Futu.re

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XXII. Dioses

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Es pequeño, del tamaño de una mano. Está hecho de un material oscuro. Sus formas son imperfectas, incluso bastas. La superficie de la cruz y de la figurita clavada en ella tiene aspecto rugoso, como si estuviera cubierta de miles de facetas minúsculas.

Como si no lo hubieran compuesto sintéticamente, molécula por molécula, sino tallado, como antaño, con un cuchillo, de un trozo de…

Lo toco; subo a una vagoneta de la montaña rusa, corro a una velocidad vertiginosa, entro en un lazo y caigo al precipicio.

Un trozo de madera. La figurita lleva en la frente una corona, parecida a un pedazo de alambre de púas cubierto de pan de oro.

Lo reconozco. Lo conozco. Conozco ese crucifijo. Lo conozco.

—¿Qué es esto? —Me vuelvo hacia Helen—. ¿De dónde? ¿De dónde lo has sacado?

—¿El qué? ¿A qué te refieres?

—¿De dónde has sacado esto? ¡¿Eh?!

No es ninguna réplica. No puede haber otro igual. Es él. Él.

—¡¿Qué habitación es ésta?!

Encolerizado, empiezo a olisquear por todos los rincones, cojo la cortina de terciopelo y tiro con fuerza. Detrás hay una pared. Está hecha enteramente —desde el suelo hasta el techo— de cristal blindado. La mancha con el crucifijo queda justo enfrente.

—No sé lo que es… No lo sé, Yan. Te lo juro, yo…

Me acerco a la pared, aprieto la frente contra el cristal, miro hacia adentro.

Veo un pequeño dormitorio, limpio, pero increíblemente sencillo y hasta pobre para esta casa, construida aposta para dar cabida a todo tipo de lujos imaginables. Está deshabitado y abandonado. Una silla polvorienta. Una cama estrecha, recogida con sumo cuidado. Una almohada mullida. Una puerta sin tirador. Ni una sola ventana, ni siquiera una falsa, salvo esta pared-ventana con vistas a la mancha luminosa y el pequeño crucifijo de mis sueños.

Crucifijo que perteneció a mi madre.

Quiero quitarlo, quiero llevármelo, pero ni siquiera me atrevo a tocarlo.

—¡¿De dónde lo ha sacado?!

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