Ginger

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El concierto de Julien Garnier

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—CAPÍTULO 33—

El concierto de Julien Garnier

Esa tarde llegué a casa de malhumor por las horas que tuve que compartir clase con Derek Griffin, pero todo mejoró cuando Jess apareció en casa comentando que estaba de vacaciones y se quedaría con nosotras unos días. Mejoró aún más cuando nos contó que había terminado su relación con el tal Daniel Eduardo.

Le pedí que me ayudase con un regalo para mi mejor amiga, su idea fue que poner a Brad dentro de un gran pastel, rechacé la idea contándole lo que había sucedido.

En lugar de eso, consiguió un saludo de Julien Garnier, una camiseta del tour y una tarjeta firmada por él.

Además de todo eso, me ayudó a convencer a mi madre. El plan era simple, Chloe se ofreció a llevarnos a St Miller para el concierto. Jake, Kim, Alai y yo iríamos con ella para el concierto y volveríamos el mismo día. Mamá se quedó más tranquila cuando supo que Chloe se encargaría de nosotros y me dejó.

Así que al día siguiente nos levantamos temprano para ir en el auto a otra ciudad. Solo para ver en directo a Julien Garnier.

La sorpresa para Kim fue mucho más grande, ella no sabía que la mamá de los Collins había conseguido algo más que entradas para el concierto. En medio de un receso, Julien llamó a Kim al escenario y todos juntos le cantamos el «Feliz cumpleaños». Fue una experiencia increíble.

Volvimos pronto porque teníamos una fiesta a la cual asistir, llegamos justo a tiempo para bailar juntos por un par de horas.

Sí, me había animado a bailar con mis amigos en una fiesta.

***

La semana empezó, y con ello también la semana del espíritu escolar.

Día uno, cada grado vestido de un color distinto. El mío fue naranja, a todos les pareció divertido «ser como Ginger un día».

Día dos, nos vestimos como profesionales de distintos tipos, yo fui una diseñadora gráfica, Kim aprovechó el momento para ser estilista, Theo se puso una camisa y dijo que no sabía que era, Jake fue con su uniforme de béisbol.

Día tres, todos vestidos de su personaje favorito, eso incluía películas, series, libros, etc.

Día cuatro, día de pijama, fue el mejor día de mi vida.

Día cinco, todos vestidos como una celebridad. Jake se disfrazó de Julien Garnier y estuvo abrazando a Theo todo el día.

Y así llegó el día de la feria que organizamos. Carmen nos había delegado un grupo de «asistentes» que harían todo lo que pidiéramos. Todo estaba listo y solo necesitábamos una cosa.

—¡No encuentro mis auriculares! —gritó Jake debajo de una mesa recién decorada para el sorteo de objetos de segunda mano que todos los alumnos habían donado.

Y es que los auriculares eran importantes ya que nos comunicaríamos con los «asistentes» mediante eso.

Pero no, Jake tenía que perderlos.

—¡Serás tonto! —Kim llamó su atención con los audífonos de Jake en mano—. Estaban en tu mochila, listo.

—¿Qué? ¡Pero si los estuve buscando! —Salió de su raro lugar de búsqueda para ponérselos.

—¿Estamos listos todos? —pregunté.

—Bloque uno, listo —habló una compañera desde el auricular.

—Mi grupo está listo —dijo Kim poniéndose una gorra.

—El mío también —comentó Theo mientras comía una manzana.

—Aquí igual —dijo Jake, cargando la mochila.

—Theo, ¿de dónde salió eso? —pregunté, él iba a hablar, pero alcé el dedo—. Mejor no me digas, creo que no quiero saber.

—Bien, equipo. Si hay algún problema, saben con quién contactar —dijo Kim hacia los micrófonos.

Yo estaba encargada del área de castigo y matrimonio.

Había una cárcel en donde dos de los más grandes mastodontes del curso encerraban por un tiempo determinado a alumnos o profesores (en celdas separadas) siendo vigilados.

Y el matrimonio, era eso. Casar a todo aquel que quisiera.

Se montaba toda una ceremonia simulando una boda y un compañero tomaba fotos del momento.

Kim estaba encargada del área de comida y moda. Tuvo que encargarse del área de comida porque Theo y Jake no eran los más indicados para eso. Kim hacía limpieza de cutis y maquillaba a la gente. Alai la ayudaba un poco.

Theo y Jake estaban encargados de los juegos. Había toda clase de juegos de feria en los que cualquier persona competitiva querría gastar su dinero.

Y así es como habíamos organizado la gran feria escolar.

«La feria», como le llamó Kim. Un nombre original, por supuesto.

—Mastodonte uno, debemos ir por este alumno —hablé enseñándole la foto—. La última vez que lo vieron estaba en el puesto de pizza.

—Me llamo Fred.

—Mastodonte uno.

—Fred.

