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Capítulo 39

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Bajo la oscuridad del exterior, un manto de estrellas me envolvía una vez más. Estábamos a finales de verano y el aire todavía era cálido. Sentía la brisa agitar mis cabellos de camino a los bosques. Caminaba en modo invisible; sabía que eso drenaría parte de mis energías, pero no quería correr el riesgo de que alguien pudiera verme hasta que no estuviera bien adentrada en la zona boscosa.

Mientras hacía sigilosamente mi camino hacia el oeste, repasé mentalmente los últimos recuerdos de la pasada tarde.

Me había despedido de Ruth y de Alma en el complejo. Sentí como si, antes de eso, hubiera estado años sin verlas, en vez de semanas. Me hubiera gustado nadar con ellas a través de los yumos y llevarlas al lago de Banyoles, para poder disfrutar aún más de su compañía, pero sabía que las podría poner en peligro, así que, por esa vez, me porté prudentemente y me contuve.

Abracé de modo automático la piedra, que reposaba en mi esternón sobre el traje de misión, regalo de Alma. Era de un color verde jade, semitranslúcida, del tamaño de una uña del dedo pulgar, estaba incrustada en plata y se sujetaba mediante un bonito cordón de cuero. Tenía la propiedad de hacernos parecer uno más ante los ojos humanos, era una de sus últimas invenciones, era asombrosa la habilidad que tenía mi amiga para realizar estos artilugios tan simples y tan valiosos al mismo tiempo. Llevaba otra igual para Jos, la guardada en uno de los múltiples e invisibles bolsillos del traje.

Miré hacia atrás, donde las hermosas vistas del valle me dejaron sin aliento. Los relieves de las montañas se recortaban bajo la luz de la luna llena.

Dentro del bosque me deshice de mi escudo invisible mientras iba avanzando hacia Olot. Pocos minutos después sentí la presencia de Jack. ¿Cómo era posible que tardara tan poco en encontrarme siempre? Me agaché y lo saludé en silencio, rozando mi mejilla con su hocico, húmedo y frío. Por un momento pensé en hacerlo retroceder para que volviera a las Gavarres, pero no lo hice, no quise. Pensé que tampoco sería algo terrible tenerlo cerca, él podría disfrutar de la Garrotxa mucho más, ya que era una zona de caza mucho más extensa y montañosa, así que resolví que si él lo quería, me acompañara.

Caminamos y corrimos alternativamente durante horas, solo se oía nuestra silenciosa marcha por las montañas y ocasionalmente escuchábamos el sonido de algún animal huyendo rápido, sospeché que era debido a la presencia depredadora de Jack. Conforme avanzábamos, el terreno fue cambiando, transformándose en bosques frondosos y en tierra negra a nuestros pies. Sentí la energía especial de aquel lugar volcánico, inspiré y me permití llenarme con ella antes de continuar.

Repasé mentalmente la ubicación de Jos; sabía que estaba cerca, que pronto amanecería y debía llegar a él, antes de que el sol estuviera en alto.

Llegamos al cabo de unos minutos y esperamos bajo la protección de los árboles. En el silencio oíamos los pájaros piar, mientras observaba la casa. Era una bonita construcción de piedra, grande y antigua. Estaba bien conservada y tenía un estilo rústico típicamente catalán. Rodeé el lugar apreciando cómo la luz anaranjada del amanecer se derramaba alrededor, tornando al lugar con una apariencia sorprendentemente bella. Ni una nube cubría el cielo, presagiando lo que parecía que iba a ser una mañana calurosa.

Sentí el tirón del vínculo y un escalofrío se propagó por mi cuerpo. Jos estaba allí.

Observé que algo se estaba moviendo dentro de la casa. Estaban despiertos. Por precaución me envolví en el escudo de invisibilidad, aunque llevaba la piedra que me hacía parecer humana, podría ser que Jos no estuviera solo. No quería correr riesgos. Hice un gesto a Jack para que se mantuviera lo más atrás posible.

