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Segunda parte. El plan » 50. Una sorpresa mayúscula

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Una sorpresa mayúscula

No puedo volver a casa, eso está claro, y además todo se ha acelerado hasta límites insospechados. Hemos quedado en reunirnos en una torre que tienen los padres del Pelota en las afueras de Lleida. Tiene una pequeña zona de cultivo casi abandonada desde que murió su abuelo, pero la casa la conservan bien. No hay vecinos que vivan alrededor y los que tienen torres cercanas solo van a labrar y plantar hortalizas. Es un buen escondite donde nadie nos buscará. Jessi tiene que llegar en breve y Jose, que ya ha hecho los deberes con los uniformes, también sabe que tiene que venir aquí.

El Pelota está encendiendo un fuego que hay en el interior para calentar la pequeña casa. Solo tiene dos habitaciones y un comedor con poca decoración, pero no nos hace falta nada más. El Pelota puede volver a casa a dormir hasta mañana, y Jose también, pero Jessi se quedará a pasar la noche aquí y sé que hoy no va a haber sexo. Está de luto y lo estará un tiempo. Casi tengo ganas de aborrecerme a mí mismo, solo por pensarlo. Pero es que Jessi es algo que no puedo dejar de desear. Mientras me hago estas absurdas preguntas existenciales sobre sexo en época de luto, me entra un mensaje en el móvil. Tengo muchísimas llamadas perdidas de Pepe y, aunque me sabe mal, no tengo intención de contestarle. No aún, que no sabemos bien a qué estamos expuestos.

El mensaje es suyo y viene con una foto adjunta. Cuando la abro, me quedo sin habla y hasta el Pelota me mira con cara de no comprender. En la imagen se aprecia el nombre de Jessi escrito en color rojo y no me hace falta que me diga de qué sustancia se trata. Es sangre. La sangre de Arturo. Debajo del nombre hay una especie de dibujo chapucero que, claro, escrito mientras se te va la vida, bien se merece un respeto. A simple vista no parece más que un círculo ovalado con unas rayas que lo tocan. Quizá el dibujo agonizante de un moribundo. El texto que adjunta al mensaje dice: «Enséñaselo a Jessica a ver si ella sabe que significa. Es importante. Y llámame».

Bajo la mano con la que aguanto el teléfono, como si quisiera alejar aquel macabro testamento. No hay duda de que es un mensaje para su amada, y quizá para nosotros. No sé qué quiere decir, pero a mí no me hace falta saber qué significa el dibujo para reconocerlo. Yo ya lo he visto antes. Es un tatuaje que Jessi tiene en la espalda. En concreto en la parte del omoplato. Sabiendo lo que es, es evidente que Arturo tiene su mérito. Pero lo que yo no sé es lo que significa. Jessi por supuesto que sí, por lo que tendremos que esperar a que llegue para saberlo. Sé que ha tenido que estar en la comisaría de los Mossos unas cuantas horas. No sé por qué no se lo han enseñado a ella allí, o quizá sí lo han hecho y no les ha contado nada. De eso no tengo dudas. Jessi es muy fuerte.

Se abre la puerta con cuidado y el Pelota y yo nos miramos. Cojo la culata del arma que llevo en la mochila con la que me hice antes de irnos a Barcelona y que había ocultado bien en el coche de mi padre.

La suelto aliviado. Es Jose, que entra con una gran bolsa de viaje. En realidad trae dos, la otra es más pequeña.

—Creo que lo tengo todo —dice nada más entrar, sin ni siquiera reparar en quién está dentro de la casa—. Me ha costado algo más completar los cinturones de la pasma. Me he fijado en algunos y cada cual lleva las cosas que quiere. Lo fundamental son las esposas y la pipa. No creo que nadie se fije en si llevamos una linterna o una porra, ¿no?

—No, tranquilo. Solo nos tienen que ver a través de la puerta de la calle, que generalmente tiene carteles de propaganda del propio banco que nos irán de perlas para ocultar los detalles. Las camisas, los cinturones, las gorras y los pantalones son auténticos, y con eso todo irá bien.

Jose mira al Pelota y frunce el ceño.

—No sé si te irá bien a ti el uniforme, Pelota. Estás algo más relleno.

—Me irá bien —protesta.

—Tranquilo, nene.

—Bien —les digo a los dos—, tenemos tres uniformes de mosso y uno de la Guardia Urbana.

—Sí, he conseguido dos escudos de la de Barcelona. Espero que Jessi sepa coser. También he traído aguja e hilo de mi madre, pero hasta ahí hemos llegado.

—Deja a Jessi, ya nos espabilaremos. Bien. Saca los uniformes y ponlos en el sofá. Empezaremos a organizamos.

—Oye. ¿Estás seguro de que tenemos que tirarlo pa’lante? —insiste Jose.

—¿Qué podemos hacer, si no? No sabemos lo que rajó Arturo. No tenemos pasta para desaparecer. Hemos de confiar en que no nos vendió. A ver qué dice Jessi. Debe de llevar todo el día con la secreta de los Mossos.

—¿Con tu amigo Pepe?

—Pues no lo sé. Supongo.

Ahora recuerdo que el odio que se tienen es mutuo. Y yo en medio.

—Si Jessi no dice lo contrario, seguiremos. ¿Os parece?

Los dos asienten en silencio.

Miramos la ropa y creo que más o menos nos irá bien. Los uniformes de mosso creo que eran de una mujer, pero por suerte debía de ser un marimacho y son lo suficientemente grandes para nosotros. El uniforme de la Urbana de Barcelona sí es de hombre y se lo pondrá Jose, que es el más alto. Al Pelota le va a ir algo pequeño, pero solo tiene que cumplir su misión unos instantes, hasta que le abran la puerta. Servirá.

Jessi entra en la casa y me encuentra con el hilo y la aguja en la mano intentando pegar los escudos de la Urbana. Me mira cansada y, sin decir nada, se sienta a mi lado y nos observa a todos. Las miradas son recíprocas y nadie se atreve a abrir la boca. Tiene los ojos morados y parece que ha llorado todas las lágrimas que tenía dentro.

—Deja eso, anda —me dice—. Ahora lo zurzo yo.

—Jessi —intenta decir el Pelota, pero su nombre se apaga en la misma boca del chico.

Ella lo mira y le medio sonríe.

—¿Qué tal con la pasma? —dice Jose.

—Bien. Han sido considerados. Me han descartado como asesina al minuto. Luego han llovido mil preguntas sobre Arturo.

—Ya —le digo.

—No saben nada —me dice—. Pero tu amigo Pepe ha sido muy insistente.

—¿Te ha enseñado una foto…? —le pregunto con temor.

—Sí. —No me deja acabar y veo que sus ojos se humedecen.

—¿Tienes idea de qué significa tu dibujo para Arturo? ¿Por qué fue lo último que se le ocurrió? Sé que es tu tatuaje, pero ellos no.

—Significa que no habló. Que somos libres para seguir adelante.

—¿Estás segura? —interviene Jose.

—Lo estoy.

—¿Entonces…? —dudo—. ¿Qué significa?

—Mi tatuaje es un Fénix. Un ave que a mí me gustó siempre por lo que representa. Pero si Arturo lo dibujó para mí —le cae una lágrima por la mejilla que me parte el alma—, es que estamos a salvo.

Todos seguimos expectantes.

—Para mí siempre era el renacimiento después de una vida de mierda. Para Arturo significaba libertad.

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