Ful

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Tercera parte. El golpe final » 55. La cuenta atrás siempre acaba en rojo

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La cuenta atrás siempre acaba en rojo

Las luces y las sirenas reinaban en aquella parte de la Ciudad Condal. Parecía que se había instaurado la confusión entre las fuerzas del orden, que se sumaban a los camiones de bomberos y ambulancias concentrados en la zona en busca del escape de gas y los heridos.

Los Mossos y la Guardia Urbana habían cerrado el acceso a esa área por una calle que por poco no deja encerrados a Jose y Jessi, que ya salían de Barcelona con el coche y en poco rato accedían a la Ronda de Dalt para buscar los túneles de Vallvidrera. Ellos habían tenido algo más de suerte y habían logrado salir del distrito sin más peligro.

Ful y el Pelota continuaban allí y puede que no tuvieran tanta suerte.

Jose miraba la bolsa que Jessi había conseguido en el banco. Ella se había ido de allí con una buena suma de dinero.

Aún no lo había contado, pero había muchos billetes de quinientos. La chica había mantenido la calma y hasta ella se había sorprendido. Jose se había ido de vacío. Solo algunos billetes que tenían fuera de la caja. La subdirectora seguía inconsciente minutos después de entrar él en el banco y, aunque no había sabido calcular cuántos minutos había estado dentro, el tiempo pasa muy rápido cuando se tiene prisa.

Siempre había pensado que era al revés, pero las sirenas cercanas y la mujer que no despertaba lo habían obligado a tomar la determinación de abandonar. Ya habían contemplado ese escenario. Lo que jamás pensó era que eso fuera a sucederle a él. Estaba claro que si alguien la cagaba, ese sería el Pelota, pero ahora el que viajaba de vacío era él. La idea de atracar cuatro bancos a la vez radicaba precisamente en eso, en que quizá de uno o dos no sacarían mucho, pero podía ser que de alguno sacaran lo suficiente. Si lo hubieran apostado todo a uno, se podían haber topado, como le había pasado a él, con que no pudieran abrir la caja y se fueran sin nada. Jessi lo había conseguido y quizá Ful también. Del Pelota, Jose estaba seguro de que no saldría de allí. Y no se equivocaba.

Hay personas que están hechas para perder y aquel desgraciado llevaba una diana en la frente. Era cuestión de suerte que alguien hiciera puntería en ella. Jose siempre intentó que la bala no lo pillara a él en medio.

No tenían constancia de nada sobre sus amigos y lo único que sabían seguro era que ninguno de los dos contestaba al teléfono.

Jessi, de copiloto, se comía las uñas cada vez que marcaba el número de Ful y este no contestaba. Saltaba el contestador de forma continua, así que no les quedaba otra que seguir con el plan e ir hacia Lleida contando que sus amigos lo hicieran en cuanto pudieran.

Los kilómetros se iban a hacer muy largos, ya que ni ella ni Jose tenían especial conversación. Pero en lugar de ser Ful quien pasara a buscarla, lo había hecho Jose. La idea era ir con el primero que pasara por el punto y así volver otra vez de dos en dos.

Luego, todos se iban a reunir en la torre de los padres del Pelota, viniera él o no.

Ella lo miraba como lo hacía siempre, pero se topó de nuevo con aquella sensación extraña que le inspiraba Jose. Lo contrario que parecía despertar en todos los hombres excepto en él. Este, al que no se le conocía novia, jamás le miró el escote. Y eso que ella tenía una buena delantera. Y le gustaba que los demás lo supieran. Sí, Jose era un tipo extraño, pero era amigo de Ful, y de hecho, también de ella después de tantos años. Los había conocido a los dos casi a la vez. Pero Ful, a pesar de que en aquellos tiempos le daba demasiado a las drogas, tenía algo especial. Y ella entonces también se metía demasiadas pastillas. El MDMA era letal, pero a ellos les daba igual. Solo salían para meterse el superviaje.

Era otra época y todos aprendieron que una raya de vez en cuando siempre era mejor que las pastillas de colores que les freía el cerebro a marchas forzadas. Algunos lo aprendieron tarde y las secuelas fueron tremendas. Jessi tuvo suerte.

Mientras dejaban atrás Barcelona, ella no pudo evitar que se le escapara una lágrima mejilla abajo. Y después otra. Se había demostrado a sí misma que era capaz. Pero después de la muerte de Arturo, nada iba a ser igual. Y ella tenía que tomar una decisión.

Aquella vida se había acabado.

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