—¡Ahí está! —Señalé corriendo. Él chico nos vio y empezó a correr siendo rápidamente alcanzado por mastodonte uno—. Quedas arrestado media hora —leí el papel—. Son veinte minutos de parte de tu amiga Mandy, y diez más por resistirte a la autoridad. Tienes derecho a guardar silencio, cualquier cosa que digas puede y será usada en tu contra. No tienes abogado, así que ni lo intentes; vamos mastodonte uno —hablé mientras caminábamos hacia la cárcel improvisada en uno de los salones.

—Hola, quiero denunciar al profesor Thompson.

—¿Por cuánto tiempo? —pregunté anotando el nombre del profesor.

—Treinta minutos.

—¿Razón?

—Me cae mal —respondió obvio.

—Debí esperar eso. —Asentí escribiendo los últimos detalles— son cinco dólares. Perdón, la oferta a los profesores es mayor, puedes pagar en caja. —Señalé a la chica que cobraba el dinero.

El chico fue a pagar y recibió su boleta.

Entonces fui con mastodonte dos para «encarcelar» al profesor.

Y así se fue la tarde.

Entre encarcelar profesores y pagar más dinero para que estén más tiempo, profesores pagando sus fianzas para que minutos después los volvieran a encerrar.

La idea del matrimonio no triunfó tanto como el de la cárcel.

Por otro lado, toda la comida se terminó. Kim hizo limpiezas de cutis hasta que no pudo más y los chicos vaciaron los bolsillos de los más competidores.

Sin duda había sido una gran colecta; si no nos íbamos a la China con todo lo que habíamos reunido, se armaría una gran protesta.

Tenía confianza en que lo lograríamos, también teníamos ahorrado dinero de años anteriores en los que nuestros padres aportaban una pequeña cantidad de dinero para aquel momento.

El lunes, en la hora de asesoría, la profesora Carmen apareció porque tenía que decirnos algunas cosas.

—Bueno, alumnos. Solo vengo a darles una noticia de forma oficial, aunque creo que ya lo sabíamos todos. Yo era la profesora de reemplazo por unos días de su tutora, pero ella ya no trabajará más aquí, y como hemos estado trabajando juntos todo este tiempo, seremos ustedes y yo contra el mundo desde ahora —anunció y todos celebramos aplaudiendo. Ella me caía bien.

—¿Entonces también viajará con nosotros? —preguntó alguien, ella asintió.

—De hecho, quería hablar con ustedes de eso. Tenemos que decidir a qué lugar iremos ahora para poder comprar los boletos. Así que lancen sus ideas, los escucho.

Cerré los ojos porque supe lo que venía, un alboroto se formó en el salón, todos opinaban algo y nadie se callaba para discutir en paz.

—¡Sí!

—¡No!

—¡Que sí!

—Pero, niña, que no.

—¿Y por qué no?

—¡Es un viaje de egresados no un paseo por la semana de la moda!

Y ese era un claro ejemplo de que mis compañeros no sabían ponerse de acuerdo.

—China.

—No. Muy lejos.

—Japón.

—No. Sigue estando lejos.

—¿Grecia?

—¡No! —dijo Carmen por enésima vez—. Chicos, tienen que estar de acuerdo en algo: Nadie sabe ponerse de acuerdo.

—¿Qué tal Italia? —pregunté alzando la mano de forma tímida, y todos giraron a verme.

¿Por qué siempre me tocaba la parte incomoda?

—A pesar de que me llamó mastodonte todo el tiempo —acotó Fred jugando con el lápiz—, creo que es una buena idea.

—De hecho, es una buena idea. Tenemos que recaudar un poco más de dinero, tenemos el fondo de los ahorros que sus padres aportaron y lo de la feria, así que es mucho menos de lo que creen. Además, nos quedan cinco meses y si nos ponemos de acuerdo, podemos lograrlo, chicos. Italia, ¿quién está de acuerdo?

Y todos empezaron a levantar la mano.

—Perfecto, Italia será. ¿Ideas para la recaudación, niños?

Y fue como todo inició.

De pronto nos habíamos vuelto un equipo. Todos cooperaban con el comité —involuntario— de aula.

Actividad tras actividad lo estábamos logrando.

Verona, allá íbamos.

—¡Es increíble, papá! —hablé acomodando la cámara en mi portátil.

—Me alegra mucho por ti, Bombón.

—Deberías ver todo lo que están haciendo por ese viaje, cariño. —Mi madre sonrió orgullosa y pellizcó mi mejilla.

—Merecen esto y más. Cariño, ¿viajarán los padres?

—Dean Huff, es un viaje de alumnos, no familiar. —Rio mamá negando con la cabeza.

—De todos modos, tienen que ir padres, ¿no?

—Sí, papá. Irán cinco familiares junto con Carmen.

—¿Cinco familiares para cuarenta alumnos? ¿No es muy poco eso?

