George

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George no sabía cuándo volvería Jeff al colegio, y cada mañana lanzaba miradas nerviosas hacia la puerta en busca del primer indicio de su pelo de punta. Cuando por fin lo vio, Jeff se dirigía hacia ella con una mueca de desprecio en la cara. Avanzó con paso firme, con los ojos clavados en la lejanía, más allá de George. No redujo el paso ni un segundo, pero escupió a sus pies al pasar. Durante aquella semana, cada vez que pasaba por delante de ella, escupía. Un escupitajo de verdad que aterrizaba en el asfalto si estaban fuera, y un escupitajo fingido hacia el suelo de linóleo si estaban dentro del colegio.

La mañana de la función, los alumnos de la clase 205 charlaban y se reían. Dejaron las bolsas en los pupitres y no prestaron atención a la tarea escrita en la pizarra. Solo la amenaza de la señorita Udell de cancelar la obra consiguió silenciar la clase, e incluso después tuvo que luchar para que sus alumnos dedicaran la mañana a leer, escribir y hacer ejercicios de mates y de vocabulario. Kelly y George no dejaron de intercambiar miradas cómplices.

Después del descanso, la señorita Udell y el señor Jackson llevaron a sus clases al auditorio. Los alumnos desde parvulario hasta tercero se dirigieron ruidosamente en fila a los viejos asientos de madera para ver la función de la tarde. Los padres y familiares se sentaron en las primeras filas. Isaiah, el niño de la clase del señor Jackson que hacía el papel de Wilbur, brincaba de un lado a otro entusiasmado, metiéndose en el papel.

Los actores y los tramoyistas se reunieron detrás del escenario con la señorita Udell. El resto de la clase fue a sentarse entre el público con el señor Jackson. Detrás de la gruesa lona que tapaba el escenario estaba oscuro y olía a humedad, pero, en cuanto abrieran el telón, la luz procedente de las ventanas del auditorio iluminaría el escenario.

El público se sentó y la luz general parpadeó dos veces para pedir silencio. El telón chirrió al abrirse y Jocelyn salió a escena. La niña de la clase del señor Jackson, que hacía el papel de Fern, llevaba una sábana en las manos que representaba al cerdito, Wilbur. En aquella escena, Wilbur no decía nada, lo único que había que hacer con él era salvarlo del hacha del padre de Fern, e Isaiah era demasiado grande para que Jocelyn lo llevara en brazos. El primer narrador empezó a hablar y comenzó la función.

Cuando casi había llegado el momento de que Kelly dijera sus primeras palabras, subió a lo alto de la escalera sujetando con cuidado sus patas extra. Recitó el principio de su texto, y le salió muy bien. Incluso dijo «un cordial saludo». El público no apartaba los ojos de sus movimientos. Kelly vio a su padre y le guiñó un ojo. Luego bajó de la escalera y esperó a la siguiente escena.

—¡Has estado genial! —susurró George cuando Kelly llegó al suelo.

—¡Tú estarás aún mejor! —le contestó Kelly, también entre susurros.

George no dijo nada, pero se imaginó a sí misma en el escenario, en lo alto de la escalera, recitando al público las palabras de Carlota.

Aunque la obra era corta, antes de que terminara casi todos los alumnos más pequeños empezaron a moverse en sus asientos. Al final, los actores hicieron una reverencia, y la señorita Udell agradeció al público su presencia.

En cuanto los alumnos más pequeños hubieron salido en fila, la señorita Udell se dirigió a los alumnos de cuarto y a los familiares del público.

—Ruego a los alumnos que actuarán más tarde que estén aquí a las cinco y media. La obra empezará a las seis en punto. Espero que los familiares os quedéis a la reunión de la asociación de padres y profesores que se celebrará inmediatamente después.

Algunos padres tosieron a modo de respuesta. George sabía que toser era el equivalente adulto de quejarse.

Los familiares felicitaron a los actores delante del escenario. El padre de Kelly incluso le había llevado un ramo de flores a su hija. Él y otros padres se marcharon con sus hijos. La señorita Udell acompañó a los demás a la clase 205 para que dedicaran los últimos veinte minutos del día a escribir en su cuaderno sobre «La emoción de la experiencia teatral», que fue lo que la señorita Udell puso con grandes letras en la pizarra.

George anotó una única frase en su cuaderno: «Ha sido emocionante echar una mano en la obra». Pero lo que de verdad habría querido escribir era: «¡¡¡Voy a ser Carlota!!!».

Su madre llegó a casa justo a la hora en que tenían que ir al colegio a ver la obra. Ni siquiera se molestó en quitarse los zapatos.

—¿Listo? —le preguntó.

