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Capítulo 50

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Nuevos hilillos de líquido se deslizaron por mis muslos, eso era un indicativo de que el tiempo se nos acababa. No podía aguantar mucho más así, estaba perdiendo demasiado fluido y, aunque no era una experta en embarazos, ni en partos, sabía que eso no era buena señal.

Mónica intercambió unos susurros con Xavier. Intenté oír qué decía, pero no pude. Ella me sujetó del brazo, después pasó su mirada por Biel y su ceño se frunció al llegar a Jos, genial… ahora éramos dos de nosotros de parto, aun así la claridad de su tono al hablar no admitió discusión:

—Tenemos que ir al refugio, no podemos recorrer una larga distancia, el complejo queda descartado, el bebé tiene que salir pronto.

—Necesitamos agua. —Era Lena y hablaba en un tono urgente e imperioso. Eso me asustó.

—Allí habrá agua, y no nos encontraran durante al menos unas horas, será suficiente. Ese lugar está preparado desde hace semanas por si surgía alguna emergencia. Allí podremos asistir el parto, recoger unos cuantos suministros y organizar una nueva partida después —expuso Mónica

—No, Mónica, quería decir que Ari necesita una fuente de agua. Lo ví…, necesita una especie de piscina natural —aclaró Lena.

Los oía hablar de lo que teníamos que hacer, pero yo no quería moverme. Las piernas empezaron a temblarme de forma incontrolada e intermitente. La debilidad recorría mi cuerpo y cada vez que me movía, las contracciones volvían, más seguidas y más duraderas.

¿Cuándo tiempo nos quedaba?

Intenté repasar mentalmente lo que había leído sobre el parto en los libros que Mónica me había dejado. ¿No se suponía que el parto de una primeriza, como el mío, duraba un mínimo de doce horas de media? Comprendí al instante que nuestro caso no estaba en los libros. Deseé ser una humana común una vez más, para poder ir a un hospital, encontrar un ginecólogo y un grupo especializado en partos.

El sudor resbalaba por mi espalda, sentía el algodón del vestido adherido a la curva lumbar de la columna. Mi burbuja de pensamientos errantes explotó y busqué a Jos con la mirada.

Ni siquiera nos habíamos dicho una palabra, no era necesario, nuestro vínculo temblaba como un hilo invisible lleno de información. Lo quería, quería a Jos de una forma como nunca antes, no a mi lado, lo necesitaba pegado a mí, a mi piel, pero no para acariciarme y hacer de mis entrañas un nudo de excitación, no esta vez.

Entonces, como si respondiera a mis pensamientos, los brazos de Jos me rodearon desde atrás. Sus manos recorrieron allí por donde mi piel estaba descubierta de ropa. Oleadas de alivio se extendieron por donde pasaba sus manos, obraban como un analgésico natural.

Me retiró del rostro un mechón de cabello húmedo. Quería mirarlo a los ojos, leer en ellos que todo iba a salir bien, impregnarme de esa seguridad que solo Jos podía darme, pero él en cambio me sujetó en la posición en que estaba y me besó la sien.

Después oí su voz baja junto a mi oído, con un grave matiz de esperanza, aunque sus palabras iban dirigidas a Lena:

—Sé qué lugar viste. Está situado más cerca que el refugio. Es un manantial subterráneo.

Ahora sí me miraba, confirmando que había entendido bien. Allí no había ningún alijo de medicinas ni estaba preparado para un parto, pero era nuestro manantial y solo de pensar en estar allí, vibré de emoción. Algo dentro de mí tiraba con fuerza ante esa idea. Sonreí porque sabía que era el lugar correcto a donde ir, a pesar de que la situación no iba a nuestro favor.

—Sí. Vamos allí.

Lo dije mirando sus ojos, incluso con mi vista nublada pude observar que sus ojos azules habían cambiado también a visión subacuática. Me pregunté si sentía todo lo que pasaba también en mi interior y hasta qué punto llegaba su empatía.

Oí cómo Xavier organizaba la partida, antes que las primeras llamas se alzaran sobre el atardecer. Fue cuando todos fuimos conscientes que un incendio ardía descontrolado en la granja y sabíamos que había sido intencionado, entonces nuestros pasos se apresuraron. Nuevas órdenes fueron gritadas y Biel se alejó hacia el establo para liberar a los animales que había dentro. Los lobos desaparecieron como si tuvieran claro un objetivo propio. Mientras tanto me sentía inútil, franqueada por Lena y Jos a los lados, Mónica por detrás y Xavier delante de todos, abriendo el camino, siguiendo las indicaciones de Jos hacia el manantial.

El humo rápidamente se volvió espeso y negro, hacía que mis ojos picaran y me costara respirar. Miré hacia atrás una última vez y me arrepentí de hacerlo. Toda la granja estaba consumiéndose por las llamas y los desesperados chillidos de los animales ensordecían el lugar. Vimos gente de la resistencia repartida por la zona. Portaban antorchas que luego lanzaban por todas partes, con el objetivo de inflamar el fuego.

