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Capítulo 53

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Las suaves olas del Mar Mediterráneo barrían mis pies. Era un día soleado, con el cielo hermosamente azul y sin nubes. Me encontraba sentada en la orilla de una playa, en la desierta y pequeña isla de Formentera, con las aguas azul turquesa extendiéndose ante mí, en pequeñas olas. Eran nuestras primeras vacaciones reales.

A un metro de mí, Cristian dibujaba en la blanca arena con un palo de madera. Reí cuando frunció el ceño al ver que se acercaba Baltasar, muy entusiasmado. El pequeño lobo, hijo de Jack, había crecido lo suficiente para doblar la altura de Cristian, lucía delgado y desgarbado como un adolescente. Cristian, por su parte, contaba con un año de edad y se estaba desarrollando físicamente igual que un humano, eso era algo que mis temores a lo desconocido agradecían.

Observé cómo el lobo se acercaba y frotaba su hocico con la mejilla de Cristian y el impulso de esa acción hizo que, el niño, por un momento, perdiera el equilibrio y como mecanismo reflejo, se sujetara cerrando el puño sobre el pelaje de la crin del animal. Después rio fuerte y con la otra mano, lanzó el palo al agua. Baltasar se precipitó en picado al mar en su búsqueda, pasando como una flecha, rozando el costado de Cristian y provocando que este se tambaleara de nuevo.

El lobo volvió a la orilla con una brazada de nado perruna. Gruñó, por la nariz resoplaba agua de mar y se sacudía constantemente las orejas mojadas. Llevaba orgulloso el palo en la boca; lucía una loca cara de triunfo cuando llegó a la arena y se recostó a los pies del niño.

Cristian volvió a reír y cogió de nuevo el palo, que todavía sujetaba el lobo, y esta vez en un flojo agarre, lo volvió a lanzar al mar.

Reí cuando el palo aterrizó a un escaso metro de la orilla y Cristian me obsequió con un gesto terco en el rostro. Aunque según los cálculos tenía una fuerza y una motricidad superior a la humana, adoraba esos momentos en los que fallaba y era igual que cualquier otro niño que hubiera conocido.

Le gustaba aprender y, por su cuenta, lo hacía a través del ensayo y error, no necesitaba que le dijeran las cosas dos veces y relacionaba conceptos complicados para su edad con mucha rapidez. Hablaba muy poco y observaba mucho, en ocasiones, lo sorprendía mirando nuestra energía y calibrando nuestras emociones y su comportamiento siempre dependía de esa atmósfera. A veces conseguía, y no sé cómo, ya que eso no se lo había enseñado nadie y parecía ser algo inherente de él, mitigar una emoción desagradable. Asombrosamente nunca la anulaba, aunque sospechábamos que podía hacerlo. Jos comentó un día que Cristian parecía tener un intenso sentido natural del equilibrio de las cosas y un punto de vista de la justicia innato. Era como si supiera de antemano las repercusiones que podría acarrear si alteraba demasiado la tendencia original de los elementos. Aprendíamos de él y con él.

Suspiré feliz por el momento en el que ahora nos encontrábamos. Los análisis de Cristian fueron decisivos para concluir con una cura en cualquier ser humano. En el complejo se practicaban todas las conversiones con éxito. También se solucionaron los problemas de fertilidad de la raza gen, eso, particularmente, me gustó, no quería ver crecer a Cristian solo, en un futuro sin niños como él.

Tenía que reconocer que gran parte del mérito se debía a mi padre. Demostró que había cambiado, ahora estaba comprometido a mejorar el mundo y tenía las manos llenas con ese empeño. Se estaba ganando mi confianza poco a poco, incluso se negó a hacerle personalmente cualquier prueba a Cristian, no quiso ni sacarle una muestra de sangre, de eso se ocupaba exclusivamente Lena. Cuando le pregunté a mi padre se encogió de hombros y dijo que simplemente con Cristian quería hacer de abuelo y que su trabajo era otra tarea distinta. El niño lo adoraba y para mi vergüenza confiaba en su abuelo más que yo. Aunque ya no le tenía tanto rencor a mi padre, aún existía un pequeño resquicio de inseguridad en mi corazón, eso sí, cada vez menos y ese hecho me daba la esperanza que necesitaba.

