Ginger

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La graduación

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—CAPÍTULO 41—

La graduación

—Ginger, vamos a... ¿qué pasó? —preguntó Jake deteniéndome, tomé un poco de aire para no llorar.

Pero no pude.

—No quiero que se vaya. —Abracé a mi mejor amigo en el silencioso pasillo.

—Theo —susurró asintiendo mientras me abrazaba.

—No quería llorar, Jake —me quejé intentando hablar claro.

—No hables si no puedes, ya lo harás luego.

—Me voy a casa, no quiero seguir aquí.

—Está bien, deja te llevo —habló sacando las llaves de su moto.

—No, Jake. Está bien, voy sola.

—No vas a ir sola, ¿estás loca? Mira cómo estás. —Negó con la cabeza entregándome un papel que sacó del bolsillo.

—Puedo ir. —Tomé aire, pero mi labio inferior volvió a temblar y Jake tomó mi mano haciéndome caminar hacia la zona de aparcamiento.

—Te llevaré.

Y no me dejó otra opción, de un segundo a otro ya iba de camino a casa llorando abrazada a Jake dentro del casco. Sabía que era preferible sujetarme de la parte de atrás de la moto, pero no tenía ganas de hacerlo.

El camino se hizo largo y silencioso a comparación de algún otro día, cuando llegamos rodeó mi hombro y caminamos hacia la puerta.

Mi madre estaba trabajando, mi tía se había ido a Italia y mi papá vivía, por un tiempo, en Francia. No había nadie en casa y eso lo hacía aún más deprimente. No escuché un «Hola, cariño» o un «Hola, Bombón».

No había nada.

—Jake, de verdad. Solo quiero estar sola.

—Carrie, estás llorando... No puedo dejar así a mi hermanita.

—Te pido, por favor, que vayas, y si Kim se entera, pídele que no haga de esto algo más grande, ¿sí?

—¿Segura, Ginger? —preguntó poniendo su mano en mi hombro, yo asentí. Jake tomó aire para luego besar mi mejilla—. Promete que, si te sientes mal, llamarás.

—Te lo prometo. —Alcé la mano y lo acompañé a la puerta.

—Te quiero.

—Yo más. —Sonreí de lado.

Jake se fue y cerré la puerta para deslizarme terminando sentada en el piso mientras lloraba en silencio.

Siempre bromeaban diciendo que era la gruñona, que no tenía sentimientos o que todo me molestaba.

¿Era esa la imagen que me había hecho frente a la gente? Por supuesto. Y era mi culpa, había formado una carcasa ante los demás para que no me hagan daño. Siempre diciendo que no me pasaba nada cuando en realidad era todo lo contrario.

Mi teléfono sonó. Era Abby.

Contesté rápido a lo que ella contestó con un alegre «¿Ginger?».

—Abby...

—Oh, Dios, estás llorando. Han terminado, ¿verdad?

—Sí, y recordé todos tus consejos mientras le hablaba. —Sollocé apoyando mi cabeza en la mano izquierda.

—Cariño, lamento mucho todo esto.

—Tú no tienes la culpa, Abby. Supongo que en algún momento esto sucedería.

—Mira, te digo una cosa, siendo sincera no sé si ustedes sigan siendo novios mañana o más tarde, pero si es él en algún momento volverán a estar juntos. Los quiero felices, juntos o separados.

—Duele —me quejé.

—Yo sé que duele. Ambos tienen que levantarse y seguir adelante. Esto no es para nada el final, son jóvenes, es apenas el inicio.

¿Me lo decía solo a mí o había alguien más?

—¿Eso es una amenaza? ¿Dices que hay más? —bromeé y ambas reímos—. Gracias, Abby. —Tomé aire y limpiándome las lágrimas—. Además, bueno, creo que he encontrado por fin mi vocación. Quiero ser ilustradora digital.

—¡Eso es! Me alegra mucho, chiquita. Pues adelante y a darle con todo a eso, ¿sí?

—Lo haré, lo prometo.

—Bien, entonces avísame si necesitas ayuda con eso, sabes que tengo amigos que pueden contactarte con...

—No, no gracias. Quiero hacerlo de la otra forma, quiero encontrarlo yo misma.

