Gay sex

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BLOQUE V. Otras dimensiones del sexo » 15. El porno » La injustificada mala fama de la pornografía

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El porno

La ciencia ficción de la sexualidad

El porno es una producción artística sin pretensión de verdad. Lo que sucede en una película de este género no es más que una sucesión de escenas que se basan en las fantasías sexuales de un grupo potencial de espectadores, pero que no pretenden reflejar la realidad. El porno tampoco tiene propósitos educativos, sino el de servir como mero entretenimiento y acompañar en sus masturbaciones a quienes lo visualizan. El porno no es ningún tipo de documental sobre la sexualidad humana, como las películas de superhéroes no son documentales sobre nuestro sistema judicial. Sin embargo, muchos de nosotros continuamos considerando el porno como una representación fidedigna de los comportamientos sexuales de los demás y de sus expectativas sobre nuestros cuerpos (y nuestros rendimientos). ¿Por qué?

Probablemente porque, a diferencia de las películas sobre policías o sobre superhéroes, en la sexualidad no contamos con la cultura necesaria para observar el porno con una mirada crítica. Nuestro conocimiento previo sobre la investigación policial nos dota de esa mirada que nos hace pensar: «Los detectives de las películas siempre tropiezan casualmente con la pista definitiva que los conduce al asesino, pero la realidad de la investigación criminal suele ser mucho más complicada». Ante el porno, sin embargo, estamos indefensos y tergiversamos nuestra sexualidad pretendiendo acomodarla a la fantasía de sus guionistas. Pero esto no es culpa de los guionistas, sino de esa ignorancia nuestra causada por los meapilas que pretenden impedir que hablemos sobre sexo en medios públicos, escuelas, etcétera. Con el propósito de mejorar tu autoestima erótica, vamos a reventar todos los mitos sobre la sexualidad que transmiten las fantasías del porno. Para que te des cuenta de que ser un gran follador no requiere parecerse a los tíos que actúan en esas películas: ni ser como ellos ni actuar como ellos.

Las clases de educación sexual en los centros educativos se limitan a describir los órganos genitales, hablar de reproducción y contracepción (en el mejor de los casos) y, con suerte, a explicar algunas prácticas sexuales como quien lee un diccionario. Los padres y madres no hablan apenas de sexualidad con sus hijos e hijas, y si lo hacen, se limitan a repetir lo anterior. Pero cualquier adolescente sabe que aquella información es insuficiente a la hora de meterse en la cama con alguien, pues a casi ninguno le explican cómo se hace una mamada o cómo se echa un polvo. Y, obviamente, ante la evidente falta de información práctica y teniendo el recurso tan a mano, los adolescentes entran en Internet y consumen porno con la esperanza implícita de aprender a follar (igual, por cierto, que nosotros espiábamos las revistas porno de nuestros padres o leíamos las que traía algún amigo al instituto). Pero con el porno no se aprende a follar, se aprende la ciencia ficción de la sexualidad. Sexólogos y psicólogos (modo irónico ON) aplaudimos esta situación que nos llena las consultas de personas cargadas de problemas sexuales, pero (modo irónico OFF) a la vez pensamos: «¿Y no sería mejor enseñar a los adolescentes a follar para que no tuvieran problemas sexuales en el futuro?». Los libros sobre sexualidad, los materiales escritos por profesionales formados y con criterio deberían estar al alcance de los adolescentes. Materiales donde se les informe y se les enseñe a tener una buena relación con su sexualidad. Y también deberían recibirlos todos los adultos que no tuvieron una adecuada información en ningún momento de su vida. Estos textos deben ayudarlos a vivir su sexualidad con más paz y gozo. También con muchísimo más placer. En ello estamos tú y yo justo en este momento.

El porno nos ofrece referentes, otras visiones, nos enseña que hay muchas otras formas de tener sexo además de las que ya conocemos. Eso es muy bueno. Pero no nos enseña cómo vivir esas experiencias. O nos lo enseña con fakes. Y eso es malo. Por eso, para sacarle mucho más partido al lado positivo del porno, debemos ser conscientes de su lado negativo.