Me giré hacia atrás y observé la casa en la que nos hospedábamos, a pocos metros de la arena. Era paradisíaco, el típico lugar blanco y hogareño característico de la isla. Tenía suficiente espacio para todos. Dentro se encontraban la familia de Mónica y Xavier, también Lena y Oriol, estos últimos habían sido una gran ayuda con el crecimiento de Cristian. Observaban, analizaban y anotaban cualquier tipo de progreso, pero nunca se interponían en su desarrollo natural. Lo querían mucho, era un nieto real para ellos y Cristian correspondía a esa clase de amor sincero.

Una pequeña parte de mí, la que era alocada, distraída y con inclinación para las imprudencias y risas locas, lamentó que Ruth y Alma no estuvieran aquí. La otra parte de mí, la que anhelaba la calma y el descanso, agradecía ese tiempo necesario para concentrarme, reflexionar y poner en un orden correcto mi vida.

Pronto vería a mis amigas y me pondrían al día con los cotilleos del complejo y sus guerreros paladines. Sabía que estarían ansiosas de contarme los avances entre Rebeca y Morgan, que trabajaban juntas en una línea nueva de trajes con fines médicos. No sabía cuál de ellas saldría más despellejada de nuestra futura y criticona conversación, probablemente Morgan, porque Rebeca se estaba ganando nuestra simpatía cada día un poco más, ya que había demostrado finalmente no ser una auténtica perra.

Ruth, Alma y yo sabíamos que la gran tozudez de Rebeca podría tener éxito en dirigir como ella quisiera a Morgan y solo eso ya le garantizaba puntos extra. Esa deducción me hizo sonreír.

Además estaba Tom y yo siempre estaría en deuda con él. No podía olvidar que él me salvó y era un gran hermano para Alan y Jos; eso hacía que, inconscientemente, tuviera más paciencia con Rebeca. Hice una mueca cuando pensé que, al fin y al cabo, ella era mi cuñada.

Se rumoreaba que Morgan había cambiado y se había vuelto más tolerante. Decían que era porque se había enamorado de un guerrero gen, y que ese era Simón; el rum que había sido capturado por el complejo, tiempo atrás. Todavía tenía frescos los momentos en que lo conocí en el interrogatorio. Jos me había asegurado que Simón era una buena persona y estaba de nuestro lado sin condiciones; pero ahora sabiendo lo que soportaba, que no era para nada poca cosa (considerando que Morgan fuera alguna cosa) y, aunque eso fuera gustosamente, aun así, el tipo me daba hasta pena.

El complejo se había vuelto un hervidero de gente, atestándose tanto que algunos de nosotros nos alojábamos en otra ubicación, en el Santuari dels Àngels, situado en el macizo de Les Gavarres. Nos encantaba el lugar, sobre todo a Cristian, y no era para menos, las vistas eran impresionantes. Desde allí podíamos observar desde los Pirineos hasta el Mar Mediterráneo, pasando por todo el Empordà. Era incluso más recóndito que el complejo, estábamos rodeados de mucha más naturaleza y eso facilitaba también nuestros furtivos encuentros con Jack.

Al complejo llegaban sin parar humanos esperanzados en conseguir una cura, también se alojaban todos los guerreros dispuestos a enseñarles sus nuevas habilidades. Los nuevos planes que se habían trazado eran todo un éxito. El recuerdo de ver a todos aquellos niños de Olot salvados y de la resistencia abandonar la violencia, para comprometerse con una nueva vida y sobrevivir…, ese recuerdo todavía me aceleraba el corazón. Tenía la esperanza de que sucediera igualmente con otras ciudades en las que hubiera pasado lo mismo.

Pensé en Eloise, mi hermana ya no tan pequeña. Ella ejercía una gran y positiva influencia en el complejo. Era admirada y respetada a pesar de su juventud. Aún se escapaba de mi comprensión su relación con la maestra, pero funcionaba y lo mismo sucedía con Biel.

