Frozen

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Capítulo treinta y dos

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CAPÍTULO TREINTA Y DOS
Anna

Había perdido a Olaf y no podía ver hacia dónde iba. Un barco apareció ante ella como si de un espejismo se tratara, pero no se veía a Elsa por ningún lado. Oyó un estruendo y miró con horror cómo el mástil del barco se desplomaba sobre el hielo y se rompía en pedazos lanzando enormes fragmentos de hielo volando. Anna alzó los brazos hasta la cara para protegerse.

Parecía que el mundo se estuviera acabando, pero ella no iba a permitirlo.

Había mucho por lo que vivir. Tenía un pasado que quería recordar y una hermana a la que conocer. Arendelle necesitaba a sus dos princesas. Quizá juntas pudieran traer de nuevo el sol.

Anna se encerró bien en su capa para abrigarse, pero no sirvió de nada. Sentía como si el frío se hubiese alojado en sus huesos, igual que lo había sentido estando en la habitación con Elsa. Algo estaba causando esos extraños síntomas, y no era el tiempo. Sus pálidas manos habían comenzado a congelarse y se le habían formado cristales de hielo en las muñecas y en los dedos.

«Maldición.»

¿Era eso lo que les estaba pasando a ella y a Elsa? ¿Le habían lanzado una maldición para mantenerla apartada de su hermana? ¿Era aquella la razón por la que sus padres biológicos las habían separado? Quizá la carta de la reina explicara lo que había ocurrido.

«¡La carta!»

Anna echó mano a los bolsillos de su vestido, pero la carta había desaparecido. Debía de habérsele caído del bolsillo durante la explosión y la huida de Elsa. Ahora ya no tenía nada que probara quién era ella realmente. Elsa era la única que podía ayudarla y había huido. ¿Qué pasaría si Hans la encontraba antes que ella?

Anna se resbaló en el hielo. Había demasiado y, poco a poco, ella se estaba convirtiendo en parte de él. «Por favor —suplicó a la memoria de Freya, a la memoria de su madre, para que la ayudara—. Ayúdame a encontrar a Elsa.»

En ese momento, sintió la necesidad imperiosa de volverse.

Elsa estaba hecha un ovillo en el suelo a tan solo unos metros de donde Anna se encontraba, con la cabeza entre las manos. Hans se cernía sobre ella. ¿Sabía Elsa que él estaba ahí? ¿O se había dado por vencida? «¡No, Elsa!», quiso gritar. «Yo... ahora lo recuerdo», se dio cuenta en ese momento.

Le invadió un sentimiento tan fuerte que, durante un pequeñísimo instante, notó un calor en su interior. Empezó a ver imágenes pasando por su cabeza: ella y Elsa hablando en su habitación, haciendo pasteles con su madre en la cocina, bajando corriendo por las escaleras centrales. «¡Haz la magia!», le decía una voz, y ahora se daba cuenta de que era ella misma de pequeña suplicándole a Elsa que creara más nieve. Juntas habían patinado sobre hielo en el Gran Salón y habían hecho ángeles en la nieve. ¡Habían creado a Olaf! Le maravillaba la magia de Elsa y siempre estaba queriendo que la usara. «¡Haz la magia!», se oyó suplicar de nuevo. Y, entonces, vio el momento que lo cambió todo. En su apuro por evitar que Anna cayera desde una montaña de nieve, Elsa le había dado con su magia accidentalmente. Aquel era el momento en el que ella y Elsa habían sido separadas.

¡Lo recordaba todo!

En ese momento, levantó la mirada. Hans sujetaba la espada por encima de su cabeza y estaba a punto de clavársela a Elsa justo en el corazón.

El corazón de su hermana.

Con la poca fuerza que le quedaba, Anna se lanzó hacia delante.

«¡No!», gritó Anna deslizándose delante de Elsa justo cuando la hoja empezaba a descender. Alzó una mano para frenarlo y sintió el hielo extenderse desde el pecho hasta las extremidades. Los dedos conectaron con la espada en el momento exacto en el que se congelaban e hicieron añicos la hoja. Una onda sísmica pareció emanar de su cuerpo congelado y lanzó a Hans volando hacia atrás.

Anna exhaló un último aliento que se evaporó en el aire.

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