El porno es ciencia ficción en varios sentidos, comenzando por el fake de la predisposición. En una escena porno, dos tíos se cruzan en la frutería de un supermercado. Uno de ellos sujeta un pepino y mira al otro, que le comenta: «Yo tengo un pepino mucho más gordo». Con esa frase, al primero ya se le hace el culo pepsicola y le responde: «Pues a mí me encantaría comerme un pepino así». Se siguen al baño (los carritos se quedan abandonados en mitad del supermercado sin que nadie se extrañe de nada) y se empotran sobre la taza del váter después de unas mamadas profundas. Al final se corren el uno sobre la ropa del otro y regresan al supermercado, recuperan sus carritos (que nadie ha movido de donde los abandonaron) y pasan por la sección de limpieza a comprar quitamanchas para la lefa reseca. ¿En serio? A ver, que todos sabemos que hacer cruising es relativamente fácil. Pero también es fácil que no te hayas lavado ese día y que te escurra la mierda sobre la polla que te meten. Así que, polvo, lo que se dice polvo…, para prevenir derrames involuntarios, igual el empotramiento se queda en mamada. Y eso si os concentráis a pesar de los ruidos de gente entrando y saliendo del baño. Es más probable que todo se quede en una pajilla medio mal hecha y os dais los teléfonos para follar otro día más tranquilos. Bueno, quedaréis si el otro no tiene novio o si se acuerda de ti. La realidad y la ficción pueden coincidir algunas veces, pero pocas.

Vale, quitemos lo del cruising en el supermercado. Estás con tu novio preparando la ensalada. Comentas lo del pepino y él te dice que el suyo es más gordo. ¿Ya tienes el culo abierto solo con que te diga que su pepino tal y cual? Pues no. Como ya sabemos, la mayoría de las veces necesitas tu tiempo para relajar el anillo del culete y que te empotre con brío. Ni tampoco se te pone el rabo tieso solo con que tu novio te diga: «Ay, nene, que yo sé dónde tienes otro pepinazo que estoy deseando comerme». O sí, a veces. Pero no por norma. Así que nada de «polla desbraguetada, polla empotrada en tres segundos». Todos necesitamos algo más de tiempo para prepararnos.

Lo más habitual es que no estemos predispuestos para follar en mitad de la rutina cotidiana a no ser que las horas anteriores hayan sido de jugueteo e insinuaciones sexuales. Eso no significa que seas poco sexual, sino que eres normal: la mayoría de los hombres no se ponen cachondos en tres segundos. El porno nos ha hecho creer que todos estamos predispuestos, empalmados y dilatados en el tiempo que tardamos en decir las dos únicas frases que tiene el guion de la película. Y eso no es cierto. Claro que una película que reflejase la realidad sería un muermo.

Imagínate una porno que comenzara con uno de los protagonistas en su trabajo recibiendo un mensaje de su novio sobre el negro de WhatsApp y que, tras verlo, responda que le gusta más la polla que tiene en casa porque lo rellena sin dolor y le da mucho más gustito. Que el otro conteste que él le da gustito cuando quiera… «Pues esta tarde me das gusto en casa…» «Me la vas a comer de rodillas.» «Y tú me la vas a chupar sin manos.» «Pues luego te voy a abrir el ojete con toda mi lengua.» «Quiero verte arrancándome los calzoncillos.» «Cabrón, me has puesto cachondo.» «Hazte una foto del rabo tieso y me la mandas.» «Vale, pero tú también.» «Hasta ahora, amor.» Se van a los lavabos de sus oficinas, se mandan las fotos de sus pollas y se prometen follada al llegar a casa. Luego siguen trabajando. Imagínate que, a continuación, la película nos los muestra comiendo con los compañeros de la oficina. Que nos enseña lo que hacen durante las horas que les quedan de trabajo hasta la hora de salir, cómo se envían otros mensajes cuando están en el metro: «Ya estoy cerca de casa, apenas llegue me voy lavando el culete.». «Ufff, que me pones muy cerdo cuando sé que te estás preparando para mi polla, yo estoy a 18 minutos según Google Maps.» «Venga, te espero.» La peli sigue cuando llega al portal, sube, abre la puerta: «Hola, ¿qué haces en la cocina?». «Estaba preparándome una ensalada de pepinos.» «Pepino el que te voy a dar yo.» «A ver ese pepinazo.» «¡Ven pa cá y come!»