—Dean, está bien. No te preocupes —mamá suspiró.

—Sí papá, además mamá es uno de los parientes que irá con nosotros.

—¿Segura?

—Sí, cariño. Su profesora me pidió que vaya con ellos también.

—Entonces me deja más tranquilo.

—¿Y cómo te va a ti?

—Bastante bien, Bombón. Como verás, estoy en mi oficina tomando café.

—Oh, claro, ahora eres un supervisor importante.

—Oui, oui —habló con el peor francés que oí en mi vida y empecé a reír.

—Será mejor que no les hables en francés. —Rio mamá acomodándose en mi cama.

—Deberían ir a dormir ya, son las dos allá, ¿verdad?

—Sí, y ya es lunes —me quejé viendo la hora en la computadora.

—Bien, a dormir que se hace más tarde. Las amo.

—Y nosotras a ti —contestamos al unísono mientras mamá le mandaba un beso.

—Buenas noches. —Sonrió papá devolviendo el beso luego de «atrapar» el de mamá.

—Ustedes deberían tener restricción de muestras de cariño —bromeé, fingiendo estremecerme y ambos rieron mientras nos despedíamos. Colgué la videollamada y suspiré.

Desde el cumpleaños de Kim habían pasado tres meses. Y en ese tiempo. Kim no volvió a decir nada sobre volver con Brad.

—¡Ginger!

—¿Sí? —pregunté bajando las escaleras, haciendo que mamá pegara un brinco.

—¿Qué? ¿Estás bien? —preguntó tocándome la frente.

—Sí, sí. ¿Por qué? —respondí tomando un tazón y mi caja de cereales.

—Estás despierta, y recién estaba llamándote.

—Es que no he dormido mucho hoy, así que decidí levantarme. Total, no iba a dormir más.

—Increíble. —Sonrió maravillada, puso un vaso de jugo de naranja frente a mí.

—Gracias, má —contesté riendo y dejando la caja de cereales en su sitio.

—¿Y tu novio qué? ¿No viene hoy?

—Seguro que sí, tal vez solo se retrasó.

—Bien, porque tiene que desayunar. Mucho deporte, pero está todo delgado.

—No está tan delgado. —Reí mirándola.

—Claro que sí, podría pasar siendo una hilacha.

—No —contesté de primeras. Ella me miró y alzó una ceja—. No le digas así.

Hilacha. Hablando de Derek, el pobrecillo había decidido que era divertido molestarme en clases de teatro y yo no hacía más que pasar de él.

—Ya llegó —comentó mamá abriendo la puerta.

—Buenos días, Bonnie, ¿qué te pasó, Huffy? —preguntó Theo acercándose a mí.

—¡Solo no tenía sueño! —gruñí pegándole en el brazo. El solo río y se acercó a mí para darme un pequeño beso en los labios. Claro que mamá lo alejó de mí y prácticamente lo sentó en la silla.

—Nada de besos en mi casa. Afuera tampoco. Nada, si es posible.

—Má. —Me toqué la frente.

—Nada de má, todavía eres una bebé.

—Por Dios. —Reí golpeándome más veces la frente, Theo tomó mi mano y río entrelazándola.

—Theo, ¿va tu mamá al viaje?

—No, no lo creo. Tiene una empresa que vigilar. —Se encogió de hombros.

—Pero van las mamás de Jake y Kim. Al parecer se juntan casi todos los papás del comité de aula.

—Supongo que Nate y Abby pueden aprovechar y visitar a la familia —dijo Theo pensándolo un poco.

—¿Y qué haremos por tu cumpleaños? —pregunté sonriendo.

—Yo... No lo sé. Hace tiempo que no lo celebro.

—¿Qué?

—Pues... Sí, los últimos cumpleaños los celebré en algún hotel de los países que visitaba con Nate, Abby y Alai. Los quince los cumplí en Paraguay, los dieciséis en República Dominicana y los diecisiete en Guatemala.

—¿A cuántos países fuiste? —preguntó mamá tomando café.

—No estoy seguro, ya perdí la cuenta. Mi hermano me llevó a muchos lugares, la verdad.

—Hablando de viajes, si no nos vamos ya... Vamos a llegar tarde —comenté terminando el jugo.

Nos despedimos de mamá siguiendo con la conversación en el auto.

—¿Y?

—¿Y qué? —preguntó, rodé los ojos.

—Tu cumpleaños, Theo.

—No haré nada. Supongo que mamá organizará algo con la familia.

—Ya, claro. —Ladeé el labio.

—De hecho... Creo que te vas a divertir. —Sonrió aparcando.

—¿Por qué?

—Porque hay dos pelirrojos que están muy emocionados de conocerte.

—¿Pelirrojos?

—Mark y Ty.

—¡Los gemelos!

Recordé al instante con emoción. ¡Conocería a los pelirrojos y repetidos Collins!

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