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Primera parte. Parecía un buen plan » 17. El intercambio

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El intercambio

Los operativos de la policía suelen movilizar a muchos agentes. Aquella tarde la interceptación de un pase de drogas que de manera genérica estaría compuesta por un dispositivo de entre seis y ocho agentes se había transformado en un operativo de más de cincuenta. A todos los efectivos de la Unidad Territorial de Investigación Criminal de Ponent había que sumarle los del Área Regional de Recursos Operativos, que también tenían asignado el papel de controlar las salidas y entradas de la población y en caso de que algo se torciera poder intervenir de inmediato. Si la cosa se pusiera fea, también estaba preparado el GEI. Los de operaciones especiales siempre van donde se pueda prever que hay armas de fuego y, después de la muerte de dos traficantes, el jefe de la Región Policial de Ponent no quería correr riesgos.

Alfredo Pujol había escuchado aquella llamada más de veinte veces, como si las palabras le fueran a revelar alguna cosa más que se escapara de lo que se escuchaba por los cascos. Lourdes tenía buen olfato y el terminador, según algunos confidentes, hacía referencia a que estaban enviando a alguien para ajustar cuentas.

Aquel operativo rutinario para pillar a un comprador se había convertido en una caza a un miembro de la comunidad sudamericana que parecía bien informado. La idea era que una vez cazado declarara contra su vendedor para salvar el culo. Sobre todo era necesario tratar el asunto con la mayor seriedad. Era más importante lo que les pudiera decir que los escasos treinta gramos del pase. Tenían que ir con pies de plomo para no revelar sus planes o se les podía ir de las manos. Era necesario saber quién era el contacto de Salcedo en Lleida para evitar males mayores.

La jueza estaba informada y había dado su bendición ante la posibilidad de que aquello desembocara en una ristra de muertos ajusticiados entre clanes mañosos de la droga y se tuviera que parar a tiempo. Siempre es mejor conceder unos registros que tener que hacerse cargo de unos homicidios.

El equipo de Ful.

Miro a ambos lados de la carretera y observo el tráfico habitual de coches en las dos direcciones. Vamos tirando hacia la autopista y nos acercamos al peaje de Lleida. Nuestro objetivo está a unos cuantos kilómetros en la misma autopista AP-2. El área de descanso del Penedès es un sitio muy bueno para los intercambios. He hecho varias cosas allí. Es discreto y suele haber menos pasma que en las áreas convencionales sin peaje. Nuestra ruta va a ser la autopista. Por allí tampoco circula tanta pasma como en otros sitios y prácticamente solo te tienes que preocupar de la policía de tráfico. El peligro está siempre en los controles antiterroristas que montan los Mossos esos de negro en las entradas del peaje. Cuatro tipejos como nosotros en un 4x4 podíamos resultar sospechosos, y si nos registran el maletero y encuentran la coca somos historia. Por eso el cometido del Pelota esta tarde es ir de avanzadilla unos kilómetros para comprobar si el camino está despejado. Esa es una buena táctica, pero no me la he inventado yo. Sé que este método lo utilizan los traficantes y sobre todo los contrabandistas que entran tabaco de Andorra.

No hay ni rastro de los de las furgonetas y sin ellos nuestra única misión es no rebasar los límites de velocidad por los radares y no beber alcohol hasta hacer el intercambio, por si los de tráfico nos hacen soplar en un control.

Después de unos kilómetros, y ya dentro de la autopista, el Pelota solo tiene que regresar a la ciudad y esperar a que le digamos que todo ha ido bien. Después de la salida de Les Borges Blanques se desvía y con un mensaje en el móvil a Jessi nos confirma que no hay moros en la costa. Todo va bien.

Los kilómetros pasan muy poco a poco a ciento diez por hora, pero voy controlando a Jose. Conduce el coche de su padre y no quiero que rebase la velocidad. Todos estamos en tensión. Arturo el que más, pero Jessi, que creo que hace muchos días que no se mete una raya, tampoco anda muy fina.