El día que Biel se convirtió en gen fue impresionante, no quedaba nada de aquel desgarbado adolescente, en su lugar, un guapísimo guerrero lo sustituyó. Pensé que mi hermana podría enloquecer ante los encantos de Biel, pero Jos me explicó que entre ellos las emociones iban más allá, que Eloise tenía un motivo para su propia existencia y era el equilibrio, ese radicaba en encontrar una especie de compensación emocional, y eso era lo que la unía a Biel. No era una conexión como la nuestra, que se amplificaba y se volvía loca y poderosa cuando sincronizábamos, sino era más como si necesitaran encajar como piezas de un puzle para lograr armonizar sus naturalezas. La verdad era que aceptaría cualquier explicación con tal de ver a mi hermana feliz, y si a eso se añadía también la felicidad de Biel, todavía me gustaba más.

Pronto volveríamos a los quehaceres en el complejo. Las misiones internacionales de reconocimiento, en las que casi siempre viajaba con Jos y Cristian, aunque siempre con escolta, eso era algo que no podía evitar, aunque tampoco era un engorro, ya que nuestros guardaespaldas eran Vicen o Víctor, o incluso Eric, que se había vuelto realmente bueno con sus habilidades. Éramos como una representación diplomática de la raza gen de Girona. Siempre habíamos regresado exitosos de todos los trabajos, éramos bienvenidos allá donde íbamos. Era gratificante ver que nuestra presencia y experiencia ayudaba dentro del caos.

Vi como Chloe salía de la casa y se dirigía hacia Cristian corriendo, desparramando la arena que sus pies levantaban al pisar. Jos la seguía por detrás. Iba descalzo y llevaba puesta una camisa blanca medio abotonada que resaltaba su bronceado cuerpo, y unos pantalones cortos azules. Todavía me quitaba el hipo cada vez que lo veía. Seguía pareciendo un modelo de portada de moda. Observé su cabello revuelto por el viento, y deseé ser yo la que lo despeinara. Me sentí tonta, por estar celosa hasta del aire. Suspiré, nunca me cansaría de él, todavía movía el mundo a mis pies.

Sus ojos grises se posaron en Cristian y su rostro se suavizó de una forma que solo hacía cuando veía a nuestro hijo. Después se desviaron hacia mí y brillaron de otra forma que reconocí de inmediato y se me aceleró el pulso. Se acercó en mi dirección con pasos lentos, dejando a la pequeña Chloe sin perseguidor, aunque ella siguió corriendo hasta llegar a Cristian. Sonreí ante la determinación inquebrantable de esa niña.

—Hola. —Un estremecimiento me recorrió, cuando su voz grave y sexy se deslizó por mis oídos.

Me giré un poco más y lo vi en una pose tímida, con los pies medio enterrados en la arena y las manos dentro de los bolsillos de los pantalones; aunque su sonrisa me sugería lo contrario, le sonreí de vuelta.

Se sentó detrás de mí con sus caderas apretando las mías y entrelazó sus brazos alrededor de mi cintura. Reconocí las oleadas de nuestro vínculo, ahora tan familiar y reconfortante. Apoyé mi cabeza en su pecho y me relajé permitiendo que la agradable sensación me llenara.

—Te echaba de menos. —Su aliento cálido en mi cuello y su olor, hizo que el momento relajante fuera sustituido por otra sensación mucho más excitante.

Reconocí ese calor que se precipitaba desde mi interior y que se transformaba en pasión fácilmente. Suspiré y envolví mis brazos entorno a los suyos con la intención de calmar mi excitación. Incliné mi cabeza para poder ver su rostro, y supe que no se había perdido detalle de todo lo que estaba sintiendo, por poco no conseguí controlar el fuego cuando por fin respondí, todavía acalorada:

—¿Tan pronto me has echado de menos?

—Siempre. —Sentí retumbar otras palabras, susurradas desde su pecho a través de mi espalda y supe que no era una mera palabra, era una promesa, e iba más allá de nuestro incondicional «T’estimo».

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