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Capítulo 51

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Estábamos en la oscura cueva levemente iluminada y no sabía el tiempo que había estado inconsciente. Me encontraba todavía medio sumergida en el agua cuando mis ojos se abrieron haciendo brillar pequeñas luces detrás de mis párpados.

El dolor se había ido, eso era raro, sin dejar ningún rastro, aún más raro, me sentía extrañamente bien, demasiado bien como para acabar de dar a luz.

Sentí mis brazos vacíos y la consciencia golpeó mis recuerdos, haciéndome girar bruscamente con mis ojos recorriendo alrededor en busca de mi pequeño bebé. Me habían dejado sola en el agua, me extrañé, más aún al ver a Lena que estaba en la entrada de la cueva y llevaba un cambio de ropa seca, Mónica se encontraba a su lado, hablando de algo que parecía importante con Xavier, ni siquiera repararon en que los miraba. Pero ¿dónde estaba mi bebé? ¿Y Jos? ¿Se lo habría llevado él? ¿Por qué todo el mundo continuaba como si nada mientras yo estaba en el agua sola e inconsciente? ¿Qué narices estaba pasando?

Un pensamiento se deslizó en mi mente: que la lucha aún no había acabado. Olivia, César y un montón de rapados y tatuados enfermos nos buscaban, que Biel y Jack estaban fuera… Solo pensar eso fue suficiente, suficiente para desatar una cantidad indecible de rabia que recorrió mi cuerpo. Sentí que mi espina dorsal se tensaba al llenarse de energía mientras recuperaba todo mi poder gen. Mi corazón bombeó muy rápido preparándome para luchar…

Tensé mis músculos y apreté mis nudillos buscando alguna amenaza.

Hasta que vi la figura de Jos, sentado en el suelo de la cueva a unos dos metros a mi derecha, donde la luz emitía sombras. Su espalda reposaba en la pared de la roca. Estaba inclinado hacia delante, con las rodillas semiflexionadas y en su regazo sostenía un pequeño bulto envuelto en una manta, se movía y emitía dulces sonidos: nuestro hijo.

La rabia abandonó mi cuerpo rápidamente, como si de un globo pinchado se tratara.

Noté cómo el flujo de conexión que compartíamos los dos se había extendido al pequeñín, también sentí la dulzura allí. Mi tensión desapareció, mis latidos se normalizaron mientras mis ojos estaban fijos en una de las estampas más bonitas que jamás contemplé.

—Mira, mami se ha despertado. —La voz de Jos contenía un matiz dulce y desconocido para mí

Sus ojos brillaban mientras me miraba y una sonrisa auténtica iluminó su rostro. Era aquella sonrisa que me gustaba tanto de él y que últimamente había visto poco debido a la preocupación.

—¿Hola? —dije con voz rasposa e insegura.

—Hola. —Jos me devolvió el saludo y algo que pude determinar como orgullo, se filtró en su tono, no me hizo falta tener el don de la empatía para saberlo. El sentimiento era tan transparente en sus facciones que hizo aletear mi corazón una vez más. Nunca me cansaría de eso.

Me di cuenta del aspecto que ofrecía, con mi cabello enmarañado y pegado en las sienes, el vestido empapado y manchado de sangre, hice una mueca de asco.

—¿Cómo te encuentras? —La pregunta de Jos, distrajo el hilo de mis pensamientos sobre mi apariencia.

Me miré y flexioné las piernas y los brazos. Me toqué el vientre; asombrándome de lo plano que estaba, como si nunca hubiera tenido un bebé, lo cierto era que me sentía sorprendentemente bien, igual que si estuviera recargada, saciada y me hubiera echado una siesta infinitamente reparadora. Sonreí agradecida a no sé qué realmente.

—Creía que el posparto era una de las partes más engorrosas de una mamá —bromeé.

—Estás fabulosa… y lo has hecho muy bien…, bueno, quizás tendría que decir que lo hemos hecho muy bien los dos. —Su sonrisa se convirtió en una carcajada.

Enrojecí hasta las orejas, más por la alusión al dolor del parto que él había sufrido también que por el piropo. Una parte de mí, creo que era la mujer guerrera, estaba orgullosa de que Jos supiera de primera mano lo que se sentía al dar a luz a un hijo; la otra parte, la sensiblera, lamentaba que hubiera soportado tal dolor, lo amaba tanto que su sufrimiento era el mío. Quizás el dolor se había repartido a partes iguales, decidí quedarme con ese pensamiento, era más diplomático y también era lo que me podía permitir pensar en ese momento sin volverme loca; con eso en mente, le devolví la sonrisa.