—Repasemos el plan —les digo para romper aquel incómodo silencio—. Recordad que nos volvemos con una pasta que nos hemos ganado.

Intento que vean el premio y se olviden por un rato del otro asunto.

—Cuando lleguemos, Jessi se irá a comprar una Coca-Cola y apuntará todas las matrículas de los coches que haya en el aparcamiento. No aparezcas hasta que te llamemos.

—Les haré fotos con el móvil —puntualiza.

—Perfecto. Arturo, tú también bajas del coche nada más entrar en el área, y si es posible, que no te relacionen con nosotros. Observas el entorno y nos cubres las espaldas cuando hagamos el contacto. Tampoco te juntes con Jessi.

Asiente y me muestra el machete que ya llevaba el otro día y que se quedó virgen de sangre.

—Jose y yo haremos el trato y cobraremos. No os preocupéis, son serios y no nos van a joder. Me lo ha asegurado James.

Todos asienten y vuelve el silencio. Continuamos la ruta con la música de Depeche Mode. Está sonando «Enjoy the silence» y todos escuchamos en silencio. Es el grupo favorito de Jessi. El CD de Estopa lo dejamos para cuando haya algo que celebrar. Nadie presta atención a la música, aunque a mí solo me viene a la cabeza aquella canción de Pulp Fiction, «Misirlou», de Dick Dale. No sé por qué, pero supongo que ayuda ver los ojos azules de Jessi. Como los de Mia, la preciosa Urna de Pulp Fiction. Si la tuviera en CD la pondría, pero ahora mismo la música que hay puesta nos sirve a todos.

Un poco más tarde, y cuando ya vamos algo más relajados, divisamos la entrada al área de servicio del Penedès.

Vuelve la tensión y todos nos incorporamos en nuestros asientos, como si no hubiéramos ido cómodos y necesitáramos una posición mejor. Empieza el juego.

El operativo policial.

—Tango 1 a Tango Jefe. Veo el paquete.

Todos los mossos están apostados en sus posiciones y ven entrar un coche poco a poco en el aparcamiento. Hay bastantes vehículos.

—Un conductor y tres acompañantes. No observo nacionalidad. Solo distingo que el conductor y el acompañante son hombres.

El caporal Pujol está con sus hombres de confianza en una de las esquinas, en una zona aislada. Mira con sus prismáticos y ve acercarse el coche que ha visionado el mosso que hace de vigía. Es de noche, pero está lo suficientemente iluminado como para que no tengan que utilizar los equipos de visión nocturna. Mejor, porque solo disponen de pocas unidades de esas gafas, aunque el GEI, que tienen los sistemas más modernos, participa en el operativo y ellos pueden actuar como un vendaval.

—Todos atentos. No actuéis hasta que aparezca el segundo coche. Los necesitamos a los dos —dice por la emisora, utilizando un canal propio para aquel dispositivo.

—Tango 1 a Tango Jefe. Veo el paquete 2. Se aproxima por el sur, dos personas en su interior.

—Recibido. Preparados para interceptar los dos paquetes. Esperad a que estén todos juntos y hagan el intercambio.

Todos los operativos dieron el OK por la conferencia de trabajo de aquel operativo, incluido el GEI y los grupos del ARRO, que van de paisano para no llamar la atención.

El equipo de Ful.

Entramos en el área de descanso y no hay moros en la costa. Nunca mejor dicho, aunque espero que aparezcan. Eso nos permitirá sacar del coche a Jessi y a Arturo para que puedan hacer su parte. No hay excesivos vehículos y sí muchos camiones que paran allí para hacer las horas de descanso obligatorio. Mi tío Luis trabajó treinta años de camionero y de pequeño me llevó con él de viaje muchas veces. Me tiré muchas horas de mi infancia jugando al fútbol con mi tío en aquellas áreas de descanso. De eso guardo muy buenos recuerdos.

