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Primera parte. Parecía un buen plan » 22. El momento

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El momento

Carlos Alfonso seguía con aquella paranoia sobre Wilfredo y no había podido ni comer. Ezequiel en breve aparecería por la puerta con el

terminador y quizá todo se acabaría para él. Salcedo era bien conocido por ser un jefe sanguinario. ¿Cómo, si no, estos sujetos se perpetúan en el poder? Pero ¿qué iba a hacer? Solo tenía dos opciones para salvar el pellejo: hacerle frente intentando facilitarle a los culpables o huir con lo que tenía ahorrado, que tampoco era tanto. No se puede escapar de alguien que tiene más pasta que Dios. ¿Dónde iba a poder huir alguien como él? Nadie escapaba a la furia de Salcedo.

Intentar deshacerse del

terminador tampoco era una buena opción, puesto que había enviado al peor de sus asesinos. Y si por la gracia de Dios consiguiera salir ileso, ¿cuánto tiempo iba a tardar Salcedo en enviar a otros a por él y hacerle algo todavía peor? No le quedaba más remedio que esperar que su jefe viera que no había sido culpa suya y que había sido la propia Evelin la que había insistido en controlar la venta. De esa conversación con la chica nadie sabía nada excepto él y Ezequiel, que la había llevado al piso y que tuvo que huir de allí en cuanto empezaron a aparecer polis por todas partes. El muy idiota se había quedado en el coche escuchando esa horrible música y no se había percatado de nada hasta que empezaron las sirenas. Los asesinos debieron de pasar por su lado y el muy atontado tarareando reguetón. Pero qué le iba a hacer, era su primo hermano, y no era consciente de que ahora toda la familia estaba en peligro.

Tenía que convencer al Hielo de que no era culpa suya y que haría todo para que los asesinos pagaran. Solo así se libraría. Salcedo tenía tanta fama de sanguinario como de ser un hombre de palabra y cumplir sus promesas. Ese era el único camino.

La puerta de su casa se abrió y vio aparecer por la puerta a Ezequiel, que venía sonriendo y silbando. ¿Cómo podía silbar el muy canalla? Tantas rayas le habían freído el cerebro.

Cuando vio aparecer detrás al Hielo se quedó casi sin respiración. A primera vista no parecía gran cosa. Bien vestido, con pantalón y americana gris, y camisa blanca, más bien delgado, con el pelo corto y aquellas gafas deportivas que tanto juego daban a la leyenda negra de Wilfredo, alias

el Hielo.

El asesino se paró en la puerta y observó el salón de la casa de Carlos Alfonso. Este vivía en un piso grande en una buena zona de Lleida. Cerca de la plaza Ricardo Viñes. Era un ático con una vista excelente al majestuoso castillo de Lleida. Wilfredo observó con detalle aquel monumento gigantesco. «Eso debe de ser la Seu Vella», pensó después de haberlo leído en los carteles que había en algunas zonas de la ciudad, mientras memorizaba la ruta hasta la casa del hombre de Salcedo. Nadie, ni la pasma, conocía de verdad dónde vivía y eso le daba seguridad, a pesar de que algunos policías ya sospechaban que Carlos Alfonso era el representante de Salcedo en Lleida.

El Hielo lo observó en silencio. Aquel era Gómez. Sus instrucciones eran precisas. Matar a los responsables de la muerte de la prima del gran jefe. Y no solo matarlos. Tenían que sufrir. No en vano, además habían robado un cargamento, por muy pequeño que fuera. Nadie roba a Salcedo y vive para contarlo.

—¿Ha tenido buen vuelo? —preguntó Carlos Alfonso, intentando recuperar la voz y transmitiendo algo de seguridad.

—No me gusta volar tan lejos.

Wilfredo siguió observando el salón. Vio el televisor de cincuenta pulgadas, el sillón de color negro en algo parecido a la piel. La ventana del ático tenía una buena vista, magnífica además de por ver aquel castillo. Cientos de tejados se dibujaban desde allí. Aquel compadre vivía muy bien.

Se volvió hacia Carlos Alfonso.

—¿Tiene lo que le pedí?

—Sí, claro. Ezequiel, deme el paquete que trajeron ayer.

El primo de Carlos Alfonso se perdió en una de las habitaciones que daban directamente al salón y regresó en escasamente un minuto. A Carlos Alfonso le pareció una hora.

Era una caja de zapatos donde había una pistola semiautomática. Había pedido una Beretta 92 con silenciador. También había pedido cuatro cargadores y doscientas balas. ¿Qué coño iba a hacer? ¿Iniciar una guerra en Lleida? Eso se podía hacer en Colombia o en Venezuela sin temor a represalias, pero esto es España. Aquí la policía no mira a otro lado; al contrario, ahora los

Mossos estaban detrás de los asesinos de la prima y el africano. Y sin ir más lejos esa misma mañana se había enterado de la detención de un camello de otro grupo que se había producido la tarde anterior. Habían pillado a Godofredo. Jamás lo delataría, pero había que estar muy alerta.

Desgraciadamente, el hecho de tener algún poli en nómina no era garantía de mucho. Aquello se le había ido de las manos y no podía hacer nada.

Wilfredo cogió el arma con decisión y lo primero que hizo fue poner una bala en la recámara. Los cargadores no estaban municionados y las balas estaban en cajas, pero ahora ya podía efectuar un disparo si quería. Se la guardó en la cintura en una funda interior que también había pedido. Cogió la caja y miró a Ezequiel, que no entendía que ya era hora de irse. Con un gesto con la cabeza, Carlos Alfonso le indicó que se fuera. Ezequiel no entendió el mensaje y siguió allí de pie hasta que su primo estalló. Sus nervios tenían un límite. Se fue hasta él y le dio una colleja, que visto desde su punto de vista se merecía hacía ya muchos días.

—¡Se quiere marchar ya, melón! —le gritó.

Ezequiel salió despacio tocándose la coronilla enrojecida y maldiciéndolo. No lograba entender qué había hecho para ser merecedor de semejante hostia.

—Discúlpele, no da

pa más.

Wilfredo no se inmutó, o al menos detrás de aquellas gafas era incapaz de transmitir nada. Dejó la caja en el sofá y se sentó invitando a Carlos Alfonso a hacer lo mismo.

—Hablemos del asunto.

A Carlos Alfonso le entró el pánico.

No fueron aquellas palabras, sino el gesto que vino a continuación.

Wilfredo se quitó las gafas de sol deportivas y unos ojos saltones azul grisáceos le atravesaron el alma.

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