Futu.re

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XIV. El paraíso

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Me siento en el césped, me reclino sobre la pared, tras la cual se acaba el suelo. Desde aquí, la vista es casi igual que la del jardín de la casa. «Aquí estoy, Basil, he venido. Estoy observando las colinas por nosotros dos».

—¡Deja de descojonarte! —Ella me pincha con el dedo en las costillas—. No tiene gracia.

Pero no puedo parar. La risa me desgarra por dentro como la tos de un tuberculoso, es imparable, me destroza la garganta y los bronquios.

Me río a carcajadas, la risa me agarrota el vientre, se me crispan las mandíbulas, me lloran los ojos, quiero parar, pero una y otra vez la boca del estómago se me contrae en un espasmo, me sigo retorciendo de la risa. Al verme, Annelie también se pone a reír.

—¿Qué… qué… tiene de gracioso? —dice ella con dificultad.

—Esa casa… No existe… Yo lo… decí… decía… Es u… una tontería.

—¿Y qué… qué casa… es ésa?

—Es… Es que… cuando era… pequeño… pensaba que… que era mi casa… que… ahí vivían… mis padres… Ja, ja… Ja, ja, ja…

—¡Jajaja!

—Me… me hace gracia… por… porque… no tengo padres… ¿Entiendes? ¡No tengo! ¡Soy de un internado!

—¿Sí? ¡Jo, jo, jo! ¡Y yo también!

—No tengo a nadie… A nadie… ¿Entiendes? ¡Por eso me río!

—¿Y el herm… hermano?

—¡Está muerto! ¡Muerto! Así que tampoco lo tengo… Ja, ja, ja…

—Ah… ¡Entiendo! Y ahora… ahora tampoco tienes casa, ¿verdad? ¡Ja, ja!

—¡Ajá! ¿A que es divertido?

Sólo asiente convulsivamente con la cabeza, tanta risa da todo esto. Luego, intentando calmarse, agita los brazos, se limpia las lágrimas.

—¡Y a mí me violaron los Inmortales! —confiesa ella, con una sonrisa abierta, como la de Mickey Mouse—. ¡Cinco a la vez! ¿Te… te imaginas?

—¡Hala! ¡Qué… qué fuerte! ¡Jajaja!

—Yo esta… estaba em… em… em… —Se revuelca por el suelo—. ¡Ay, no puedo! ¡Embarazada! ¡Tuve un aborto!

—¡¿Qué dices?!

—¡Ajá! Ja… Y mi… mi… mar… marido… simplemente… simplemente me dejó… ¡Se fugó! ¿Cómo lo ves?

—¡Mola! —Me ahogo de risa—. ¡Qué guay!

—Y todo eso me… No sé por… por qué… Todo… todo eso no me… no sé… En absoluto… Joder, qué risa…

—Y mi her… hermano… Fue por mi… Por mi culpa… mur… murió… Yo lo… lo delaté…

—¡Bien! ¡Buen chico! ¡Ja, ja, ja, ja! Y… no llama… mi… Wolf… Como si… ¿Entiendes? ¡Jajaja! ¡Qué imbécil soy! Como si… ¡Como si no me conociera!

—Y yo… ¿Sabes qué? He pensado… Me he imaginado… que nosotros dos… tú y yo… podemos vivir aquí… en este… este parque… Pues… ¿No seré idiota? ¡Ja, ja, ja!

—¡Eres idiota! ¡Idiota! ¡Ay! ¡Ay, basta! ¡No puedo más!

—Ja… ja, ja, ja, ja, ja…

—Vale. Vale, ya… Ja… ¡Basta! No sé qué… Qué ataque ha sido éste…

Asiento con un gesto indefinido; mi pecho sigue expulsando «je… je…», pero cada vez menos. Por fin cojo más aire y paro.

Annelie se tumba en el césped, mira al cielo. Por su vientre plano, con la piel de gallina, siguen pasando olas de tormenta que va amainando. Pone la cabeza de lado y me dirige su mirada picarona.

—Eh… ¿Por qué me miras así? —dice ella en voz baja.