—Tienes un recambio de ropa, ahí está tu traje de misión —me indicó Jos.

Seguí con los ojos el ademán que hizo hasta un rincón, con una mano señaló el traje con el que había llegado a Olot, tantos meses atrás, me parecía que habían pasado años. Su otra mano sostenía el puñito del bebé.

Me quité el roñoso vestido, me sequé y, antes de ponerme el traje, usé la divina gelatina azul. Lo hice tan rápidamente como mi poder gen me permitió, no estaba dispuesta a dar un espectáculo en la cueva. Mi vista acuática cambió por la normal y, dentro del traje, volví a sentirme yo misma.

Jos se levantó con ese movimiento gatuno tan característico de él, aquel que me hacía arder de deseo, aún con el bebé acurrucado en sus brazos. Era una extraña combinación y la disfruté.

—¡Guau! Vuelves a ser rápida —alabó.

—Sí, me siento tan bien que me parece que debería pagar una multa o algo así.

Nuestras risas hicieron eco dentro de la cueva y el pequeñín hizo un ruidito que parecía concordar con nosotros. Tres pares de ojos nos miraban desde la entrada y asentí hacia ellos. Quería acercarme y darles las gracias, pero primero tenía algo más importante que hacer.

Me acerqué y en el mismo abrazó envolví a Jos y al bebé. Necesitaba sentirlos cerca después de toda la incerteza que habíamos pasado. Jos me rodeó con la mano libre y me susurró al oído: «T’estimo».

Me amaba y yo a él de una forma incuestionable. Le devolví las palabras y me apoyé en su pecho mirando de cerca a nuestro hijo medio dormido. Admiré la bella cara de querubín, incapaz de creer que hubiéramos creado algo tan perfecto. Besé su pequeña frente.

—Ahora podemos darle un nombre —susurré sin dejar de mirar su rostro.

—Creo que ya ha escogido —respondió Jos.

—¿Escogido? ¡Es un recién nacido! ¿Cómo va a poder escoger un nombre? —le dije sorprendida.

—Bueno…, verás…, Lena nos dijo que te dejáramos en el agua, que no podíamos hacer nada y que te recuperarías… Ha pasado más de una hora y mientras… he estado valorando distintos nombres…

Acarició distraídamente la mejilla del pequeñín, al mismo tiempo que me hablaba, sus ojos iban hacia allí y hacia mi rostro.

Recordé que no habíamos hablado de nombres; porque no sabíamos si era una niña o un niño, ni siquiera sabíamos si iba a salir bien. Habíamos coincidido en que no nos parecía correcto ponerle nombre a alguien que no conocíamos.

Me impacienté con el silencio que siguió, hasta que la sorpresa se sobrepuso cuando terminó lo que estaba diciendo en un susurro apenas audible, como si temiera despertarlo.

—Cristian. Él se llama Cristian.

—Pero ¿cómo? —Lo miré boquiabierta.

—He sentido sus emociones, Ari. Ha escogido ese nombre. He pronunciado muchos y créeme cuando te digo que solamente quiere ese. —Su rostro se transformó en una máscara seria de admiración.

Levanté mi ceja incrédula, no me podía creer que estuviera pasando esto, un bebé que escogía su nombre, eso era absurdo. Jos entrecerró los ojos enfocados en mi ceja y lamenté de inmediato haber dudado de él, alisé mi frente de golpe; después miré al bebé que estaba dormitando feliz en brazos de su papá.

—Cristian —pronuncié su nombre, sonó nítido en la cueva como si fuera una oración.

Algo sorprendente sucedió; abrió sus ojos, todavía grises de recién nacido y clavó su mirada en mí mientras me observaba detenidamente, con una intención claramente evaluativa: me estremecí de la impresión. Era una mezcla extraña, por una parte la inocencia de un bebé y por otra, la intención estudiada de un adulto. Esa mirada parecía transmitir conocimiento, certeza y… adoración…, mucha adoración.

Miré embelesada los cambios en su rostro.

—Cristian —repetí.

El pequeño parpadeó y me volvió a mirar. El principio de una sonrisa intencionada asomaba por su boca, pero parecía fallar en hacerla completa y quedó serio. Después movió su manita deshaciéndose del agarre de Jos y agitó su brazo hacia mí, aunque no consiguió mantener firme el movimiento, en su lugar hizo un ademán y volvió a dejar caer su manita torpemente sobre la manta que lo arropaba. Luego cerró los ojos y se durmió al instante.

