tiempo que Chas corría a coger el extintor de la pared del pasillo. Cuando quitó la funda de plástico, sonó un leve bip bip y un pequeña lucecita roja parpadeó.

En la habitación, Victor había rociado a Milo con gran cantidad de ron de alta gradación.

—¿Vais a prenderme fuego y luego apagarme? —preguntó Milo, sin saber qué creer o qué pensar.

—¡No, maldito cabezota! —le gritó Chas, y luego lanzó el extintor contra el cristal de la ventana. Los pedazos de cristal, junto con el extintor, cayeron hacia la calle, haciendo un gran estruendo al golpear el suelo, veintinueve pisos más abajo—. Te vamos a tirar por la ventana.

Victor encendió el mechero y Chas levantó con esfuerzo la base de la máquina expendedora. A Milo se le salían los ojos de las órbitas, mientras la cinta adhesiva le mantenía sujeto a la máquina y sus ropas y su cabello ensangrentado ardían.

Con un enérgico esfuerzo final, Chas empujó la máquina por la ventana, enviando a Milo Rothstein en caída libre hacia el suelo, en un llameante descenso hacia la muerte.

Chas y Victor salieron corriendo de la habitación, este último agarrando la bolsa y arrojando el mechero encendido al suelo para quemar cualquier rastro de sangre, y corrieron por el pasillo hacia las escaleras. Bajaron tres pisos en otros tantos segundos, y Victor siguió bajando, con la intención de llamar al ascensor unos cuantos pisos más abajo. Chas hizo saltar la alarma de incendios del piso veintiséis y luego bajó a toda carrera para encontrarse con Victor en el ascensor. Se sintió afortunado de no tener que respirar, porque de otro modo estaría jadeando sin parar… y sospechosamente.

Y luego, con toda la tranquilidad del mundo, entre la confusión y los coches de bomberos y las ambulancias y los gritos de los turistas, salieron del hotel y cruzaron la calle para coger un taxi de vuelta a su hotel. Con un poco de suerte, Milo habría sido lo suficientemente viejo como para haberse convertido en polvo para entonces, y todo el incidente parecería un truco publicitario de una estrella de rock o una gamberrada de algún grupo de vándalos. Nadie tenía razones para sospechar. Nadie excepto Montrose y los Rothstein de Las Vegas, por supuesto, y eso podían solucionarlo más adelante.

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