¿Verdad que no te imaginas una peli porno de siete horas y media que te explique todo lo que hay antes de un polvazo-de-los-de-te-espero-en-la-cocina-cachondo? La película te muestra el polvo final, no todo el precalentamiento. Además, tú te pones a ver porno cuando ya estás cachondo y vas directo a la escena en la que comienza la acción y cortas en la escena en que te corres. En el porno no interesa todo el previo pero eso no significa que, en la vida ese precalentamiento no sea imprescindible. La predisposición que muestra el porno es un recurso narrativo, una elipsis, yendo directamente a las escenas que te interesan para tu paja y obviando los pasos intermedios. Pero, al final, reproduce el mito de que un hombre de verdad siempre está dispuesto para echar un polvo con quien sea, donde sea y cuando sea. Mentira todo. Los hombres de verdad también prefieren escoger con quién follan, dónde follan y a qué hora follan. Y aunque alguna vez hayas estado dispuesto con quien, donde y cuando fuera, no hagamos norma de lo que ocurre esporádicamente (o cuando eres un jovencito rebosante de hormonas).

Todo lo anterior aún podría ocurrir en la vida real si el frutero tuviera la moral alta. Otro problema puede aparecer si no te sientes especialmente orgulloso de tu rabo y crees que tus 14 centímetros, más que pepinazo, son un pepinillo, y que, claro, ¿cómo vas a ir alardeando del pollazo que le vas a meter? Porque la ficción del porno, con sus castings para seleccionar al 1 por ciento de hombres que tienen un rabo por encima de los 20 centímetros, nos hace creer que las pollas que pueden dominar la situación son las largas, gordas y duras.124 Nos hace creer que tu polla (esa que tú crees pequeña aunque está en la media) no te permite alardear, ni tomar una actitud proactiva ni ser sexualmente provocador, porque tienes miedo a que un coro de demonios suban desde el mismo infierno a cantarte: «Tú no tienes un pollón, ¿dónde vas, chuleando con esa mierda de pilila, maricón?». Y si no los demonios, sí que resonarán en tu cabeza los ecos de las maricas malas, de los chistes, de las pullitas y de los comentarios despectivos repitiendo: «¿Cómo vas a hacerte el chulo con esa minipolla que gastas?». Porque, como todo el mundo sabe, si no vas sobrado de rabo, no puedes ir sobrado de sex appeal, ni de personalidad ni de nada. Eres un picha corta y mejor quédate quietecito y callado, ¿verdad? Al igual que sobre el mito de la disponibilidad, el porno ha construido una narrativa sobre el mito del tamaño: supuestamente si no eres pollón no puedes mostrarte sexualmente audaz. Pero, como ya deberíamos saber a estas alturas del libro, las pollas del porno ni son pollas normales ni dan más gusto porque sí. Y aunque sean reales, son anecdóticas y no representan la media del tamaño de las pollas que tenemos el resto de hombres.

Tampoco son pollas representativas del rendimiento. Un amigo, que es actor porno y ha trabajado con los estudios más importantes del sector, me explicaba:

En el porno todo es fake: las erecciones, las lefadas, ¡todo! Lo primero que te hacen, cuando llegas al rodaje, es ponerte un caverjet y ya tienes la polla tiesa aunque estés pensando en otra cosa. Igual que en los shows porno: yo estoy encima del escenario bailando con la polla tiesa y pensando en la compra que tengo que hacer en el Mercadona.

