Ful

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Primera parte. Parecía un buen plan » 1. Hay que hacer algo

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Hay que hacer algo

La visión es espantosa. Somos tres hombres de pie en un sucio piso del casco antiguo de Lleida y en el suelo hay dos cadáveres. Hasta ahora, yo solo había visto esto en el cine. Como en Pulp Fiction cuando Samuel L. Jackson cose a balazos a Roger y Brett, después de recitar el pasaje bíblico del libro de Ezequiel: «Y tú sabrás que mi nombre es Yahvé, cuando caiga mi venganza sobre ti». Qué grande, L. Jackson. Pero yo no soy él. Ni ninguno de mis compañeros se parece a John Travolta. Ni remotamente.

Los tres nos observamos en silencio y parece que han pasado horas. Aparentemente, el tiempo no avanza. Pero no es así. Corre en nuestra contra. Solo han pasado unos segundos desde que se ha oído ese estruendo en el comedor del piso del africano. Me zumban los oídos y eso aumenta mi estrés. No soy un chico malo. Si fuera un chico malo no me pondría nervioso. La chica muerta era joven y parecía guapa. Ahora su pelo medio rubio está teñido de rojo. Cerca de ella, Bakary tiene la camiseta de color purpúreo casi por completo. Vaya estampa. Tarantino haría una película cojonuda con nosotros.

Hago memoria y lo veo de nuevo. El africano está de pie delante de mí. Solo un sonido ahogado saliendo de su boca. Una especie de soplido sordo. De su interior escapa el aire de golpe, me mira con las pupilas desorbitadas y antes de caer al suelo el tipo ya estaba muerto.

Miro mis manos cubiertas con unos guantes negros manchados de sangre y casi no me lo creo. Tengo un cuchillo en la mano que dejo caer. Los guantes que llevo puestos son de algo que se asemeja a la piel, pero tengo la sensación de que la sangre ha atravesado esa capa de piel falsa. Noto mis dedos mojados. Es sudor. Me tengo que calmar. No sé si seré capaz de arreglar todo este estropicio. Se nos ha ido de las manos, y ahora solo queda una cosa por hacer y tenemos que arreglarlo. Y soy consciente de que no todo en la vida tiene arreglo.

Se empieza con un «tenemos que hacer algo». Esas son las palabras que arrastran a personas como nosotros. Es el signo que marca el camino de la vida en tipejos como yo.

Hay que hacer algo.

Maldito lema de perdedores.

Cuando se es pobre, uno tiende a subsistir con lo que tiene y no desaprovecha las oportunidades que le da la vida. En el barrio donde nací y crecí, esas oportunidades les llegan a muy pocos y algunos las aprovechan. Yo solo intento sobrevivir, y este trabajo tenía muy buena pinta cuando James lo propuso. ¿Qué mejor negocio que atracar a un traficante? Quizá no escogí la mejor opción. Siempre intento ver los pros y los contras, pero por desgracia para mí existen las jerarquías y James es el jefe, aunque él rara vez se moja.

Tengo que pensar. Y rápido.

Jose me mira con sus inertes ojos negros y no se le ve muy alterado a pesar de que delante tiene a dos cadáveres. Y a ella se la ha cargado él. Yo he matado a Bakary. ¿Quién iba a suponer que sacaría una pipa? El muy cabrón.

Arturo es el tercer hombre y está en estado de shock. Su metro setenta, al lado de Jose, que mide un palmo más, le hace aún más bajito. Parece que se ha encogido. No atina a decir una palabra entendible. Sujeta el cuchillo que le he dado antes de entrar y lo agita lentamente al aire como si estuviera cortando algo que solo está en su mente. Tiene la mirada perdida, y el olor a pólvora quemada no ayuda.

Era sencillo, entrar y salir. Nadie iba a resultar herido, pero el muy hijo de puta sacó una pistola. No tuve más remedio que clavarle el cuchillo. No me quito esa sensación del cuerpo al notar cómo el acero atravesaba vísceras y costillas. Le he partido el corazón. Al menos no ha sufrido, pero ¿por qué Jose le ha disparado a la mujer? Ni siquiera tenía que estar allí.

Me toco la frente, parece que me ha salpicado la sangre de Bakary. Joder, cómo sangraba el muy cabronazo. Como un cerdo.

No, el espejo del comedor me deja ver que en la cabeza solo asoma el sudor. Imagino que es la adrenalina. Aquí hace calor. Afuera hace frío.

A través del espejo observo que las entradas hacen mella en mi cabeza. He ganado algunos kilos a pesar de que acostumbro a estar delgado. El que me mira al otro lado del espejo no parece que tenga treinta y nueve años. Parece que tenga casi cincuenta. Mis ojos marrones y la barba de cuatro días que me he dejado para el golpe ayudan a empeorar mi aspecto. En mi barba poco poblada sí asoman algunas canas.

Joder, qué mal estoy.

«¿Qué has hecho, Ful?».

