Gen

Gen


Capítulo 45

Página 47 de 56

Las siguientes semanas pasaron como un borrón. Durante todo ese tiempo, mi poder no volvió, aunque intentara llegar hasta él, sentía que era absorbido antes de poder salir. Estaba preocupada, pero curiosamente no me sentía mal por ello. Pasaba los días montando a Místic y ayudando en la granja, en ocasiones me quedaba vigilando a los niños y hablando con Mónica. Cuando podía, escapaba para dar largos paseos por el bosque. Muchas veces lo hacía con Jos, otras con Biel. Sentía a Jack merodear cerca, pero se alejaba, ya que no podía sentirlo como antes, no sabía si lo hacía porque quería su espacio personal o bien porque me daba a mí ese espacio. El hecho era que solamente su presencia me calmaba y sabía que eso era recíproco. Así que no le di importancia, sabía que cuando nos necesitáramos, en cualquier momento, estaríamos allí el uno para el otro.

Ese lugar se había convertido, poco a poco, en mi hogar. No echaba de menos el complejo, y sus trifulcas, aunque sí a mis amigos o a mi hermana Eloise. Lo que sí tenía claro era que no pensaba volver mientras me sintiera bien en Olot... y pudiera quedarme.

Al principio, me preocupó que la relación con Jos cambiase por mi falta de poder, pero no fue así. Aunque nuestro lazo de unión parecía diferente, mi cuerpo, ahora como humano, lo sentía igual de bien, disfrutábamos juntos y a él tampoco le importaba.

Yo sabía que algo estaba diferente en mí. Mi carácter de por sí ya era explosivo y ahora tenía más necesidad que nunca de explotar. La mayoría de ocasiones eran arranques emocionales por situaciones tontas que no siempre controlaba, después me frustraba por no dominar mis emociones a tiempo. Aprendí a contar hasta diez y a respirar profundamente antes de hablar o reaccionar. Eso ayudó, pero no sirvió para que no se dieran cuenta, sobre todo Jos.

Estábamos en nuestra habitación delante del fuego, aprovechando el calor y la intimidad, como muchas veces hacíamos. Eran nuestros momentos preferidos. Hablábamos en voz baja de cosas cotidianas; los productos que recolectábamos, las provisiones de las que disponíamos, si a Lisa le había caído otro diente, qué nueva palabra decía Chloe, qué travesura nueva hacía Jordi…, entre otras más preocupantes; si la resistencia había puesto nuevos detectores, o si Biel presentaba signos de cambio para convertirse en gen.

No nos llegaban noticias del complejo no solo porque era arriesgado, sino porque simplemente no había novedades importantes que contar. Tampoco me preocupaba, porque la escasez de noticias facilitaba que su ubicación continuara siendo secreta. Pero, tarde o temprano, deberíamos contactar con ellos, de una forma u otra y eso sí me inquietaba. No quería que supieran qué me estaba pasando realmente.

—Ari, ¿te encuentras bien?

El fuego de la chimenea iluminó el rostro de Jos y vi su entrecejo fruncido de preocupación.

—¿Otra vez la misma pregunta? —exhalé.

El fruncido se profundizó en respuesta.

—Sí, estoy bien. —Me incliné y mis labios lo rozaron, intentando borrar ese signo entre sus cejas.

—Últimamente pareces más cansada, y sé que te despiertas a menudo por las noches… —Su mirada escrutó mi rostro.

—Puede que sea por mi poder, lo tengo dentro, así lo siento, simplemente no sale. —Me encogí de hombros restándole importancia a ese hecho.

—Deberíamos intentar hablar con Oriol —propuso.

—No. No aún. Dame más tiempo, apenas han pasado tres semanas.

—Está bien, dos semanas más, después buscaremos la forma de comunicarnos con él. —Me miró fijamente.

No me pareció suficiente tiempo, pero sabía que no iba a obtener más por mucho que insistiera. Así que estuve de acuerdo, y eso pareció calmarlo de alguna forma.

