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Capítulo 49

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Era mi hora de la siesta, después de comer. Me había quedado dormida en el sofá, leyendo un libro. Al lado, el fuego ardía cálidamente en la chimenea de la casa.

Algo me despertó y bajo el silencio, oí cuchicheos de alguien que hablaba en susurros. Eran Mónica y Olivia desde la cocina. Estaban preparando un bizcocho que olía tremendamente bien. La boca me salivó, reconociendo que comer un trozo no estaría mal, pero, al momento siguiente, la bilis se abrió paso por mi garganta y el apetito se esfumó.

Tenía el libro abierto sobre el vientre y lo aparté hacia un lado del sofá, con la intención de incorporarme.

Pesadamente me puse en pie, di unos pasos y, al sentirme inestable, me apoyé en el respaldo del butacón que tenía al lado. Fue entonces cuando sentí cómo algo en mi interior se desgarraba dolorosamente y retumbaba en mi espina dorsal. Me estremecí cuando un escalofrío me recorrió el cuerpo entero. Supe que algo iba mal, era demasiado pronto, solo estaba de poco más de siete meses, el momento se había adelantado.

Jadeé asustada en busca de aire mientras mis manos se aferraban al viejo butacón. Noté horrorizada que un líquido caliente se deslizaba bajo el vestido a través de mis piernas, formando un charco sanguinolento a mis pies.

Miré hacia la cocina y las caras pasmadas de Mónica y Olivia me devolvieron la mirada.

—¡Has roto aguas! —exclamaron al unísono.

Se acercaron hacia mí y hubo un pesado silencio. Vi a Olivia con el rostro lívido y lleno de odio.

—¡Por Dios! ¡Eres un monstruo, una de ellos! ¡Estás maldita! —el grito me sobrecogió.

Aturdida, me toqué la nuca, pensando que mis branquias destapadas me habían delatado, no era así, el maquillaje estaba intacto. No entendía nada.

—Ari…, tus ojos… —susurró Mónica.

En aquel momento lo entendí, me encontraba en modo de visión acuática. Eso hacía que viera borroso si estaba fuera del agua y que mis ojos fueran dorados con grandes pupilas negras. Algo que Olivia había reconocido al instante.

Mi visión se nubló más y me alcanzó otro doloroso retortijón, me abracé el vientre mientras nuevos ríos de líquido se derramaban por el suelo.

Entonces todo pasó muy rápido; vi el reflejo de un gran cuchillo de cocina frente a mí y la figura borrosa de Olivia que lo empuñaba.

—¡¡Nooooo!! —gritó Mónica, a un paso por detrás de Olivia.

Pocos metros nos separaban y el avance de la enloquecida mujer era decidido, le dio un codazo en la cara a Mónica y esta se tambaleó hacia atrás perdiendo el equilibrio y cayendo al suelo, haciendo fracasar su intento por detenerla. Olivia estaba dispuesta a matarnos, a mí y al bebé. Lo vi en su cara furiosa y roja, en sus ojos que lanzaban odio como dardos venenosos y en su boca recta, apretada y decidida.

Quise salir huyendo, pero el dolor me lo impedía. Cerré con fuerza los ojos y me doblé hacia delante, cubriéndome con el cuerpo el vientre. Me quedé clavada en el sitio, incapaz de moverme. ¿Cómo podría sobrevivir a esto? La locura se desataba alrededor y yo estaba completamente bloqueada. Tenía un único propósito: proteger a mi bebé. Eso me daba fuerzas para enfrentarme y poner todo mi empeño en ello.

Estaba decidida, este bebé era más importante que yo y que Jos, más importante que mi vida. Dependían demasiadas cosas de ello, humanas y gen. La oportunidad, que ofrecía esta pequeña criatura, era demasiado grande como para no luchar por su supervivencia. Ofrecía una ocasión única para el entendimiento de ambas razas, era necesario que viviera, por todos, por la paz, por una tregua legítima. Si yo tenía que morir por todo eso…, entonces sería una bendita muerte.

Podía sentir cómo los pensamientos en forma gen daban saltos en mi cerebro. Recorrían la información de conocimiento velozmente y de forma saltarina a través de mis neuronas; como si fuera el juego de la oca y tuviera la posibilidad de recorrer el camino indicado salvando varias casillas. Solo que ahora saltaba directamente al final del juego.

¿Cómo podía estar pensando en el sistema nervioso y en fisiología neuronal en ese momento? ¿Era así la locura? ¿Cómo podía detener tan brutal flujo de conocimiento? Nunca antes había sentido la diferencia tan cruda, entre mi lado humano y mi otro lado… ¿sobrehumano? Recordé que estuve sin conocimiento cuando cambié a gen y nunca supe cómo se sentía la transformación, nadie lo sabía y todos habíamos pasado por lo mismo.

