Ful

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Cualquiera de nosotros

En otro punto de la ciudad, Carlos Alfonso estaba estirado en su sofá con la esperanza de que ya tenía algo encarado el tema y que podía ser que, después de todo, saliera de esta airoso. Esa sensación aumentó cuando le llegó un mensaje de texto de uno de sus contactos de la pasma. Ahora que tenía una matrícula… Una matrícula tiene detrás un nombre y eso es una persona con familia y amigos. La pasma sabe desgranar bien esa información. Ahora tenía de dónde estirar, sabía que en breve podría saber quién era el que iba en aquel coche y gracias a la pasma podría saber quiénes eran sus amigos. El capo local de la droga de Salcedo esgrimió su primera sonrisa en muchos días, cuando comprobó a través de ese mensaje que el dinero que había lanzado al aire estaba dando sus frutos. Una dirección y un nombre aparecían en la pantalla. Llamó a Ezequiel para que este le dijera al Hielo que tenía lo que esperaba. Era tarde, pero nunca lo es para la venganza.

Poco después, en el asiento del acompañante, y mientras conducía Ezequiel, el Hielo observaba el tráfico de la ciudad de Lleida de noche y se relajaba para lo que estaba a punto de hacer. Tenía un objetivo y en breve iba a completar su viaje. En el mensaje que le habían pasado a Carlos afloraba el que tenía que ser uno de los dos hombres que aparecían en las fotos de los moros de Terrassa. Había llegado el momento de hacer la primera visita.

En su casa, Ful estaba en la cocina cenando mientras su padre estaba en el comedor con la televisión puesta. Daban una película del oeste y estaba haciendo hora para ir a dormir. Ful se iría pronto a la cama, puesto que era consciente de que al día siguiente tenía que ir a Barcelona con el Pelota para seguir haciendo vigilancias al objetivo. Ya echaba de menos a Jessi y aún no estaba montado en el coche con el Pelota. Salió de la cocina y antes de ir a su habitación observó a su padre, que veía la película impasible. Un día se tendría que sentar con él y tener una charla de padre a hijo, esa que nunca habían tenido y por algún motivo ninguno de los dos buscaba. No esa noche. Siempre pensó que ya llegaría el momento, pero lo cierto era que este nunca llegaba.

Jessi estaba viendo la televisión en su casa mientras Arturo preparaba la bolsa para irse a trabajar en el turno de noche. Ella lo observaba sin que él fuera consciente de ello y pensó que, a pesar de lo que tenía con Ful, lo amaba a su manera. Era buena persona y la quería, quizá era lo máximo que nunca soñó tener cuando la vida la despertó de ser la niña guapa del colegio y le enseñó que eso no pagaba facturas y a veces tampoco la coca. Arturo se acercó, le dio un beso y se dirigió a la salida. En la puerta se giró hacia ella y simplemente le dijo: «Te quiero». Ella le sonrió y con esa respuesta se marchó a trabajar. Mientras iba hacia aquel curro de mierda, descontaba las horas que faltaban para que acabaran el trabajo y pudiera desaparecer de una vez con su amada.

Jose también estaba en su casa. Sus padres, en el comedor sentados en el sofá y cogidos de la mano, y él se acababa de ir a su habitación sin comprender muy bien cómo aún estaban así a pesar de los años. De la mano después de treinta y cinco años casados. A Jose cada vez le costaba más comprender esas cosas, y aún menos después de cargarse a aquella chica. Algo no andaba bien dentro de él, y era consciente, pero al mismo tiempo sentía que por primera vez en su vida era libre. Una libertad que no sabía si la iba a entender ni siquiera su amigo Ful. Se metió en la cama y encendió el pequeño televisor que tenía elevado a los pies. No tardaría en dormirse. Al día siguiente tenía muchas cosas que hacer con el tema de los uniformes y era importante que todo saliera bien. Iba a desaparecer y necesitaba aquel dinero para ello. Lo tenía todo planeado y solo esperaba el momento de explicárselo a su amigo. Él era el único que lo iba a entender.

El Pelota, en su cuarto, seguía dando mandobles con su personaje de Final Fantasy VII. No quería darle demasiadas vueltas al plan de Ful y confiaba plenamente en él. Además, tenía que demostrarse a sí mismo que podía hacerlo. Que era capaz de hacer aquello que sus amigos iban a hacer. Ellos no iban a fallar. Y él tampoco. Llegado el momento sacaría las fuerzas de donde fuera necesario y cumpliría su parte. Su hermano, que lo cuidaba desde el cielo, lo protegería de todo, no tenía dudas. Entre juego y patatas fritas se le hizo tarde y pensó que al día siguiente tenía que estar presentable porque acompañaba a Ful a Barcelona. No le iba a fallar y ahora menos que nunca.

Ezequiel aparcó el coche y apagó las luces. Habían llegado a su destino. El Hielo no dijo nada y simplemente cogió su bolsa de trabajo y se bajó. Desapareció por la acera. Ahora le tocaba esperar. Puso la música del CD, no muy fuerte, como le había indicado Wilfredo, y eso lo alentó. La espera no sería tan larga a ritmo caribeño. Recordó unas palabras de su primo, que hacía solo un rato había recuperado un poco el ánimo. «Acompañe a nuestro invitado, que tiene trabajo», le dijo mientras le entregaba el papel con aquella dirección. Y después de una sonrisa añadió: «Nunca es tarde para la venganza».

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