Le toqué suavemente esa manita y, a pesar de que sus ojos permanecían cerrados, la sonrisa volvió, parecía auténtica y no la ilusión de un sueño.

Sin perder el contacto con el bebé, miré a Jos con mil preguntas en mi rostro.

—No sé cómo funciona su mente, pero sé que él sabe cosas. Es un recién nacido, aún inmaduro en muchos aspectos. Sus emociones son nuevas y él parece distinguir solo si son favorables o no. También sabe quiénes somos nosotros dos para él y parece aprender deprisa.

—¿Cómo has sabido todo eso? —le pregunté muy intrigada.

—Por sus emociones, nuestra conexión se extiende a él. Me resulta muy fácil conocer sus emociones, pero, de momento, son muy… primitivas. Por ejemplo, cuando lo tenía Lena, él estaba intranquilo, aunque no asustado, pero cuando me lo dio, se calmó por completo.

—¿Qué más sabes? —Mi pregunta sonó precipitada.

Estaba ansiosa por más información. ¿Tanto me había perdido en una única hora? Jos me miró.

—No más. No puedo leer la mente, Ari —dijo de nuevo con esa sonrisa ladeada, mi preferida.

Hice una mueca de disculpa.

—Solamente nos faltaba eso, que leyeras mentes también —murmuré con sorna.

Su carcajada resonó en las paredes de la cueva, aun así, inconcebiblemente, el bebé continuó dormido, parecía tener el sueño tan profundo como cualquier humano recién nacido.

—Tú lo haces bajo el agua, así que quizás puedas enterarte de algo más. —Jos me miró serio una vez más y me estremecí.

—Ya veremos si puedo hacerlo, no sé si he recuperado todas las habilidades que tenía. —Y sacudí mi cabeza insegura.

—Prueba una…, la invisibilidad. Esa es mi favorita.

Arqueó las cejas con sorna, pero su tono de voz era profundo, suave y sugestivo. Volví a estremecerme, no obstante, en esta ocasión, por algo muy distinto, seguía deseándolo como el primer día, pero la realidad del momento me devolvió al presente, apagando el ardor.

Asentí, cerré los ojos y me concentré…, sin embargo, era difícil desear no estar allí y desaparecer porque lo que realmente quería era lo contrario. Suspiré frustrada cuando mis esfuerzos no dieron resultados y tuve que intentarlo de nuevo durante unos minutos, entonces sucedió, sentí la familiar energía envolviéndome y transformándose en lo que le ordenaba.

Cuando vi la aprobadora sonrisa de Jos, volví a mi estado visible y le respondí con otra sonrisa, aunque la suya rápidamente se deshizo.

—Bien, ahora que ya sabemos que tus poderes han vuelto, debemos prepararnos para salir. —Su semblante se tornó serio.

Hice una mueca de disgusto. Eso no me gustaba, no quería irme. Me sentía segura en ese lugar, allí no nos iban a encontrar, al menos durante un tiempo y quería alargarlo, me sentía feliz. Sin embargo, Jos tenía razón, debíamos marcharnos de allí, asentí a regañadientes.

Tendí mis brazos para sostener a Cristian, si nos íbamos, lo quería tan cerca de mí como fuera posible. Jos entendió rápidamente mi reacción y me ofreció a nuestro pequeño bebé, que se acurrucó dormido en mis brazos.

Nunca había sentido un peso cerca de mi corazón que fuera tan pequeño y tan liviano físicamente, y al mismo tiempo tan grande y abrumador emocionalmente. Miré su tierno rostro dormido y supe que sería capaz de mover el mundo por él.

Fuimos hacia la entrada de la cueva. Lena, Mónica y Xavier nos sonrieron y sus miradas curiosas se posaron sobre el pequeño.

Mónica se acercó y me abrazó, le devolví el abrazo como pude con mi mano libre. El alivio y la alegría se podía sentir en su gesto, pero en su rostro había preocupación. Me alisó los mechones de cabello que me caían a los lados y colocó cariñosamente uno detrás de mi oreja.

—Lo habéis hecho muy bien. Estoy muy orgullosa de vosotros dos —dijo con voz solemne.

—Gracias —le respondí.

Enrojecí hasta las raíces de mi cuero cabelludo, no me pasó inadvertido que había usado el plural, significando que el gesto también se extendía a Jos. Xavier dio un paso hacia nuestro pequeño grupo.

