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Capítulo 40

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Me detuve en el umbral de la casa, absorbiendo los detalles. Era muy acogedora y olía deliciosamente. La cocina se encontraba a la izquierda, era vieja y se notaba en algunos lugares que había sido reparada más de una vez. Una mujer, de mediana edad con el cabello recogido en una cola, se encontraba allí, haciendo el desayuno sobre un fogón de leña. El comedor estaba unido a la misma zona amplia. Una gran chimenea abarcaba la pared del fondo de la izquierda. Estaba apagada, pero tenía unos leños preparados para encender. Enfrente había un sofá de cuatro plazas y dos butacones, ninguno de ellos hacía juego, aunque se veían increíblemente cómodos. A la derecha, al lado de una gran ventana, había una clásica mesa de madera rodeada de ocho sillas, todas tenían un cojín sobre el asiento y todos diferentes. Las fundas estaban hechas de retazos de tela, que, aunque no coordinaban entre ellos, ofrecían una imagen agradable.

Con la pequeña Chloe todavía en brazos, Jos se acercó a la ocupada mujer, que no se había dado cuenta de mi presencia. Era una escena tan familiar que me sobrecogió, haciéndome sentir una intrusa.

—Eso que haces huele delicioso.

Vi el perfil sonriente de la mujer mientras observaba cómo la pequeña agarraba la camiseta de Jos entre sus puños.

—Gracias, Jos. ¿Podrías avisar al resto de la familia que el desayuno está preparado?

—Sí, por supuesto —asintió educadamente—, pero antes quiero presentarte a alguien.

La mujer dejó una bandeja llena de comida sobre la encimera y se giró hacia mí. Tenía unos cálidos ojos castaños, del mismo color que el cabello. Se frotó las manos en el delantal mientras me observaba con curiosidad.

—Mónica, te presento a la compañera que estábamos esperando, se llama Ari —nos presentó Jos.

—Hola, Mónica, encantada de conocerte —saludé.

Me incliné, pero ella se adelantó y, con una sonrisa, me rodeó con sus brazos y me dio dos besos en las mejillas.

—Hola, Ari, bienvenida. Soy la prima de Jos. Conocerás al resto de la familia enseguida.

Jos dejó a la pequeña Chloe en una silla que había sido adaptada para ella. En ese momento aparecieron, del fondo del salón, un niño de unos ocho años y una niña de unos cinco; corrían jugando y gritando algo así como quién llegaría primero. Detrás de ellos iba un hombre.

Al verme, todos se detuvieron.

—Vaya, no ha sido necesario avisaros. Ya estáis aquí —les dijo Mónica, con expresión divertida, mientras trasladaba la bandeja de comida de la encimera a la mesa.

—Ari, ellos son mis dos hijos mayores; Jordi, Lisa y mi marido, Xavier.

Los niños me saludaron con un rápido «hola» y cuando vieron el desayuno, continuaron su camino abriéndose a codazos hasta la mesa. Una carcajada escapó del hombre cuando se oyó a Lisa decir que había sido la primera. Luego se dirigió a su esposa y con un gesto íntimo, le puso un brazo en la cintura y le besó en la sien. Pude oír cómo le susurraba: «Buenos días».

Ahora me sentía doblemente intrusa, me puse al lado de Jos avergonzada; quería mi agujero para la cabeza. Desentonaba en ese espacio feliz y familiar, estaba desgreñada tras pasar toda la noche en el camino, y con el traje de misión puesto. En ese instante deseé ser humana.

Xavier, todavía sonriendo, apuntó su mirada, tan parecida a la de la pequeña Chloe hacia nosotros.

—Bienvenida.

—Gracias —añadí con un gesto sincero de asentimiento, que me devolvió, después se dirigió a Jos.

—Puedes acompañarla a que se acomode primero, así luego podréis desayunar tranquilamente.

Me ruboricé cuando Jos me lanzó una descarada mirada, repasándome de los pies a la cabeza, con una sonrisa ladeada.

—Sí, creo que sería lo más conveniente —acordó.

Jos me acompañó a la parte trasera de la casa. Recorriendo un corto pasillo con puertas a los lados. Sin detenerse señaló una, y me informó que era el baño. Fuimos hasta el fondo y entramos en una pequeña habitación oscura. Abrió una minúscula ventana y la luz del día la iluminó. Era un almacén. Estaba rodeado de estanterías y cajas, todas ellas etiquetadas. Se agachó tomando una de ellas. La caja estaba marcada como: ropa verano talla S. Puso encima algo extra, envuelto en un paño, y la depositó en el suelo. Después la abrió y rebuscó dentro.