Después nos besamos, una cosa llevó a la otra y acabamos amándonos, como cada noche y como cada noche, era diferente. Siempre había algo nuevo. Una conmoción nueva en el rostro de Jos, una mirada, una sonrisa, una pulsación distinta en mi corazón, un estremecimiento desconocido hasta ese momento…; nunca me cansaría de eso. Esa noche entendí las palabras que Jos me susurraba siempre, cuando me sobrevenía el clímax. Cuando intentaba recordarlas no podía, y tampoco le pregunté, porque, en esos momentos, mis sentidos se abarrotaban en la cima, haciéndome perder la cabeza; y también porque sabía que nuestra relación iba más allá de las palabras. Me pareció que carecía de sentido preguntarle después, pero esa noche le escuché murmurar: «T’estimo» y lo comprendí. Era en catalán y decía: «Te amo», eso provocó que me subiera a otra ola de culminación a la que él se unió y entendí que él sabía que yo había reaccionado a ellas.

Esa noche dormí de un tirón.

Al día siguiente la mañana apareció nublada, hacía frío y la niebla espesa se arremolinaba alrededor de la casa. Estaba con Mónica, en la cocina, haciendo el desayuno matutino, era algo importante allí. Cuando la familia se reunía y hablábamos de todo y de nada a la vez. Era uno de mis momentos favoritos, siempre había risas y bromas con los niños. Lisa y Jordi nos describían sus hazañas infantiles y también expresaban sus quejas, a menudo nos sorprendían utilizando razonados argumentos, más propios de adultos que de niños. Entonces vislumbraba la mirada de añoranza en el rostro de Mónica y Xavier. Sus hijos estaban creciendo en unas circunstancias difíciles, y su futuro era muy impredecible. Era una constatación de que, poco a poco, se nos estaba acabando el tiempo.

Saqué el pan recién hecho del horno y lo dispuse en la mesa. Aquella mañana los niños aún no se habían levantado y Mónica y yo trabajábamos en un armonioso silencio.

—Ari, ¿te encuentras bien? —Sus palabras resonaron demasiado nítidas, bajo el ambiente sigiloso.

Otra vez esa pregunta, pero no podía ignorarla. Era la primera vez que ella me lo preguntaba.

—Sí, ¿por qué lo preguntas? —le dije, y empecé a cortar el pan.

Ella apartó los tomates, dejó el cuchillo sobre la encimera y se volteó hacia mí, mientras se limpiaba pensativamente las manos en el delantal.

—He estado pensando… que últimamente comes poco, duermes mucho, y eso extraño que te está pasando con tus poderes y… no sé, pero has pensado… que quizás estés… ¿embarazada? —vaciló.

¿Embarazada? ¡No! No podía ser, los gen éramos estériles. Pero la palabra empezó a tomar fuerza, cuando me di cuenta de la falta de mi ciclo menstrual y en todos los signos que debía desencadenar un embarazo… y coincidían todos.

De repente un fuerte sofoco interior me invadió, miré fijamente al pan como si le fueran a salir cuernos y me agarré en el borde de la mesa para mantener el equilibrio.

—¡Oh, Dios! ¿Es posible que esté embarazada? —Mis pensamientos salieron claramente por mi boca.

Un estrépito de madera cayendo al suelo me hizo levantar la vista y allí estaba Jos. En el umbral de la puerta con la mirada estupefacta fija en mí; a sus pies rodaban los leños que se le habían escurrido de entre las manos. Vi por primera vez como a Jos le caía algo.

Las emociones surcaron los rasgos de su rostro: sorpresa, alegría, pánico y, por último, consternación. Miré a Mónica y en sus ojos había ternura.

Al instante siguiente Jos estaba frente a mí y tenía mis manos entre las suyas, no dudó, no preguntó, sino que afirmó algo que me inquietó aún más:

—Estás embarazada…, ahora me cuadra todo.

No quería creerlo, no quería más complicaciones de las que ya teníamos. Me avergoncé de no querer algo que realmente deseaba, porque si en mi vientre llevaba un bebé, mío y de Jos, lo quería.

Fue una mañana extraña, tuve que correr hacia el baño y vomitar lo poco que había ingerido. Después lloré aterrada por la magnitud de la situación mientras balbuceaba sobre el pecho de Jos.

