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Capítulo 42

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Me quedé ahí, apoyada en la puerta con los ojos cerrados, intentando detener una necesidad que Jos había despertado en mí y no comprendía. Noté el vacío de su ausencia y, al momento siguiente, volvió con una bolsa de deporte.

Me cogió de la mano y me guio fuera de la casa hacia el bosque. Su contacto viajó caliente hasta mi brazo, lo sentí tan agradable que esta vez no me retiré.

—¿A dónde vamos? —logré preguntar al cabo de un momento.

—Te gustará, es un pequeño refugio privado que descubrí hace tiempo. —Tiró de mi mano.

Caminamos durante un buen rato; era una noche cerrada sin luna y apenas lograba ver los pies con mi visión gen, aunque sentí la oscuridad como si fuera un manto protector.

Llegamos a una especie de gruta, cavada de forma natural dentro de la montaña. Allí la oscuridad era más profunda. Conforme avanzábamos, a través de las cuevas, el olor a cerrado y a tierra vieja se hizo más penetrante.

Jos retiró una roca que hizo aparecer una abertura hacia otra cueva, se deslizó por ella y me indicó que lo siguiera. Intenté no tropezar en la pronunciada bajada que seguía, cubierta de traicioneras piedras pequeñas y arena. La claustrofobia del momento desapareció cuando el aire del espacio llenó mis fosas nasales. Traspasamos un umbral rocoso y me asombró la amplitud de la cueva. El techo era muy alto y oía el agua deslizarse en algún lugar cercano. Sentí que Jos se agachaba para buscar algo en la bolsa, sacó una vieja lámpara y la encendió. Miré maravillada alrededor. Estábamos en una cueva grande y amplia, a la izquierda había unas rocas negras y planas; a la derecha pude ver un manantial natural de agua, por el que salía vapor caliente; olía ligeramente a azufre. El lugar estaba cargado de energía vieja y sana, eso hacía que mi lado gen quisiera abrirse y llenarse. Me sentí desilusionada al saber que no podía hacerlo, debía contenerme para no ser rastreados. Jos notó mi ansiedad y se acercó.

—Aquí estás segura, este lugar es profundo y está demasiado resguardado, aquí no pueden detectar nada. —Mi sonrisa favorita se formó en sus labios.

Comprendí el significado de lo que me decía y sin perder tiempo liberé mi lado gen, llenándome y dejando ir la pesada contención de mi poder.

Oleadas de energía me envolvieron, sentí el intercambio del aire cálido y húmedo de la cueva envolviendo mi cuerpo. Era como si fuera una batería que se estuviera cargando, sentí la fuerza penetrando en mi cuerpo, vibrando, fortaleciendo mis sentidos y mi mente. Perdí la noción del tiempo mientras estuve así, pero cuando fui consciente de ello, me encontré suspendida en el aire a casi dos metros del suelo, cuando me pareció que ya estaba llena, instintivamente aterricé con un suave golpe.

—Parece que necesitabas esto. ¿Te encuentras mejor?

Renovada, volteé mi cabeza hacia el sonido de la pregunta de Jos, después fijé mi mirada en mis pies.

—Sí —le respondí con un suspiro de alivio.

Lo siguiente que sentí fue el cuerpo de Jos contra el mío, como una dura roca, perfectamente moldeada, suave y caliente. Volvió a besarme, aunque esta vez sin avisar, tampoco fue necesario. Le devolví el beso y él tiró de mi rostro y de mi cabello hacia atrás, para profundizar más; sentí de nuevo la pasión y el calor, aquel calor especial y único que sentía solo con él. Nuestra conexión se vio fortalecida, la energía fluyó y se tornó visible, al igual que el aire sobre el asfalto recalentado contra el sol.

Las oleadas de calor, como lava líquida, hicieron que en mi interior creciera sin parar una tensión que desconocía. El corazón latía fuerte en mi pecho, extendiendo rápidamente la sangre caliente.

Esta vez, no iba a detener lo que habíamos empezado, no podía y sabía que él tampoco lo haría. Era como si toda la conciencia que poseía fuera dominada por mi instinto y me decía que Jos tenía la cura para ese calor, pero cada vez que me movía contra él, el calor aumentaba y yo anhelaba más, estaba absorbida en un imparable frenesí.

En un momento algo cambió, una necesidad imperiosa tomó el control de nuestros cuerpos. Los besos se volvieron exigentes y duros. Nos movíamos desesperados en busca de más contacto, aun sabiendo que estábamos tan juntos que no cabría ni un alfiler entre nosotros. Entonces sentí la ropa como un estorbo y, al segundo siguiente, nuestras prendas volaban alrededor y aterrizaban bajo nuestros pies, ahora descalzos.

Piel contra piel, nos sumergimos en el agua termal, como si fuera un bálsamo calmante; la prisa dejó de tener sentido y se esfumó, dando paso a la determinación.