En mis disparatadas elucubraciones se me mostró la ecuación matemática más probable para escapar de Olivia (distancia, tiempo, velocidad…). Todo estaba allí… ¿Cómo era posible? Nunca había destacado en los estudios… ¿Qué narices era todo eso? ¿De dónde salía?

Quería detener toda esa mierda de sapiencia porque ahora era inútil. Debía moverme y no pensar en fórmulas magistrales, sin embargo, las conexiones se sucedían, filtrándose a través de mí, cosas que había vivido en el pasado, todo lo que había aprendido, incluso mis experiencias.

¿Por qué estaba pensando en todo esto? ¿Por qué mi cerebro había empezado a funcionar en modo gen y mi cuerpo se negaba? Ahora necesitaba moverme, necesitaba parar la amenaza que representaba Olivia… ¡Por Dios! Necesitaba parar esta maldita locura… y a Jos.

¿Dónde estaba Jos cuando lo necesitaba? Entonces recordé que se había ido con Xavier al pueblo para cambiar provisiones que necesitábamos urgentemente. En mi fuero interno maldije por no tenerlo a mi lado y, al mismo tiempo, me sentí aliviada de que él no estuviera allí.

Jos se encontraba fuera de peligro, él podría sobrevivir. Pensé que un mundo sin él no tendría sentido. Más operaciones aritméticas aparecieron en mi mente, dando sentido a todo.

Mi cabeza estaba tan llena de todo que la sentí a punto de estallar. Entonces grité sin pensar. Grité como nunca antes lo había hecho, ni siquiera reconocí mi voz. Fue un potente grito desgarrador; resonó con un eco estremecedor por toda la casa y rebotó por las montañas.

Después se oyó un chasquido y un choque de cuerpos. Atisbé cómo un manojo de flores silvestres salía despedido, algunos pétalos cayeron en el charco que se había formado a mis pies, y se empaparon. Las flores terminaron yaciendo flojas y prematuramente marchitas en el suelo.

—¡¡No, madre, no lo hagas!! —Otra voz se sumó a la de Mónica.

Biel había aparecido en el momento oportuno y ahora sostenía fuertemente el brazo de su madre que empuñaba el cuchillo, impidiéndole a esta avanzar. ¿Cuánto tiempo había pasado? Solo segundos, pero mi mente lo registró igual que si llevara largos minutos pensando.

—Hijo… ¡¡Ella es una aberración!! ¡¡Y la criatura que lleva dentro también!! ¡¡Debes soltarme!!

—No, madre, no debo…, y no dejaré que lo hagas. —El tono de Biel era áspero, apagado y contrastaba con los gritos agudos de su madre.

Él apretó más el brazo hasta que el cuchillo se deslizó de las manos de Olivia y cayó al suelo en un tintineo pesado. Su madre se deshizo del agarre.

—No me esperaba esto de ti…, tú no puedes ser mi hijo… —Lo miró con el rostro apenado,

se giró y salió en grandes zancadas de la casa, después se oyó un portazo.

—¡¡Arderás con todos ellos en el infierno!! ¡¡Te arrepentirás!! —Sus últimas palabras, dirigidas a su hijo, rebotaron por toda la sala.

El peligro se había ido, Olivia se había marchado, pero un manto de inquietud todavía me envolvía. De repente el dolor se fue, como si nunca hubiera estado allí y el tiempo volvió a ser racionalmente medible.

Me puse en pie y me agarré de nuevo al respaldo del sofá, miré a Mónica que lucía la cara ensangrentada por el golpe que había recibido de Olivia. Ella ni siquiera trató de limpiarse la sangre, en su lugar, corrió hacia mí para ayudarme a ponerme en pie. Biel también se sumó a su esfuerzo y me aguantaron cada uno por un brazo. Ella me miró fijamente.

—Respira, Ari, inspira por la nariz y suelta el aire por la boca, poco a poco. Vamos a hacer que ese bebé nazca y todo va a salir bien —me animó.

Asentí, lo hice un par de veces.

—Estás sangrando —le dije.

Se tocó la nariz, vio su sangre y salió de su estupor, sin embargo, se mantuvo completamente tenaz. Se limpió con la manga de la camisa y le quitó importancia.

—Inspira y espira, Ari. Estoy bien. Tranquila, todo saldrá bien —continuó diciéndome.