—Bien, pero, de todos modos; si necesitas ayuda con algo, solo llama, ¿bien?

—Sí. —Asentí.

—Está bien, tengo otro «caso» que atender ahora mismo. Nos vemos pronto, un beso.

—Gracias, Abby.

—No hay de qué, pequeña.

Colgó.

Me levanté y miré la cocina. Negué con la cabeza y subí las escaleras hacía mi habitación. Abrí el gran cofre delante de mi cama y saqué mi viejo cuaderno y unos lápices.

Me dejé llevar por lo que los trazos decidieran hacer con la hoja y no podía caber peor suerte en el mundo, porque al ver el retrato que había hecho, tenía un dibujo de Theo.

—¿Es en serio? —murmuré mirando la hoja—. Nadie más te va a contestar, ¿sabes? —Asentí—. Sí, lo sé.

Pasó una semana desde lo sucedido, fue más tranquilo de lo que pensé. Me dediqué a estudiar para los exámenes que quedaban. Solo era incómodo cuando el grupo se reunía en los almuerzos.

Siempre podía irme y cortar con la incomodidad.

El día de la graduación llegó con Kim persiguiéndome para ponerme un poco de maquillaje, algunas cosas jamás iban a cambiar.

—¡Huff! —gritó Kim a unos diez metros de distancia. Giré lentamente hacia donde estaba la loca y sonreí.

—¿Sí?

—Es nuestra graduación, ¿quieres ir con la cara lavada?

—¡No quiero maquillarme! —grité huyendo de ella por los pasillos del colegio y llegamos al campus.

En realidad, me empezaba a gustar que me maquillara, pero no quería admitirlo frente a ella porque se iba a volver más loca de lo que estaba.

Al llegar, noté que Theo estaba conversando con sus amigos del equipo. Yo quería hablar con él.

Él rompió conmigo, pero no quería que todo terminara de esa forma. Así que hice un último intento.

Caminé hacia el grupo y Brad advirtió haciendo que todos salgan corriendo, dejándome sola con él.

—Me tienen miedo ¿o qué? —pregunté riendo.

—O qué.

—Gracioso. —Sonreí de lado y lo miré—. Hum, quisiera disculparme.

—¿Tú? Pero si no hiciste nada.

—Bueno, esa es una de las razones. No hice nada al respecto, comenzando porque siempre me reproché el no ser tan cariñosa, por ejemplo. Pero ese no es el punto, me refiero a que la última vez que hablamos, no tuve las mejores palabras para expresarme, solo quiero que sepas que a veces solo empiezo a soltar palabras porque sí. Pero luego me doy cuenta de lo que dije y quiero golpearme.

—No te preocupes por eso, dijiste lo que sentías.

—¡No! No dije lo que sentía, estaba enojada. No estaba pensando claro. En estos meses aprendí a quererte, aprendí que hay personas increíbles en este mundo y que los personajes literarios a veces pueden existir. De verdad, lamento mucho cómo te traté la otra vez. Quiero darte esto, pero no lo puedes abrir hasta que acabe la graduación, ¿bien? —Tomé su mano y puse el sobre en ella, él asintió.

—Yo no quiero que esto termine, Huffy.

—Está bien, yo tampoco. Pero como dijo Abby... Tal vez no sea el momento, uno no sabe que puede pasar luego. Somos jóvenes, estamos terminando la escuela... Tenemos una larga vida por delante, no hay que apresurar las cosas. Quiero que tengas claro que te voy a extrañar mucho cuando tengas que ir a Italia, pero eso no significa que no vaya a estar orgullosa de ti el día que te gradúes de la universidad.

—No quiero perderte. —Negó con la cabeza.

—Ni yo, pero a veces hay sacrificios en la vida que valen la pena. ¿No?

—¿Puedo abrazarte?

—Una vez mi abuela dijo que, si le pedías a alguien el abrazo, dejaba de ser especial.

—¿Por qué?

—Porque los abrazos son espontáneos, son como la extensión de dos almas uniéndose por un instante. A menos que abraces a tu comida o algo por el estilo, lo cual sería extraño.

—Eres rara. —Rio acercándose y me abrazó. Cerré los ojos, dejando que su perfume entre por mis fosas nasales. Mantuve ese recuerdo para no que no se borrara nunca.

