Ful

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El objetivo II

No hemos reparado en gastos y hasta nos hemos tomado un café en el Starbucks de Muntaner con Travessera de Gràcia. He flipado. Ni que te trajeran el café, solo para ti, en avión privado desde la India. Vaya atraco por unas pepitas trituradas y algo de leche. Pero aquí sí que estamos camuflados y Jessi no desentona en ningún sitio.

Nos hemos colocado en una pequeña mesa que da a la calle detrás de una enorme cristalera, bien aposentados en unas butacas.

A Jessi le ronda algo por la cabeza y finalmente se lanza.

—¿Tú crees que vamos a saber atracar un banco?

—Ese es el objetivo. No puede ser tan difícil, Jessi —le digo mientras contemplamos las fachadas de los grandes edificios de la Diagonal de Barcelona. La calle es de un único sentido y tiene una cera amplia.

—Pues eso de entrar a robar sin taparnos la cara en un sitio que está lleno de cámaras no sé si es tan buena idea.

—No será así. Piensa que iremos con un uniforme de policía. Y con la gorra puesta y gafas de sol. Muchos polis las llevan. Eso y algún bigote o barba hará que luego no nos puedan reconocer. Y no somos de aquí.

—Joder, Ful. Hemos pasado de hacer pequeños arreglos a robar y matar —recalca esa palabra maldita— a traficantes, para acabar atracando bancos. Si fuera tan fácil lo haría todo el mundo. Hoy en día nadie te culpa si robas un banco. No han parado de robar durante muchos años a la gente.

—Ya, pero hace falta valor, y el hecho de que puedas ir a la cárcel hace que los flojos se tiren para atrás —digo, haciéndome el machote. No puedo dejar de pensar que yo de alguna forma estoy enamorado de ella—. Y lo de los traficantes fue un error. Ese que nos ha llevado hasta aquí.

—Uf. Yo no lo veo tan fácil. ¿Y de dónde vamos a sacar unos uniformes de mosso? No se pueden ir a comprar.

—James lo tiene controlado. Conoce a unos chilenos que se hacen pisos y en un par de robos entraron en casa de varios polis. Se llevaron los uniformes. Solo habrá que completarlos con algún adorno de disfraz, y listos. Además, también sé que el Manazas tiene en su casa un uniforme. Se lo robó a un urbano de dentro del coche. Me lo contó una vez. Este nos lo vende por una dosis.

Ella hace una mueca.

—Jessi, que no vamos a dirigir el tráfico. Nos basta con que nos abran la puerta, y si llevamos ropa auténtica nadie se va a fijar si la porra es más o menos larga.

—Y las pistolas, claro.

—Bueno, eso es algo más complicado, y aunque somos cinco y cada uno tendrá su misión, creo que solo dispondremos de dos. La que ya tiene Jose y la que me llevé del piso de Bakary.

—Jose me preocupa.

—Está controlado —digo, temiendo que ella sepa cuáles son sus verdaderos gustos. Jamás se ha fijado en ella a pesar de que sabe que es un diez. O un once.

—¿Controlado? Pues asegúrate de que esta vez no se carga a una madre de familia, que los que roban de verdad en los bancos son esos directivos que salen en la tele y no los currantes de las oficinas, aunque lleven traje. Tengo un tío que trabaja en un banco.

—Tranquila —insisto.

Mientras hablamos, y aprovechando que ella se ha vestido para matar, yo voy haciendo fotos con la cámara del móvil de todo lo que veo. Las llevo haciendo toda la mañana, sobre todo en la calle Muntaner. Disimulo y le hago alguna a ella, pero me concentro en la calle. Cuando salgamos del bar volveremos allí y seguiré con las fotos. Es un plan y tiene que estar todo perfecto. Se las enviaré a James, porque esta vez él va a participar en el palo. Creo que sabe que este es el bueno y que si esto no sale bien lo va a pagar igual que nosotros. Su parte en el plan es una de las más importantes y quiere saberlo todo. Hago casi doscientas fotos, hasta que el teléfono me dice que ya no puede almacenar más en su memoria.

Disimulo haciendo algunas más a Jessi, que posa como si fuera modelo de Playboy. Muchos viandantes no pueden dejar de girar la cabeza cuando pasan a nuestro lado. Ella está tremenda y, aunque sabe que muchas de las fotos ni siquiera aparecerán en pantalla, posa como si fuera un ángel de Victoria’s Secret y yo fuera su fotógrafo particular.

Comemos en un bar y sin darnos cuenta ya se ha hecho tarde. Arturo es permisivo, pero mejor no tentar a la suerte. Hay que volver y lo hacemos con los deberes hechos.

Mientras salimos de Barcelona por la Ronda de Dalt, ella deja que conduzca el coche de su novio, estira los brazos y se arquea haciendo aún más grandes sus pechos. No puedo evitar mirarla de reojo y me recreo.

—Vamos a atracar un banco —dice con aquella mirada que sabe que me atonta.

—Sí. Lo haremos.

—Busca un área de servicio y para en algún lugar apartado —insiste con esa voz que me derrite.

—No vamos muy bien de tiempo —sale de mi boca, y casi no me creo que haya puesto una objeción a sexo con Jessi.

—Estoy muy cachonda, Ful, te voy a pegar un polvo descomunal.

Cómo decirle que no a eso. Sabe que me tiene.

En cuanto salimos del área metropolitana me desvío por un camino. Pone «Collbató». Busco un sitio escondido. Y sé de antemano que me espera el polvo del siglo. Allí parados, en un camino de tierra, con vistas a Montserrat.

Jamás me preocupo de Arturo, y en definitiva, tampoco es mi mejor amigo. Jessi es un negocio. Es un reto. Es una apuesta en mi vida.

En la vida siempre hay que subir las apuestas.

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