—Enhorabuena por vuestro hijo —dijo, y su sonrisa llegó hasta los ojos, remarcando las finas arrugas de alrededor.

Asentí, esta vez fue Jos el que se adelantó y le agradeció mientras recibía palmadas de ánimo en su espalda.

—Tenemos que irnos —intervino Lena.

Nuestros semblantes se transformaron y adquirieron un aire de preocupación. Con pasos lentos nos dirigimos hacia el exterior de la cueva. Era plena noche, todo estaba demasiado tranquilo y oscuro.

—¿Ha vuelto Biel?

La pregunta que lanzó Jos al aire nos puso en tensión a todos. Pero fue Mónica la que tuvo suficiente coraje como para responderle.

—No… y no podemos esperarlo mucho más, algo está pasando.

Su mirada se dirigió hacia el frondoso bosque de donde habíamos venido. Fue entonces cuando el olor acre del fuego, se estrelló contra mis fosas nasales.

Quería agudizar mis sentidos gen y hacer un barrido de la zona, pero tenía dudas, de que si lo hacía, podría saltar algún receptor de rastreo y si nadie lo había intentado era porque las mismas dudas nos azotaban a todos. Estábamos ciegos y a la espera.

Miré alrededor, sopesando nuestras posibilidades, éramos cinco adultos y un bebé recién nacido, escondidos en las profundas montañas del Prepirineo. Ignoraba hacia dónde nos dirigíamos, no obstante, lo que estábamos haciendo en ese momento era crucial, todos teníamos la esperanza de que apareciera Biel. ¿Estaría vivo? ¿Qué se habría encontrado? ¿Con cuántos locos, incluidos sus padres, se habría enfrentado? ¿Cómo conseguiría llegar hasta nosotros?

Tenía muchas preguntas y ninguna respuesta válida. Pero había una que sí me podían contestar, ya que, mientras yo había estado inconsciente, se había trazado un plan.

—¿A dónde nos dirigimos? —pregunté con la mirada perdida en el profuso bosque.

—Al complejo —respondió Lena.

Me estremecí. Después de lo acertada que había estado con todo el acontecimiento de sus visiones, nadie dudaba de ella, ni siquiera yo, pero no quería ir al complejo, llevaba a mi hijo y temía por el recibimiento que podría obtener. No iba a ser un conejillo de indias, sacrificaría mi propia vida en ello si fuera necesario, cualquiera que pretendiera algo que pudiera dañar a mi hijo…, pasaría por encima de mi cadáver.

Mi mirada asustada se cruzó con la suya y vi la comprensión en sus ojos.

—Nadie dañará a tu bebé, eso también lo he visto. Nos van a proteger, están esperando a unos pocos kilómetros de aquí. Son nuestra mejor posibilidad de sobrevivir —declaró.

Cristian se revolvió inquieto en mis brazos y empezó a quejarse lloriqueando suavemente. Lo observé intentando descifrar qué le pasaba, mientras sus manitas vagaban alrededor de su boca.

—Tiene hambre.

Las palabras de Jos sonaron como un veredicto acertado.

Mierda, ¿qué podía hacer? No teníamos mucho tiempo, miré a Mónica esperanzada de que hubiera preparado leche en polvo, pañales y esas cosas. Ella enseguida comprendió y negó con la cabeza al tiempo que respondía.

—No traje nada de leche, ni pañales, lo siento, no pude cargar con todo, pero en el refugio sí que hay, podemos…

—Dale tu leche —la cortó Lena, señalándome.

Miré a Lena y esta se encogió de hombros como si tal cosa. ¿Cómo iba a darle el pecho? Mi cuerpo había cambiado otra vez a gen.

—Lena, creo que eso no va a ser posible…, esto…, hace un momento que he pasado por el posparto más rápido de la historia —le expliqué.

Cristian volvió a llorar, esta vez, más fuerte. Empecé a mecerlo, pero no paró, solo conseguí calmarlo hasta el punto de que su quejido fuera más débil.

Sentí lo que cualquier madre primeriza pasa cuando intenta descifrar el llanto de su hijo, y no tiene ni idea de qué hacer, no me gustaba la sensación de inseguridad y al mismo tiempo la necesidad imperiosa de intentar cualquier cosa con tal de aplacar al pequeño. Suspiré rindiéndome al hambre del bebé.