—Creo que por aquí podemos encontrar algo que te sirva —me dijo con una sonrisa suspicaz mientras me entregaba la caja.

Tomé lo que me ofrecía, estaba llena. Por un momento desconfié, al ver el brillo burlón que apareció en sus ojos mientras cerraba la puerta y me dejaba sola. Intenté mirar por encima, pero no pude ver exactamente las prendas que contenía.

Me alegré al descubrir lo que había debajo del paño. Era gelatina de lavanda, además, de la buena, el olor me llegaba, sin ofender mi olfato.

Un rato más tarde, suspiré derrotada mientras miraba el puñado de ropa de la caja, esparcida alrededor. No era nueva, pero estaba limpia y aún conservaba la textura y los tonos adecuados del tejido. El problema era que la gran mayoría eran vestidos alegres, camisas y tops con motivos estampados. Solo se salvaban unos pantalones tejanos rasgados en algunos lugares, y otros de tipo cargo, color verde caqui. Ahora entendía la burla de Jos. Toda esa indumentaria no me pegaba en absoluto. Afortunadamente, encontré unas camisetas de manga corta, básicas y de colores neutros, así como ropa interior nueva, empaquetada en bolsas y, benditas sean…, unas Converse grises, aunque no eran nuevas, sí se ajustaban a mi talla.

Recogí todo dentro de la caja y me dirigí al baño. Me aseé con la gelatina, antes de guardarla de nuevo junto con la ropa. Me cepillé el cabello, ahora limpio y mojado, dejándomelo suelto. Me decidí por los tejanos y una de las camisetas blancas de manga corta. Me colgué la mochila por un hombro antes de salir.

Volví a la cocina comedor y la mirada de aprobación de Mónica reforzó en mí la seguridad que por un momento había perdido.

—Pareces auténticamente humana. —Frunció el ceño, confusa, mientras observaba mi collar nuevo.

—Es por esto, hace que los humanos no me distingan como una gen. Una amiga del complejo me lo dio. —Toqué la piedra jade de mi garganta.

Recordé que llevaba otra para Jos. Rebusqué hasta encontrarla dentro de la mochila y se la tendí, con la cuerda de cuero colgando, poniendo cuidado para no tener que hacer contacto con él. La recogió y se la puso enseguida. Un escalofrío me recorrió, al pensar en la tonta idea del hecho de llevar los dos el mismo colgante. Eso me hacía sentir absurdamente más unida a él. Tuve que apartar la mirada, cuando una de mis sonrisas favoritas cruzó su boca.

—¿Qué más has traído en esa mochila? —me preguntó, atrayendo de nuevo mi atención.

—Medicamentos, kit de supervivencia y el traje de misión —le respondí, encogiendo los hombros.

Asintió aprobadoramente, después me la pidió. Se la ofrecí en un gesto. Seguidamente la abrió, recogió los medicamentos y se los dio a Mónica; que se agachó y los guardó en lo que parecía ser un escondite debajo de una baldosa del suelo. Tomó la mochila con todo lo restante y la escondió, apiñándola en otro lugar, detrás de un zócalo. Sus movimientos parecían fluidos, como si ese mismo gesto hubiera sido realizado demasiadas veces.

—Lo escondemos por precaución. Debes saber que Xavier es uno de los líderes de la resistencia humana contra los gen. Si descubrieran cualquier indicio de que estamos a vuestro favor, o sospecha... Nos matarían sin dudarlo —expuso Mónica.

—¿Matan solo por una sospecha? —pregunté sorprendida.

—Son extremadamente desconfiados y cautelosos. Si nos descubrieran, no se salvarían ni nuestros hijos. —Los ojos de Mónica se oscurecieron de ira.

El silencio que siguió después fue suficientemente aterrador como para darme cuenta del sobreriesgo que soportaban al protegernos a Jos y a mí. No sabía cómo íbamos a sobrevivir a esto, lo que sí sabía era que nada sería suficiente para pagárselo. En ese mismo instante decidí que lo menos que podía hacer por ellos era protegerlos, arriesgando mi vida igual que ellos arriesgaban la suya.

Algo flotó en el aire, desconcertada observé la mirada convenida de Jos. Fue como si una promesa no pronunciada hubiera sido asentada, pero Mónica pareció ajena al sentimiento; se frotó las manos en su delantal al mismo tiempo que se incorporaba, gesto que, por su parte, indicaba que daba por concluida la conversación.

Observé a Xavier, acercándose para envolver entre sus brazos a Mónica. Lo miré, con una nueva concepción de respeto por la carga que llevaba sobre sus hombros. Ella se deshizo cariñosamente del abrazo, después me cogió de la mano y me llevó de nuevo al baño. Me indicó un taburete con motivos infantiles.

