Ginger

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Ronda de preguntas

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—CAPÍTULO 13—

Ronda de preguntas

—Griffin —explicó con una pequeña sonrisa.

—¡Ah, Derek! —Reí negando—. Hum...

—Tienes que ser sincera, sino el juego no vale. —Alzó la manos haciendo una mueca, ambos reímos y asentí.

—Sí, me gusta «la hilacha desnutrida». —Resalté las comillas rodando lo ojos.

Theo se removió en su asiento y movió un poco la cabeza, acompañándolo de una graciosa sonrisa. Quería saber el porqué de su interés.

—Bien, te toca —interrumpió mis pensamientos y decidí que ese era el momento.

—¿Por qué lo preguntas? —interrogué.

—Porque me parecía que sí y me dio curiosidad. —Se encogió de hombros sacando su teléfono del bolsillo. No sonaba real, pero lo dejé estar, tampoco quería sobrepensar las cosas.

—Oh, bueno, te toca. —Lo señalé con la cabeza y él pareció pensarlo un poco.

—¿Instrumentos musicales?

—Ninguno, ¿y tú? —pregunté.

—Me gustaría aprender a tocar el piano, mi hermano sabe.

—¡Yo también quiero aprender! —chillé emocionada e intenté calmarme. Mi culpa, a veces me dejaba llevar por la emoción—. Uy, perdón. —Sonreí un poco, bajándole a la intensidad y él se negó inmediatamente.

—¿Por qué te disculpas? Si emocionarse por cosas está bien. ¿Me ves fastidiado? —Negué con la cabeza y él hizo un ademán, como diciendo: ¿Lo ves? Y yo comprendí. Con Kim y Jake no me controlaba porque los conocía, pero con los demás solía ser menos intensa. —¿Tienes mascotas? —Me miró y una gran sonrisa salió de mí.

—Tengo un gato, se llama Bubba. Es un Orange Tabby. —Eso provocó que Theo soltara una boba risa, haciéndome reír también.

—Por supuesto que tu gato tenía que ser pelirrojo. —Theo guardó su teléfono y asentí.

—Fue una coincidencia —contesté, Theo alzó una ceja y yo lo imité.

—¿Al igual que llamarte Ginger?

—¡Eres un tonto!

—Es tu turno —ignoró lo que dije y lo empujé un poco.

—Vale, ¿por qué tú y Alai se esconden siempre? —luego de que lo dije, pensé que tal vez estaba yendo demasiado lejos, así que intenté arreglarlo—. Digo, si no quieres responder no hay problema...

—¿Cómo que escondernos? —cuestionó sin mirarme.

—Acabas de perder una pregunta —bromeé tratando de evitar su incomodidad, esto funcionó porque me lanzó una mirada divertida.

—Entonces tú también al preguntar quién era la hilacha desnutrida, ¿no? —dijo, yo resoplé.

—Bien, ¡tú ganas!

—Lo sé. —Encogió sus hombros e intenté una vez más, internamente prometí que sería la última vez.

—Ahora responde —hablé, lo empujé un poco y eso provocó que se riera.

—Pues no sé a qué te refieres con escondernos, así que no sé qué contestar.

Me detuve un momento para pensar cómo iba a plantear las cosas. Seguía sin saber si quería contestar las cosas porque seguía haciendo preguntas, demostrando que sí, pero luego veía un poco de incomodidad.

—No lo sé, a veces susurran cosas... Me dijiste «sabes más de lo que nadie sabe en esta escuela» —lo imité con mi mejor voz grave y se burló de mí—. ¿Son mafiosos, o qué?

—Tal vez pronto entiendas. Todo a su tiempo.

—Eso dice Sky. —Sonreí de lado mirando el libro que tenía en la mochila, lo saqué para señalarlo y él lo miró.

—¿Por qué te gusta tanto ese libro? —preguntó tomándolo y pasando las hojas.

—Supongo que es porque Sky hizo cosas que tal vez yo nunca pueda hacer, y a la vez me anima a querer hacerlas...

—¿La admiras mucho, no? A Abby, digo.

—Bastante —dije feliz y tomé de nuevo el libro—. Además, es tan genial que, a pesar de que escribió un libro sobre su vida, sea tan reservada.

