Ful

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Primera parte. Parecía un buen plan » 26. Una noche de putas

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Una noche de putas

El mensaje al móvil que le había llegado de Jose no había inquietado demasiado al Pelota. Ya contaba con que tarde o temprano se tenían que volver a reunir. Siempre lo acababan haciendo y, después de cómo había acabado el asunto, era de esperar que volvieran a juntarse una vez pasados los primeros días críticos.

Aquella era la primera vez que se habían metido en un fregao tan gordo. Lo de robar a un traficante sonaba a película, pero una vez explicado el caso, tenía su lógica. ¿A quién le iban a denunciar un robo de droga unos traficantes? ¿A la poli? Solo tenían que preocuparse de que no los reconocieran y el plan era brillante. El contacto lo había hecho Jessi, haciéndose pasar por una tal Elisa. Su única misión era conducir el coche de su padre. No sabía qué había pasado dentro y prefería no saberlo. Ver aparecer a Ful con la camiseta salpicada de sangre había sido un golpe que no estaba muy seguro de superar. Jamás hubiera pensado que aquellos dos amigos de su hermano eran capaces de matar así, por las buenas, y llegar tan campantes. Arturo había vomitado como él. Menos mal. Hubiera quedado como una auténtica nenaza si, de la impresión, solo él hubiera echado la pota. Sin embargo, allí estaba Ful, tan tranquilo, y no digamos Jose, como un témpano de hielo, el muy cabrón.

No habían querido contar los detalles de lo que había pasado dentro del piso, pero el mensaje de Jose seguramente indicaba que después de aquel golpe tenían otra cosa que hacer. De todas maneras, no había ido tan mal, pensó él mirando su billetera llena de pasta que fundirse.

No había visto diez mil euros en la vida. Y esa noche iba a quemar cuatrocientos. La fiesta iba a ser descomunal, «la vida es muy corta», siempre pensaba. Eso lo sabe bien la gente que ha perdido a un ser querido de muy joven, y en aquel barrio humilde eran bien pocos los que no tenían ese lema de vida.

Y allí estaba. A punto de entrar en aquel club ubicado en un polígono cerca de la ciudad. Aquel lugar parecían dominarlo los rusos y era el mejor sitio para pegarse un homenaje.

«Nada relacionado con africanos, ni con sudamericanos», había dicho Ful. Encima, este era el puticlub más grande de la provincia y donde se suponía que estaban las mejores tías. Y llevado por rusos. La mejor elección.

Mientras el Pelota se dirigía a la puerta después de aparcar el Fiat Punto blanco de su padre, un coche paraba justo delante de él en la misma entrada del club. De él bajaba un sudamericano que erizó el pelo del Pelota, pero pensó que no era nada más que un cliente y que venía a aquel sitio a desahogarse, igual que él.

De la parte de atrás bajó un hombre más bien joven del que, sin embargo, no supo distinguir la edad, ya que llevaba puestas unas gafas de sol deportivas a pesar de ser ya las once de la noche. El hombre lo miró a través de los cristales y al Pelota, sin saber muy bien por qué, se le heló la sangre.

Los dos accedieron al local al mismo tiempo. Los dos hombres iban a pasar un buen rato en ese local.

El destino de los dos estaba escrito en sangre.

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