El agua nos cubría hasta la cintura. Admiré el pecho desnudo de Jos ante mí. Toqué su torso musculoso, maravillándome con la perfección de su piel mientras lo sentía temblar bajo mi contacto.

Lo descubrí haciendo lo mismo y noté que mi cara debía estar granate porque me ardían las mejillas, pero él enfocó su mirada en mis ojos y volvió a besarme, tierno y profundo; al mismo tiempo que me sujetaba, haciendo que mis piernas se elevaran y abrazaran sus caderas. Después mordisqueó tiernamente a lo largo de mi clavícula, trazando un camino, lo que me hizo estremecer. Sentí los mechones de su cabello oscuro cosquilleándome en el cuello, hasta que llegó a mi pecho. Lo acarició con la boca y eso hizo que descargas de placer me recorrieran por todo el cuerpo. Luego me sobrevino el calor, mucho calor…, un ardor que se disparó hasta abajo, hacia mi vientre, como si tuviera un hilo conductor. Instintivamente me arqueé contra él, con un temblor de los buenos. Nos hundimos por completo en el agua y nuestros sentidos acuáticos gen empezaron a zumbar, nuestros ojos se adaptaron haciendo nítida nuestra visión y volviéndose ámbar. Estábamos tan cerca que pude observar el detalle, los ojos de Jos tenían un bonito reflejo, en forma de motas, entre el familiar color azul metálico.

Estaba tan embutida en el momento y tan concentrada en todas nuestras partes que se tocaban, que cuando sus pensamientos me llegaron me aturdieron.

Ari…, por fin…, pero… debo controlarme, ir poco a poco y con cuidado…

No quise oír más, impulsé mi cabeza fuera del agua, arrastrando conmigo a Jos. A través del vapor pude ver la confusión en su rostro. Miré fijamente a sus ojos, ahora oscurecidos por las espesas pestañas mojadas, puse las manos en sus mejillas y, arrojando mi vergüenza por los aires, le dije en un ronco susurro:

—Ni se te ocurra contenerte. Te necesito, lo necesitamos.

Esas palabras bastaron o tal vez fuera la fuerte necesidad que se disparaba a través de mis emociones, lo que hizo que a Jos se le disipara cualquier duda y su autocontrol desapareciera, llevándose el mío de paso. Vi cómo sus pupilas se dilataban en respuesta y su respiración se volvió entrecortada, antes de besarme ferozmente. Mis dedos se enredaron en su cabello manteniendo su rostro contra el mío. Percibí que su esencia particular a vainilla y canela se intensificaba.

El deseo y la urgencia se cristalizaron, agitando el agua caliente en pequeños remolinos de colores alrededor nuestro.

Sentía nuestros cuerpos unidos de una forma ardiente, sus manos y sus besos hacían cosas enloquecedoras y tormentosas en mi piel, y en mis entrañas.

Me mecí contra él instintivamente susurrando su nombre, guiada por un lado natural, salvaje y primitivo… Él estaba ya dentro de mí, fundiéndonos en uno. Esperé sentir dolor o algo parecido, pero sentí lo contrario. Lo noté deslizarse bajo mi piel. Nos movimos, su cuerpo y el mío subiendo y bajando en oleadas de placer, llenando todo el espacio.

Me volvió a besar empujando su lengua en mi boca exigiéndome más, y yo se lo di. Después levantó la boca y me susurró algo en el oído, que no entendí y no me importó, porque yo estaba más allá, precipitándome hacia un final magnífico. En ese instante, todo mi mundo era él. Cuando creí que no podría resistir más placer y que me partiría, él me enseñó que todavía podía más.

Esa era mi primera vez y no fue ni tierno ni dulce; fue precisamente lo que necesitábamos, fue… perfecta.

Muchos minutos más tarde, sobre una manta, en una roca plana, yacíamos desnudos, entrelazados y saciados.

Cerré los ojos, escuchando el sonido relajante del agua; sentí el cálido aliento de Jos en la mejilla cuando me preguntó:

—¿Estás bien?

Sabía que él detectaba cada emoción que me atravesaba, no era justo, eso solo iba en una dirección. Levanté la cabeza de debajo de su barbilla.

—¿Eso es una pregunta retórica? —Lo miré ceñuda.

—Sí. —Sonrió relajadamente y algo pagado de sí mismo.

Entonces me cruzó por la cabeza el pensamiento de que habíamos alcanzado un objetivo entre nosotros, que lo que había pasado podría cambiar en adelante los hechos y había una gran mochila repleta de eso para hacer a nuestras espaldas.

—¿Qué vamos a hacer? Después de esto… —Reflexioné.

Su sonrisa se amplió. Me volteó con la espalda sobre la manta y se puso sobre mí.

—Vamos a continuar y repetir tanto como queramos —susurró en mi cuello.

Y lo hicimos.

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