—¿Cómo que reservada?

—¡Estás saltándote mis preguntas! —Él me vio y alzó una ceja, yo rodé los ojos. Era imposible—. Me refiero a que, bueno... Ella tiene un blog y escribe libros... Es una persona pública, pero a la vez no se sabe de ella cada día. Apenas se ha visto a su esposo, y le da privacidad a su familia. Se dio el trabajo de cambiarle el nombre a cada familiar en el libro. Es una locura. Digo, porque en realidad este libro es su biografía, este libro sucedió. De verdad me encanta —suspiré observándolo antes de guardarlo de nuevo.

—Suena genial.

—Lo es, y a ti no te cae bien.

—No es que no me caiga bien, ya lo entenderás —trató de explicarse y giré a verlo.

—¿A qué te refieres? —contesté rápido, pero el chico era hábil.

—¿Esa es otra pregunta?

—Creo que me debes muchas preguntas. —Bufé—. Aprovechaste la situación.

—Que lástima, ya acabó la hora. Tenemos que volver. —Sonrió levantándose y estiró la mano para que lo siga. Suspiré y colgué mi mochila en el hombro, tomé su mano para levantarme. Al soltarme, empezamos a bajar los escalones para dirigirnos a clases, pero antes de llegar a la salida, él volvió a hablar. —¿Qué vas a hacer con la hila... Con Griffin? —preguntó abriendo la puerta y dejándome pasar por debajo de su brazo.

—¿A qué te refieres?

—Digo, te gusta. ¿Harás algo? —cuestionó mientras caminábamos por el gran patio central.

—Tranquilo chico, he dicho que me gusta, no que yo le gusto a él —mencioné jugando con mis dedos—. De todas formas no creo que lo haga.

—¿Y por qué crees eso? —preguntó dejándome entrar primero por el pasillo de los casilleros.

—Porque no soy especialmente alguien que los chicos prefieren. Esto es incómodo, no sé por qué rayos te cuento esto. —Resoplé poniendo la clave del mío para guardar algunas cosas que no iba a utilizar.

—Primero, sé que no soy Derek, pero yo creo que a pesar de ser gruñona y algo agresiva, eres bonita. Y no solo físicamente. Eres una gran persona, además eres divertida. Segundo, ¿no dijiste allá arriba que seríamos amigos?

—Oh, claro, amigos. Perdón, tengo que acostumbrarme a esta nueva normalidad. —Sonreí cerrando el casillero—. Y, hum, bueno... Gracias, creo. Es raro hablar contigo sin tener ganas de insultarte o pegarte.

—Estas son cosas que suceden cuando pasas más tiempo conmigo. ¿Ves? Si llegas a enamorarte no será bajo mi responsabilidad.

—¿Enamorarme de ti? Sí, claro, y Kim no va a volver con su «osito». —Rodé los ojos, volví a abrir el casillero porque olvidé guardar los apuntes de literatura.

—¿Tú crees que vuelvan? Kim estaba muy triste...

—Conozco a mi amiga más que a la palma de mi mano. Hasta parece que yo la hubiera parido. Así que sí.

—Tus frases son tan raras. —Se echó a reír.

—Te apuesto a que vuelven antes de que terminen las clases.

—Bien, acepto. Yo creo que al menos esperan unos días. —Estrechamos las manos y asentí.

La campana de clases sonó mientras todos los alumnos se disponían a salir —o huir— de sus salones. Kim, que tenía una mejor cara, incluso me atrevía a decir que tenía una sonrisa en el rostro, caminaba hacia donde estábamos.

—Hola, Solecito. Hola, Theito. —Lo despeinó y besó mi frente para pasar de largo; sacó al instante su libro de historia y entró al salón.

—¿Qué rayos? ¿Me dijo Theito? ¡Ni mi madre me llama así!

—Está intentando verse como si nada le pasara. No te asombres si empieza a abrazarte frente a Bradley. Está mal, pero Kim a veces actúa a lo bruto. —Rodé los ojos y lo seguí caminando hacia el salón. Solo íbamos a avisarle a Elmer Butts que no lo teníamos que ver aquel día.

—Sentados todos. —Sonrió él, ya sentado en su escritorio.