—Siéntate, acabaremos enseguida —me ordenó.

Me senté obedientemente frente al espejo, viendo de refilón que de un pequeño escondite detrás del armario sacaba un neceser. Sentí cómo sus dedos me cepillaban el cabello y lo retiraba a un lado. Noté que trabajaba con algo en mi nuca.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté curiosa.

—Esconder tus branquias. Ellos son capaces de identificarte por esto.

Al cabo de unos minutos, Mónica peinó mi cabello en una trenza, hacia un lado. Cuando terminó, me acercó un pequeño espejo por detrás. Observé que mi nuca estaba lisa. Palpé con delicadeza la zona y me admiré de lo creíble que parecía.

—Buen trabajo —elogié.

—Gracias. Deberás aprender a hacértelo tú misma, al igual que Jos lo hace —me aconsejó.

—¿Jos también lleva esto? —La miré a través del espejo.

—Sí. Siempre. Evitamos que nos sorprendan, así que siempre las tapamos.

—Pero no puedo nadar con esto adherido, no podré respirar —conjeturé. Su rostro se tornó grave.

—Deberás evitar a toda costa que te vean nadar, porque podrían descubrirte. Estos apósitos no funcionan bajo el agua, tus branquias los despegarían —me dijo en un susurro.

Asentí, comprendiendo la importancia de tener en cuenta siempre esa precaución.

Las siguientes horas pasaron rápido. Los niños jugaban fuera, inocentemente ajenos a nuestra conversación. Mónica y Xavier me pusieron al corriente sobre los hábitos que tenía la comunidad de humanos que habitaban en la zona. Eran hábitos prácticamente familiares y de subsistencia, totalmente comprensibles. Otros, como los de la resistencia, para atrapar a los gen: las trampas en los yumos y en los yum… o los métodos que utilizaban para conseguir ubicaciones gen, así como cualquier forma de obtener información.

Me instruyeron en cómo debía comportarme, cómo parecer humana. Los detalles me parecían extraños, porque me sentía humana, en cómo las diferencias podían ser aberrantes a través de otros ojos me resultaba inverosímil. Deseaba que, de alguna forma, ese grupo resistente entendiera que no estábamos en su contra, que teníamos sentimientos iguales a los suyos y que también queríamos vivir en paz, hasta, incluso, que comprendíamos su miedo, porque los gen también lo teníamos. Nosotros ya estábamos destinados a la extinción, sin la necesidad de ninguna amenaza externa. Condenados a morir sin reproducirnos. ¿Qué destino podría ser peor que ese? Aun así el miedo los cegaba. Los impulsaba a luchar a toda costa.

El miedo es la emoción más perversa que existe, o te bloquea, aislándote a ti mismo, caso que no se estaba dando, o actúa extendiéndose como un cáncer que carcome todo lo sano a su alrededor. La pregunta que me rondaba era que cuánto estaba dispuesta la resistencia a arriesgar por sus miedos. No quería saber la respuesta, porque lamentablemente la intuía, ya que yo actuaría del mismo modo. Lucharía hasta el final, al igual que ellos.

Me sorprendió que mi estómago no se revolviera, después de ingerir el buen desayuno que me ofreció Mónica, mezclado con todos los conceptos escalofriantes que aprendí. Mi supermetabolismo demostró una vez más estar hecho a prueba de bombas.

Cuando salí al exterior, vi a Chloe jugar con su muñeca. Jordi y Lisa se pasaban una pelota.

Observé la luz cálida del sol veraniego, contrarrestó fuertemente con mi tormentoso estado de ánimo. Parecía una ilusión que tan cerca se estuviera gestando cualquier amenaza…, el brillo en las hojas, la cálida brisa, que atraía las risas de los niños y los suaves sonidos del bosque… eran tan engañosamente fascinantes como para hacerlo imposible de percibir.

Quería mi agujero especial en el suelo para esconderme, pero por primera vez no era para evitar la vergüenza ni tampoco la cobardía, sino porque deseé solo por un momento dejar de sentir.

—No puedes hacer eso. Ya lo sabes.

Me sobresalté al sentir a Jos, de repente, tan cerca.

—¿Hacer qué? —Quise saber a qué se refería.

—Por un momento he sentido tu deseo de invisibilidad al completo. —Sacudió los hombros restándole importancia mientras llevaba sus manos a los bolsillos traseros de los tejanos.

Tenía mi poder fuertemente atado, no había utilizado ninguna de mis habilidades gen, obviamente él sí.