Media hora más tarde, salí de un rincón de la entrada de la cueva: me sentía la madre del momento. Sostenía a Cristian plácidamente dormido y feliz. Le había alimentado, aunque prácticamente, había que reconocer que él había hecho todo el trabajo. Yo solo puse la intención y eso hizo que mi cuerpo reaccionara y mis pechos se llenaran. Él había succionado la leche todo el tiempo hasta hartarse.

El orgullo llenaba cada poro de mi cuerpo y el de Jos cuando nos miramos sonriendo. No pude resistir la tentación de tomarle el pelo.

—¿Y tú qué? ¿No puedes dar leche? —bromeé.

Su risa contagiosa rebotó por todo el lugar y me alcanzó, haciéndome reír a mí también durante un buen rato. Después, cuando nos calmamos, pudo responderme:

—Creo que eso te lo dejaré a ti, bastante he tenido con el parto…

Tenía una réplica a su comentario en la punta de la lengua, pero el alboroto en la entrada de la cueva nos distrajo a los dos, y prácticamente corrimos hacia allí.

Llegamos justo cuando Mónica y Xavier daban la bienvenida a Biel. El chico llegó tambaleándose hacia ellos hasta que se fundieron en un abrazo los tres. Estaba de una pieza y sobreviviría, ese hecho nos alivió a todos, pero había algo en la mirada de Biel que nos impidió preguntar.

Mi corazón dio un vuelco cuando vi que en sus ojos, no quedaba rastro del sensible adolescente que había sido unas horas antes y hablaban de una experiencia por la que nadie debería haber pasado. Su rostro estaba manchado de barro y regueros de sangre le brotaban de unos arañazos, de aspecto feo, a lo ancho de la mandíbula y el cuello. Eso era una muestra física de lo ocurrido, heridas que cicatrizarían, aunque no podía pensar lo mismo de su corazón, sabía que esas iban a ser más difíciles de sanar.

Un movimiento detrás de Biel atrajo mi atención, fijé mi vista en la silueta familiar de Jack, que se acercaba a nosotros sigilosamente. Su pelaje estaba mojado y cubierto de barro, junto a briznas y restos del bosque, el hocico le brillaba con sangre aún mojada y otras partes secas que se adherían alrededor. La dorada mirada no tenía nada que ver con la de Biel, supe que su batalla había sido brutal y sin contriciones. Su cuerpo se mantuvo erizado en modo depredador con el morro alzado y olfateando el aire mientras nos escaneaba, no tenía la menor duda que su gen interior estaba valorando todo tipo de posibilidades. Tras un rato, alzó las orejas y me miró fijamente, volvió a olfatear en mi dirección y su inteligente mirada se posó en el bulto que sostenía en mis brazos.

A continuación hizo algo muy raro, correteó en varios círculos alrededor de todos nosotros mientras emitía pequeños ronquidos hasta pararse a dos metros delante de mí y de Jos. Después alzó el morro apuntando al bebé y aulló de forma larga y sostenida. No sabíamos lobuno, pero parecía que Jack acababa de dar la bienvenida a Cristian a la manada.

Sonreí a mi fiero amigo y me incliné para que pudiera conocer mejor al bebé. Sentí las miradas de asombro y prevención del grupo, observaban el intercambio. Jack, en cuestión de segundos, había pasado de ser un asesino implacable a ser un tierno protector. Retiré la manta para darle mejor acceso al bebé y el lobo se acercó hasta rozarme el brazo. Un tufillo a pelo quemado me picó en la nariz, después olfateó a pocos centímetros del tierno rostro dormido de Cristian, y su expresión fue todo un poema, en los ojos tenía el mismo brillo que los de un niño ante un preciado regalo. Mi sonrisa se amplió. Quise acariciarlo, pero me abstuve ante el pringue asqueroso que lo envolvía.

—Hola, Jack, te presento a Cristian.

Conocía a Jack y, teniendo en cuenta las diferencias, nuestro entendimiento era bastante bueno, sabíamos leernos entre líneas; eso consistía en algunas palabras y gestos, así como muchos sonidos y miradas. Pero esta vez me miró de una forma que nunca antes había visto en él. Me dijo algo grande que no supe interpretar.

Jos leyó la emoción del lobo y me rodeó la cintura con un brazo, eso hizo que me apoyara en su torso.

—Está orgulloso de ti. Eres como una loba de su familia con su lobezno —me dijo al oído.

Después la misma mirada fue para Jos.

—Parece que piensa lo mismo de ti —me carcajeé fuerte.

Biel se acercó a nosotros con pasos más firmes, sin dejar de observar a Jack con una mezcla de admiración y aprensión en su expresión, pero el lobo simplemente le devolvió una aburrida mirada. Eso le dio el incentivo suficiente para cerrar la distancia entre nosotros y nos fundimos en un abrazo, con Biel entre nosotros dos.

