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Segunda parte. El plan » 41. Ya tenemos a uno

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Ya tenemos a uno

Ya arrecia la tarde mientras espero a que llegue James sentado en mi banco del parque. Me entretengo observando a la gente que pasa por la calle. Todos pasan pendientes de sus vidas, como si los demás solo fuéramos comparsas de una obra de teatro que poco importa al protagonista principal.

Mi padre hoy no tiene dominó y está en su ventana atento a la calle. No distingo bien su silueta desde el punto donde estoy, pero sé que está. Siempre está. Sé que desde esa ventana se ve este banco y me observa. Verá llegar a James y le dará igual. Exactamente como le da igual todo. Y a mí, francamente, también.

Por la otra acera veo algo que me conmueve el corazón. Si no me equivoco, aquella es Núria. Es mi exnovia. Va de la mano de su marido.

Sé que tiene dos hijos y que después de mí continuó con su vida. Esa es la ley de la que tanto hablan. La de que todo continúa hacia adelante a pesar de que se tuerza. Ella me dejó, aunque en realidad esa decisión la tomé yo. Y supongo que no lo lamentaré nunca lo suficiente. Aquel trabajo de pintor que tendría que haberme llevado a la sociedad de la clase media, con un buen sueldo, trabajo en abundancia y una novia que esperaba que fuera la madre de mis hijos se truncó cuando mi jefe y yo entramos a trabajar en aquel puticlub.

Yo tenía diecinueve años y poca vida. Lo peor que nadie ha hecho por mí lo hizo el señor Costa cuando me dejó solo durante unas tardes en aquel sitio donde las mujeres se ganan la vida satisfaciendo a los hombres. Mariela tenía una bonita historia, muy triste, pero con ese punto de melancolía que hace que te preguntes qué podrías hacer por ella. También tenía entre las piernas toda una cátedra de conocimientos que me mostró después del segundo brochazo en las paredes de aquel antro. ¿Cómo podía estar allí semejante belleza? Eso me pregunté yo muchas veces, y muchas más cuando me vi sin trabajo, sin novia y viviendo con una prostituta embarazada de un niño que nunca supe si era mío. Nunca se ven bien las cosas a corta distancia. Cojones, que ni siquiera me salió gratis la primera vez. ¿Cómo iba a ser la mujer de mi vida, si me había cobrado dos mil pesetas por el polvo? Pero eso ya pasó hace muchos años y ni siquiera sé dónde para Mariela, ni mi presunto hijo Johnny, que ya deber de tener diecisiete años y que es rubio con los ojos azules y la piel muy clara. Tanto su madre como yo somos bien morenos.

En fin. Eso no me quita el sueño. Pasé página hace años y ahora veo que para Núria no soy más que un recuerdo liviano de su pasado que navega por una vida en la que ella ya no forma parte más que de una serie de imágenes en un mar de aguas turbias. En eso se convierten los sentimientos que van muriendo con el paso de los años. En aguas poco cristalinas. En tristes imágenes borrosas.

Ella gira la cabeza y se fija en el tipejo que está sentado en el banco. Me reconoce, lo sé. Disimula, no quiere que me vea su marido, quizá nunca le habló de mí. Ni siquiera yo querría hacerlo. Pero no veo odio, veo lástima y tiene razón. Y eso que no sabe en lo que me he convertido. Se pierde por la esquina y cuando mi corazón parece que quiere quejarse de ese olvido, James aparece providencialmente por el mismo lugar. Se cruza con la pareja y por su cara sé que ha visto algo en Nuria que no sabe identificar, pero que tiene que ver conmigo. Me mira mientras camina hacia el banco y sonríe. El muy cabrón sabe leerme el pensamiento.

—Qué, ¿una vieja amiga?

—¿Te acuerdas de Núria? Te he hablado de ella en alguna ocasión.

—Ah, cojones, tío. Pues de joven debía de estar muy buena.

—Lo sigue estando y tiene dos churumbeles.

Me mira con cara de no comprender a dónde quiero ir a parar y creo que ni yo mismo lo sé. Ahora mira hacia la ventana de mi casa en el cuarto.

—Tu viejo está en la ventana, como siempre.

—Sí, hoy no tiene partida y se pasará el día allí. Oye, ¿vamos al grano?

—OK. Tenemos uniformes. Tres de mosso y uno de policía local. Lo que pasa es que no es de la Guardia Urbana de Barcelona. Tendréis que conseguir algún escudo. No será difícil, hay gente que los colecciona. Faltan los zapatos, que tampoco serán difíciles de conseguir. Son de esos clásicos negros. Y, claro, las armas.

—Tenemos dos. La que tiene Jose y la que le pillé a Bakary.

—Yo a Jose le quitaría el arma.

James odia a Jose. Por eso evita quedar con los otros, solo se reúne conmigo porque creo que si pudiera le metería dos balazos en la cabeza. Eso de los niños no lo traga. Y eso que le he dicho mil veces que no les hace nada. Pero él siempre insiste en que solo es cuestión de tiempo y que no se puede fiar de nadie que rechace a una mujer o a un hombre si es eso lo que le va. Pero cuando alguien no se decanta por ninguno de los dos, da que pensar. Eso dice él. No lo convenceré y mejor dejar el tema.

—No le quitaré la pistola a Jose, porque además él no la soltará. Y nos guste o no, todos estamos metidos en el ajo.

James resopla y respira hondo. Sabe, al igual que yo, que eso no nos ayudará, y me tiene que explicar el plan con detalle.

—Está bien, en unos días tenéis que conseguir el material que te he dicho, y lo que falta está en esta lista.

Me da un papel doblado que guardo en el bolsillo.

—Creo que con dos pipas buenas irá bien. Ahora es arriesgado intentar conseguir dos armas cuando la cosa está tan revuelta. Los colombianos están muy activos. Comprad dos pipas de esas de balines, una que la lleve el Pelota y la otra, Arturo.

—¿Y Jessi? ¿Qué hace ella?

—Yo pienso que mejor de conductora. Una mujer siempre da menos la nota si está esperando en la puerta de un banco.

James tiene razón, siempre la tiene. Sabe muchas cosas y se le ha de hacer caso. Una mujer en doble fila en la puerta de un banco no llama tanto la atención como un hombre. Al menos a primera vista. Y necesitamos poco tiempo.

Los siguientes minutos los paso escuchando atentamente el plan de James. Es un gran plan. Mi padre no nos pierde de vista desde su torre en lo alto de aquel cuarto piso.

Si supiera lo que estamos concibiendo…

Sí. Es un buen plan.

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