Scott iba a pasar la tarde en casa de Randy, supuestamente para hacer un trabajo del colegio. George sospechaba que lo que seguramente estaban haciendo era ver películas gore, pero en cualquier caso se alegraba de que Scott no fuera a ver la obra. Hasta aquel momento, su hermano había tenido muchísimo tacto, pero, si le decía a su madre algo que no debía, perfectamente podría sacarla de sus casillas. George se levantó del sofá en el que había estado tirada la última hora, sin prestar apenas atención a los perros que hablaban y a los niños superhéroes que aparecían en la pantalla de la tele: tenía mejores cosas en las que pensar. Se puso sus zapatos de vestir, el único par de zapatos negros que tenía. Mientras tendía a Kelly los carteles con las telas de araña, no había importado demasiado que llevara sus zapatillas de deporte blancas, pero para ser Carlota quería hacerlo bien.

Mientras su madre se alejaba de la casa, George estaba tan nerviosa que tenía la sensación de que le daba vueltas el estómago. Por el camino contó postes de teléfono para relajarse.

—¿Cómo ha ido la función anterior? —le preguntó su madre.

—Muy bien.

George estaba acostumbrada a contar mientras su madre hablaba. Extendía un dedo cada diez postes para no perder la cuenta.

—Pues con eso me quedo.

—Perdona, mamá. Estaba pensando.

Como en coche no tardaban mucho en llegar al colegio, si George se saltaba un poste, quizá perdería la oportunidad de llegar a los cien. Supuso que en realidad no necesitaba un hada de luz imaginaria para que se cumplieran los planes que había hecho con Kelly, pero por si acaso.

—Me encantará verte esta tarde haciendo una reverencia, aunque seas tramoyista. Y Kelly estará fantástica como Carlota, estoy segura.

George no la corrigió. Su madre no tardaría mucho en descubrir el plan, y para entonces sería demasiado tarde para impedirlo. George completó los cien postes de teléfono varias manzanas antes de llegar.

Como el diminuto

parking del colegio estaba lleno, su madre aparcó en la calle, a una manzana de distancia.

—Parece que habrá mucha gente —dijo su madre.

—Supongo que sí.

George se encogió de hombros e intentó no pensar en el miedo que recorría su cuerpo.

En la puerta del auditorio, su madre le dio un beso en la mejilla y fue a buscar asiento. George oía a los alumnos reunidos detrás del escenario. Como el telón rojo era pesado, le costó abrirse camino. La iluminación de la parte de atrás del escenario era muy tenue, y George parpadeó para adaptarse a ella. La mayoría de los actores y del equipo técnico habían llegado ya.

—¡Por fin! —exclamó Kelly corriendo hacia George.

George sonrió. Las dos iban vestidas de negro. La única diferencia era el chaleco con las patas de araña que llevaba Kelly. Intercambiaron sonrisas y risas cómplices hasta que casi llegó la hora de que empezara la función. George tembló de emoción.

—Señoras y caballeros, preparados —dijo el señor Jackson reuniendo a los actores y al equipo técnico—. Hagamos que el señor E. B. White se sienta orgulloso una vez más. Suerte con la función y portaos bien.

—¡Mucha mierda! —dijo la señorita Udell guiñando un ojo.

—¡Todos a sus puestos, que empieza la función! —exclamó el señor Jackson levantando el índice.

La señorita Udell bajó los escalones situados a un lado del escenario y se sentó en la primera fila del público. El señor Jackson se quedó detrás para supervisar la función.

La obra empezó exactamente igual que la anterior. Se abrió el telón y se vio a Fern Arable con una sábana en las manos, arrullando a un supuesto cerdito, y el público aplaudió. El primer narrador describió la granja de los Arable y explicó que el bebé cerdito acababa de librarse de ser ejecutado.

Detrás del escenario, Kelly se quitó el chaleco con las patas de araña y se lo tendió a George, que echó un vistazo a su alrededor para asegurarse de que el señor Jackson no estaba mirando. Luego se puso el chaleco. Como las patas falsas estaban rellenas de algodón, no pesaban mucho, pero eran inmensas. George tuvo que sujetarlas con los brazos, como había visto hacer a Kelly, para evitar tropezar con ellas. Se peinó hacia delante con los dedos, como había hecho infinitas veces delante del espejo, y esperó. Las primeras escenas de la obra nunca le habían parecido tan lentas.

George, apoyada en los talones, se mecía nerviosa mientras los animales del corral saludaban a Wilbur. Faltaba un momento para que Carlota dijera sus primeras palabras. George subió la escalera y apareció por encima del telón de fondo, con todo el público ante sus ojos.

—«¡Un cordial saludo!» —gritó George.

Habló en voz alta y clara, aunque con un deje dulce que mostraba la bondad de Carlota. Miró hacia abajo y vio a Kelly sujetando con fuerza la escalera con una mano y haciéndole fotos con la otra.