Pero ¿cómo podría esto salir bien? Éramos solamente dos humanas y un adolescente. Las posibilidades no estaban desde luego a nuestro favor.

Deseé tener una fórmula mágica para encontrar la solución. Había sido una tonta, me di una cachetada mental por no pensar en protegerme mejor. Deberíamos haber ido al complejo, quizás allí hubiera estado más segura, y los niños estarían aquí con Mónica y Xavier, felices y en su hogar. Todo esto no era justo para ellos, me sentí inmerecida de tantos esfuerzos…, pero después recordé cuando tomé la decisión de quedarme aquí. Había sido el bebé, y había sido el único momento en que salió a relucir su lado gen.

Entre respiraciones, Biel se disculpó de su madre, en ningún momento la justificó, pero con sus palabras lamentaba seriamente la situación. Ni un atisbo de arrepentimiento se filtró en su tono, ni en su porte. Era como si Biel estuviera preparado para lo que había pasado. Él sabía que tarde o temprano, llegaría este punto de inflexión con su familia, un punto de ruptura y de no retorno. Debería sentirse furioso, enfadado o incluso apenado, pero su tacto era firme y agradable. Se ajustó la correa del rifle en los hombros, con un ademán de experto cazador. Admiré esa seguridad en alguien tan joven como lo era él.

Cuando Mónica se aseguró de que me encontraba mejor, y de que no me olvidaba de respirar, me dejó con Biel, mientras, con la velocidad de un huracán, recogía cosas y las metía en una bolsa. Reconocí medicinas y los uniformes gen entre ellas.

—Tenemos que salir de aquí… Ahora. Olivia volverá acompañada, esto ya no es seguro —habló rápidamente y con una certeza alarmante.

Biel asintió y pocos segundos después traspasábamos el umbral de la puerta. Mónica sosteniéndome a su lado y el chico delante.

Miré apenada la sala que dejábamos atrás, porque esta familia se quedaría sin hogar… por mi culpa.

Estaba tan embutida en mis pensamientos que el empujón y el grito que vino después, proveniente de Biel, me pilló de sorpresa. Trastabillé hacia atrás y arrastré a Mónica conmigo dentro de la casa.

—¡Quietas! ¡Hay dos lobos delante de la casa! —exclamó Biel.

¿Lobos? ¿Aquí? ¿Capaces de adentrarse a una casa habitada?… Jack, tenía que ser él. Intenté impulsarme hacia delante para poder echar un vistazo, pero me sobrevino otro espasmo tan doloroso que solo conseguí agarrarme a la parte trasera de la cazadora del chico.

Boqueaba mientras abrazaba de nuevo mi vientre y alarmada observé cómo Biel empuñaba el rifle hacia los lobos. Quería gritar, correr hacia delante, empujarlo a un lado…, pero no fui capaz. Iba a disparar a Jack y al lobo que lo acompañaba, no sabía si era uno de sus cachorros o su pareja, aunque iba a presenciarlo. Iba a ver cómo moría otro compañero del alma, como Jim, y lo que era peor, a manos de un amigo.

Supe que la solución no estaba en una fórmula, ni en otro grito y me rendí al destino.

Entonces sentí algo asombroso en mi interior. Era el bebé retrayéndose, haciendo que los espasmos retrocedieran y dándome tiempo para actuar. De alguna forma yo… sabía que estaba arriesgando su vida.

—Ese lobo es mi amigo —dije entre dientes. Sujeté con más fuerza la cazadora de Biel y tiré hacia atrás.

Biel me miraba anonadado mientras me deshacía del agarre de Mónica y pasaba a ocupar una posición delantera.

Era Jack, con su pareja. Su pelaje estaba húmedo y cuando me vio, observé que en sus ojos brillaba la comprensión, después aulló y seguidamente la loba, junto a él, también lo hizo. El lobo se me acercó, poco a poco y con la cabeza gacha. Me mordisqueó el antebrazo, cariñosamente, conocía ese gesto y lo había echado de menos. Quise estrecharlo entre mis brazos, pero mis manos temblaban demasiado mientras me sujetaba el vientre.

¿Por qué estaba Jack aquí? La pregunta dejó de tener sentido cuando abracé al lobo torpemente con un brazo. Su pareja observaba, sentí el lado salvaje de ella. Sabía que no se iba a dejar abrazar, ni tocar como Jack, no obstante, su intención era la misma que la de él. ¿Curiosidad? ¿Protección? No tenía ni idea. Anhelé tener de vuelta mi lado gen para averiguarlo.

Jack se tensó, se deshizo de mi abrazo y volvió a aullar, esta vez hacia el bosque. Se dirigió hacia allí, donde tres figuras emergían de entre las sombras y corrían hacia nosotros.