Contuve el aliento cuando lo vi salir de la casa y dirigirse hacia el cobertizo. Vestía unos viejos tejanos de estilo informal, que le caían por las caderas y le definían los músculos con cada movimiento que hacía. Su torso estaba cubierto por una estrecha camiseta negra, de manga corta, marcándole las curvas esculpidas de su tórax, dándole un aspecto del que pensé que debería estar prohibido.

Pensaba que los meses que habíamos pasado sin contacto disminuiría la influencia que ejercía sobre mis emociones, qué equivocada estaba. Lo tenía a unos veinte metros, caminando con esa gracia felina tan característica de él. La impresión de verlo me hizo hervir la sangre y sentir en los oídos, los latidos sordos de mi corazón.

Después se detuvo y sentí sus ojos grises escaneando alrededor, hasta que se detuvieron donde nosotros estábamos. En su rostro apareció una vaga sonrisa que me hizo estremecer. Nos había descubierto, sabía que Jos podía eludir de alguna forma mi escudo invisible y, por supuesto, estaba Jack, que difícilmente pasaba desapercibido.

Jos se dio la vuelta hacia la puerta de la casa, ignorándonos intencionadamente. La decepción me recorrió, apiñándose en mi vientre. Como una tonta había supuesto que se iba a alegrar de que hubiera venido y, en lugar de eso, me daba la espalda. ¡Qué ingenua había sido! Me di una palmada mental por ser tan estúpida e ilusa en mis conjeturas, imaginándome que me daba una bienvenida calurosa. Ahora mis pensamientos giraban en otra dirección, quizás durante este tiempo se había cansado de esperarme, podría haber encontrado de alguna forma un botón capaz de apagar sus sentimientos, y lo había pulsado… matando lo que sentía por mí, o quizás había encontrado a alguien más… No sabía cuál de esas divagaciones era peor. Lo miré de nuevo, comiéndomelo con los ojos; definitivamente no sería difícil para él, con su aspecto y la sensualidad que irradiaba, era suficiente para atraer a cualquier mujer a kilómetros de distancia. Ahora no me sentía solo tonta, sino rematadamente tonta.

Vi que algo se movía detrás de Jos y me incliné para poder ver mejor. Dando pequeños pasos había un bebé de unos dos años de edad. Llevaba una vieja muñeca de trapo entre sus regordetes bracitos. Vestía un sencillo vestido veraniego, sin mangas, y sus hombros se balanceaban marcando el andar inestable, propio de la edad. Recorrió con saltitos alegres y torpes los pocos metros que le faltaban hasta llegar a Jos. Después le tendió la manita y él la tomó.

Me sobresalté cuando soltó un alegre chillido. Señaló hacia donde estábamos nosotros y empezó a gritar en catalán:

—Gosset! Allà Gosset 13

Me alarmé al segundo siguiente, sabiendo que Jack había atrapado su atención y se le acercaba sin titubear. El lobo se adelantó hacia ella. Salí de mi invisibilidad y, aunque Jos estaba más cerca, me adelanté con la intención de proteger a la niña, ya que Jack no era, desde luego, ningún perrito inofensivo. Ignoraba cómo podía ser su reacción ante un bebé.

No llegué a tiempo para detenerlos, para cuando estuve lo suficientemente cerca, la niña palmeaba alegremente el costado de Jack. Mi estupor creció, al sentir el gruñido satisfactorio del lobo hacia el bebé, y admiré el acierto de Jos de no interferir, al leer las emociones del animal.

Vi cómo Jack cruzaba una intensa mirada hacia Jos.

—Hola, Jack —le saludó mientras lo acariciaba.

El animal aulló suavemente demostrándole su reconocimiento.

Luego, Jos dirigió su mirada, ahora más plateada que gris, hacia mí.

—Bienvenida, Ari.

Le oí pronunciar mi nombre como si fuera una caricia, su voz provocó una inesperada nube de ávidas sensaciones en mi estómago y cerré los ojos, en un intento de recobrar la compostura. No sirvió de mucho, ya que cuando los volví a abrir, me lo encontré a un paso de mí. Su movimiento me había pasado inadvertido, y su cercanía provocó de nuevo aquel extraño vuelco en mi interior.

