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Capítulo 52

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Trazamos un plan de vuelta. Jos, Jack, Cristian y yo viajaríamos a través de los ríos; el resto lo haría a pie.

En el río Fluvià, me preparé antes de la inmersión, sabiendo que un aluvión de pensamientos de mi compañía me asaltaría al entrar en contacto con el agua. Inspiré profundamente antes de sumergirme y, para mi sorpresa, capté que Jack mantenía oculta su mente, cosa que agradecí. Sin embargo, Jos era un libro abierto, estaba feliz y preocupado a la vez, por mí y por el bebé. Vi su alegría y su sonrisa genuina a través del agua.

Sujeté a Cristian, que ahora estaba medio despierto, contra mi pecho, maravillándome del cambio a gen en él, sus branquias en la nuca abriéndose y sus ojos abiertos en pequeñas ranuras brillaban con un cristalino color azul y ámbar. No pude resistir la tentación de escuchar sus pensamientos, eran confusos, su mundo interior imponiéndose, pero su conciencia estaba clara. Aprecié su instinto de conservación porque sabía quién era él y quiénes estábamos a su alrededor, y que estaba seguro entre nosotros, aunque no sabía dónde íbamos ni lo que nos esperaba. Acaricié su cabecita, alejándole los rizos de la frente, entonces lo sentí relajarse y disfrutar del entorno acuático.

Dejamos a Jack encabezar la marcha, su instinto implacable nos llevaba derechos a nuestro destino. Jos no me permitió quedarme atrás, él cerraba la escolta, era un gesto de protección que, para mi sorpresa, me gustó.

Jack no dudó ni un instante, incluso en aquellos tramos en los que las corrientes fluviales, pese al deshielo reciente, eran escasas. La poca profundidad no nos permitía nadar y teníamos que atravesar el terreno a pie, aun así el lobo nos guió sin esfuerzo alguno.

Supe que habíamos llegado a nuestro destino por Jack, se detuvo por delante y su lomo se erizó en alerta máxima. Después clavó sus ojos dorados en nosotros y procedió a su peculiar despedida lobuna habitual. Inhalé su olor familiar a pelo mojado cuando rozó su hocico con nuestra mejilla. Luego aulló largo y profundo y nos dedicó, lo que yo ya conocía como su «hasta pronto» en la mirada, antes de alejarse y adentrarse en el bosque.

Inspiré profundamente reconociendo el lugar tan familiar en que se había convertido los alrededores del complejo, aunque nos encontrábamos rodeados de árboles y montañas, supe que estábamos cerca.

Un pesado silencio se interpuso momentos más tarde, nuestra mirada continuaba fija por el camino que había dejado Jack, mientras los trajes expulsaban agua y nuestros cabellos dejaban un pequeño charco en el suelo cubierto de hojas. Sacudí la cabeza deshaciéndome de la humedad en pequeñas gotas brillantes. Me pregunté cuándo lo vería de nuevo, quería que fuera pronto y estaba segura que aparecería, como siempre había hecho, cuando lo llamaba desde el bosque.

—¿Por qué siempre se va? —preguntó Jos.

Encogí los hombros mientras le daba la respuesta más válida que sabía, aunque no estuviera muy segura de que fuera la más acertada.

—Supongo que es porque Jack es selectivo con sus amigos y con los que considera su familia. No está cómodo frente a otros gen, desconfía de ellos, sobre todo de los que tiene desagradables recuerdos como… mi padre. Creo que él se mantiene cerca, pero a una distancia prudencial, como siempre ha hecho.

Con el propósito de encontrar algo a lo que anclarme, sin darme cuenta estreché a Cristian un poco más en mis brazos, pero Jos sí comprendió el gesto. Se acercó hasta que estuvo a un paso de mí, desde donde podía sentir su calor, haciendo aumentar mi propia temperatura corporal. Inhalé su familiar aroma a canela y vainilla, y la energía de nuestro vínculo empezó a crepitar suavemente. Nunca tendría suficiente de él.

Con un movimiento delicado, levantó mi barbilla entre sus dedos índice y pulgar haciendo que nuestros ojos se encontraran. Supe que había leído lo que acababa de sentir, y esa aguda sonrisa apareció en sus labios. Su mirada rastreó mi rostro, cuando encontró la confusión y la inseguridad estampadas en mi cara, sus ojos reaccionaron, oscureciéndose detrás de las pestañas aún mojadas. Se inclinó sobre mí y me estremecí cuando su voz ronca y cálida acarició mis oídos.