—No sabéis cuánto me alivia saber que todos estáis bien. —Su voz sonó rasposa por la emoción.

Envolví mi brazo libre entorno a su cintura, Jos hizo lo mismo y le palmeó suavemente la espalda, hasta que se separó un poco para mirarle de frente.

—¿Cómo te encuentras? —le preguntó.

Biel asintió, retrocedió unos pasos e inclinó su cabeza hacia Jack mientras respondía:

—Bien, gracias a esa fiera vuestra.

Nunca había visto nada igual.

Miramos al lobo que en ese momento nos estaba dando la espalda, probablemente sabía que estábamos hablando sobre él, pero no le importó. Registraba el bosque y nada en su pelaje ni en su postura indicaba que nos tuviéramos que preocupar de alguna amenaza cercana.

—¿Qué pasó?

Al momento que la pregunta salió de mis labios y vi la expresión del muchacho, me arrepentí. No nos iba a gustar la respuesta y, de hecho, no nos gustó en absoluto.

—Pudimos liberar a todos los animales de la granja. Respecto a mis padres, el resto de líderes y sus seguidores… Todos muertos. Nadie salió con vida.

Su voz sonó más rota que antes. Después sobrevino un abrumador silencio alrededor, que se rompió cuando un jadeo se nos escapó a todos. Mónica tenía los ojos como platos, aterrorizados y asombrados. Xavier, apenado, bajó la cabeza. Únicamente Lena parecía mantener la serenidad, aunque sus cejas fruncidas indicaban que no estaba del todo bien. Mis ojos incrédulos nadaban de un rostro a otro. No me atreví a mirar a Jos.

Biel continuó su explicación. Las lágrimas surcaban sus mejillas, dejando rastro en su mancillado rostro mientras sollozaba incontroladamente.

—No podía ser de otra forma. Se volvieron locos, quemando todo a su paso. Me atraparon y… mis padres… ¡Oh, Dios…! —Un gemido carrasposo escapó de los labios del chico, mientras el silencio del bosque se imponía sobre su triste confesión—. Trataron de matarme…, querían… quemarme vivo…, convirtiendo el acto en un ejemplo para los demás… y… todos estaban de acuerdo… —Biel detuvo los sollozos un momento para inhalar aire y continuó de forma más moderada. Ninguno de los que estábamos presenciando esa revelación logró decir una palabra—: Fue entonces cuando apareció ese lobo, convirtiéndose en algo borroso mientras se movía destrozando a su paso todas las gargantas de aquellos que me amenazaban… —La cabeza de Biel se balanceó de un lado a otro buscando la forma de librarse de esos recuerdos o intentando darle una explicación a un hecho inverosímil. Fijó sus ojos un momento en el lobo, después nos miró a todos y concluyó—: Me salvó la vida y me trajo hasta aquí.

—¡Oh, Biel, lo lamento tanto! —Mónica se acercó y puso una mano sobre el brazo del muchacho.

Nos giramos todos hacia él y le dimos palabras y gestos de ánimo; aunque sabíamos que nada iba a cambiar lo que había ocurrido.

Luego Mónica levantó un momento la cabeza.

—¿Y los niños? ¿Había niños allí? —le preguntó alarmada.

—No, ninguno, todos eran adultos, toda la resistencia estaba allí. No sé qué hicieron con los niños, supongo que los dejaron en casa o quizás los mandaron a otro lugar.

No supe que contenía mi aliento hasta que el aire escapó ruidosamente entre mis labios. Jack podría tener su conciencia limpia, pero algo dentro de mí se estremeció, sabía que si un niño tenía la fuerza necesaria y la determinación como para intentar matarlo… Devolvería el golpe sin dudarlo. Su instinto sobreponiéndose a la cordura.

—Tendremos que encontrarlos, no pueden seguir creyendo en la locura de sus padres y vivir bajo ese credo. —La melodiosa voz de Xavier, estaba acentuada esta vez con determinación.

Lena se acercó al grupo y sentí cómo su pequeña figura llenaba el espacio, ese hecho parecía chocante y más aún cuando habló:

—No lo harán, los encontraremos y hablaremos con ellos. Pero ahora debemos irnos, antes del amanecer tenemos que estar en el complejo. Enviaré un mensaje informando. —Su resolución nos tranquilizó.

Todos asentimos en conformidad.

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