Sabiendo esto, no te sorprendas de que las erecciones en la pantalla sean imperiales, ¡están dopadas! Algún actor podrá mantener una buena erección durante mucho tiempo, no digo que no, pero sigue sin ser lo habitual. En este sentido es mucho más realista el porno vintage, antes de la aparición de medios artificiales para provocar la erección. Allí podías ver pollas que a veces se reblandecían y que no siempre estaban tiesas como nardos. Las pollas suben, bajan, se ponen duras y se ablandan a lo largo del mismo polvo. No es realista pensar que el rabo estará tieso durante treinta minutos seguidos. En el porno, si el actor no lleva puesto nada que le provoque una erección, es probable que el rabo se le baje en algún momento. Cuando eso ocurra, se tomará un descanso. Probablemente se refrescará, beberá algo para hidratarse y descansará. Y algo similar ocurrirá con el culo de quien haga de pasivo. Antes de comenzar a rodar se habrá limpiado, se habrá puesto cremas que reduzcan el dolor y faciliten la dilatación, se habrá aplicado varios dildos de tamaños progresivos y se habrá lubricado hasta las orejas. Por eso, cuando a alguien le tocan el ojete en una porno, le entra el dedo hasta la muñeca con solo una caricia. Durante el rodaje, interrumpirán la acción de vez en cuando para que el pasivo se lubrique todo lo que sea necesario e incluso se tomará un descanso si empieza a dolerle el culo. Análogamente a lo que antes explicaba sobre los preliminares, también esto se omite durante la escena y no verás una porno en la que los actores dialoguen: «Para, para, que me duele». «Tranquilo, descansa un poco y ponte crema, que ahora seguimos. Yo voy a tumbarme un rato para recuperar fuerzas y seguir empotrándote cuando tú estés preparado.»

En el porno parece que todo ocurre de un solo tirón…, ¡ja! En algunas películas, sobre todo las grabadas en exteriores, es fácil observar que las sombras de los objetos cambian de ángulo debido al movimiento del sol mientras han estado follando-parando-follando-parando. Incluso la cantidad de luz varía en algunas escenas. Se puede ver que ha transcurrido mucho más tiempo del que te muestran en pantalla.

Otro aspecto poco veraz es el de los movimientos. El porno está pensado para estimular visualmente. Eso significa que se tiene que ver lo que está ocurriendo, pero resulta que lo que ocurre durante una follada es que una polla frota una próstata dentro de un culo. Y eso no se ve (hasta que inventen el porno con escáner tomográfico), así que hay que mostrar que se está follando y, para mostrarlo, recurren a exagerar los vaivenes. Vaivenes que, dicho sea de paso, necesitan de una polla kilométrica para ser visibles. En cámara se muestra la follada, hay que ver la polla entrar y salir del culo para que se sepa que se está follando. No importa lo que ocurre dentro del culo con la próstata, importa lo que ocurre con la polla entrando y saliendo del esfínter. A mí, algunas escenas porno me recuerdan al cine mudo, con actores haciendo gestos exagerados con los que tratan de suplir la ausencia de diálogos. En la mayoría del porno, las posturas son forzadas, poco naturales, pero permiten a la cámara recoger el bombeo. ¿No te has fijado que el activo nunca sujeta al pasivo de las caderas con ambas manos porque uno de sus brazos se interpondría entre la cámara y el culo y no se grabaría la follada? Pues así con muchas posturas. Y hay algo más: si el porno hetero es acusable de varoncentrista porque (mayoritariamente) solo muestra lo que al varón le proporciona placer, el porno gay se puede considerar activocentrista por análogas razones. Si la follada fuera como sale en cámara, la cara del pasivo no sería de placer si no de estar soportando que lo perforen. Bueno, si te fijas, más de una vez esa es la cara que pone el actor… y eso que ellos están dilatados, lubricados y hasta anestesiados. Imaginad si follásemos así nosotros: ¡una mierda de polvo para el pasivo!

A mí personalmente hay un fake que me jode mucho. Si el porno gay a ti también te provoca la sensación de ser falso e impostado, no es una sensación, cariño, es falso e impostado. Lo es en la actitud. Es un porno donde no se permite la pluma en ningún momento y los actores, para que no se les note la suya, están forzados a poner cara de serios, malotes y chulos. Cosa que, a bastantes de ellos, no les sale de natural y se les queda cara de cabreados más que de machotes. Y berrean estereotipadamente, impostan una virilidad exagerada. En lugar de aceptar que un hombre gay se expresa de modo distinto a un heterosexual y que está bien tal cual, se pide a los actores que actúen como lo que no son. De nuevo nos topamos con aquello de «Vale que seas maricón, pero que no se te note mucho». Al reprimir tanto su naturalidad para aparentar machotería, acaban perdiendo la expresividad y no transmiten excitación. Si fueran actores del método, con carrera de Arte Dramático, hasta igual lograban resultar creíbles. Pero no. Y hacen un papelón. ¡Qué desastre todo!, ¡y qué puto desastre cuando algún maricón folla contigo como los del porno! ¡Te da la sensación de asistir a una performance en lugar de estar en mitad de un polvo!

