Ful

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Primera parte. Parecía un buen plan » 23. El alma

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El alma

Jose no está en su casa. Sé dónde debe de estar. Es la hora en que los niños salen del colegio. Me acerco a las escuelas. Por allí pasamos todos mientras quemábamos nuestra escasa niñez. No ha cambiado en exceso desde aquellos años. Ahora la diferencia es que en nuestra vieja escuela muchos alumnos son inmigrantes. En otras zonas de la ciudad no tanto, pero aquí los pobres nos concentramos todos. Antes casi no había extranjeros. Recuerdo cuando vino aquella familia de negritos al colegio. Braima era un niño muy normal y además fue bastante aceptado. Para muchos fue el primer contacto con un niño negro, que poco se diferenciaba de nosotros. Era igual de pobre y eso que su padre vino con un contrato de trabajo buscando una vida mejor para su familia. Ahora, en esta misma escuela, los raros son los de aquí. Eso no les pasa a las escuelas de los ricos. El país se va a la mierda. Algunas zonas de los barrios como el mío son el embrión de los futuros guetos.

Voy andando por la calle, pero tengo algo dentro que me está revolviendo el estómago, cuando lo he sacado todo en el bar, solo llevaba una cerveza y las olivas de Gonzalo. Eso nunca me ha sentado mal, pero se fueron por el váter abajo.

Pero no es eso.

Algo me está removiendo el interior. Siento arcadas, y no es el estómago lo que me hace daño. Una imagen nítida de Bakary se me aparece en la mente. Tiene los ojos desorbitados y enrojecidos. Por la comisura de la boca le cae un hilillo de sangre. Me mira y es como si me preguntara por qué.

Tengo que agarrarme a la pared para no caer. Una lágrima me cae sin que pueda hacer nada por evitarlo. Otra desde el otro ojo. Ahora estoy llorando sin que pueda hacer nada. No puedo evitar pensar que he matado a una persona. Que sí, que me iba a matar a mí, pero ¿quién era realmente Bakary? ¿Tenía familia en su país que dependía de él? ¿Tenía mujer? ¿O quizá hijos? Hace unos días respiraba y ahora debía de estar lleno de gusanos.

Qué fácil es quitar una vida.

Qué difícil es vivirla.

Vomito allí mismo, en aquella esquina. Ahora sale la cena de ayer. Y bilis.

Dos señoras pasan a mi lado, pero no se atreven a decirme nada y solo aceleran el paso. Yo sigo en cuclillas, apoyado en la pared.

Por un momento pienso que me voy a morir por aquel dolor. Creo que lo que estoy sacando viene de lo más profundo de mi alma. Me quedo de rodillas un minuto y empiezo a respirar. Con un pañuelo me limpio la boca. Poco a poco me rehago. ¿Qué iba a hacer? Él me hubiera matado a mí. ¿Y la chica? Dios, de ella que se preocupe Jose, yo bastante tendré con llevar la culpa de Bakary de por vida. Me levanto y sigo adelante. El colegio queda cerca.

Cuando llego, los niños están en el patio jugando. Ahora los padres vienen a buscar a sus hijos cuando no tienen para pagar el comedor. Antes nos quedábamos pocos, ahora son muchos y algunos hacen allí su única comida caliente del día. Siempre recuerdo a la señorita Luci, antes las llamábamos así, «señoritas» y «señores». Ella se preocupaba más que nuestros padres de que comiéramos. En ese momento no lo veíamos, solo queríamos jugar a fútbol en el patio y dejar a un lado las verduras, pero gracias a ella muchos niños no acabaron malnutridos.

Ya veo la puerta. Algunos niños se van con sus padres, otros se quedan dentro del vallado a jugar hasta la hora de comer.

Jose está en su coche esperando.

Jose no tiene hijos.

No quiero entrar en el coche por sorpresa. Es mi amigo y he tenido esta charla con él muchas veces. Nunca he entendido qué hace allí. Nunca viene de putas. No le conozco novia alguna y siempre que puede se escapa a la puerta de algún colegio para ver a los niños de otros. Me consta que no le ha hecho nunca nada a ninguno y creo que solo se masturba, pero ¡coño! ¡¿Cómo debe de estar su cabeza?! ¡Tío, que son niños!

Llamo al cristal del acompañante sin mirar adentro. Espero a que él alargue la mano y me abra la puerta. De esta manera no veo nada que no quiero ver.

Me siento a su lado. Está muy tranquilo y no se sorprende mucho de verme allí. Quizá también ha tenido una revelación como yo hace un rato y le ha sacudido el alma el recordar que hace unos días se cargó a una persona.

Me mira y creo que no parpadea. No dice nada.

—He visto a Pepe el mosso.

—Tienes demasiada relación con él para dedicarte a lo que te dedicas.

—Es mi amigo, a pesar de todo. Como tú.

Espero que haya sabido leer entre líneas a qué me refiero. Calla.

—La cosa se ha complicado, Jose. Se ha puesto muy jodida y podemos tener muchos problemas.

—¿Qué te ha dicho? Pareces asustado y no acostumbras a estarlo.

—Parece que la droga era de un pez gordo de Colombia al que no le ha sentado muy bien nuestro asunto. Era de Salcedo. Ese que a veces sacan en la tele.

—¿Por dos kilos? ¿Me tomas el pelo?

—No son los dos kilos, Jose. Parece que la mujer que te cargaste era una familiar suya o algo así. Los Mossos no saben mucho más. De hecho, Pepe, al decirme esto, veo que no nos sigue la pista, creo.

—O sí, y te está diciendo que hemos de desaparecer a ver qué pasos damos. Quién sabe.

No lo creo, pero todo puede ser. Jose sabe, igual que yo, que Pepe nos trincaría sin dudarlo si supiera que matamos a los del piso del africano. Jose no parece muy alarmado. Y tampoco parece que tenga excesivos remordimientos.

¿De qué cojones está hecho, el muy cabrón? Yo he acabado sacando las papas y él aquí delante del colegio observando niños. A veces me pone los pelos de punta, pero qué le voy a hacer, es mi amigo.

—Reúne a todos mañana por la mañana en el parque de detrás de la plaza. Tenemos que tomar decisiones y tienen que ser de todos.

—¿Qué vamos a hacer? —pregunta. Ahora sí que parece que tiene dudas—. Con diez mil euros no podemos desaparecer. Puede que sí de la poli, pero no de los narcos. Ya lo sabes.

—No lo sé. Tengo que pensar. Mañana será día de tomar decisiones. Déjame que le dé vueltas. Ya sabes que siempre lo hago.

Abro la puerta del coche y me apeo. Él se queda allí. No tardará en irse, los niños ya se han ido a comer y no quedan padres. No es tonto, lleva años haciéndolo y solo lo han detenido un par de veces.

Me voy caminando para casa. Que Jose haga las llamadas, incluida a Jessi. Eso aleja sospechas de lo nuestro. Por más que le dé vueltas no se me ocurre qué podemos hacer. Jamás pensé que podría estar en una situación así y no tengo ni pajolera idea de cómo vamos a salir de esta.

Mi teléfono vibra en el bolsillo y espero que esa vibración sea el preludio de algo positivo. Algo me dice que sí. Miro la pantalla y leo el mensaje que me envían.

«En la plaza en 10 minutos. Ven solo».

Es James.

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