—Jack volverá y Cristian estará a salvo, es demasiado importante para todos y nadie, ni siquiera tu padre, se atrevería a hacerle daño, Ari, deberías confiar un poco más en él. Hasta incluso prometió dejar en paz a Jack y lo dijo sinceramente.

Giré mi rostro hacia el suyo.

—Lo sé. Pero no sé cómo forzar los sentimientos hacia mi padre…, simplemente no puedo —respondí en un rápido susurro.

—No pienso dejar que os suceda nada malo. Yo estaré allí en todo momento y sabré qué emoción lo envuelve. Estaremos preparados. —Sus ojos recorrieron mis facciones como si buscara algo.

Me preparé para sentir su energía indagando sobre mí, pero algo debió encontrar que lo convenció, porque no lo hizo. Asintió y recorrimos en silencio la distancia que quedaba, hasta la entrada del complejo.

Allí, frente a la majestuosa estructura del monasterio, justo delante de la puerta, nos esperaba una pequeña comitiva. Nadie se acercó a nosotros, simplemente estaban de pie, muy quietos y observándonos con atención, sus ojos sorprendidos iban primero hacia Cristian y después hacia mí, para luego volver de nuevo al bebé. Abracé a Jos por la espalda y él me respondió con el mismo gesto.

Ruth rompió la fila y, con un gritito infantil (que nos avergonzó a todos), corrió hacia nosotros con los brazos extendidos y una sonrisa auténtica de bienvenida. Detrás de ella iba mi hermana, sus rizos rubios, ahora más largos de lo que recordaba rebotaban con gracia contra sus hombros. No pensé que pudiera echarlos de menos, hasta ese momento. Me había acostumbrado a vivir el día a día, sin hacerme ilusiones de futuros encuentros felices, ni situaciones que no contemplaran únicamente el sobrevivir hasta la mañana siguiente. Fue entonces cuando comprendí la extensión de las circunstancias de peligro que habíamos vivido. La continua sensación de tener una amenaza a nuestras espaldas y cómo el instinto de supervivencia se había antepuesto a cualquier relación de más, nublando cualquier cosa que no perteneciera a nuestro íntimo vínculo y a ese momento. Ahora ese velo desaparecía, dejando una necesidad imperiosa de planear cosas para un futuro más allá de las cuarenta y ocho horas, de disfrutar de pequeños o grandes placeres. Deseaba no solo sobrevivir, quería disfrutar de la vida. Deseaba ver a Cristian crecer, cumplir años al lado de Jos y estar cerca de todos los que habían significado para mí un antes y un después en la vida.

Vi la mirada de Ruth antes de envolverme cuidadosamente con sus brazos, sus ojos brillaban al mirar a Cristian, como si por primera vez hubiera visto el sol. De reojo vi que Alan y Oriol se abrazaban a Jos.

En el rostro de Eloise vi algo distinto era como si un «ya lo sabía yo» estuviera grabado en sus ojos, eso me hizo sentir como si yo fuera la hermana pequeña, otra vez. Se acercó y me apretó en un familiar abrazo, con su cabeza a la altura de mi hombro. Esta niña había estado creciendo otra vez y se había convertido en toda una adolescente.

—Hola, hermanita. —Oí su voz amortiguada por la tela de mi traje.

—Hola, Elo —respondí con la voz entrecortada, afectada por la emoción.

¡Cuánto la había echado de menos! Tuve que ponerme de puntillas para poder besarle la coronilla de sus rubios rizos, sintiendo la necesidad de convertirme de nuevo en hermana mayor.

Alzó su rostro radiante, permitiéndome ver la más dulce de sus miradas, cuando vio al bebé en mis brazos. Después hizo algo de lo más extraño; se inclinó para poder ver mejor y deslizó el dedo índice sobre las cejas del bebé en una tierna acaricia y, el pequeño, aunque estaba dormido, le respondió con una sonrisa. Llegó hasta mí la sensación de profunda conexión en ese sutil y cálido contacto.

—Yo también estoy contenta de conocerte por fin… Cristian —dijo mi hermana con una mirada maternal en los ojos.

Me estremecí. ¿Qué narices había sido eso? Sacudí mi cabeza porque la situación realmente me superaba.

—Tu hijo…, mi sobrino… —Elo hizo una pausa, parecía sopesar si compartir algo primordial mientras sus ojos vagaban por el rostro del bebé hasta que, con una sonrisa, concluyó—: Él… reparará el mundo.

Me quedé muda. Cuando me recuperé de la impresión, Eloise ya se había ido hacia dentro del complejo y Alma estaba frente a mí.