—Profesor, ¿puedo decir algo? —pregunté y él asintió mirándome.

—Nos ha dicho la directora que como ya se acerca el ensayo general, podemos ensayar el baile toda la semana durante clases.

—Sí, pero yo no voy a perder clase, saquen sus libros y leerán la página cincuenta.

—Pero, nos dijo la directora que podíamos salir... —insistí. ¿No habían quedado en algo los profesores?

—Señorita Huff, no tengo ningún problema en que ensayen, pero no en mi hora de clase.

¡Injusto! ¡Lo hacía solo por fastidiar!

—Libros, ahora. Lean. —Nos señaló con el celular en la mano.

Entendía lo que decía, no podíamos perder clases, ¿y qué pasaba si nos mandaba a leer unas páginas por los siguientes cuarenta minutos solo para no dejarnos salir?

Este hombre me había declarado una guerra silenciosa y yo lo sabía. La acepté de vuelta. La próxima vez estaría preparada.

Tenía un arma bajo la manga: la directora Glenda West, también nuestra profesora de gramática.

Cuatro palabras: Éramos sus alumnos favoritos.

—Necesitamos hablar con usted —habló Camila dirigiéndose a la directora en la puerta de su oficina. Las clases terminaron y un grupo se reunió para explicar la situación. Porque nadie sentía que estaba aprendiendo algo con Elmer Butts. Siempre era «lean esto», «aprendan aquello», «expongan tal cosa».

—¡Han cometido una injusticia con nosotros! —se quejó Kim negando con la cabeza.

—Ese hombre me odia y no es broma —declaré.

—A ver, nenas, ¿es cierto todo lo que dicen?

—Sí, profesora, tiene que hacer algo. —Kim entró a su oficina con toda la seguridad del mundo en cuanto la mayor abrió la puerta.

—¡Fuera de aquí, señoritas! —Se rio ella—. Voy a investigar la situación para tomar una decisión.

—¡Pero si yo la quiero! —dramatizó Kim abrazando a nuestra profesora de gramática.

—¡Vayan a clases antes de que las mande a detención! —Rio de nuevo mientras yo jalaba a Kim. No quería volver a estar un sábado ahí.

—Las veo luego —se despidió Camila alejándose después de que la directora nos cerrara la puerta en la cara.

—¿Y ahora? —preguntó mi amiga.

—Tenemos que hablar.

—¿Por qué?

—¿Por qué Brad terminó contigo? —la intervine y mi amiga empezó a jugar con uno de sus dedos.

—Bueno... —alargó la palabra.

—Kim. —Alcé una ceja.

—Tal vez lo avergoncé un poco...

—¿Qué hiciste? —pregunté golpeándome la frente.

—Lo... Traté como bebé frente al equipo de béisbol. —Esperé a que dijera algo más, pero eso fue todo.

—¿Y? Un hombre seguro de lo que es no se intimida por esas cosas. Claro que eso no quita que seas tonta. Aunque no lo voy a defender... ¿Qué pasó?

—Bien... Discutimos y dije que si iba a molestarse por cosas así, mejor era dejarlo ahí. ¡Y se supone que él tenía que decir algo como «No Kim, no me dejes»! Pero terminó conmigo y se fue a clases. —Suspiró de forma escandalosa y apoyó su cabeza en mis piernas ya que estábamos sentadas en el piso—. ¿Por qué es todo tan injusto, G?

—Kim, hay gente muriendo allá afuera, eso es injusto. Que tu ridículo novio haya terminado contigo porque no es lo suficientemente seguro, no tiene nada que ver con que algo sea injusto.

—Tus palabras son muy duras, me haces sentir mal. —Me empujó un poco haciendo que ría.

—Es la verdad, Kim. Nos preocupamos por cosas materiales a veces y...

—¡Osita! —gritó el batracio desde el otro lado del patio. Kim se levantó más rápido que los gases de mi padre y corrió hacia él.

—¡Osito, perdón! —Lo abrazó, y el chico la cargó como si fuera un koala. Negué con la cabeza y me levanté.

Solo tenía algo que decir: aunque no me gustase del todo que hubiesen regresado... Le gané la apuesta a Theo.

Oh, sí, bebé.

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