Ful

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Primera parte. Parecía un buen plan » 10. Ful

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El bar Avenida está en la misma plaza donde vivo con mi padre. Aquel desgraciado se pasa la vida delante de la ventana. La ventana que, para desgracia mía, siempre será la de mi madre. A veces creo que tiene la tentación de seguir los pasos de ella, pero dudo que lo llegue a hacer jamás. Aquella ventana es su penitencia.

Mi padre es quien paga las facturas, y como además yo soy el que se encarga de administrar su pensión, la relación es pasable. Aunque más que vivir se podría decir que compartimos espacio. No recuerdo cuándo fue la última vez que tuvimos una conversación de más de cinco minutos.

El bar no es muy grande, pero es muy acogedor. Solo tiene cuatro mesas además de la barra y lo lleva Gonzalo, que es el dueño, desde hace treinta años. Nos ha visto crecer.

Paredes blancas y fotografías de toros y del Real Madrid adornan su mundo desde las ocho de la mañana hasta que cierra por la noche. Solo deja el bar unas horas al mediodía, cuando lo sustituye su mujer. Hace algún tiempo puso una tele grande para los partidos de su club del alma, pero no pudo competir con los grandes bares. Sigue ofreciendo los partidos importantes, pero no le merece la pena abrir hasta tan tarde porque es él mismo quien abre al día siguiente. Otro bar de barrio más. Pero este es mi barrio y se podría decir que este es mi bar.

Me pido una caña y unas olivas y me voy a la mesa del fondo, donde controlo la puerta. Tengo al lado una ventana que da a la calle. La visión que tengo desde ese punto es buena y se agradece porque hace veinticuatro horas que vivo en perpetua tensión. Poco a poco, y mientras la cerveza se cuela por el gaznate, me voy relajando. Gonzalo tiene las mejores olivas arbequinas de la ciudad. Al principio las devoro como las pipas, pero poco a poco las voy degustando como toca. Veo pasar el autobús que hace la ruta del barrio, un coche de la Guardia Urbana y algunos vecinos conocidos que simplemente van haciendo su vida. Algunos entran en el bar y me saludan. Respiro hondo y cojo el diario. Me concentro para leerlo y no tardo en ver lo que más temo a pesar de saber que allí estaría. Viene en primera página, tanto en el diario Segre como en La Mañana: «Doble homicidio en el centro histórico».

El titular no es malo. No viene mi nombre ni mi foto en él. Me voy a la página interior, donde se desgrana lo que el periodista ha podido saber a través de los vecinos y lo que algún poli le ha soltado por detrás. Es demasiado pronto para saber qué rapiñarán de los juzgados, puesto que los

Mossos todavía no les habrán enviado el atestado. Ventajas de haber estado trincado varias veces por temas menores.

Las noticias no son del todo malas. Es evidente que iban a saber pronto que el móvil del suceso es un robo que salió mal. Arqueo los ojos con bastante incredulidad cuando leo que los investigadores han soltado que los autores son profesionales, por cómo habían ejecutado a las víctimas.

Joder. Profesionales. No, si aún nos van a caer más años por expertos. Recuerdo que Jose y yo habíamos soltado algunas buenas hostias de más jóvenes, y la última vez que nos pegamos bien fue a la salida de una disco, donde la cosa se puso fea. Se arregló con un golpe en la nariz al portero, con tal precisión que lo tumbé. Parece que se me da bien arreglar las cosas de un solo golpe.

Empiezo a respirar con algo más de tranquilidad pensando en que al menos hoy me tomaré unas cuantas

birras en libertad. Mañana, ya veremos.

Pero no va a ser todo tan fácil. Sigo esperando a que aparezca James por el barrio, que ya se retrasa, pero quien aparece no es él. Se me corta la respiración cuando veo entrar en el bar a Pepe

el mosso.

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