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Capítulo 46

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Ahora que sabía la razón de mi apatía y mis ganas inacabables de dormitar me sentía más serena.

Mi cuerpo cambiaba, lo notaba día a día y ahora con más atención. Me sorprendía yo misma, en muchas ocasiones, acunarme con cariño el vientre apenas hinchado. Ese era el motivo por el que esa mañana en concreto, superé mi pereza. Quería aprovechar para hacer tareas y un poco de ejercicio, antes que el tamaño de mi cuerpo lo impidiera.

Pensé que me vendría bien montar a Místic, en una salida tranquila por los bosques. Hacía una mañana soleada que invitaba a pasar el tiempo fuera.

Me encontré con Biel y me estremecí. Cuando vi asomar parte del tatuaje, debajo del pañuelo que llevaba, mientras me ayudaba a preparar a Místic. Sacudí la cabeza, en un intento de descartar el camino que seguían mis pensamientos. Afortunadamente, Biel no se dio ni cuenta, hoy era el chico dulce y atento de siempre. No estaba dispuesta a estropear esa atmósfera con mis truculentas ideas, así que guardé silencio y mantuve una sonrisa como pude.

Estaba a punto de subirme sobre el lomo de la yegua, cuando entró Jos a las cuadras.

—¿No estarás pensando en serio en montar? —Lucía una mirada de incredulidad que no me atreví a desafiar.

—Sí, pensé que un paseo al paso estaría bien. Necesito despejar un poco la cabeza después de todo —le expliqué.

La preocupación cubrió sus rasgos, mientras Biel observaba nuestra conversación con interés.

—Ari, no es buena idea, si cayeras del caballo... podría salir mal y no nos lo podemos permitir. Lo entiendes, ¿verdad?

No quería enfadarme, pero sí salirme con la mía, sabía que en parte tenía mucha razón, aunque necesitaba algo de ejercicio para despejar mi cabeza y la mejor manera que se me había ocurrido era montar. Traté de convencerlo.

—Solo es un paseo, ni siquiera iré al trote —le pedí.

—Ari, es mejor que no lo hagas, a cambio podríamos dar una caminata por el bosque. ¿Qué te parece? —sugirió.

La alternativa no me satisfacía suficiente, pero tenía ganas de su compañía, de eso nunca me cansaría. Bajé la silla de Místic, la yegua relinchó, quejándose en respuesta por anular la salida.

—Está bien. —Bajé mis hombros derrotada.

Caminamos durante largo rato, recogimos las últimas moras de la temporada e hicimos unos ramilletes de flores silvestres. Jos me enseñó algunas plantas autóctonas y los diversos usos, muchos de ellos medicinales. Me sorprendió que tuviera ese tipo de conocimiento.

—¿Cómo sabes sobre las plantas que crecen aquí y la forma de reconocerlas? —La curiosidad me picó.

—Lena me enseñó, también enseñó a mi prima Mónica. Ella es muy buena con los remedios y las infusiones.

Estaba a punto de preguntarle por una mata verdosa de flor amarilla, cuando unos pasos nos alertaron. Entonces vi aparecer la cabeza de Jack, pero no se acercó, en cambio nos miraba fijamente. Me acerqué a él, ilusionada de verlo, pero esquivó mi toque, se retiró y continuó estudiándome, con sus ojos amarillos fijos en mí.

—Hola, Jack —lo saludé prudentemente y sin acercarme, respetando su espacio.

Me pregunté el porqué de su actitud extraña, prácticamente saltaba sobre mí cada vez que nos encontrábamos. No entendía su cambio de parecer.

—Él nota algo distinto en ti. Tiene curiosidad, pero está inseguro en cómo proceder —Jos me lo explicó.

Después se acercó a Jack, se agachó hasta llegar a su altura y dejó que le olfateara sus mejillas. El animal aulló contento, pero su sonido se apagó cuando volvió su mirada lobuna hacia mí.