—Pues ahora soy feliz con mis rarezas. Soy una rara casi graduada y feliz por lo que está logrando —contesté y me separé de él—. Oye, Theo.

—¿Sí? —Me miró.

—Gracias.

—¿Por qué?

—Por ser mi compañero de vida a corto plazo. Ha sido un buen viaje.

—Desearía que fuera a largo plazo. Un plazo eterno, más o menos.

Sonreí alejándome y besé su mejilla.

—Gracias también por comprenderme. Ahora voy a seguir huyendo de Kim porque quiere maquillarme.

—Nos volveremos a ver.

—¿Es una pregunta o una afirmación?

—Como quieras entenderlo. —Guiñó el ojo y se alejó logrando que sonría. Pero la sonrisa se detuvo cuando oí a Kim gritar mi nombre.

Entonces volví a correr.

Punto de vista de Theo

Abby colgó el teléfono y me miró.

—Gracias por llamarla, Abby.

—No hay de qué, Gordito. —Sonrió acomodándose en el sofá frente a mí—. ¿sabes? Cuando apenas tenías cinco años, recuerdo que una vez despertaste llorando, diciendo que tu hermano se había lanzado desde la ventana.

—¿Yo? ¿a qué viene eso?

—Desde ese instante noté que serías una persona muy sensible.

—Débil. —Asentí despeinándome.

—Ser sensible no te hace débil, Theodore.

—No me digas así. —Fruncí el ceño.

—Así es tu nombre.

—Está bien, Abril. —Alcé la ceja y ella sonrió.

—No me simpatizas, niño.

—Bueno, ¿alguien me puede explicar qué pasó? —preguntó mi hermano saliendo de la cocina con un ridículo delantal color naranja que citaba la frase: «¡Peligro! ¡Papá en la cocina!» junto al número de emergencia de los bomberos.

—Terminé con Ginger —mencioné acostando mi cabeza en el sofá.

—¿Y por qué? —preguntó sentándose al lado de Abby.

—Porque es un idiota.

—¡Abby!

—Perdón, Gordito —alargó rodando los ojos— porque creo que es lo mejor.

—¿Y por qué sería lo mejor terminar con ella? Si esperaste como seis años por eso —preguntó mi hermano, otra vez usaba su tono serio.

—Porque... Es complicado, ¿bien? Solo no quiero que esté mal, no podría irme sabiendo que ella está aquí.

—¿Y tú crees que cuando Abby se fue yo estaba muy feliz aquí? Sin ofender. —Me señaló al recordar que se había quedado con nosotros—. Sabes a lo que me refiero.

—No, pero es distinto. Tú sabias que en algún momento podías viajar a Inglaterra.

—¿Y Ginger no? —preguntó Abby mirándome.

—¿Qué?

—Theo, te recuerdo que su tía está en Italia, ella podría ir para allá.

—Abby, ¿estás diciendo que Ginger va a ir a Italia?

—No, no, a ver. No corras, pequeño saltamontes, no me malinterpretes, dije que podría, no que lo hará.

—Yo voy a ver que no se queme el... la ensalada. —Nate se alejó y miré a Abby que reía.

—¿Qué?

—Está mal de la cabeza, no lo sé —negó mientras tomaba su teléfono—. Te quedas a comer, ¿verdad?

—No tengo hambre, Abby.

—No fue una pregunta, vas a comer —anunció levantándose y caminando a alistar la mesa.

Claro, si había sido mi niñera, ella sabía cómo «convencerme».

***

—¿Es una pregunta o una afirmación? —preguntó Ginger mirándome.

—Como quieras entenderlo —guiñé el ojo y me alejé en busca de mis amigos que habían salido corriendo como un resorte en cuanto vieron a Ginger—. ¡Jake!

Llamé a mi amigo y palmeé su brazo en cuanto me acerqué, no lo había visto fuera de clases desde el día en que Ginger y yo terminamos, él giró a verme algo fastidiado y alzó un poco el mentón en forma de saludo.

—¿Qué quieres? —respondió.

—Hum, ¿pasó algo?