Nada más entrar nos ponemos detrás de un camión y Arturo se baja rápido. Casi se cae con las prisas, pero se acaba escondiendo detrás de unos arbustos rodando por el suelo, como si estuviera en una película. A estas alturas y sigue creyendo que impresiona a Jessi. Ella se baja segundos después.

Seguimos con paso lento por el camino que marca la señal para vehículos y finalmente estacionamos al lado de una furgoneta negra con los vidrios tintados. Jose para el motor y esperamos los dos en silencio. He apagado la radio. Estamos en alerta con la confianza de que Arturo nos avisará en cuanto vea algo raro. Mientras, Jessi controla los coches que se acercan desde el área del bar. Pasan tres minutos. Hago la señal acordada. Enciendo y apago la pantalla de mi móvil tres veces enfocándola hacia afuera y espero. Con la luz interior apagada y en una zona oscura, aquella luz me ha molestado incluso a mí.

Esperamos.

Un coche que está a treinta metros hace una ráfaga de luz larga y se queda en la penumbra. Ellos ya estaban también allí.

Es la hora.

—Vamos.

Jose se queda las llaves del coche, pero me enseña dónde las pone. En el bolsillo derecho. Miro a mi amigo, que aunque no dice nada está tranquilo. El puto cabrón siempre está tranquilo.

Salimos y caminamos despacio por la zona del área más oscura. Llevo la bolsa al hombro, creo que es la mejor opción. Si hay problemas, Jose es más resolutivo que yo. Aunque a mí no se me dio mal lo de Bakary. No se ve movimiento en el otro lado, hasta que de repente se abre la puerta del acompañante y seguidamente la del conductor. Estamos a diez metros. Son moros. Son ellos.

—¿Moha? —pregunto. Sé que no es su nombre real, pero James me ha dado ese contacto y él me llamará a mí…

—¿Juan?

—Sí, soy Juan.

Lleva una bolsa de deporte negra. El otro está detrás. No veo a Arturo, eso me preocupa. La cosa está tranquila y solo quiero salir de allí con la pasta. No quiero tonterías.

—¿Traes? —me pregunta.

Le enseño la bolsa azul. Él hace lo propio. Nos las cambiamos. La cosa está siendo de lo más sencilla. Tendría que serlo, esto es un negocio, pero claro, también lo era para Bakary y nos presentamos allí para robarle. Eso me hace tensar el gesto y creo que Jose lo ha notado. Tiene una mano en el bolsillo de la chaqueta que no ha sacado en ningún momento. No tengo dudas de que lleva la pipa. Ahora no me apetece pensar qué nos pasaría si apareciera la pasma. Tráfico de drogas y asesinato doble. Cuarenta años de trullo.

Me centro en la bolsa, Jose está atento al otro moro. La abro y veo muchos billetes. Fajos de billetes. ¿Cómo me voy a poner a contarlo aquí? No sé si me van a dar las manos. Voy a hacer un acto de fe. Tiene que estar todo, o por lo menos hay mucha pasta. Ellos están examinando la coca. Le meten un tajo a uno de los paquetes y sacan una pequeña cantidad. Eso me molesta. ¿Yo me fío de ellos y los moros no se fían de mí? Meten una pequeña cantidad en un tubo que imagino tiene un reactivo. Lo agitan con energía. Hasta yo con aquella poca luz veo aparecer al instante un color azul turquesa en una probeta. Hasta yo con aquella poca luz veo la sonrisa de Moha.

Los cuatro nos quedamos un momento allí de pie sin movernos.

El intercambio está hecho.

El operativo policial.

Endavant! —se escucha por todos los pinganillos de los agentes.

Un despliegue policial desmesurado se abre paso entre los coches estacionados. Un ejército de luces azules ubicadas en los techos de los coches de paisano deslumbran a los traficantes de droga, que casi no tienen tiempo de meterse de nuevo en sus coches para huir.