Sentí cómo sus ojos recorrían mi cuerpo y se detenían brevemente en mi cintura, donde estaba enroscado el látigo que me regaló. Eso sucedió la última vez que nos habíamos visto. Me ruboricé furiosamente, muy avergonzada, cuando recordé las últimas palabras que le dirigí ese mismo día…, lo había mandado a la mierda… y ahora mi maldita y rápida lengua traicionera de entonces permanecía quieta, incapaz de devolverle una simple disculpa. Hasta que al fin conseguí inclinar mi cabeza a modo de saludo.

—¿Por qué has venido? —Me encontré con su mirada curiosa, esperando mi respuesta.

Quise decirle la verdad: «He venido por ti», pero en su lugar mi boca se abrió en una mentira.

—Me han enviado aquí —respondí.

—Mientes fatal —declaró.

Vi asomar una sonrisa ladeada de suficiencia en su rostro, había captado la contradicción de mis emociones.

¡Mierda! El revoltijo de sensaciones chocaron en mi cabeza, recordando que ahora tenía una lista de bastantes adjetivos para poder describir mi comportamiento inapropiado: bocazas, egoísta, mentirosa, imprudente, cobarde… y, por supuesto, ahora, tonta al cuadrado.

—Eh, no te sientas mal. No pretendía ofenderte. —Su tono era suave y sus ojos brillaban con comprensión, Jos había vuelto a leer mis emociones de nuevo. Suspiré.

—Creo que te debo una disculpa, la última vez que hablamos, no me comporté bien contigo. Lo siento. —Las palabras me salieron roncas.

Sentí que el rubor me cubría, hasta picarme por todo el cuero cabelludo. Bajé la vista, fijándola en las botas, y con gestos automáticos tracé círculos en el suelo. Me detuve al instante cuando recordé que Elo hacía eso mismo.

—Disculpas aceptadas.

Nos quedamos en silencio por un momento, mirándonos el uno al otro, sin saber muy bien cómo proceder. Después la energía en forma de cálida brisa empezó a arremolinarse alrededor, estrechando el vínculo y se desvaneció cuando algo desvió nuestra atención. Vi que el bebé prácticamente aporreaba y retorcía las orejas de Jack, como si fuera un peluche. El animal aguantaba estoicamente la pequeña agresión, sin emitir ni un quejido. Un segundo después, Jos le tomó rápidamente la manita a la niña y la volteó hacia mí.

—Ella es Chloe.

—Hola, Chloe, soy Ari. —Me incliné para estar a su altura.

Avergonzada, trató de esconderse detrás de Jos y se medio ocultó, agarrando los pantalones tejanos fuertemente con sus deditos. Era preciosa. Tenía un rostro de rasgos muy finos. En su cabeza destacaba una mata de suaves rizos, de cabello castaño rojizo. Poseía unos grandísimos y redondos ojos verdes de aguda mirada. Tenía las mejillas arreboladas confiriéndole la ternura delicada, como la de los querubines de Miguel Ángel.

La muñeca yacía, olvidada, en el suelo. La recogí y se la ofrecí agachándome. Prácticamente me la quitó de las manos y se volvió a esconder, antes de poder decirle ni una palabra. Me reí del astuto bebé. Enseguida comprendí por qué a Jack le caía bien.

Jos sonrió, pero frunció el ceño cuando pareció evaluarme de manera mecánica.

—Deberíamos entrar; te presentaré al resto de la familia, también sería conveniente que te cambiaras el traje. No es seguro que te vean con él.

Asentí comprendiendo al instante. Después me giré para ver dónde estaba Jack y lo encontré al abrigo de la sombra de los árboles. Nuestras miradas se cruzaron y luego se volvió, hasta que lo vi desaparecer por el bosque. Me volteé de nuevo y vi que Jos se dirigía hacia la casa, llevaba a la niña sentada sobre uno de sus musculosos brazos, la imagen me pareció chocante, aunque me recobré al segundo siguiente y lo seguí.

13. En catalán: Perrito, allí perrito.

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