También hay mucho fake en las eyaculaciones. Salvo estrellas míticas como Peter North, de quien se dice que tenía una próstata anómala y que por eso eyaculaba enormes chorros de semen a casi medio metro de distancia, la eyaculación de cualquiera de nosotros es mucho más modesta en cantidad y alcance que lo que aparece en el porno. Sí, todos hemos tenido tremendas eyaculaciones en alguna ocasión. Pero raramente. Lo habitual es eyacular entre 1,5 y 5,5 mililitros de semen (una cucharadita), así que el porno utiliza trucos geniales como el de la lefa artificial. La inicialmente actriz y posterior directora de cine porno Amarna Miller nos lo explica en un post donde, además de las diferentes recetas para fabricar «leche de macho», nos enumera las múltiples razones que hay para falsear la corrida:125 que no se ha grabado bien, que es poca cantidad para los estándares del porno, que no acaba de salir del agujerito (en una escena de creampie) y no se puede grabar el momento de «vaya, cómo te he dejado el ojete», etcétera. La cuestión es que, efectivamente, la leche que ves en las películas es falsa y puede lanzarse desde una bolsita oculta en la mano o, una vez grabada la escena, parar y recubrir el cuerpo del que ha recibido la corrida con unos cuantos chorros extra para que quede todo más vistoso. Y tú, eyaculando tu miserable cucharadita de leche caliente, ¿no es lógico que te sientas poco generoso ante la comparación? De nuevo vemos que el porno nos tiene muy engañados.

Puedes conseguir efectos interesantes si apoyas la polla justo sobre la cara del chico en el momento de la eyaculación de forma que se concentre allí todo lo que salga sin desperdigarse en salpicaduras sobre la almohada. Y luego restregarlo con unos golpecillos sobre el rostro del receptor. Así te saldrá una escena que parecerá de porno. Puedes eyacular después de una semana sin hacerlo y tendrás una considerable cantidad de semen (que es lo que hacen algunos actores porno: se mantienen abstinentes varios días antes del rodaje). Ok. Pero si eyaculas con frecuencia, recuerda: una cucharadita. Aunque quizá tu novio prefiera una cucharadita cada noche antes que un biberón semanal, ¿nunca lo has visto así? O quizá lo de menos es el volumen de tu eyaculación porque lo que importa es lo bien que os lo paséis antes de eyacular, ¿no? Pues eso: que no te creas ni medidas, ni predisposición, ni tamaños, ni aguante, ni cantidades ni nada de lo que sale en las películas porno.

El lado positivo del porno

Pero si la Fuerza tiene un lado oscuro, el porno tiene un lado luminoso.126 Siguiendo nuestra analogía con la comida, el porno puede funcionar como esos programas donde otros cocineros nos enseñan a preparar recetas. En este sentido, el porno puede ser muy útil para aprender nuevas posibilidades sexuales, para explorar nuestras propias fantasías y para darnos cuenta de que no somos tan raros. En más de una ocasión he comentado con algún paciente: «Si los estudios invierten en grabar porno sobre ese morbo concreto, es porque saben que hay mucha gente dispuesta a pagar por la película: lo que te gusta a ti les gusta a muchos».

La diferencia entre desviaciones y morbos es que las primeras son minoritarias y los segundos, aunque poco confesados, se repiten con frecuencia. Sé que nos gusta que nos azoten, escupan o abofeteen porque me lo contáis. Sé que nos gusta el morbo de sentirnos seducidos por alguien mayor que nosotros. Que nos pone cerdos que tres o más activos nos follen por todas partes, o tener a dos o más pasivos dispuestos a amorrarse juntos sobre nuestro rabo y deseosos de que vayamos penetrando sus diferentes agujeros hasta que les demos también nuestra leche. Y por eso hay porno rough, daddy, gangbang y reverse-gangbang…, entre otras muchas categorías. Si te pones a buscar, seguro que encuentras porno del que te excita en webs legales. Obviamente, al igual que en todas las anteriores páginas, nos referimos a la escenificación del sexo entre dos o más adultos que consienten.

