Ful

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Segunda parte. El plan » 32. La pregunta sin respuesta

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La pregunta sin respuesta

Los titulares del diario me han helado la sangre. «Ajuste de cuentas entre traficantes en Terrassa»; «Los policías aseguran que jamás habían visto nada igual»; «Uno de los hombres ejecutados no tenía relación alguna con el tráfico de drogas. Solo era un cliente del bar».

Apuro de un trago la cerveza y la dejo en la mesa. Gonzalo me mira por si quiero otra. Va a ser que sí. No hace falta ser muy listo para saber qué ha podido pasar. No puede ser una casualidad que eso pase en Terrassa, que era de donde venían los moros a los que les vendimos la coca.

Estamos muertos. Madre mía. En qué lío nos hemos metido. Hay que utilizar la cabeza. Los moros no sabían nada de nosotros. Si salimos de esta, creo que me busco un curro de lo que sea y me retiro a meditar lo que me queda de vida. No sé en qué agujero me podría meter, la verdad, pero es que no veo una salida muy ancha. Y eso que el plan de James es bueno. Pero como todo plan para ganar pasta rápida, tiene un riesgo inherente.

Mi mano derecha tiene un pequeño tembleque. Hace días que no me tomo las pastillas que me relajan y evitan eso, pero no puedo tomarlas ahora, necesito estar a tope, porque literalmente me estoy jugando la vida.

Cuando noto que alguien me toca el hombro casi me da algo. Es Jessi.

Se sienta delante de mí y se pide una cerveza para ella también. Me mira con esos ojazos azules que me hacen perder la cabeza tantas veces.

—¿Qué tal estás, Ful? Pareces más preocupado que ayer. Cuando explicaste el plan parecías muy seguro.

Tiene que saberlo. Le acerco el diario y le doy la vuelta para que lea la portada.

Por su cara puedo ver que empieza a entender el porqué de la mía. Ahora, en su expresión, veo el miedo. No me gusta verla así. Es la novia de Arturo, pero también es mía. O por lo menos una parte de ella. Esa que me da cuando la noche nos alcanza y cuando solo estamos ella y yo. Cuando el mundo se queda en dos personas y la humanidad no existe. Los dos sabemos que jamás llegaremos a nada más que lo que tenemos, y que un día simplemente desaparecerá. Los dos sabemos que estamos condenados a estar separados. Por eso es tan intenso, por eso creo que, llanamente, la amo. Y puede que ella a mí también. No puedo permitir que sufra.

—Es menos de lo que parece. No nos pueden encontrar, Jessi.

—¿Cómo puedes saberlo, Ful? Esto ha salido mal desde el principio y tú lo sabes —dice, tapándose la cara y ocultando su belleza.

—Estoy seguro, no dimos nombres, no saben nada de nosotros. Se llevaron la droga y nosotros la pasta.

—Pero Arturo los grabó escondido. He visto las fotos de los moros.

—Sí, por eso te digo que lo hicimos bien.

Jessi arruga el morro. Cuando está serena y sin coca, la verdad es que es lista. Algo le pasa por la cabeza. Se toca la melena rubia. Lleva una coleta y aquel peinado con ese tupé que a mí no me gusta nada, pero que a ella le queda tan bien. Y entonces lo suelta.

—¿Y si ellos también habían puesto a alguien a controlar el intercambio?

Eso no se me había ocurrido, si lo han hecho estarán como nosotros, tendrán unas caras pero no nombres. Aunque solo eso nos acerca un poco más al asesino. Y hay algo peor, ahora que me doy cuenta. Fuimos con un coche. Y eso sí que significa un nombre. Pudieron fotografiar la matrícula.

—¿Tienes el día libre?

—Sí, Arturo está durmiendo después del turno de noche. Pero no creo que sea el momento para…

—¿Qué? Ah, no, no. Es porque necesitamos acelerar el plan y nos iría bien ir a ver el objetivo. ¿Has venido en coche?

—Sí, en el de Arturo.

—Pues creo que no nos iría mal aprovechar el día.

—Vale. Vamos y así me explicas mejor en qué consiste el plan y qué va a hacer tu amigo James esta vez.

Gonzalo nos mira desde la barra. Siempre está allí. Cuántas cosas ve pasar en el bar cada día. Pero la gente siempre vuelve a aquel pequeño antro, porque él siempre ha sido discreto. Jamás habla de los demás. La de cosas que tiene que oír durante el día y se las queda para él. Siempre me coloco en una posición donde creo que nunca me escucha, pero los gestos también te delatan y ahora mismo me ve salir de allí con la muchacha que otros días acaricia otro chico del barrio. Nos mira, sonríe de manera natural y sigue limpiando la barra. Esa es su vida y quizá es hora de que yo determine cuál es la mía. Pero no es el momento. Ahora toca el plan. Jessi camina delante de mí con el tejano apretado y las botas altas de piel negra. Me vuelve loco.

Nos vamos juntos y la perspectiva de pasar el día con Jessi me parece lo mejor del plan. Pero me tengo que centrar, esto es serio y nuestras vidas dependen de que esto salga bien. Y que tengamos esa suerte que precisamos por una puta vez en la vida.

La necesitamos para que no nos encuentre el asesino.

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