Estaba allí, clavada y no se me ocurría qué debía hacer. Jos me indicó que hiciera lo mismo que él, así que imité su gesto y me quedé muy quieta. Jack se acercó lentamente, me olfateó el rostro, el cabello y después la entrepierna. Estaba a punto de retirarme bruscamente, cuando Jos me tocó suavemente el hombro.

—Espera, solo está curioseando —me dijo.

Al momento siguiente vi cómo en los ojos lobunos algo encajó. Él acababa de saber sobre mi embarazo. Rozó su hocico en mis mejillas cariñosamente y después aulló e hizo cabriolas locas de alegría, lo que me pareció una actitud más de un perro que de un lobo. Me levanté y reí con ganas ante el espectáculo. Cuando acabó, Jack se agazapó entre mis pies y bajó su cabeza en sumisión, sin dejar de mirarme hacia el vientre. Me estremecí, porque sabía que era un gesto jerárquico, instintivo, muy difícil de conseguir entre su raza, y más aún cuando el respeto que mostraba era por alguien que todavía no había nacido.

—Parece que tenemos un nuevo defensor para el bebé. —Con esa frase, Jos me confirmó que él también había entendido el asombroso comportamiento de Jack.

Me arrodillé frente al lobo y abracé su cuerpo. Su aceptación significaba mucho. Deseé tener el poder para intentar mostrar mi agradecimiento mentalmente, igual que lo habíamos hecho en otras ocasiones, pero una vez más, no pude llegar a la fuente de mi poder. Acaricié su pelaje y le susurré: «Gracias», tantas veces, que al final me salió como una letanía.

Después de eso, estuvimos andando durante un largo rato los tres. Jack se adelantaba y volvía continuamente, ejerciendo su función de guardián. Sentí que Jos se relajaba, delegando en Jack la protección y disfrutando del paseo.

Era mediodía cuando Jack volvió al bosque y terminamos nuestro paseo, para entonces estábamos frente a la casa. Jos se detuvo y me miró profundamente a los ojos.

—Ari, debes prometerme que no montarás, ni harás nada que pueda suponer un riesgo, para ti o para el bebé —me dijo muy serio.

—Lo prometo. —afirmé de forma grave, cediendo a su petición.

Me besó para zanjar el asunto. Lo cierto fue que, una vez superada mi testarudez, no me costó decirlo ni tampoco sentirlo, porque razón no le faltaba.

Me liberaron de la mayor parte de las tareas, sobre todo las que tenían que ver con esfuerzos físicos. No sabía si sentirme aliviada por ello o enojada, porque hacer tareas más livianas, me permitía pensar más y era algo de lo que estaba sobrecargada.

Aquella tarde me cambié; me puse los pantalones cargo beige y una camiseta negra, y caminé hacia las cuadras para ver a los caballos. El sol se estaba poniendo y había una vista grandiosa por la parte lateral, pero cambié de parecer. Me desvié, me descalcé y me senté sobre la hierba, atesorando ese momento del día, olvidando las cuadras y viendo cómo las montañas se cubrían de sombras, de diferentes tonos dorados cambiantes, todo ello acentuado por el color negro volcánico de las montañas.

Escuché unos pasos y vi que Biel se acercaba, se sentó junto a mí, recogiendo sus rodillas con los brazos. Imité su posición, apoyando la barbilla en mis rodillas, noté refrescante el calor tibio de la hierba bajo las plantas de mis pies. Nos mantuvimos en silencio un buen rato, viendo cómo la luz se declinaba poco a poco; hasta que el chico rompió el silencio.

—¿Por qué a Jos le molesta que montes?

Era una pregunta simple, su tono no tenía ni un ápice de despecho, solamente curiosidad.

No aparté la mirada del atardecer, tampoco vi su reacción cuando le respondí en tono neutro:

—Porque estoy embarazada.

Decirlo en ese momento hizo que sonara mucho más real que el día anterior.

—¡Vaya, qué buena noticia! Felicidades. —Se alegró. Era sincero.