Las lágrimas se deslizaron por mis mejillas y el dolor de la pérdida de un lugar tan bonito fracturó mis sentimientos. Ni siquiera limpié el desastre de mis mejillas, era inútil querer detener esa llorera y dejé que salieran una tras otra, barriendo la ceniza pegada a mi piel.

Quería quedarme allí y sofocar el fuego. Quería salvar aquel hermoso hogar y meter en la sesera algo de cordura a esos tatuadores de niños. Miré a los rostros que me acompañaban y vi que reflejaban la misma pena que yo sentía, pero la decisión estaba tomada y debíamos irnos. Seguí como pude sus pasos, que ahora eran más apremiantes, me tambaleaba en mis propios pies, pero no dejé de avanzar.

Llevábamos unos minutos caminando y sentí que el follaje del bosque nos protegía, provocando sombras allí por donde pasábamos, nuestros pasos eran silenciosos y nuestros sentidos se encontraban en alerta máxima, quizás era la diferencia entre los humanos que nos estaban buscando y nosotros. Ellos no estaban arriesgando sus vidas, nosotros sí, quizás ese pequeño pero gran matiz hacía que nuestro empeño fuera más decisivo, al menos eso quería creer.

A medida que avanzábamos mi preocupación por Biel aumentaba, eso me sirvió como distracción en las contracciones, aun así resopabla y me abrazaba el abultado vientre, para sostener mejor el peso y aferrarme al movimiento.

—¿Dónde está Biel? —conseguí articular al cabo de unos minutos.

—No te preocupes por él. Lo conseguirá. Vendrá a la entrada del manantial —respondió Xavier.

Estudié su expresión y traté de ver algún tipo de duda, no la hallé, pero sus facciones acabaron delatándole cuando de refilón vi que fruncía los labios severamente. Él parecía confiar en que el chico lo conseguiría, pero ¿sería suficiente? La inquietud volvió a golpear dentro de mí.

Deseaba encontrarme en un lugar seguro, nunca había pensado que la idea de volver al complejo se me hiciera tan apetecible. Quería a mi hermana Eloise, a Ruth, a Alma, a Eric…, deseé estar envuelta dentro de aquellos gruesos y antiguos muros, capaces de resistir cualquier batalla.

Una vez más me dije: «Tonta», y ansié darme una palmada mental por mi estupidez; por todas las torpezas y decisiones erróneas que había cometido. ¿A cuánta gente más estaba dispuesta a arrastrar en mis desaciertos? Ese torbellino de pensamientos hizo que la bilis se me aglutinara en la garganta, sabiendo que si algo fatal sucedía, jamás sería capaz de digerir tal responsabilidad. Jos me apretó a su lado, nunca supe si era por mis turbias reflexiones o porque me ayudaba a esquivar alguna traicionera raíz en la oscuridad. Una nueva contracción nos alcanzó a los dos.

—Venga, Ari, estamos cerca —dijo Jos entre dientes, vi de refilón su rostro contraído por el dolor.

Puse un pie delante de otro, dentro de mis zapatillas húmedas, forzándome a seguir.

Cuando la entrada del manantial estuvo ante nosotros, un suspiro de alivio nos recorrió a todos y sin perder más tiempo nos adentramos dentro. Estaba oscuro y mi visión nublada no era de ninguna ayuda, unos brazos me arrastraros hasta el agua.

La energía del lugar me recargó, pero también se avivó el dolor punzante y eléctrico. Era como la descarga de unas palas desfibriladoras puestas entre el vientre y los riñones. Me retorcí con ahínco bajo los brazos que me sujetaban, uno de ellos era de Jos, noté su agitación como si hubiera sido electrocutado, después de eso, caí inconsciente.

Me desperté en el agua, la recordaba más caliente, ahora la sentía tibia. Pensé en las teorías que había leído sobre los partos bajo el agua, se decía que eran menos dolorosos y que el agua actuaba como un bálsamo. Si eso era cierto, no quería saber cómo sería un parto fuera del agua porque el dolor me azotaba igual que si fuera un látigo eléctrico.

Alguien había encendido unas antorchas y pude ver que Lena estaba a mis pies y Jos detrás de mí, con sus brazos rodeándome el cuerpo. Los tres dentro del agua. Vi aterrorizada mi vestido que flotaba y el agua volverse rosada por la sangre alrededor. Fui consciente de que una nueva presión oprimía mi bajo vientre. Miré fijamente a Lena.

—Ari, tienes que apretar —me ordenó. Parecía mantener la calma, me encontré con sus ojos oscuros y decididos, dándome la seguridad que buscaba.

Me preparé; respiré, bufé y apreté…, pero no hubo ningún movimiento y la opresión siguió allí.

—Ari, un poco más, lo estás haciendo muy bien. —volvió a animarme.