—Hola, Ari, por fin has regresado. Os hemos echado de menos por aquí. —Oí su voz emocionada cuando me abrazó.

—Hola, sí, por fin. —Suspiré mientras nos balanceábamos en un blando abrazo, dejando un espacio para Cristian y añadí—: Espero que tengas novedades para contarme.

—¡Uff! Eso se lo dejaré a Ruth. —Me reí cuando hizo un aspaviento haciendo que sus brazaletes tintinearan. Después dejaron de sonar, y se apartó para observar mejor a Cristian.

—En cambio tú sí que tienes mucho que contarme… Es precioso. —Su rostro se iluminó.

No sé lo que me impulsó para hacerlo, quizás fue algo que vi brillar en sus ojos, pero le extendí al bebé para que lo tuviera entre sus brazos. Era la primera persona a la que le ofrecía al pequeñín sin reservas y con genuina confianza. Alma pasó de estar asombrada a encantada en segundos.

Durante lo que nos llevó tomar el camino a la entrada del complejo, Alma estuvo haciéndole arrumacos a Cristian. El pequeño, que se había despertado, tenía toda su atención centrada en mi amiga.

Una vez seguros dentro de las instalaciones, entramos a un salón, recordé que era parte del complejo destinado a las religiosas. El olor a limón y cera de muebles envolvió mi nariz. No era muy grande, pero las mesas de centro y los sillones mullidos alrededor de la chimenea hacían muy acogedor el lugar. Noté que Oriol, Tom y Alan se habían quedado fuera, y sabía el porqué; esperaban a Lena, Xavier, Mónica y Biel. Eso hizo que la sensación de seguridad que sentía no fuera incompleta. Agradecí cuando Alma me devolvió a Cristian, que de nuevo se había dormido; descubrí que el pequeño conseguía calmar mis inquietudes.

Durante la siguiente hora o más, todos los rostros que recordaba del complejo pasaron ante nosotros como un borrón: abrazos, saludos, felicitaciones… La alegría era tan palpable que casi se podía saborear. La energía vibraba inundando la habitación y a todos los que estábamos allí en una caricia. La alegría se inflamó de nuevo cuando Lena llegó con Xavier, Mónica y Biel.

Aún con el cansancio marcado en el rostro, el chico lo observaba todo fascinado, nunca había visto tantos gen juntos, mucho menos confraternizar y convivir con humanos como iguales. Enseguida lo acogieron sin dudar, como uno más de los nuestros.

Tampoco me pasó inadvertida la mirada de profundo interés que Eloise dirigió a Biel, y él, cuando la descubrió, no pudo apartar sus ojos de ella durante un buen rato, tanto que me pareció que los demás sobrábamos allí. Fue una sensación incómoda y tuve que recordarme a mí misma que mi hermana ya era una adolescente, mucho más racional que yo, y que Biel era una buena persona.

Miré alrededor y suspiré; ahora sí que podía decir que me sentía entera y absurdamente orgullosa, como si fuera una mamá oca con toda su prole junta.

Bajo la mirada de Víctor y Vicen, supe que había aprobado el examen más difícil de mi vida. Estaban situados al lado de la puerta y franqueaban ambos lados a la abadesa, que sostenía una sonrisa auténtica de dicha. Supe que ella había sido la que nos había permitido reunirnos en ese salón. A pocos metros de ellos, estaban, casi apoyados en una de las paredes laterales, mi hermana Eloise, con un brazo entrelazado al de nuestro padre, Pol.

Apreté al bebé en mis brazos por puro instinto de protección, miré su tierno rostro dormido; todavía desconfiaba y como si fuera una loba, alcé muros de energía preparándome para defender. La alegría que nos envolvía, por un momento, se disipó, hasta que mis muros cayeron rápido y sin remedio cuando vi a mi padre llorar como un niño. Tenía el rostro enrojecido y lágrimas de alegría surcaban sus mejillas. Me quedé de piedra impactada, sin saber qué hacer, hasta que la voz ronca y atrayente de Jos se deslizó susurrándome al oído:

—Eso es orgullo, felicidad, amor, protección y… esperanza. En este momento, hay demasiada emoción y de la buena, en tu padre.

Suspiré aliviada sobre su cuello y advertí al instante cómo se estremecía. Me incliné para poder ver su rostro. Observé cómo sus ojos se oscurecían de deseo avivando el mío. Luego me ofreció esa sonrisa suya, ladeada, que tanto me gustaba y articuló: «Eso después».

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