Ful

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Tercera parte. El golpe final » 61. Ejecutado

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Ejecutado

-Ful, vuelve a sentarte en el sofá. Tenemos que hablar.

Entre los disparos de antes y el de ahora tan cerca de mi oreja, seguro que tengo perforado el tímpano. Intento analizar la situación, pero esta se ha vuelto incomprensible. Jose está tirado en el suelo sobre un charco de sangre y busco alguna pistola o arma con la que Pepe se haya sentido amenazado para actuar así.

Nada.

No consigo ver nada.

—Veo que no lo comprendes, Ful. Pero vas a tener que estar muy atento, porque no quiero que tú salgas lastimado. Haré lo que sea.

—Pepe, ¿por qué?

—Eso no importa, ¿no crees?

—A mí, sí.

—¿Te importa tu amigo… el santo? ¿Sabes adónde se iba este mañana? ¿Sabes que había comprado unos billetes de avión solo de ida?

No digo nada. Ahora no sé qué me conviene contestar.

—A Tailandia, amigo. ¿Sabes qué es Tailandia para los desequilibrados como este? —dice, señalándolo—. El paraíso de los pederastas. ¡Allí se folian a niños por cinco dólares! —me grita.

—No lo has hecho por eso.

—¿Y tú? ¿Por qué lo hiciste? Vamos, hombre, no me mires así. Ya lo sabes, lo del negro y la colombiana.

—Por dinero. Pero fue un accidente, Pepe. Tú lo has asesinado a sangre fría. Por Dios.

—Por lo mismo, Ful. Todo es por dinero.

—No entiendo. ¿Tú?

—Ya. No es por mí. Es mi hijo. No tiene una gripe o un constipado. Tiene leucemia. No tengo seguro médico privado, me lo ahorré para comprarme la Harley. ¿Ves cómo es la vida de hija de puta? —dice casi con lágrimas en los ojos.

—No entiendo…

—Vamos, hombre, que tú eres más listo que eso. Necesito dinero. Mucho dinero. El tratamiento que necesita es muy caro. Y la recompensa que ofrecen los colombianos era demasiado tentadora.

—¿Te has vendido? ¿Les has dado información nuestra?

—Te he salvado la vida, Ful. Otra vez. Les he guiado hasta tu amigo Arturo y ahora les enseñaré a Jose. Con eso tienen a los dos que buscan de una foto que no dejan de enseñar y tú eres libre. ¿Crees que el asesino que han enviado iba a parar hasta que no tuviera los suficientes cadáveres?

Lo que oigo no me cabe en la cabeza. En una semana mi vida se ha acabado. Para siempre.

No sé si saldré vivo de aquí, pero hoy Ful ha muerto.

—Pero, Pepe —insisto—, hoy en día hay tratamientos. Quizá…

—Lo siento, Ful, no me puedo arriesgar. Sé que por algún lugar del mundo anda un medio hijo tuyo con aquella puta, pero no es lo mismo. Es mi sangre. No puedo dejar pasar una oportunidad así. Y solo he tenido que vender mi alma.

Los dos miramos al suelo y Pepe deja el arma con la que ha acabado con Jose al lado del cuerpo del más bajito.

—Mejor al lado del otro —le digo—. El bajito no ha disparado, no tendrá residuos.

—No te preocupes —me dice satisfecho, viendo que me iré con él—. Esto va a ser pasto de las llamas.

Salimos minutos después y nos dirigimos a su coche, pero la casa no está envuelta en fuego, como me había dicho. Allí fuera queda aparcado el 4x4 del padre de Jose.

Saca un pequeño teléfono que yo no había visto nunca y marca un número.

—Soy yo —dice.

Imagino que habla con los colombianos. Les da la dirección y le dice a alguien dónde tiene que depositar el dinero de la recompensa. Esto no parece estar pasando, pero ahora solo quiero que me deje en casa y poder ir a ver a Jessi. Si le hubiera hecho caso a Jose, ahora él estaría vivo, y ni siquiera puedo imaginar qué pasará a partir de ahora. Mi cabeza se esfuerza en pensar qué será de mí en solo diez minutos. No veo más que una gran oscuridad.

—Te llevo a casa. A mí hoy no me avisarán. Está de guardia el de patrimonio. Mañana iré a la comi y ya veré cómo lo enfoco. Tú tranquilo. Estás a salvo.