No sé cuántas veces lo intenté sin resultado alguno. El esfuerzo, junto al dolor, me estaba agotando. Me temblaban las piernas y empezaba a sentirme débil y soñolienta. Apoyé la cabeza hacia atrás en el torso de Jos para tomarme un descanso.

—No, Ari, tienes que apretar de nuevo —Lena volvió a insistir.

—No. Puedo. —Mi voz sonaba rota y endeble. Quería llorar.

Vi las manos de Jos que desde atrás rodeaban mi vientre, sentí las palmas abiertas y calientes sobre mi piel. Entonces, una oleada de energía surgió del contacto, constriñendo mis entrañas y urgiéndome a apretar.

Grité, apreté, gruñí, balbuceé… y volví a apretar… hasta notar el movimiento del bebé hacia fuera.

—Eso es. ¡Muy bien! La cabeza está fuera. Solo un poco más —nos alentó Lena.

Jos ladeó su cuerpo para tener un mejor ángulo de visión y me plantó un ligero beso en la sien.

—Ari, ya está aquí, venga un poco más —me susurró conmocionado.

—¡¿Cuánto más?! —chillé retorciéndome y respondiéndoles a los dos.

—A la de tres, cuando empiece una nueva contracción, ¿de acuerdo? —indicó Lena.

Asentí esperando otra contracción…, con los ojos fijos en el oscuro techo de la cueva. Cuando llegó, Lena, Jos y yo contamos hasta tres, entonces inspiré y apreté con todas mis fuerzas.

Fue en ese momento cuando noté cómo el peso del bebé se desprendía de mi interior, me incliné hacia delante y lo que vi me dejó sin aliento.

Bajo el agua, entre las manos de Lena nadaba el bebé, sus pequeñas extremidades se movían sincronizadas. Ella, con la cara sonriente y aliviada, lo sujetó, lo sacó de debajo y lo puso sobre mi vientre.

Decían que el parto de un hijo no se olvidaba y eso era bien cierto. Siempre recordaría ese momento.

—Enhorabuena. Es un niño —nos felicitó Lena.

Sostuve al pequeñín entre mis manos. Lo miré maravillada. Era precioso, repasé todo su cuerpecito asombrándome de lo perfecto que era, tenía el aspecto de cualquier humano sano recién nacido, una mata de rizos negros coronaba su cabecita y sus manitas se adherían a mi piel, trepando por ella hacia el pecho, donde el agua no me cubría.

Jos tocó su espalda y sus manos temblaron cuando las emociones nos recorrieron como un torbellino a los tres. Un sinfín y complejo lío de sentimientos se apoderó: sorpresa, incredulidad, ternura, protección, compromiso, paz y amor…, mucho amor. Por un instante pensé que mi corazón se agrandaba dejando lugar a estas nuevas impresiones, amoldándose para sentir la grandeza del momento. No fuimos capaces de decir nada, nuestras gargantas estaban secas de tanta emoción y tampoco era necesario, ya que nuestros sentidos se ocupaban de eso.

Quise ver sus ojos, pero los tenía cerrados en un semblante tranquilo, aun así distinguí la forma de su boca, la familiar curvatura de sus labios, tan parecidos a los míos, mis dedos iban a trazar su forma cuando la voz de Lena me trajo de vuelta.

—Ari, queda la placenta, debes apretar un poco más.

—¿Más? —contesté boquiabierta.

No tenía las fuerzas suficientes para poder hacerlo de nuevo, mis piernas temblaban tanto por el esfuerzo que el agua alrededor se agitaba.

—Sí, lo siento, Ari, pero debe ser ahora y no nos queda tiempo, después cortaré el cordón umbilical.

—Yo sostendré al bebé. Estaremos aquí mismo —añadió Jos, su voz contenía un tinte de convencimiento del que no estaba segura que realmente sintiera.

Sentí su beso en mis mejillas suave como el aleteo de una mariposa, pero lo que me transmitió no fue sutil, era un sentimiento firme e inquebrantable de devoción. Mi corazón se hinchó aún más haciéndome dudar de ser merecedora de tal gratitud.

Observé indecisa cómo Jos sostenía al bebé entre sus brazos y enterré las dudas, sujetaba al bebé con una práctica admirable, como si lo hubiera hecho toda la vida. Sin pretenderlo, mi mente fotografió esa imagen registrando ese instante para toda la vida.

Todavía impresionada miré a Lena, que asintió hacia mí, alentándome.

Después inspiré fuerte y apreté. Sentí un chasquido cuando la placenta salió, pero justo entonces noté algo grande y doloroso en mi cuerpo que empezó a cambiar. Era más doloroso y desgarrador que las contracciones, supe que eso no entraba en los planes de ningún parto natural y grité presa del pánico mientras mi cuerpo se convulsionaba violentamente. Lo último que oí fue al bebé llorando histéricamente, y voces alarmadas antes de que la oscuridad se me tragara.

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