Los niños fueron mandados a la habitación de juegos, con un bocadillo, y nos quedamos en la cocina esperando la llegada de Xavier, para darle la noticia y hablar.

Mónica me ofreció una taza de hierbas, que afortunadamente calmó mi estómago y mi estado de ánimo. Sus ojos en ningún momento habían abandonado esa mirada llena de ternura.

Más tarde, cuando llegó Xavier y lo supo, nos felicitó alegremente. Me pareció chocante, pero al mismo tiempo era lo apropiado en esa situación.

No dije ni pío, mi cabeza estaba envuelta en una densa bruma. Escuché las palabras y frases argumentadas que fueron dichas sobre la mesa. Todas eran razonables. Trataban sobre las necesidades de una embarazada y de lo prodigioso del caso, hasta que claramente oí a Jos.

—Puede ser una situación de peligro. Tenemos que sacarla de aquí y llevarla al complejo. Necesitará asistencia médica.

Era lo más sensato, pero una certeza inquebrantable en mi interior no lo sentía así. Entonces me levanté de un empellón.

—No voy a moverme de aquí, no puedo. Ese plan no es válido —declaré, con una rotundidad indiscutible.

Tres pares de ojos me miraron atónitos y cuando notaron que la sorpresa también me recorría a mí, más atónitos se mostraron. Entonces una chispa de energía fluyó y vi cambiar algo en los ojos de Jos.

—Tú no acabas de decidir eso —balbuceó.

—N… no —tartamudeé pasmada.

Nos miramos en silencio, comprendiendo que algo grande acababa de pasar y nuestra asombrosa deducción se confirmaba: el bebé había decidido. Mónica y Xavier nos dirigían miradas a uno y a otro, parecía que esperaban ver hacia dónde se lanzaba la próxima bola, como si la conversación fuera un partido de tenis. Bajé la vista hacia mi vientre y lo acaricié con orgullo y la comprensión rodó por toda la mesa. Fue cuando Jos tomó la palabra y se dirigió a nuestros anfitriones:

—Sé que os pedimos mucho, que ponemos vuestras vidas en riesgo, pero esta situación nos supera a todos. Significa que, por primera vez, existe una esperanza real de un cambio hacia la paz entre nuestras razas, hasta incluso una posible cura… y si nos lo permitís, nos gustaría, de momento, quedarnos aquí.

Mónica y Xavier aún tenían maravillados los rostros y los ojos posados sobre mi vientre.

—Por supuesto —dijeron con seguridad al unísono.

Por la tarde todos estábamos de acuerdo y ya teníamos trazado un plan que parecía el correcto porque en ningún momento hubo otro arrebato del bebé. ¿Cómo había sido posible? Toda la situación me resultaba inverosímil.

Por lo que pudimos deducir, en términos generales, el embarazo se estaba desarrollando igual que el de una humana. Nos quedaríamos allí todo ese tiempo y antes que diera a luz, los niños se irían a un lugar seguro, como medida de seguridad. El resto, continuaríamos en la granja; como medida de precaución, mantendríamos el embarazo en secreto para todos los gen del complejo porque si la noticia se filtraba… sería un gran problema.

Afortunadamente, Mónica tenía experiencia en partos, ya que ayudaba en algunas ocasiones a las comadronas del pueblo. Ella y Jos me asistirían en el nacimiento del bebé. Si se complicaba, Jos me llevaría al complejo o bien iría a buscar ayuda allí, mientras Xavier se cuidaría de que no fuéramos rastreados.

No sabíamos cómo, ni con qué certeza, pero estábamos seguros de que, de un modo u otro, íbamos a hacer lo que fuera para que ese bebé sobreviviera.

Esa misma noche noté diferente el trato que me profesaba Jos. Eso me gustó y me sentí halagada porque ahora había, en cada caricia, una devoción y un amor distinto que antes no existía.

No sabíamos qué podía depararnos el futuro, pero lo que sí era un hecho incuestionable era que la cosa se podía complicar, incluso que podría morir… y si eso podía suceder, estaba más que decidida a atesorar cada momento y cada instante de lo que me quedara de vida.

Ir a la siguiente página

Report Page