«A salvo» resuena en mi mente. ¿Cómo le explico esto a Jessi? No creo que pueda. ¿Y a James? Esto está fuera de todo arreglo.

Me acompaña a casa y subimos los cuatro pisos como lo hacíamos de pequeños. Cuando solo éramos Spider-Man y Daredevil. Cuando los malos, los que mataban a la gente, eran los malvados y nosotros los buenos. ¿Qué he hecho con mi vida para que me acabe convirtiendo en uno de aquellos supervillanos?

Abro con la llave y mi padre se levanta de la cama.

—¿Quién es?

—Soy yo, papá, vengo con Pepe.

Sale de su habitación con el pijama viejo y una manta encima. Hace frío y no ha encendido la calefacción, para ahorrar.

—No se preocupe, señor Villarte, que solo lo acompaño hasta su cama. Ful está algo cansado, pero mañana estará bien.

—Espera, Pepe, tengo que hacer un par de llamadas, a Jessi y a mi amigo James. Estarán preocupados.

Pepe mira a su padre, que no dice nada.

—¿Vas a llamar a James, Ful? ¿Qué James? —me pregunta con demasiado interés.

—Es un amigo que no conoces, ya te lo dije —le aclaro, intentando desviar la atención para no involucrarlo.

—Ahora lo entiendo, Ful.

Pepe se va hasta la repisa y coge unas pastillas de mi padre. Están en una caja y me las enseña.

—¿Te las estás tomando?

—No. Te lo juro.

—Pues deberías y lo sabes.

—Pero ¿qué coño dices?

—¿Cómo es James?

—¿Que cómo es? Alto, delgado, de piel morena y perilla.

Pepe resopla.

—James no existe, Ful. Has dejado de tomarte las pastillas y te ha vuelto a dar un brote. James, o al menos el personaje que describes, era nuestro supervillano. El que nos inventábamos de niños cuando éramos superhéroes. Lo siento, tío. Pero no te preocupes. Te pondrás bien.

Me quedo helado. ¿De dónde saca eso? Me tomé unas pastillas hace años y estuve ingresado por una mala reacción al éxtasis. Pero no son esas. No las había visto nunca hasta que mi padre las dejó allí. Pero ¿cómo me puede decir que James no existe? Está mal de la cabeza.

—Papá, tú te pasas la vida mirando por esa ventana. He hablado con James en esos bancos decenas de veces. Díselo.

—No, hijo, siempre estás solo.

—Vamos —imploro—, si estuve antes de ayer con él allí y tú nos viste.

—Siempre estás solo, hijo. Igual que yo.

Mi cabeza va a estallar. Imágenes se turban en mi mente y veo a James. Lo veo como transparente. ¿Me habrá dado algo Pepe en la torre? Su imagen se difumina. Ahora me veo a mí mismo en el parque. Estoy hablando solo. Siempre estoy solo en el parque. La gente me mira, pero siguen su camino. Mi cabeza da vueltas. Recuerdo las conversaciones con Jose. «¿Va a participar James esta vez? Nunca repartimos la pasta con él». «Porque siempre sale de mi parte…». Necesito enfocarlo todo. Hace años estuve encerrado por una sobredosis de pastillas. Estuve atado a una cama. Siempre tengo pesadillas, pero me curé. Siempre creí que me había curado. Me agacho y me tapo la cara. Vienen más imágenes que me aturden, pero son nítidas. Claras como el agua. Estoy en Barcelona con aquellos cinco teléfonos en la mano. Estoy llamando. Soy yo. Los recuerdos me golpean con fuerza. Recuerdo una cerveza con Pepe, me está contando cómo han pillado a unos maleantes que habían atracado a unos traficantes. Me lo explica a mí. No era una idea de James. Cuando hace solo unos días Pepe y yo nos cruzamos con los Mossos. Los veo llamar a la puerta y cómo les abren con una sonrisa. No los ve James, lo hago yo. James lleva perilla. Nuestro supervillano de críos llevaba perilla. Es él. Soy yo.

—Dios, me he vuelto loco.

—No, Ful, solo tienes que tomarte las pastillas. Con eso estás bien, amigo.

Me las ofrece. Mi padre ha ido a buscar un vaso de agua.

Necesito descansar. Me las tomo. El sueño me envuelve y algo me dice que hoy no tendré sueños extraños.

Quizá hoy por fin se han acabado las pesadillas.

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