—Pero… si no me he hecho invisible. ¿Qué quieres decir?

—Has deseado aislarte, no sentir…, eso no puede ser… a menos… que estés muerta. Únicamente los muertos se pueden permitir el lujo de no sentir, dejar de existir. La pregunta que debes hacerte, Ari, es si quieres eso realmente. Ten cuidado con lo que deseas, puedes estar atrayendo la energía que lo propicie. —Me miró y no me hizo falta el vínculo para saber hasta qué punto le había entristecido mi emoción.

Caminó hasta mi lado y, después de un momento de silencio, prosiguió la conversación mientras miraba a los niños jugar.

—Lo difícil en la vida no es vivir en sí, eso significa pasar los días. Lo difícil es ser capaz de tomar las decisiones adecuadas. Ser lo suficiente hábil como para enfrentarte a las que son erróneas e intentar arreglarlas, todo eso sin dañar a nada, ni a nadie por el camino.

Eso había sido muy profundo. Supe qué quería decirme y qué pretendía. Debía seguir adelante con una decisión legítima, una que se sintiera correcta. A partir de ahí, vendría lo demás, me enfrentaría al futuro en consecuencia.

Imité su gesto y recorrí el borde del bosque que nos rodeaba, apreciando internamente su consejo. Inconscientemente, incliné mi ceja cuando le devolví la mirada.

—¿Ahora eres poeta, además de empático? —Sonreí.

Me sonrió de vuelta negando ligeramente con la cabeza, después la inclinó.

—Ven, quiero que veas algo. —Señaló un lateral de la finca.

Observé la espalda de Jos y pude notar con detalle, que sus branquias habían sido escondidas, bajo los mechones de cabello oscuro que adornaban su nuca. Después contuve el aliento, mi mirada viajó a sus amplios hombros, admirándolos bajo su camiseta, me demoré cuando llegué a la espalda, hasta su perfecto trasero. Vi el momento que se tensó, haciéndome volver bruscamente a la realidad, solté de golpe el aire. ¿Se habría dado cuenta de que me lo estaba comiendo con los ojos? Sintiéndome todavía inestable, lo seguí por el camino tortuoso que conducía a la parte de atrás, agradeciendo las zapatillas deportivas que llevaba puestas. Arrugué mi nariz cuando un fuerte olor a campo invadió mis fosas nasales.

A la derecha del camino había un gran cobertizo que lindaba con la pared de la casa, se detuvo en la primera puerta y la abrió. Me hizo una señal para que echara un vistazo dentro.

No era muy amplia y estaba decorada de forma sencilla. Las paredes eran antiguas, de piedra, dándole al lugar un toque rústico. En la esquina de enfrente, a la izquierda, había una chimenea pequeña que aún contenía cenizas. Unos leños, sin quemar, estaban apilados a su derecha en el suelo, en el mismo lado, pegada a la pared, se hallaba una mesa cuadrada, con una gran vela a medio quemar encima, y tres sillas estaban alrededor. Delante de la chimenea había un sofá de dos plazas.

En la pared de mi izquierda se encontraba un pequeño armario. Observé que en la parte derecha de la habitación, había una ventana. Al otro lado, pude ver una puerta medio abierta, se trataba de un lavabo, le seguía una mesita de noche que bordeaba una cama doble con las sábanas revueltas y era lo suficientemente grande para que cupieran tres personas. Al otro lado de la cama, contra la pared, había una silla llena de ropa. No fue difícil deducir que era la habitación de Jos, el lugar estaba impregnado de su olor…: vainilla y canela.

—Te alojarás aquí —declaró.

—Pero… aquí… ¡Esta es tu habitación! —Traté de leer en su rostro, pero no me miraba, sus ojos vagaban por el lugar, sin fijarse en nada.

Suspiró y se pasó los dedos por el cabello, cepillándoselo hacia atrás y dejándolo atractivamente revuelto. Estaba nervioso… ¿Frustrado tal vez? Forcé mis manos en puños, para evitar el impulso de calmarlo siguiendo el camino que habían trazado sus dedos. Después habló en susurros como si estuviera evitando que alguien más pudiera escuchar:

—La historia que hemos contado para tu llegada es que eres mi novia. Es lo más creíble. Debemos permanecer juntos y no podemos alojarnos con la familia. La casa es visitada muy a menudo por los vecinos, incluso por miembros de la resistencia; es una forma de evitar que sospechen algo. Es más seguro así.

Apreté mis labios con la vista fija en la cama y él lo vio.

—Puedo dormir en el sofá, no te preocupes por eso —apuntó.

—Gracias, pero… podrías haber dicho que soy tu hermana.

