Ginger

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Misión prisionera

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—CAPÍTULO 24—

Misión prisionera

Punto de vista de Theo

Suspiré por cuarta vez en el día. No sabía qué hacer, era el tercer día en el que Ginger evitaba hablar lo menos posible conmigo. Salía antes de clases, almorzaba con nosotros en silencio y me saludaba con una pequeña sonrisa para luego huir detrás de Jake y Kim.

—¡Deja de lamentarte! —Nate me llamó la atención, le eché un vistazo a la gente que me acompañaba y sonreí al verlos.

Y además de todo eso, ya habían llegado.

—¡Estoy tan emocionada de estar aquí! —exclamó Abby mientras entrábamos a la empresa de mamá.

—Calma, chispita. —Rio Nate y posó su brazo por los hombros de su esposa.

—¡Nada que me calmo! Hemos estado fuera de casa por dos meses y solo estaremos aquí dos días, luego tenemos que ir a París por el dichoso nuevo contrato. Así que te callas, Gargamel.

—Sí, señora —mencionó mi hermano haciendo el saludo militar, siguiéndole el juego, me reí negando.

—Estás tan dominado.

—Mira, Theo. Tú no puedes decirme nada. Ginger huye de ti. —Sentí como la daga con sus palabras atravesaba mi corazón y lo miré indignado.

—¡Ginger no huye de mí! —dije, mi hermano asintió.

—Claro que sí, lo que te ayude a dormir de noche.

—¿Pueden callarse? —nos retó Abby riendo—. ¡Rose! —mencionó acercándose a la recepcionista y se saludaron amablemente.

—Buenos días a todos. Vi al señor Huff con su hija hoy —nos comentó como si de un chisme se tratara—. Lo digo porque sé que siempre hablan de ella.

Yo la miré alarmado y me acerqué.

—¿Qué dices, Rose?

—En efecto, hoy es el día de traer a tu hijo al trabajo y la niña estaba castigada, así que su padre vino con ella. La verdad no la veía tan feliz.

—Rose, ¿sigue aquí? —pregunté, ella me miró y asintió.

—Sí, subió con su padre a su oficina hace como veinte minutos —contó mirando su reloj.

—Debe ser una broma, así que, si la veo por aquí, también me va a ignorar.

—Qué mal —dijo Abby, me sacó de mis pensamientos y abrió los ojos en grande al recordar que ella estaba a mi lado.

—Oh, no, Abby. ¡Estás aquí! —La señalé, luego señalé a mi hermano—. ¡Y tú también!

Ambos se rieron de mí y se despidieron de Rose para tomar el elevador que nos llevaba a la oficina de mi madre. Querían darle la sorpresa de una visita inesperada, pero yo no podía dejar de pensar que Abby y Ginger estaba en el mismo edificio.

—¡Ya no llores más! ¡Tu hijo pródigo ha vuelto! —Nate anunció su llegada abriendo la puerta de la oficina de mi madre.

Entre risas y abrazos estuvimos conversando. Nate y Abby nos contaban un poco de cómo iban las cosas con los hoteles. Me alegraba ver a mi hermano feliz.

—Voy a dar una vuelta por el edificio —comenté levantándome del asiento y los tres se me quedaron viendo—. ¿Qué?

—¿Vas a dar una vuelta o quieres encontrarte «de casualidad» con Ginger? —preguntó mi hermano, rodé los ojos y lo ignoré saliendo del lugar.

Y como si el destino lo quisiera, toqué el botón del elevador que me llevó al primer piso, cuando estaba por salir, me encontré con ella.

—Oh —fue lo primero que dije al ver a la persona que tenía enfrente cuando las puertas se abrieron.

Ginger y yo nos mirábamos de la misma forma, pareció tomar un poco de valor para entrar al cubículo y presionó el botón del piso al que iba.

—Hola —saludó sin mirarme.

—Hola, Huffy —contesté aparentando estar lo más tranquilo posible mientras reposaba mi brazo en el espejo.

Fueron los treinta segundos más incómodos de mi vida.

—Nos vemos —se despidió saliendo de ahí y corrió a la oficina de su papá. Cerró la puerta y suspiré presionando el botón para volver a la oficina de mi madre. Ya estaba más que seguro que podía encontrarse con Abby en cualquier momento.

«Está aquí, está aquí, está aquí. ¡Realmente está aquí!», pensaba, sentado de nuevo junto a mi hermano.

—Theo, deja de hacer eso —regañó mi madre mientras yo golpeaba el piso con el talón.

—¡Está aquí, mamá, no puedo evitarlo!

—Eso te pasa por negarnos como familia —dramatizó Nate y yo rodé los ojos.

—No los estoy negando, solo busco el momento indicado.

—Pues te estás tardando —respondió.

