Ful

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Primera parte. Parecía un buen plan » 12. Un verdadero hijo de puta

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Un verdadero hijo de puta

Al verlo entrar por la puerta del bar, me he quedado helado. Pero uno no se llama Ful y lleva tatuado una mano ganadora de póquer en el brazo si no es capaz de salvar una jugada que puede que sea un farol.

Pepe

el mosso nunca va de farol. Va de paisano. Me ve, me sonríe y veo que se acerca. No veo que lleve las esposas en la mano, pero me tiemblan las piernas al pensar que en el último momento las va a sacar de detrás de la espalda, va a dar un golpe seco en la mesa y las va a dejar encima para que sea yo mismo el que me las ponga.

Me tiende la mano y no lleva los grilletes. Yo extiendo la mía y las estrechamos. Como siempre. Creo que sigue trabajando en la judicial, como dice él. Para mí es la secreta. Si no, para qué se camuflan.

—Tienes las manos sudadas —me dice.

—Mi viejo otra vez está dando por culo. ¿Qué tal estás, Pepe?

—Tío, te he dicho un millón de veces que no me llames Pepe. Es mi segundo nombre y ni mi madre me nombra así.

—Ya, pero es que nunca te he llamado Alfredo, tío. No me sale.

—Vale —se conforma.

Sabe que lo voy a seguir llamando Pepe y en el fondo ya le va bien. Si le digo a alguien que mi amigo de la infancia es un mando de la secreta que se llama Pepe, no me va a creer. Pocos lo conocen por ese nombre, solo los amigos del barrio, para todos los demás es el caporal Alfredo Pujol.

—¿Cómo estás, Ful? ¿Has encontrado algún curro? Ahora ya veo que no, si estás en el bar, pero ¿lo buscas?

—La cosa está fatal, ya lo sabes. Estuve hace unos meses trabajando en aquella obra, pero duró poco. Prefieren a los inmigrantes, que les pagan una miseria y se conforman. La cosa está jodida.

—Bueno, si me entero de algo, ya sabes que te pegaré un toque.

No lo dice por quedar bien, me consiguió un curro vigilando una obra por las noches.

—¿Y tú? ¿En qué andas metido en tu curro? —lo pruebo, no tengo nada que perder a pesar de que me da pánico la respuesta y que la frase acabe con: «Estoy tras la pista de un verdadero hijo de puta. ¿Sabes algo?».

—Pues me han asignado ese caso —dice, señalando el diario que tengo en la mesa. En la foto de la portada se ve la entrada de un edificio y una cinta policial de color blanco y letras rojas y azules.

—¿Ah, sí? Vaya tela, ¿no?

—Sí, el caso es un caramelo.

Un caramelo, ¿qué cojones significa eso? Yo sudando por dentro peor que en una sauna y para él es un caramelo.

—Es de esos casos que a todo buen poli le gusta pillar una vez en su carrera. Pinta bien.

¿Cómo que pinta bien? Eso ha sido un derechazo y estoy a punto de venirme abajo. Le doy un trago a la cerveza y apuro la jarra. Gonzalo viene con una bandeja y deja una Coca-Cola para Pepe.

—¿Algo más?

—No —le digo—. No me conviene.

—Pago yo —dice Pepe.

—Pues una sin alcohol.

Me mira raro. ¿Sin alcohol? «¿Qué coño le debe de pasar al Ful?», pensará.

Se va a buscar mi «Sin alcohol» y Pepe me observa con la mirada de poli.

—Tío, ¿sabes qué encontré el otro día?

—No —digo mientras recupero el aliento.

—Los cómics en el desván de casa. ¿Te acuerdas?

—Claro que sí.

—Me hizo mucha ilusión y los llevaré a restaurar. Alguno está muy viejo, pero me gustaría regalárselos a mi hijo cuando tenga edad de leer.

—Si los encuentro, te daré los míos. A estas alturas no se me ocurre nada mejor que los tenga tu Alfredito. Yo dudo que ya haya tiempo para algún Fulín.

Pepe tiene esa expresión de añorar aquel pasado en que los dos nos refugiábamos en la casa de uno o de otro —por culpa de mi padre, casi siempre en la suya—. Su madre nos daba de merendar aquellas magdalenas tan buenas.