Sus cejas se alzaron cómicamente y estalló a carcajadas.

—¿Por qué lo encuentras tan gracioso? —Sonreí contagiada.

—Porque cualquiera que nos vea juntos, aunque estemos distanciados de unos metros, deduciría que no somos hermanos. —Estaba serio y cualquier rastro de humor había desaparecido.

Sentí su mirada insondable recorrer mi rostro. El aire empezó a espesarse y tragué con dificultad, las palabras salieron torpes de mi boca.

—¿Tan… tan… evidente es…? —tartamudeé.

Inclinó levemente la cabeza, afirmando mi suposición y sonrió, pero esta vez su sonrisa no llegó a los ojos. Luego salió de la habitación indicándome que lo siguiera.

Jos me llevó alrededor de la masía, por detrás era una granja, donde estaban ubicados los establos. Me presentó a las dos yeguas y los dos caballos que tenían. También me mostró el gallinero y dónde pastaban los demás animales. Tenían ovejas, cabras, vacas, cerdos y un pequeño huerto. Me explicó que eran autosuficientes. Que comían todo lo que se podían permitir del ganado: leche, huevos y queso, así como de las hortalizas y verduras que cultivaban, también los intercambiaban en el pueblo por otras cosas que les era difícil de obtener por ellos mismos.

La carne escaseaba, en raras ocasiones se podían permitir matar algún animal de la granja, normalmente eran cerdos o alguna oveja.

Me explicó que allí había trabajo todos los días, se tenía que limpiar y mantener el lugar; alimentar a los animales y hacerlos pastar.

Cuando estábamos finalmente a punto de acabar el recorrido, me mostró un pozo de donde obtenían el agua, así como una pantalla solar y un molino eólico que abastecía de electricidad a la casa con energía renovable, aunque la dosificaban, ya que la granja necesitaba de mucha.

Me gustó el lugar. Era un refugio pacífico, familiar y enorme.

Pasamos por los tendederos cargados de ropa, antes de aparecer por la derecha de la casa hasta el frontal, donde seguían jugando los niños. No me había dado cuenta de que habíamos pasado casi todo el día alrededor, hasta que vi que el sol declinaba y mi estómago rugía hambriento.

Mónica fue hacia los tendederos y puso la ropa seca en un cesto. Me acerqué y la ayudé con la labor.

—Tenéis una casa preciosa. Me gusta mucho —le dije.

—Gracias, por apreciarla y por ayudarme con esto —dijo señalando el montón de ropa, y añadió—: Espero que pienses lo mismo dentro de unas semanas…, hay días que resultan muy duros, conlleva mucho trabajo y no voy a negar que nos va a ir muy bien que estés aquí. Necesitamos un par de manos más.

Observé alrededor entornando los ojos hacia el sol, maravillándome del lugar otra vez. Comprendí que Jos y yo, dada nuestra naturaleza más fuerte y resistente que la humana, éramos unos buenos efectivos con las tareas. Seguramente para nosotros, no sería tan agotador como para ellos.

—Estoy segura que pensaré lo mismo —le respondí con una sonrisa.

Una risa musical escapó de ella, antes de avisar a los niños de que entraran a la casa para un baño. Jordi y Lisa entraron corriendo, Jos iba detrás de ellos con la pequeña Chloe en brazos.

Estábamos a punto de cenar, cuando oímos los pasos de Xavier en la entrada.

Los niños se abalanzaron hacia él, en un gran abrazo apiñado, antes de sentarse en sus sillas. Después saludó a Mónica con un abrazo y nos miró sonriente.

—Jos, he traído algo que te va a gustar… Cuerdas para tu ballesta.

—Gracias, ahora podré repararla. —Vi cómo la emoción cruzaba el rostro de Jos.

La cena transcurrió animada, Xavier nos explicó los planes para el día siguiente; tenía que ir al pueblo por la mañana, para abastecernos y después asistiría a una reunión. Aunque no dijo con quién se iba a reunir, el tono lo delató y todos dimos por sentado que se refería a la resistencia. Los demás íbamos a quedarnos al cuidado de la granja. Tuvimos una conversación sobre el cuidado de los animales y las cosas que se necesitarían próximamente, ya que el otoño se acercaba.

Dimos las buenas noches a Mónica, que se fue a acostar a los pequeños; los demás nos quedamos para recoger los restos de la cena. Cuando terminamos, nos despedimos de Xavier y nos fuimos hacia la puerta, pero antes de cerrarla, pude escuchar a Jos pidiéndole a Xavier que tuviera cuidado. Me pregunté cuánto arriesgaba en cada reunión.

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