George oyó un grito ahogado en el escenario, y luego otro, pero siguió hablando. Explicó a los animales lo que quería decir «cordial». Sonrió y saludó con la mano a Wilbur y al público, como si estuviera saludando al mundo. El público le devolvió la sonrisa. Un niño pequeño incluso la saludó con la mano también.

La señorita Udell, que estaba sentada en el centro de la primera fila, frunció el entrecejo, como había hecho en el pasillo después de que George hiciera el

casting. George miró al fondo. Buscó a su madre para ver su reacción, pero no pudo encontrarla en el abarrotado auditorio.

El público la observaba, esperaba la siguiente frase de Carlota, y George no le defraudó. Cada palabra sonó como la había ensayado. No se equivocó ni una sola vez. Se sintió como si estuviera flotando.

Al final de la escena, George bajó de la escalera. Su cuerpo le parecía ligero como el aire y no estaba muy segura de tocar el suelo con los pies. Kelly la estrujó por detrás, y junto con la cintura de George agarró las patas de algodón.

—¡Uau, George, ha sido genial! —le susurró—. De verdad.

—Gracias —le contestó George con una sonrisa bobalicona.

—Parecías una niña total. —Kelly cogió a George del brazo, de uno de los brazos de verdad—. Quiero decir que eres una niña total.

Kelly abrazó fuerte a su mejor amiga.

Jocelyn se acercó a ellas apretando los puños.

—¡No puedes hacerlo! —murmuró en voz alta.

—¿Por qué no? —le preguntó Isaiah.

—Sí. —Chris se acercó al grupo detrás del escenario—. ¿Por qué no? Lo ha hecho bien. Incluso mejor que Kelly. No te ofendas, Kelly.

Kelly se encogió de hombros.

—Yo no lo hice tan bien.

—Pero afecta a los demás actores —dijo Emma.

Casi todos los narradores se unieron al corro que rodeaba a George, y también algunos animales de la granja, que se suponía que debían estar cacareando y mugiendo en el escenario. Rick se quedó junto a la cuerda del telón sin decir nada.

—Silencio —dijo el señor Jackson acercándose al grupo y apartándolo de George y de Kelly.

El telón lateral se movió y la señorita Udell apareció detrás del escenario con el entrecejo fruncido. Se dirigió hacia George, pero la directora Maldonado entró inmediatamente detrás de ella, le apoyó una mano en el hombro y le susurró algo al oído.

La señorita Udell miró a George, a Kelly y por último a la directora Maldonado. Alzó un dedo y abrió la boca, pero se detuvo. Echó un vistazo a la función, que seguía avanzando, y al público. Sonrió ligeramente a Kelly, todavía más ligeramente a George, y se marchó.

La directora Maldonado hizo un sutil gesto a George con los párpados, casi sin mover la barbilla, y también ella se marchó. Estaba a punto de empezar la siguiente escena de Carlota. George subió con cuidado la escalera y esperó en silencio a que dijeran la frase anterior a la suya.

La obra avanzaba deprisa, aunque a George le parecía que estaba en el escenario desde el principio de los tiempos, como si hubiera nacido allí y acabara de descubrir dónde había estado siempre. Wilbur hacía sus payasadas, Templeton corría de un lado a otro en busca de palabras kilométricas, y los gansos cacareaban y molestaban en general. Era como un corral de verdad en el escenario.

Y, en el centro, Carlota brindaba su amistad y su sabiduría. George disfrutó de cada momento, compartió su voz con el público, y lo observaba observándola a ella, esperando sus siguientes palabras.

No faltaba mucho para que George tuviera que decir las últimas palabras de Carlota. Carlota estaba muriéndose. Así eran las cosas, y lo único que podía hacer era aceptar su destino. Consciente de que casi había concluido su momento en el escenario, la voz de George se tiñó de honda tristeza.

—Adiós, Wilbur —dijo.

Sus últimas palabras flotaron sobre el público hasta perderse. Antes de girarse para bajar la escalera, miró hacia arriba. Entre el público solo se veían caras tristes, y los niños más pequeños se secaban los ojos con la manga. Pero siguió sin ver a su madre.

En cuanto George llegó al suelo, se echó también a llorar. Se desplomó contra la pared de detrás del escenario, se abrazó las rodillas y lloró de tristeza y de alegría. Carlota había muerto, pero George estaba más viva de lo que nunca hubiera imaginado. Vio el final de la función desde un lado del escenario, sumida en un halo embriagador. El público empezó a aplaudir enseguida.