—Qué recuerdos, Ful. Los dos queriendo ser el

Trepamuros.

Él siempre quería ser Spider-Man, y nunca se acuerda de que yo prefería a Dan Defensor, que con los años se acabó llamando como lo parió Stan Lee, Daredevil, pero para mí el mejor era aquel pobre ciego que era pasto de las risas de otros niños por ser ciego. Yo lo era por ser pobre, pero, claro, en el barrio lo éramos todos.

—¿Te acuerdas de por qué todos queríamos ser Spider-Man?

Me lo ha contado mil veces, pero eso hacen los buenos amigos. Por más que pasen los años siempre te acabas contando las mismas historias. Aquellas que te han marcado por cualquier motivo y por alguna razón siempre te apetece escucharla de nuevo. Aunque yo prefería al bueno de Matt Murdock —

alter ego de Daredevil—, siempre me cayó muy bien Peter Parker y el motivo era el que tan bien explicaba Pepe.

—¿Cómo no nos iba a gustar? —sigue—. Era el único superhéroe que tenía una vida normal y no llegaba a final de mes. Todos los demás superhéroes eran ricos, Ironman, Batman o Flecha Verde, o tenían buenos curros, como Superman o tu amado Daredevil, que era abogado. —Sí, se acuerda—. Pero el bueno de Spider-Man, cuando no lanzaba redes tenía un trabajo de fotógrafo y a veces no podía pagar el alquiler. Era un tipo normal. Era pobre como nosotros.

A veces creo que le gusta recordar que él dejó de ser pobre hace tiempo y ahora escala peldaños en la clase media.

—Sí, era el mejor —concluyo.

No sé si tengo ganas de seguir la conversación ahora que sé que mi único amigo poli se encarga de buscar a los asesinos de aquel crimen. Se encarga de buscarme a mí. A veces la vida tiene unos giros que ni la mejor novela. Nosotros, de niños, incluso creamos un malvado para que luchara contra nosotros. No nos estrujamos mucho el coco: alto, moreno y con perilla. Como un Fu Manchú de barrio. Pero por mucho que lo intento no recuerdo el nombre que le pusimos.

Se toma un trago largo de la Coca-Cola.

—Ya he llevado a Alfredito a casa de mi suegra y me vuelvo al curro. Comeré allí. ¿Cómo está tu hermano?

—Va haciendo. El trullo, tío. Se me parte el alma, pero qué le vamos a hacer.

—Las drogas, Ful. Te lo dije hace mucho tiempo atrás. Ya lo sabes, amigo. Sabes bien a dónde conducen.

—No todos tuvimos la entereza que tuviste tú, tío. Y después de lo de mi madre, bueno…

—Siempre se tiene elección —insiste.

Ya estamos con la charla y me aburre. Me he recuperado de mi estado inicial y ya no sudo. No sé qué van a hacer para intentar atraparnos, pero tampoco es una buena opción preguntar, por lo que saco mi cartera para pagar. Solo llevo diez euros, pero me da para invitarlo y todo. No me deja, nunca lo hace. Él siempre paga y, aunque su intención es buena, siempre acaba haciéndome sentir mal. Soy el perdedor. El que siempre va de curro de mierda en curro de más mierda. No tengo un oficio y eso lo pago siempre, pero eso no evita que Pepe sea mi amigo de la infancia. Solo se tiene uno. Y eso jamás se olvida.

—Mucha suerte, Pepe, a ver si atrapas a los malos.

—Pues no tengo claro que sean malos en plural, pero todo puede ser.

Me he quedado helado de nuevo. He dado por supuesto algo que sé muy bien, pero que incluso él no tiene claro. Ahora saca las esposas y me trinca aquí mismo, en el bar Avenida. No. Se levanta y me vuelve a adelantar la mano. Se la estrecho de nuevo.

Antes de irse se vuelve hacia mí.

—No sé si malos, pero creo que detrás de todo esto sí hay alguien muy malo.

—No te entiendo muy bien.

—Todo es como en nuestros cómics, Ful. Detrás de todo gran delito, de todos los pobres desgraciados que te vas encontrando, siempre hay uno. Como aquel que nosotros inventamos de niños. Ya sabes. El malo.

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