No hay tiempo. Jose le ha disparado a la chica y eso hace demasiado ruido. No tardará en llegar la pasma. Tenemos que largarnos. El Pelota nos espera en el coche y Jessi está con él.

Cojo la pistola con la que ha intentado matarme y la guardo en el bolsillo de la chaqueta. Durante mi vida he tocado algunas armas, pero no soy ningún experto. De hecho, hasta que no nos hicimos con la que lleva Jose no las había tocado tan en profundidad. Ahora sé bien que quizá hay una bala en la recámara, porque Bakary no parecía tener intención de montarla. Mejor no moverla mucho. No sé muy bien por qué me la llevo, pero algo me dice que no es muy bueno dejar atrás una pipa en una situación como en la que nos encontramos.

Hay que reaccionar y rápido.

—Jose, recoge la coca y larguémonos —le digo a mi amigo. Parece absorto en la chica que acaba de matar—. ¡Despierta, cabronazo! —le grito.

Él me mira como si no me reconociera.

—¿Por qué le has disparado? Me cago en la puta.

No contesta; de hecho, no habla mucho, nunca habla mucho, pero se incorpora, coge la bolsa y sale detrás de mí, que ya estoy en la puerta.

Me giro y veo que Arturo se queda inmóvil.

—¡Muévete, burro! —le grito mientras le golpeo el hombro. Parece que eso lo hace reaccionar y me sigue. Todos corremos.

Se empiezan a oír sirenas. Tenemos que llegar al callejón. En esta zona del casco antiguo de Lleida pasaremos bastante inadvertidos, pero la Guardia Urbana tiene cámaras de seguridad. Hay que colocarse las gorras y subirse el cuello de los abrigos. En noviembre hace frío, en Lleida. Siempre hace frío, pero hoy más.

Salimos a la calle y veo que aún tenemos algo de tiempo. Jose va delante y Arturo y yo lo seguimos. Nos abrochamos bien la chaqueta y caminamos con tranquilidad. Nunca hay que correr en estos casos.

Dos urbanos llegan por el otro lado de la calle. Joder, qué rapidez. Van concentrados en llegar al piso de los negros. No nos cruzaremos con ellos, pero se disponen a atravesar la calle y en breve los tendremos a nuestra espalda. Pasan por la acera de enfrente y no reparan en nosotros.

Solo tenemos que llegar a la plaza del Dipósit, donde nos espera el coche. Jose los mira. Los mira demasiado. Hace el amago de sacar el arma que lleva en el bolsillo del abrigo. ¿Se ha vuelto loco? ¿Se va a cargar a dos polis?

Doy unos pasos largos sin perder la compostura, me sitúo a su altura y le sujeto la muñeca que lleva en el interior de la chaqueta. Con la mirada tiene bastante. A mí no me tiene miedo, aunque sí se lo tiene que tener a James. Sé de lo que es capaz. Se relaja y seguimos caminando. Ya veo el coche. Un Fiat Punto blanco del padre del Pelota, que nos espera en el asiento del conductor. Con el jaleo y las sirenas que se acercan temo que se haya ido sin nosotros, pero no. Allí está. Seguramente nervioso, pero ha mantenido la calma a pesar de haber oído las sirenas y de ver pasar corriendo a los dos urbanos justo por su lado. Nos mira con cara de terror cuando aprecia la sangre en mi chaqueta. A él no lo han trincado nunca. Eso se nota.

Jessica está a su lado. En ella no veo miedo, sí preocupación. Es una chica preciosa, y ni la pequeña arruga que muestra en la frente la hace ser menos guapa.

Suavemente, le hago una señal con la mano para que esté tranquila. Intento transmitirle que todo ha ido bien. Arturo es su pareja, pero casi no lo mira. Necesita que yo le diga que todo ha ido bien. ¿Que todo ha ido bien? Ha sido un puto desastre. Hemos dejado detrás dos cadáveres. La cosa no podía ir peor. James no va a estar contento y eso lo acabaremos pagando, pero no nos queda otra que confiar en él. Es el jefe y siempre nos protege. Todos confiamos en él. Nos va a hacer mucha falta. Ahora nos va a buscar la poli, aunque intento hacer memoria y creo que no hemos tocado nada. Además, llevamos guantes. No hay cámaras, y sin huellas tendrán que conformarse con los testigos. La única que tenía esa condición era la chica que ahora yace muerta en aquel piso de mala muerte. La poli lo tendrá difícil, pero no hay que confiarse. Más problemáticos van a resultar los dueños del paquete. Habrá unos traficantes que no van a estar muy contentos, aunque solo son dos kilos de coca y eso es una minucia para ellos. Esperemos que el camello no fuera un miembro importante. Y que la chica tampoco. Los hemos matado y ni siquiera sé el nombre de ella. La vida es una puta mierda. Pero, claro, cuando vives como nosotros, sabes que siempre «hay que hacer algo».

Y muchas veces, después de ese algo está la pasma.

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