Alguien cogió a George de la mano y la arrastró a la fila de actores, que hicieron una reverencia todos a la vez. Luego los personajes humanos se adelantaron y volvieron a hacer una reverencia. El aplauso se hizo más fuerte cuando Chris, que había representado a Templeton, dio un paso adelante. Isaiah se puso a cuatro patas y volvió a gruñir como un cerdo, lo que consiguió que el público se riera y aplaudiera aún más.

George sintió que alguien la empujaba suavemente y dejó que sus pies la guiaran hasta la parte de delante del escenario. En el auditorio resonaron aplausos más fuertes que nunca. Parpadeó un par de veces y vio a la señorita Udell indicándole por señas que hiciera una reverencia.

George miró a la multitud e hizo lo único que para ella tenía sentido: se inclinó como una chica. No llevaba falda que sujetarse graciosamente, pero no la necesitaba. Fue elegante y alargó el momento tanto como pudo, incluso hasta después de que se hubiera cerrado el telón.

La clase aplaudió, se rió y gritó. Varios niños dieron un golpecito en la espalda a George diciéndole «Buen trabajo» y «Has estado genial».

—¡Felicidades a todos! —gritó el señor Jackson al tiempo que salía de detrás del escenario—. ¡Habéis estado fantásticos! ¡Incluida nuestra estrella sorpresa! —El señor Jackson sonrió a George—. Ahora hay un montón de familias entusiasmadas, impacientes por felicitaros. Os sugiero que salgáis.

George se abrió camino por la abertura del telón y observó al público. Los niños se dispersaban para buscar a sus padres y saludar a sus amigos. Chris recreaba algunos de sus momentos preferidos. Kelly iba de un lado a otro haciendo fotos. El padre de Kelly vio a George y le levantó el pulgar. Al fondo, Rick salía disimuladamente del auditorio. Había ido solo. George se preguntó si le diría algo a Jeff.

George oía su nombre en boca de alumnos que hablaban con sus padres, y también la palabra «niño». Los adultos giraban la cabeza hacia ella. La mayoría la miraba con cara de sorpresa. Algunos sonreían y la saludaban. Otros ponían cara de asco. George se alejó del escenario y de los ojos que la observaban.

Su madre se dirigía a ella desde el pasillo central. Su rostro severo destacaba entre la multitud. George sintió que se quedaba paralizada.

—Vaya, no me lo esperaba —le dijo su madre—. Al principio ni siquiera me he dado cuenta de que eras tú. Creía que era Kelly, pero luego he entendido que estaba viendo a mi hijo en el escenario, y casi todo el público ha pensado que era una niña.

A George le temblaron los labios, pero su voz fue clara.

—Yo también.

—¿Tú también qué?

Parte de la confianza en sí misma de Carlota seguía corriéndole por las venas.

—Ya te lo dije. Soy una niña.

El rostro de su madre se quedó petrificado y arrugó la boca.

—Mejor dejamos el tema para otro momento.

George vio a la directora Maldonado dirigiéndose a ellas con una ligera sonrisa en la cara.

—¡Felicidades! ¡Has estado fantástico! —le dijo a George. Y luego, girándose hacia su madre—: Su hijo ha estado estupendo esta noche. Quizá algún día tenga en casa a un actor famoso.

—Gracias —le contestó su madre con una sonrisa amable—. Sin duda es especial.

—Bueno, no se puede controlar lo que es un hijo, pero seguro que se le puede apoyar, ¿verdad?

Los pendientes de la directora Maldonado brillaban a la luz del auditorio.

—Discúlpenos —dijo su madre buscando incómoda en su bolso un objeto imaginario—, pero tenemos que irnos a casa a cenar.

—Bien, pues asegúrese de que la estrella recibe doble ración de postre.

La directora Maldonado pasó el brazo por los hombros de George. Olía a vainilla.

—Por supuesto —le contestó su madre.

—Ha sido bonito, George. Muy bonito. —La señorita Maldonado acercó los labios al oído de George y susurró—: Mi puerta siempre está abierta.

Y luego desapareció.

Su madre la cogió de la mano y avanzó bruscamente entre la lenta multitud. En cuanto llegaron al pasillo, los murmullos del auditorio se silenciaron y sus pasos retumbaron. Fuera había oscurecido lo suficiente como para que las farolas se hubieran encendido, pero en el cielo todavía quedaba algo de luz. Su madre agitaba las llaves en la mano. Ni ella ni George decían ni una palabra.

En casa, cenaron espaguetis viendo un concurso de baile en la tele. Scott seguía en casa de Randy. George se daba cuenta de que su madre la miraba todo el rato, pero, en cuanto ella se giraba, su madre clavaba los ojos en la pantalla de la tele, aunque hubiera anuncios, que odiaba.

Aquella noche ni George ni su madre mencionaron la obra, pero, cuando George subió a su habitación, dio vueltas y más vueltas como una araña bailando en su red.

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