—Viejo, ¿todavía lo preguntas? —Rio negando con la cabeza—. Tú no viste a Ginger llorar, la llevé a su casa mientras lloraba en silencio a mis espaldas haciendo el menor ruido para que no me diera cuenta. No esperaste allá afuera oyendo como seguía llorando apoyada en la puerta... No sabes nada. No estuviste ahí esperando a que su mamá llegara para poder ir tranquilo. Eres mi amigo, sí. Pero ella es casi una hermana para mí, y la hiciste llorar.

—Jake, hablé con ella. Te prometo que no era mi intención, no es como si me hubiera planteado hacerle daño. Yo solo quería terminar con esto porque en una semana me voy.

—¿Una semana? —preguntó alzando los brazos y apoyándolos finalmente en su cabeza.

—Sí... Me llamaron de la universidad y quieren que hagamos una especie de clase cero para poder iniciar el semestre.

—No sé qué decirte, Theo.

—No tienes que decir nada, pero debes prometerme algunas cosas.

—¿De qué hablas?

—Primero que nada, no dejes que cualquier estúpido se acerque a Ginger.

—No tenías que pedirlo. —Sonrió de lado.

—Y segundo, mi hermanita es una bebé. ¿Oíste? —Él rio rodando los ojos cuando puse mi dedo en su pecho—. A la bebé, se le cuida, ¿bien? Voy a estar en Italia, pero mis primos son basquetbolistas profesionales y mi hermano mayor seguirá viviendo aquí.

—Entendido.

—Gracias. —Sonreí asintiendo.

—Te voy a extrañar, amigo.

—Yo también. —Lo abracé para luego despeinarlo—. Ahora vamos que tenemos una graduación pendiente. —Agité la cabeza mientras caminábamos hacia el auditorio dónde nos darían la toga y el birrete.

—¿Sabes a quién le tocó dar el discurso de despedida? —preguntó Jake.

—¿A Ginger?

—Amigo...

—Claro, Ginger no puede ser. Tiene pánico escénico. —Reí mirando alrededor—. ¿A quién? Oh, espera, ya sé. ¿Kim?

—Correcto. —Asintió.

—Debí imaginarlo.

—Se enteró hace una hora y está tan nerviosa que empezó a perseguir a Ginger porque quería maquillar a alguien.

—¿Y eso qué tiene que ver?

—No tengo idea, tengo amigas locas.

Sonreí y tomé aire, mi último día escolar.

—¡Damas y caballeros! —chilló Kim entrando al salón donde todos nos alistábamos para salir al auditorio—. ¡Logré maquillar a la niña!

Dicho esto, salió y volvió jalando del brazo de Ginger a la fuerza y cuando por fin entraron, rodeó su hombro.

—Me caes muy mal —mencionó Ginger para caminar toda encorvada a su puesto donde estaba el birrete al cual, por cierto, le había dibujado un gato idéntico a Bubba y debajo tenía una frase «¿Y ahora qué?».

—Estás muy linda —comenté acercándome, ella giró a verme y sonrió de lado.

—Pues estás igual que siempre.

—¿Eso es bueno o malo?

Se encogió de hombros y río poniéndose la túnica... Le quedaba grande.

—Pareces un pitufo —me burlé cuando estiró los brazos.

—Esto debe ser un error —gruñó alejándose de mí para quejarse con Carmen.

Pero la maestra no le hizo caso y llamó a todos en general.

—¡Niños! Silencio... Todos en fila directo al auditorio —canturreó moviendo las manos con gracia mientras todos nos agrupábamos.

—¡Es hora! —chilló Kim cuando caminábamos por los pasillos.

La ceremonia inició con la directora hablando sobre el camino a nuestra vida universitaria, que prestáramos atención y cosas que no oí.

Nosotros estábamos sentados frente al estrado en primera fila, llegó el momento en el que llamaban a cada uno para entregar los diplomas.

Mis padres, hermanos, cuñada y sobrinos estaban conmigo y lo agradecía. ¿Quién iba a pensar que poco a poco mi padre se iría ganando nuestra confianza de nuevo? Era difícil, pero no imposible. Después de todo, demostró estar realmente arrepentido.

—Theo Collins —llamó la directora y yo me levanté oyendo a todos mis compañeros hacer un estruendoso ruido mientras reían y silbaban.

Caminé hacia el estrado y subí las escaleras con cuidado de no caer y llegué a salvo a donde estaban.