Incliné la cabeza, agradeciendo el detalle; pero no pude responder y seguí con la mirada fija en las montañas. Biel se dio cuenta y respetó ese silencio.

—¿Cómo estás? —me preguntó muy seriamente un rato después.

No contesté de inmediato y seguí mirando el paisaje.

—Estoy aterrada —le confesé.

Chasqueó la lengua con fastidio y preocupación.

—Venga, Ari, las mujeres han tenido hijos durante milenios y es algo natural. No deberías tener miedo —intentó animarme.

Él no podía entender que eso no era precisamente lo que me preocupaba, más bien era eso lo único a lo que podía agarrarme para conservar la calma. Lo que me aterraba eran las circunstancias: iba a tener al primer bebé gen conocido. Mi embarazo no era humano. Yo no era humana y no sabía cuánto de humano sería el parto, ni el posparto…, lo que me aterraba no era ser madre, bueno, un poco sí, mentiría si no lo reconociera porque eso era algo grande en la vida, pero lo que me aterraba más era la incertidumbre, porque, aunque saliera todo bien, ¿cómo demonios iba a proteger al bebé? Sabía con toda certeza, que iba a ser perseguido por humanos y por gen. Si no actuábamos con extremo cuidado podría acabar mal y esa impotencia me aterraba soberanamente. Él no sabía nada de todo eso y no podía saberlo.

Entonces lo miré y una sonrisa cruzó por su rostro.

—Serás una buena madre.

—Lo intentaré, eso te lo puedo asegurar —respondí devolviéndole el mismo gesto.

Volvimos nuestras miradas al horizonte, en silencio, durante un rato, hasta que la voz de Biel adquirió un tono grave.

—¿Sabes lo que significa el tatuaje que tengo en la nuca?

Lo miré de nuevo con interés, parecía que estaba dispuesto a hablar de ello.

—Es algo que nunca se olvida. Es más que una marca, es igual que una condena. Eres mi amiga y sé que quieres ser una buena madre; por eso, necesito que pienses sobre ello y espero que nunca le hagas eso a tu hijo o hija… Solo prométeme que le concederás la libertad. La oportunidad de vivir de una forma u otra, la opción que yo nunca tuve. —Sus ojos castaños se oscurecieron.

No se estaba refiriendo solamente al tatuaje, era evidente que mi hijo o hija no iba a ser tatuado por ese motivo, ya que nacería en el otro lado de la línea, una que algunos humanos se habían empeñado en trazar y entre los que se podía contar a los padres de Biel.

El chico me estaba confesando algo muy profundo y, en cierto modo, se arriesgaba haciéndolo. Algo más que la rabia teñía sus palabras, y era la desesperanza. No era la única aterrada allí, mis miedos y los suyos eran fundados. Se nos acababa el tiempo, a los dos, aunque de distintas formas.

—Te lo prometo. Nunca haría algo así —respondí con franqueza.

—Bien. —Sus hombros se relajaron y me mantuvo la mirada.

En ese momento, estuve tentada en contarle todo, a punto, porque sabía que tendría su apoyo y lo necesitaba, pero no podía arriesgar tanto, en su lugar me aclaré la garganta y declaré:

—Biel, también eres un buen amigo para mí y tu tatuaje no me importa. Sé que debe ser difícil confiar en alguien cercano a ti, pero si te sucede el cambio, quiero que sepas que voy a estar aquí para ayudarte.

Sus ojos se volvieron afilados, como si buscara alguna duda en mis palabras, no la encontró. Después una especie de hilo emocional se estableció entre nosotros, era un compromiso de confianza irrompible. La fidelidad de la amistad tomando forma. Su rostro perdió toda dureza, volviéndose de pronto infantil.

—Gracias, no sabes lo mucho que significa para mí —respondió.

Después se fue sin hacer ruido y yo continué allí sentada, hasta que la hierba se enfrió bajo mis pies y volví a la casa.

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