La huida es inútil, el GEI que está desplegado allí por si los traficantes llevan armas ha preparado una encerrona de la cual no se pueden escapar.

En menos de cuatro minutos los cuatro traficantes están esposados en el suelo con bridas. También los dos compradores. Aquí, en esta parte de la operación, se detiene a todo el mundo y luego en comisaría se dirime la responsabilidad de cada uno.

En los asuntos de drogas siempre hay alguien que canta, pero en este asunto Pujol espera que de verdad, entre aquellos cuatro desgraciados, haya alguno que le pueda explicar quién y a qué viene el terminador.

Allí, en la zona que en Lleida se conoce como el Bowling, el traficante sudamericano Godofredo está estirado en el suelo junto a su hermano y otros dos compadres. Delante de él, su comprador forcejea con dos polis que son armarios y que rápidamente lo inmovilizan y le gritan que se calme. Godofredo sabe que la ha cagado y solo pensar en quién está volando hacia España en aquel momento lo hace temblar de auténtico miedo.

Mientras esperan a que les lean sus derechos, dos mossos se miran divertidos cuando ven en el suelo a Godofredo. Saben quién es. Se ha pavoneado muchas veces delante de ellos cuando pensaba que jamás lo pillarían. Todos los traficantes deben de pensar eso o no se dedicarían a ese negocio. No pueden evitar comentar el éxito de la operación. Este se materializa cuando observan que el jefe de los traficantes se ha meado encima. Solo él tiene claro que aquella micción nada tiene que ver con la policía.

El equipo de Ful.

Jose casi parece expresar una leve sonrisa y eso es bastante nuevo. Observa por el retrovisor a Arturo, que está sentado con Jessi, mientras, ahora sí, está haciendo el recuento del dinero. Ya lo ha contado hace un rato, pero lo vuelve a hacer.

Es la primera victoria importante que tenemos en muchos años y nuestro mejor golpe. Casi no parece que venga precedido de la peor de nuestras tardes.

—Está todo —dice Arturo—. Cincuenta mil euros. Los moros han cumplido, se lo puedes decir a tu amigo James.

Lo dice con un retintín que no alcanzo a entender, pero es evidente que una parte de este triunfo es suyo.

—Ahora tenemos que desaparecer una temporada, con esta pasta tenemos para unas buenas vacaciones. Pero no seáis burros y que no os dé por ostentar. No levantéis sospechas.

Todos asienten. Se ha hecho un silencio incómodo, pero todos hemos de asumir que esta última semana ha sido la peor de nuestras vidas. Y eso, para gente que ha tenido nuestra vida, es un mérito tremendo aunque este sea en peyorativo.

Los kilómetros van pasando y estamos de camino a Lleida con una bolsa llena de pasta. Les he dicho que desaparezcan, que se vayan de vacaciones, pero ¿dónde coño vamos a ir? Yo no puedo dejar al viejo solo muchos días. Aunque haya sido una garrapata, no deja de ser mi padre y él solo no dura más de un mes. El Pelota se va a gastar la pasta en videojuegos y en putas, aunque le digo que espere unos días. Jose no irá a un puticlub, pero tampoco sabe salir del barrio sin mí. Siempre hemos viajado juntos, y eso se ha limitado a Andorra, Salou y Barcelona. Jessi y Arturo sí pueden esconderse en algún lado. Ellos se pueden ir de vacaciones, aunque Arturo está ligado a ese curro de mierda y su parte no le permite dejarlo. Si pienso en lo que hemos hecho por diez mil por barba me deprimo. Siempre pensé que si un día fuera capaz de matar a alguien sería por una cantidad para poder retirarme. Con esto ni siquiera me puedo comprar un buen coche.

Me hundo en mi asiento mientras oigo cómo Arturo y Jessi se están morreando detrás. Ellos ya han empezado la fiesta.

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