Quizá a ti te cueste entender alguna de tus fantasías porque las analizas desde un prejuicio cultural (recuerda lo de «Cachondo voy, arrepentido vuelvo»). Es difícil, desde nuestra cultura, entender que te ponga cachondo ser inmovilizado y follado sin preguntarte. Aunque es más fácil entenderlo si explicitamos que el placer es innegociable. Es decir, tú das por sentado que aquel que te inmovilice y folle por todas partes estará implicado en hacerte gozar aunque te diga: «Y ahora voy a hacer contigo lo que A MÍ me dé la gana». Das por sentado que se va a encargar de comerte el culo, lamerte el cuello, follarte apuntando bien a tu próstata, etcétera, de forma que te proporcione placer. Nadie tiene esa fantasía pensando que el culo le va a doler horrores de principio a fin o que el activo se va a correr en menos de un minuto. Y si no hay placer físico, sí lo hay psicológico (que es igual de poderoso), porque estás explorando una fantasía, comprobando hasta dónde podrás llegar. Por esa razón, cuando ves porno con este contenido, te excitas y te masturbas: porque, sin darte cuenta, dabas por sentado que sería placentero.

Con este uso del porno, te darás cuenta de que muchos otros comparten morbos similares a los tuyos y eso te quitará vergüenza a la hora de pedirlo a posibles amantes. Hay porno verbal y moaning para los que se ponen muy cachondos escuchando o profiriendo verbalizaciones soeces y gemidos. Hay porno sobre pies, sobre dildos, sobre cuero, sobre afeitarse, sobre uniformes, sobre follar al aire libre o sobre comer pollas a través de gloryholes. Hay porno acerca de todo lo que puedas imaginar porque el deseo sexual se extiende y presenta en todas las situaciones. Si te gusta lamer pies, solo necesitas encontrar a alguien a quien le guste que se los chupes, o descubrirle a ese chico que acabas de conocer el gustazo que le proporcionará la comida de pulgares que le vas a hacer. Déjate llevar por tus morbos, para muchos pueden suponer un descubrimiento muy agradable.

En lo relativo a los cuerpos y movimientos, el porno amateur puede estar bien porque refleja mucho mejor la realidad. Y muestra a gente lo suficientemente contenta con su cuerpo como para grabarse en vídeo y compartirlo. Esto sería un sesgo, porque se graban aficionados que se ven físicamente parecidos a los actores porno. Pero también hay gente que tiene más confianza en sí misma y se graba con sus medidas normales, sus posturas normales y sus movimientos normales. Comparar porno profesional y amateur puede acercarte más a la realidad y, sobre todo, ayudarte a entender que el porno profesional no es más que una ficción.

La injustificada mala fama de la pornografía

Lo de que «el porno provoca violaciones» es el nuevo «los videojuegos provocan violencia». Evidentemente, como cualquier otra manifestación de la sexualidad humana, la pornografía tiene sus detractores, y no solo entre sectores conservadores, aunque estos sean los más beligerantes. En un estudio que circuló en redes hace un par de años se afirmaba: «El aumento del 2600 por ciento en imágenes de niños, más el 650 por ciento de aumento de delitos y violencia en revistas de sexo entre 1954 y 1984, sugiere poderosamente que sexualizar a los niños es algo sistémico en la pornografía. La habituación, la desensibilización y el condicionamiento llevan inevitablemente, por imitación, a más escenarios sadosexuales violentos, explotadores y conducta criminal».

Según su autora, Judith Reisman (2000), el porno provoca un cóctel neuroendocrino a base de testosterona, oxitocina, dopamina y serotonina con la capacidad de provocar cambios profundos en el cerebro que conllevan la adicción y la inevitabilidad de una sexualidad deshumanizada». El estudio estaba patrocinado por la Lighted Candle Society, de Utah, una entidad vinculada a la Iglesia mormona. Y no tiene respaldo científico sino que es una acumulación de disertaciones acerca de potenciales (y teóricos) efectos de la pornografía sobre los cerebros de quienes la consumen, salpicada de afirmaciones manifiestamente falsas, como eso de que la presencia de niños ha aumentado un 2600 por ciento en la pornografía. Que los sectores religiosos estén en contra del porno es algo que no debería sorprendernos. Para ellos, cualquier manifestación de la sexualidad humana que no sea el coito dentro del matrimonio heterosexual es cuestionable. Y si hablamos de sexo gay, ya conocéis su opinión.