—No te preocupes cariño, esperaremos —dijo Abby luego de callar a Nate dándole un empujoncito con el brazo.

—Por eso te quiero —hablé abrazándola.

—Tengo un plan —dijo ella sonriendo.

—Eh, mejor yo me voy ahora y ustedes de quedan aquí... Sin interferir en... —Me alejé, pero Nate me tomó del cuello y Abby me abrazó.

—Ya tuve la idea, Gordito. No puedes hacer nada contra eso. Nos vemos en un rato, Chloe —se despidió Abby tomando mi brazo y llevándome al ascensor junto a mi hermano.

—Me estás ahorcando —le dije a Nate y él me soltó.

—Perdón. —Rio despeinándome.

El elevador se abrió dando paso al padre de Ginger. Él entró y la puerta se cerró.

—Hola, Theo. —Sonrió mirándome y luego a mis acompañantes.

—Buenas tardes —saludó Nate.

Yo me encontraba conteniendo el aire. Mucho aire. Era el padre de Ginger. Me iba a dar un ataque.

—Ustedes... ¿Los he visto en algún lugar? —Señaló mirándolos.

—Okay, señor, necesito que me haga un favor —suspiré hablando por fin.

—¿Qué favor?

—Primero le presento a... Ginger —susurré en cuanto la vi—. ¡Ginger! —dije un poco más alto y la puerta se cerró. Justo ahí pude respirar con normalidad. La pelirroja estaba de espaldas conversando con el tonto cartero. Miré a su padre.

—¿Y bien? —preguntó mirándonos.

—Señor, le presento a mi hermano Nate y a Abby, su esposa. Tal vez conoce a Abby porque es la escritora favorita de Ginger. —La cara del señor Huff cambió cuando entendió quién era—. Y necesito que guarde este secreto por unos días más.

Él estaba confundido.

***

Al día siguiente de la confesión al padre de Ginger, me encontraba frente a su casa pensando si era buena idea lo que estaba por hacer.

«Qué estoy haciendo. Qué estoy haciendo. Qué estoy haciendo», me repetía mientras hacia lo que Abby me había dicho.

Estaba loca. ¡Esa mujer estaba definitivamente loca!

Cuñada favorita

Misión prisionera. ¿Estás listo, Gordito?

09:54

Gordito

Estás loca.

09:57

Guardé mi teléfono y subí por las pequeñas escaleras de emergencia, para luego caminar por el techo de la cochera y entré al balcón, toqué la puerta esperando que abra. Abby estaba loca, ¿y yo por qué le hacía caso?

—Theo, ¿qué haces aquí? —preguntó al abrir la puerta del balcón, no pasé. Me quedé ahí. Ya suficiente había hecho con subir hasta el balcón. No la quería meter en problemas.

«¿Ginger un domingo despierta a las diez de la madrugada?».

—Buenos días, Huffy. —Sonreí apoyado en el marco de la ventana.

—Estás loco.

—Por ti, sí —bromeé alzando las cejas varias veces. Ella me quedó mirando y asentí—. Lo sé, fue malísimo.

Se rio bajito y negó con la cabeza.

—¿Qué haces aquí? —preguntó quitándose los lentes de descanso y evitando lo anterior.

—¿Utilizas gafas? —No había notado ese detalle, ella movió un poco la cabeza.

—Solo en casa, no son «necesarias». —Movió los dedos en forma de comillas—. No me cambies de tema. ¿Qué rayos haces en mi habitación a las diez de la mañana?

—Yo también uso lentes de descanso. —Sonreí de lado y sacudí la cabeza—. Bueno, resulta que quería hablar contigo para solucionar ciertas cosas.

—Espera, pasa —interrumpió; dudé un poco, pero insistió—. Te puedes ver desde abajo.

Comprendí y entré a su habitación, así que me recosté en su cama por el simple hecho de molestarla.

—Sí, claro. Puedes echarte ahí. No hay problema.

—Lo sé. —Sonreí acomodándome.

Bufó y se puso las gafas para seguir escribiendo el ensayo de literatura que Harry nos había asignado.

—¿Podemos hablar? —pregunté sentándome.

—¿Hablar de qué? No hay nada de qué hablar —murmuré nerviosa presionando las teclas del portátil—, además, no puedes estar aquí. Estoy castigada y no puedo recibir visitas hasta dentro de dos días. Si mamá se entera que entraste por el balcón, será peor.

—Solo quiero que me escuches. —Me levanté y giré la silla con ruedas para que quede frente a mí—. Ya te lo dije, me gustas y eso no va a cambiar nada. Y sé que sientes algo, no hubieras correspondido cada beso si fuera lo contrario. De todos modos, no te preocupes si no es así, seguimos siendo amigos después de todo. Solo quiero que estemos bien, Huffy. —Ella bufó y asintió.