Mi corazón latía desbocado, demasiadas cosas fuera de control estaban sucediendo a la vez.

Biel se envaró con el rifle apuntando hacia las siluetas. Mónica me agarró, dispuesta a correr y tirar de mí, y yo me preparé para hacerlo.

El lobo volvió a aullar y esta vez retumbó en las montañas, pero no estaba ni amenazando, ni deteniendo a quién se encontrara allí. El vello de su lomo ni siquiera parecía erizado y comprendí que los estaba animando a ir más aprisa. Fue entonces cuando supe que las tres personas no eran enemigos.

Aún con la vista nublada, antes de distinguirlo, lo sentí. Sentí a Jos y cómo se recuperaba la conexión energética que nos había unido antes del embarazo. Xavier corría a su lado y al otro lado de Jos, una pequeña mujer se acercaba rápidamente.

Un alivio me recorrió y, al mismo tiempo, se reanudó el espasmo de una nueva contracción, o quizás era la continuación de la que antes se había detenido, no lo sabía, pero sí tenía claro que esta era la más dolorosa hasta el momento. Volví a jadear, esta vez vergonzosamente, algo parecido a un sonido animal había escapado de mi garganta. Me doblé y vi que de nuevo, el flujo escapaba bajo mis espinillas. Temblé, cuando me di cuenta de que esta vez había más sangre que agua. Apreté las piernas instintivamente para detener el escape. Sentí que el miedo se apoderaba de mí, cubriéndome la piel con un sudor frío, algo estaba saliendo mal.

Mónica me sujetó la cintura, pasándome un brazo por la espalda. Agradecí el gestó y apoyé parte de mi peso en ella..

—Mira, Ari, es Lena. Ella puede ayudar, sabrá qué hacer. Todo saldrá bien. —Me dio un toque suave de atención en el hombro con la otra mano.

Intenté sentirme mejor con sus palabras tranquilizadoras, sin embargo, el maldito dolor no me dejaba ni pensar. Un momento…

¿Lena? ¿La madre adoptiva de Jos? ¿La misma Lena que se fue cuando me convertí en gen después de convulsionar en mi habitación? ¿Y estaba aquí?

Levanté la vista y vi a la pequeña mujer corriendo hacia nosotras. Parecía más joven de lo que la recordaba. Vestía unos tejanos informales, una sudadera de algodón azul marino con capucha y el cabello recogido en una coleta. Lejos estaba la imagen de la última vez que la vi, dentro del complejo, en la que vestía una especie de hábito. Aun así reconocí sus rasgos amables y sus grandes ojos marrones. La miré estupefacta, sin saber qué decir. No encontraba nada apropiado, parecía que ninguna palabra fuera la correcta en ese momento. Me pareció una ironía, porque quería decirle muchas cosas.

No tuve que rebuscar frases en mi cabeza, ella se me acercó y me abrazó durante un silencio que se prolongó lo suficiente como para transformar mi sorpresa y mi incomodidad en esperanza. No sabía qué hacer, mis manos estaban todavía en mi vientre, aunque cobraron vida y le devolví el abrazo.

—Por fin ha llegado el momento —me susurró, entre el cabello que colgaba de mis hombros.

Quise preguntarle, pero mis ojos buscaron a Jos. Lo encontré avanzando con pasos inseguros; era extraño en él, siempre se movía con la ligereza y elegancia de un gato. Ante humanos lo disimulaba, pero ahora no tenía ningún motivo para simular nada. Entonces lo comprendí y la alarma saturó mis terminaciones nerviosas. Jos estaba herido.

Aparté de mí a Lena. Lo único que quería en ese momento, era recorrer los pocos metros que me quedaban hasta llegar a Jos, pero Lena me agarró del brazo antes que me soltase.

—Jos está bien, siente el parto… al igual que tú —me dijo.

¡Oh, Dios! ¿Él estaba sintiendo las contracciones del parto? Me sentí aliviada de que no estuviera herido, aunque apenada, porque sabía a ciencia cierta, el tipo de dolor que estaba soportando.

Miré a Lena con la boca abierta por la sorpresa y me quedé plantada. Ella simplemente se encogió de hombros y sonrió. Sus ojos se deslizaron hacia Jos y después hacia mí.

—Creo que se ha hecho realidad el deseo de muchas madres —declaró con una amplia sonrisa.

La risa burbujeó en mi garganta justo antes de una nueva y dolorosa contracción. Me incliné y vi de reojo que Jos hacía lo mismo. Estábamos sincronizados. Era como una broma macabra del destino.

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