No podemos tener en cuenta lo que quieren creer grupos que sostienen una visión sobre la sexualidad humana tan restringida como pacata. Sin embargo, hay sectores dentro de la educación, del feminismo, del activismo LGBT, de la sexología y de la psicología que también son beligerantes con la pornografía, especialmente con la que contiene algún tipo de rasgo BDSM. Los practicantes de esta disciplina son los más atacados por algunos grupos de los ámbitos antes mencionados, y la disputa proviene de la idea de que lo que se ve en el porno determina posteriores conductas y actitudes sexuales de dominación y sometimiento sobre la mujer o el gay pasivo. Sin embargo, la realidad estudiada con metodología científica nos muestra algo muy distinto.

Un estudio realizado con jóvenes varones (Štulhofer et al., 2010) manifiesta que el efecto de la exposición al porno solo acarrea un efecto negativo (pero leve) entre los que han consumido porno parafílico, pero que no se observa ningún tipo de efecto negativo entre los que ven porno convencional. Los autores del artículo afirmaban que «para contrarrestar el pánico moral pero también la glamurización de la pornografía, los programas de educación sexual deben incorporar contenidos que aumenten la alfabetización mediática y ayuden a los jóvenes en la interpretación crítica de imágenes pornográficas.» Debo aclarar que en las categorías parafílicas se encontraban el BDSM, el fetichismo, la zoofilia y las actividades sexuales violentas o coercitivas. Estoy convencido de que las comunidades kinky, rubber, leather y otras tienen mucho que objetar a que las dos primeras sean consideradas parafilias. En cualquier caso, se especificaba que el tipo de porno que causa ese leve efecto negativo es el de contenido violento.

Otro estudio, este llevado a cabo con mil jóvenes suecas (Rogala y Tydén, 2003) encontró que el 80 por ciento de ellas había visto porno, y que la tercera parte de este grupo consideraba que el porno había tenido impacto en sus vidas. Impacto, eso sí, que tenía que ver con el tipo de prácticas que solían realizar: el 47 por ciento había tenido sexo anal, una práctica que se consideraba más habitual entre mujeres mayores que entre adolescentes, y eso preocupaba especialmente porque apenas usaban condones ya que no era posible un embarazo (los heteros también buscan la forma de no usar condones, ya veis). En el próximo capítulo hablaremos sobre si los maricones somos unos inconscientes por no usar condón (spoiler: no lo somos), pero este estudio nos pone sobre la pista de que evitándose el inconveniente mayor (embarazo o VIH), las personas solemos priorizar el placer. A donde voy, que me desvío, es a que el porno influencia las vidas de esas jóvenes suecas abriéndoles la mente a una serie de prácticas. El problema es que, como nadie les ha dado la teoría, son prácticas que les resultan insatisfactorias porque el porno no les enseña a dilatar…, ni se lo enseñan sus madres en casa. Eso explica por qué los foros de Internet están llenos de preguntas sobre estos temas (guiño). Esta idea de que el porno no cambia tus guiones sobre el sexo, sino que los amplía, es la que demuestran Weinberg y otros autores en su estudio de 2010: la pornografía no te cambia, te añade nuevas visiones y modos de relacionarte con tu sexualidad y la de los demás. No te vuelve un sádico, sigues siendo un chico cariñoso que ahora sabe que hay otras muchas formas de tener sexo.

Otro estudio longitudinal, con una muestra amplia de jóvenes daneses (un país muy igualitario, por cierto), muestra que el efecto negativo de la pornografía hardcore es pequeño (Hald y Malamuth, 2008) y concluye: «Los resultados generales sugieren que muchos adultos jóvenes creen que la pornografía ha tenido un efecto positivo en varios aspectos de sus vidas».