—Yo… yo no te miro.

—¿Te gusto?

—Pues… Pues sí. Sí.

—¿Quieres follarme? Dime la verdad.

—Déjalo. Déjalo, Annelie. Así no…

—¿Que lo deje por qué?

—Déjalo. No está bien así.

—Es por Wolf, ¿verdad? O como se llame… Porque eres su amigo, ¿no?

—No. O sea, sí, pero…

—Ven aquí. Ven conmigo. Quítame estos pantalones horribles que me compraste…

—Espera. De verdad, yo… No entiendes, yo te…

—Me dejó. Cuando lo soltaron, simplemente se marchó. ¡Le importaba un carajo lo que fueran a hacerme! ¿Entiendes? ¡Le importábamos un carajo yo y mi hijo!

—Annelie…

—¡Ven aquí! ¿Quieres follarme o no? Lo necesito, ahora. ¿Entiendes? ¡Lo necesito!

—Por favor…

Me arranca la camisa y me desabrocha el pantalón.

—Quiero que me penetres.

—¡Te di pastillas de la felicidad!

—¡Da igual!

—¡Estás histérica!

—¡Quítate los malditos pantalones! ¿Me oyes? ¡Ya!

—Me gustas. Me gustas mucho. De verdad. ¡Estás empastillada, Annelie! No quiero que lo hagamos así…

—¡Cállate! —susurra—. Ven aquí…

Se sube las rodillas hasta la barbilla, se quita las braguitas y se queda desnuda sobre el césped. Levanta las caderas y se acerca a mí… La cabeza me da vueltas; el sol alcanza su cénit. Me quita, me arranca la ropa. Ahora los dos estamos desnudos, blancos. Me abraza por las nalgas, me dirige…

—¿Ves…? Decías que no querías… Venga…

—No… Déjalo… No…

En una de las colinas aparecen figuritas humanas: es una excursión. Probablemente el parque ya está abierto al público. Nos han visto, nos señalan, nos hacen gestos con los brazos.

—Allí… Nos están mirando… —le digo a Annelie.

Pero mi mano sigue buscando; me meto dos dedos en la boca, los chupo para…

De pronto se me quita el brío.

—Estás sangrando, Annelie. Tienes sangre ahí.

—¿Qué?

—Tienes que ir al médico. Levántate. ¡Hay que ir al médico! ¿Qué te hicieron? ¿Qué te hicieron esos bastardos?

—Espera… Abrázame por lo menos. Por favor. Sólo abrázame… Y vamos… Vamos a donde me digas.

Alguien ya se nos está acercando a paso ligero de persona enojada, que claramente está dispuesta a imponer orden. ¡Que le jodan! Le debo demasiado a esta chiquilla.

Me tumbo al suelo al lado de Annelie y, con mucho cuidado, como si estuviera hecha de papel, la abrazo. Se aprieta contra mí con todo el cuerpo, está tiritando, se agita con tanta fuerza como si se estuviera muriendo, parece una agonía. La sujeto, la estrujo: pecho con pecho, vientre con vientre, cadera con cadera.

Al final se echa a llorar.

Junto con los gritos expulsa al demonio feliz, las lágrimas matan la semilla ajena, inesperada. Y no queda nada.

—Gracias —me dice en susurros—. Muchas gracias.

—¡Es indignante! —grita alguien junto a nosotros—. ¡Esto es propiedad privada! ¡Abandonen el territorio del parque inmediatamente!

Medio alelados, avergonzados, nos vestimos como podemos, nos cogemos de la mano y subimos por la colina hacia las puertas del paraíso. Los excursionistas excitados nos animan enseñándonos el dedo pulgar, nos despiden con bromitas.

Antes de abandonar el edén, le echo el último vistazo.

Veo la casita de juguete; recuerdo a la chica tirada en el césped, sus ojos, sus pezones, sus rodillas… Ella acaba de ahuyentar de la Toscana los espíritus de mis padres imaginarios y de mi amigo del alma.

Desde hoy es ella quien reina aquí. Annelie.

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