—Gracias. —Sonreí mientras me daban el papel. Giré a ver a mi familia, mi mamá lloraba, mi papá sonreía aplaudiendo y Nate hacia muecas mientras Abby tomaba fotos.

—¡Guapo! —gritó Jake desde lejos y reí negando con la cabeza mientras bajaba. Giré a ver a Ginger... No estaba.

La busqué y sonreí al ver que estaba abrazando a su papá, por fin había llegado.

Bajé del lugar y caminé de nuevo hacia mis amigos para sentarme. Llamaron a otro compañero. Después de unos veinte, llamaron a Ginger, ella caminó subiendo al estrado no corriendo tanta suerte y tropezando con el escalón, por suerte no cayó.

—¡Estás muy buena! —gritó Kim y todos gritaron apoyándola, miré a Ginger que no podía estar más roja. Seguro estaba diciéndole de cosas en su mente, la conocía perfectamente.

Cuando todo el procedimiento terminó, Kim subió al escenario sintiendo que estaba por gobernar a toda una nación caminando tranquila por el podio hacia donde estaba el atril.

—Hola. —Sonrió saludando con la mano—. ¿Saben? Me avisaron hace una hora que tenía que dar este discurso, pero como dice siempre mi mejor amiga, creo que lo que no se planea sale mejor, ¿no? Hace años entré por esa puerta a regañadientes porque me habían cambiado de colegio. Pero luego conocí a esa pelirroja que está ahí. —Señaló a Ginger y ella se tapó la cara, sonreí—. Conocí al chico alto y musculoso, conocí a mi osito... —Jake y Bradley saludaron—. Conocí al lento que está a su lado. —Entrecerré los ojos y ella rio—. Finalmente, entendí que en realidad no todos venimos aquí porque queremos aprender, seamos realistas... Muchos venimos aquí por nuestros amigos, pero depende de nosotros con qué tipo de personas te juntarás, personalmente fue mi mejor elección. Pero en realidad no es una elección, porque un amigo no se elige... Solo se hace con el tiempo. La maestra Carmen nos decía la vez pasada que teníamos que salir y comernos el mundo, no nos incitaba al canibalismo, si es lo que piensan. Me refiero a que... —Miró al piso y luego tomó aire—. Nosotros llegamos aquí para aprender, ¿cierto? Voy a hacer de cuentas que respondieron que sí. Pero no solo venimos a aprender que es la raíz cuadrada o quién fue el cuarto presidente de nuestra nación. También aprendemos a convivir con gente que puede o no, nos caiga bien. Con distintas costumbres, distintas formas de hablar, etcétera... Entonces, ¿a qué me refiero con comernos al mundo? Me refiero a que en algún momento de nuestras vidas tendremos que estar solos, es la ley de la vida. Tendremos que salir y trabajar por nosotros mismos. Entonces amigos, hagamos eso. No tengamos miedo de lo que pueda haber allá afuera, muchos de nuestros padres pueden ser prueba de ello, si están aquí celebrando que su hijo se está graduando... Significa que, aunque fue difícil lo lograron, ¿no? Yo estoy dispuesta a salir y cumplir cada cosa que me proponga. Hoy le doy gracias a todos los profesores de esa fila. —Señaló a los maestros que estaban sentados—. Creo que son bastante pacientes después de todo, al igual que nosotros, por supuesto. Y gracias a mis amigos por estar siempre a mi lado, creo que sin ellos todo esto hubiera sido más difícil. Aquí termino este discurso de última hora que ha sido un poco más largo de lo que esperaba. Pero chicos, no lo olviden... Salgamos a comernos el mundo. No canibalísticamente hablando, por supuesto. Gracias.

Kim se alejó y caminó escaleras abajo hacia donde estaban Ginger y Jake para abrazarlos, me levanté y los abracé también, y así poco a poco los cuarenta alumnos éramos una bola de gente abrazada.

—¡Gracias a la promoción Neón! Les deseamos una vida próspera —habló la directora mientras nosotros gritábamos abrazados.

¿Qué era Neón? Pues a mis creativos amigos se les ocurrió que sería una buena idea llamarle así porque «No Encontramos Otro Nombre».

Genios.

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