—Está bien. Voy a ser sincera, pero te pido una cosa, solo no me presiones. ¿Sí? —La miré y asentí—. ¿Recuerdas el día que entramos a secundaria? —Sonreí con nostalgia y afirmé.

—Era un niño tonto, pensaba que podía llamar tu atención pegando un chicle en tu cabello. —Reí negando con la cabeza.

—Me gustabas en aquel momento —confesó sin mirarme.

—¿Es en serio Ginger?

—Sí —suspiró mirando al techo—, por casi tres años ¿sabes?, pero me molestabas tanto que... —gruñó pegándome en el brazo—. ¡Eras realmente insoportable!

—Qué estúpido —me regañé tocando mi frente.

—Luego llegó Derek, y pensé... Tal vez ha sido un enamoramiento de niños, ¿sabes? De esos que olvidas con el tiempo, pero este tiempo cambiaste mucho.

—Yo...

—O tal vez solo sacaste a flote al verdadero Theo. —La miré con una sonrisa gigante.

—Tal vez.

—Entonces... Estuve pensando todos estos días, porque eso es lo que estaba haciendo, y en realidad Derek fue quien no me gustaba realmente. No pretendo decir que estoy enamorada de ti, porque no lo estoy... Pero, bueno —Ginger me miró—, tal vez empiezo a sentir cosas por ti. —Mi rostro iba cambiando poco a poco y eso hizo que ella entre en pánico—. ¡Pero eso no quita que vaya a tratarte como siempre lo he hecho! —Me señaló—. Pero perdón por haberte evitado estos días, sé que lo correcto hubiese sido pedirte unos días para pensar, pero soy tonta —dijo, yo solté una pequeña risa, la atrapé en un abrazo lanzándome hacia atrás con ella sobre su cama.

—Prometo no presionarte, lo prometo. Pero esto que acabas de decir lo he esperado por tanto tiempo y pensé que no sucedería.

—Me... Aire —se quejó y la solté porque estaba presionando sus brazos—. Idiota.

—Siempre tan tú. —Reí besando su mejilla.

—No voy a cambiar. —Se removió tratando de no sonreír mientras se levantaba y caminó hacia la silla, pero sujeté su brazo y le di la vuelta.

—Me encantas.

—Ya deja eso. —Se sonrojó empujándome con el brazo mientras yo la abrazaba más.

—¡Bombón, dice tu mamá que despiertes! —gritó su papá. Abrí los ojos en grande y me solté de él empujándolo—. ¡Nos vamos a casa de tu abuela! ¡Estoy muy emocionado por ver a mi suegra! ¡No sabes la felicidad que manejo hoy, domingo a las casi once de la mañana porque voy a ver a mi suegrita! —vociferó y no pudimos evitar reír.

—¡Ya voy! —respondió intentando sonar tranquila—, te vas ahora mismo, Theo.

—¿Qué? —pregunté mirando a mi alrededor.

—¡Te metiste por la ventana! Ahora tienes que salir por ahí —susurró empujándome hacia allá.

—¿Ya estás lista? —preguntó su mamá, oímos un escalón.

—¡Me voy a duchar! —gritó y yo salí hacia el balcón, ella fue hacia la puerta de su cuarto y cerró con seguro.

—¿No quieres que te ayude? —Me acerqué, aprovechando para molestarla un poco más. Ginger me pegó en el brazo riéndose.

—¿No quieres que te rompa la cara? —Entrecerró los ojos.

—¿A besos?

—Theo, largo de aquí. —Me empujó de nuevo hacia afuera.

—Pero, pero... ¿No te vas a despedir? —pregunté sacando un poco el labio inferior.

—No puedo creerlo. —Ella se golpeó un poco la frente, yo ladeé la cabeza.

—¡Solo uno! —pedí acercándome un poco.

—Ay, Dios. —Rio uniendo sus labios con los míos en un pequeño y rápido beso—. ¡Ahora vete!

Miré hacia abajo y luego a ella.

—Eh, está muy alto.

—Tú te las buscaste, amigo —se burló de mí—. Ahora tienes que saltar.

—«Ihiri tiinis qui siltir» —la imité con una falsa y horrible voz, ella rodó los ojos—. Como si fuese tan fácil, claro. ¡Como ella no va a saltar! —me quejé hablando solo mientras caminaba por el techo de la cochera, tomé una de las ramas del árbol—. ¡Para estas cosas le hago caso a ella! —murmuré tomando valor para saltar—. Te veo en la escuela, Huffy. —Le guiñé el ojo y salté sobre el césped golpeándome un poco el brazo—. ¡Estoy bien! —saludé riendo y di un salto digno del teatro, corrí por la calle y crucé la pista mientras me iba.

Había salido bien.

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