Kohut, Baer y Watts (2016) mostraron que la pornografía, al contrario de lo que preconizan algunas teóricas radicales, no promueve actitudes de sumisión y cosificación de la mujer, ya que los hombres consumidores de porno tienen actitudes más igualitarias hacia las mujeres en lo referente a que asuman posiciones de poder, desarrollen una carrera profesional y ejerzan el derecho al aborto. Al parecer, lo que ocurre realmente es que la forma en que los hombres agresivos interpretan y reaccionan a la pornografía es totalmente distinta a la reacción e interpretación de los hombres no agresivos (para una revisión extensa ver Malamuth, Addison y Koss, 2000).

Esto nos devuelve a una de las tesis que venimos sosteniendo a lo largo de todo el libro: nada es ni bueno ni malo de por sí, todo depende de la interpretación que hacemos a causa de los sesgos con los que nuestra predisposición y experiencias previas conforman nuestra personalidad. No es el porno, eres tú. Curiosamente, se ha encontrado un efecto llamado «de tercera persona», que demuestra que la mayoría de las personas que están en contra del porno lo están porque creen que los demás se ven mucho más influenciados por el porno que ellos mismos. Piensan: «Yo lo veo como una simple ficción, pero seguro que los demás se creen que esto es así y pueden terminar siendo agresores sexuales», sin tener ningún tipo de evidencia que sostenga sus opiniones (Lo y Wei, 2002). Una revisión de la American Psychological Association (Hald, Seaman y Linz, 2014) concluye que, históricamente, la violencia sexual disminuyó en aquellos países donde se aprueba la pornografía, y que esta más bien puede ser beneficiosa «al mejorar la vida sexual, contribuir al conocimiento sobre el sexo, proporcionar una salida sexual recreativa o un amortiguador contra las agresiones sexuales, o ayudar a evaluar o curar las disfunciones sexológicas comunes». Palabra de APA, te rogamos: léelos.

Referido exclusivamente a hombres homosexuales, se ha encontrado que, contrariamente a la creencia de muchos, la pornografía no tiene un efecto devastador sobre la autoestima de sus consumidores (Morrison, Morrison y Bradley, 2007), sino en aquellos que tienen la autoestima dañada y aún no se han liberado de la IH. Hay quienes señalan que un error común en los discursos académicos es el de considerar que la pornografía es algo homogéneo cuando, en realidad y por decirlo de algún modo, existen muchas pornografías (Corneau y Meulen, 2014), y que ya está bien de meterlo todo en un mismo saco, que así no se hacen las cosas si pretendemos investigar algo a fondo.

Interesante fue el hallazgo de un estudio con 477 noruegos gais y bisexuales que demostró que, a pesar de que la pornografía representa cuerpos ideales, los consumidores de porno no sentían esto como un problema para su autoestima erótica: se ponían cachondos viendo chulazos, pero no se sentían menos sexis ellos mismos. Muchos consumidores, con cuerpos más normales, se excitaban sexualmente viendo también a actores con cuerpos similares a los suyos. Todo junto remarcaba que una autoestima adecuada es el elemento que diferencia entre quienes disfrutan y quienes sufren a causa de la pornografía, como también se concluye en el estudio de Kvalem, Traeen e Iantaffi (2016). En resumen: el porno solo es pernicioso si tú tienes la autoestima jodida o eres un zumbado violento.

Otro efecto negativo es que aparecen prácticas sobre las que necesitas una formación mucho más amplia de la que te ofrece un producto para el divertimento. Una formación sin la cual puedes desarrollar problemas sexuales. Si, por ejemplo, te pone cachondo el fist, pruébalo primero con alguien experimentado y tras haberte informado bien sobre la técnica. Al final, si algo podemos recriminar al porno es que sea una industria cruel con los intérpretes y que, en algunos casos, ronde la prostitución al ser frecuente el trasvase entre esta y el porno. Ni son pocos los escorts que hacen porno ni pocos los actores que terminan haciendo de escorts. Y esto no es exclusivo del porno gay ni de las actrices porno, más de un actor heterosexual en persona ha hecho las delicias sexuales de adineradas señoras de buena familia. Suertudas ellas. Aquí volvemos a lo mismo: ni hay una (sino múltiples) pornografías ni hay una (sino múltiples) prostituciones. Y ese ya es otro asunto sobre el que, si quieres documentarte, te recomiendo que leas La difícil vida fácil, de Iván Zaro (2016), libro que, por cierto, sustituye y mejora cualquier capítulo que pudiera escribir yo sobre prostitución masculina.

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